Capítulo 59
780palabras
2024-05-16 16:50
Mucho después, Emma casi ronroneó, acurrucándose bajo los cobertores con la almohada apretada contra su pecho. Por fin abrió los ojos, se estiró un poco e investigó los alrededores. Seguía en su habitación y los rayos del sol se filtraban a través de las cortinas. El techo blanco atrajo de pronto su atención y la joven respiró hondo, como esperando que algo surgiera de allí de un momento a otro.
Entonces recordó la pesadilla de la noche anterior y comprendió que debió haber gritado y llorado mucho. ¡Pero se sentía tan real! Y lo más extraño era que el protagonista fue el mismo que acudió al oír sus gritos y la despertó.
No le había dado las gracias, aunque tal vez más tarde lo haría. Por ahora, todo lo que quería era permanecer tumbada todo el día, saboreando el alivio que significaba estar libre de las garras de Levi. Necesitaba un descanso completo, porque sospechaba que los juegos se reanudarían muy pronto.
Estaba a punto de levantarse cuando su teléfono repicó y, al tomarlo, vio el nombre de Layla en la pantalla.
“¡Hola!”, respondió.
“¡¡Emma Hollis!!” A Emma no le quedó más remedio que apartar el teléfono del oído. ¡Maldic*ón! Parece que Layla quería romperle los tímpanos. ¿Por qué siempre tenía que ser tan ruidosa?
“Emma, ¡bruja! ¡No respondes a mis llamadas desde que me fui!”, escuchó quejarse a su amiga cuando volvió a acercar el teléfono a la oreja.
“Lo siento, estaba enferma…”
“¡No quiero oír excusas! ¿Ese imb*cil de Levi te ordenó que no contestaras mis llamadas?”, la interrumpió Layla.
Si bien era cierto que estaba enferma, las llamadas telefónicas eran otro asunto… Lanzó un profundo suspiro y empezó a explicar: “Bien… Levi me advirtió que no…”
“¡Lo sabía! Ese idiota. ¡Se las verá conmigo en cuanto regrese! Pero tú, ¿cómo estás? Dices que estás enferma. ¿Por qué?”
Emma se incorporó y se apoyó en la cabecera para hablar: “¡¿Cómo que por qué?! Porque soy un ser humano. Por eso”.
“Desde luego. ¿Pero enfermarte así, de repente?…”
“¡Dios mío, Layla! A veces las enfermedades se presentan sin avisar. Y, en cualquier caso, a nadie le gusta estar enfermo... Ahora dime algo: tú, ¿cómo estás?”
“¡De lo más ocupada! Tengo un montón de trabajo. El tío estará fuera del país y sabes que él se iba a encargar del próximo proyecto cerca de mi vecindario”.
“Te dije que era preferible quedarte a vivir en la casa de tu tío en vez de alquilar un departamento”.
Se escuchó la risa de Layla al otro lado de la línea: “¡Oh, no! Ya estoy acostumbrada a vivir en un apartamento… Pero, no me has dicho cómo te sientes…”
Emma sonrió a pesar de que Layla no la vería: “Ya estoy bien. Levi llamó a un médico y cocinó para mí”.
Layla soltó una carcajada sarcástica: “¡Sí, claro! Él te cuidó... Pero yo conozco a ese idi*ta, Emma. No te dejes embaucar porque después no podrás salir”. Tras decir esto, Layla soltó un suspiro. “Está bien, tengo que irme. Mejórate y nos veremos el mes que viene”...
“¿Vendrás aquí el mes que viene?”
“Sí. Te quiero. Hasta luego”, respondió Layla y finalizó la llamada.
Pensativa, Emma dejó el teléfono sobre la mesa y decidió levantarse. Su estómago rugía como una fiera hambrienta.
Cuando levantó la vista, el reloj de pared indicaba que eran casi las diez de la mañana. Se puso de pie y arregló su cama antes de bajar, sin molestarse en darse una ducha, pensando que podía hacerlo más tarde, después de comer.
La casa estaba silenciosa, como de costumbre, y ella se dejó llevar por su imaginación, viendo niños corriendo y llenando todo el lugar con sus risas. Luego suspiró y sacudió la cabeza.
Si pudiera darle un hijo a Levi, quizá él le diera una oportunidad para ser felices.
De pronto dio un respingo al escuchar la voz de él que preguntaba con rudeza: “¿Qué estás mirando ahí?”
Se volvió rápidamente y allí estaba, sosteniendo una taza de aromático café.
“¡B-Buenos días!”, lo saludó, tratando inútilmente de mostrar una sonrisa, pero todo lo que pudo hacer fue una mueca de dolor.
“Ve a la cocina y desayuna. ¿Ya te sientes mejor ahora?” Levi se acercó a ella y tocó su frente. “Ya veo… Estás bien”.
Emma no pudo contener un jadeo, pero se las arregló para asentir y fue a la cocina. Era una tontería de su parte suponer que el hombre habría cocinado para ella, sin embargo, se sintió un tanto decepcionada al ver la mesa limpia, a excepción de unas frutas en el centro.
¿Qué otra cosa podía esperar? Emma sonrió con amargura y se dijo: ‘¡Estúpida!’