Capítulo 62
976palabras
2024-05-19 00:51
A la mañana siguiente, Emma se levantó temprano y volvió a su rutina diaria. Estaba totalmente recuperada y ya casi no sentía dolor… Excepto en su zona íntima, en la que aún notaba un leve escozor.
Había bajado a la cocina para preparar el desayuno y en ese momento batía una mezcla para panqueques en un bol, cuando vio a Levi entrar.
“¡Buenos días!”, lo saludó, pero él apenas le hizo un gesto y se dispuso a preparar café.
Emma exhaló un profundo suspiro, se dio la vuelta y colocó una cucharada de mezcla para panqueques en el sartén caliente. El aroma a café recién hecho no se hizo esperar y cuando lo miró de nuevo, él ya estaba sentado con una taza humeante en la mano.
‘¡Vaya, qué milagro!’, se dijo, porque era muy raro que él permaneciera en la cocina junto a ella. “¿Qué haces?”, le preguntó, incapaz de contenerse.
Él la miró a los ojos y repuso con tono hosco: “¿Tú qué crees?”
Emma se volvió y prefirió dejarlo en paz, para no entrar en un nuevo conflicto. Tal vez así evitaría que él hiciera de las suyas.
Por lo tanto, volcó su atención en preparar el desayuno. Cogió un plato y fue apilando sobre él los panqueques ya listos hasta que la mezcla se terminó.
Luego sacó un frasco de Nutella de la alacena. Estaba tan absorta que no se dio cuenta de que él la observaba mientras untaba Nutella encima de sus panqueques. Después sacó un recipiente con crema batida y roció un poco encima.
De repente, a Levi se le ocurrió una idea. Se levantó y se acercó a ella, arrebatándole la crema batida: “Tanto dulce hace daño…”, aseveró, sobresaltando a la joven.
Emma frunció el ceño, pero de inmediato se sorprendió al oírlo añadir alegremente: “Pero… podemos jugar con esto”.
“¡¿Qué?!”, exclamó ella, viéndolo tan risueño.
“Lo que oíste… Te veré en el cuarto de juegos una vez que te duches. Lo dejaré abierto y te esperaré ahí”, dijo, llevándose consigo el frasco de Nutella y la crema batida.
Emma se preguntó que iría a hacer con eso y sacudió la cabeza.
Al terminar de desayunar, subió las escaleras y se duchó antes de ir a la sala de juegos, tal como Levi le había pedido. Él ya estaba allí, ocupado escribiendo mensajes en su teléfono.
Emma suspiró, sospechando que estaban dirigidos a Gianna. Enseguida tosió para llamar su atención.
“¿Qué haces ahí?”, dijo él, sin molestarse en mirarla. “¡Termina de quitarte el vestido!”
En ningún momento dejó de prestar atención al teléfono, lo que causó la indignación de Emma, que cruzó los brazos, ignorando la orden. La rabia la invadió, y decidió que no permitiría que él la llamara entrometida, puesto que todo lo relacionado con él la afectaba. A duras penas logró contenerse para no gritarle que seguía siendo su esposa y que aún estaba presente.
Cuando Levi por fin levantó la vista, tenía el ceño fruncido: “¿Todavía estás ahí? ¿No te dije que te quitaras…?”
Pero Emma no lo dejó terminar: “¿Dejarás de enviarle textos a Gianna?”
Levi se levantó del sofá y se aproximó a ella con expresión amenazadora: “¿Y quién eres tú para impedirme hacerlo?”
La joven apretó el puño y sostuvo la mirada: “¡Soy tu esposa!”, dijo con voz desafiante.
Levi arqueó una ceja, aparentemente divertido: “¿Ah, sí? Y entonces, ¿qué quieres que haga? ¿Amarte y respetarte?” Hizo una pausa y lanzó una risotada: “¡Ni en tus sueños! Solo eres mi esclava, mi sumisa, mi compañera de juegos y nada más. Ahora, ¡haz lo que te digo antes de que pierda la paciencia!”, rugió, rechinando los dientes y volviendo al sofá.
Cuando Emma se quitó el vestido, Levi la llamó para que se acercara a él.
“¡Siéntate en mi regazo y pásame la crema batida!”, ordenó, inclinando la cabeza en dirección al envase.
Emma se lo dio mientras se sentaba en su regazo. Estaba desnuda, pero como Levi la utilizaba casi todos los días, ya se había acostumbrado y ahora le parecía normal.
Jadeó cuando él comenzó a rociar una pequeña cantidad de crema batida en uno de sus pez*nes e inmediatamente lo lamió y chupó hasta que quedó limpio. Luego repitió el procedimiento con su otro pez*n. La combinación del calor de su lengua y la frialdad de la crema batida la hicieron estremecer.
Levi lo hizo tres veces hasta que le ordenó recostarse sobre la cama. Esta vez, él mismo tomó el frasco de Nutella, sacó una porción y la extendió desde sus piernas hasta su montículo. El siguiente paso fue rociarla con crema batida y ponerle una cereza en el centro.
¿De dónde diablos habría sacado la cereza?
Los ojos de Levi brillaron al contemplar su obra. Acto seguido, se quitó la camisa y la arrojó, para dedicarse a comer su pastel. Comenzó a lamer Nutella y crema hacia arriba, limpiando cada lugar. Emma hundió las manos en las sábanas mientras gemía.
Él continuó mordisqueando y succionando su piel hasta llegar a la cereza. Volvió a tomar la crema batida y separó sus piernas para rociar un poco sobre su hendidura. Luego arrastró con fuerza su lengua, haciéndola temblar.
Después esparció más crema batida en sus pechos y puso una pequeña cantidad en sus pez*nes. Lamió todo haciendo pequeños movimientos circulares, y por último envolvió una punta con su boca, succionando como si fuera un bebé hambriento.
Emma se agarró de su hombro, y él se detuvo al momento para advertirle: “Recuerda la regla: yo puedo tocarte, pero tú no puedes hacerlo, a menos que yo lo permita”.
Sin dejar de mirarla, dijo: “Ahora te toca a ti”. Le alargó el bote de crema batida, añadiendo: “¡Dame placer!”
Emma lo tomó e Intercambiaron sus posiciones. Era su turno de idear la forma de complacer al hombre utilizando la crema batida.