Capítulo 58
1103palabras
2024-04-28 10:39
En la fría noche, las estrellas rutilantes iluminaban el profundo cielo oscuro, mientras la luna resplandecía como una obra maestra. El vecindario estaba tranquilo y lo único que se escuchaba era el relajante sonido del oleaje rompiendo en la orilla, creando el ambiente perfecto para un sueño reparador.
Emma todavía estaba en cama, despierta. Le pareció que la fiebre había remitido, aunque aún estaba un poco débil.
Sintió que tenía los labios secos y estaba a punto de ir por algo de beber cuando, de pronto, alguien entró a su habitación. A la luz de la lamparita encendida sobre la mesa de noche, lo único que pudo notar es que se trataba de un hombre. Solo podía ser Levi, ya que en la casa no había más que dos personas. ¿A qué habría venido? Ella aún no estaba recuperada del todo para continuar con sus juegos, por lo que no tenía caso que viniera a verla.
Tensa, esperó a que él se acercara y entonces vio que, en efecto, se trataba de Levi, aunque caminaba de una forma extraña, como si tuviera que esforzarse en mantener el equilibrio.
Cuando la luz iluminó su rostro, sus ojos se encontraron.
“¡Levi!”, susurró y él le sonrió, acercándose más. Llevaba una botella en la mano.
“¿Q-Qué estás haciendo aquí?”, preguntó ella, retrocediendo bajo los cobertores. El silencio fue su única respuesta.
“¡Levi!”, exclamó entonces, alarmada al ver que la botella estaba casi vacía.
Por fin, él abrió la boca para hablar con voz pastosa: “¿Sabes algo, Emma?… ¡Eres hermosa! Más que Gianna… Pero cometiste un error al enamorarte de mí…” Era la primera vez que le dirigía un cumplido y aunque estuviera borracho, al menos habló con coherencia.
“Parece que ya bebiste demasiado, Levi. Mejor será que descanses un poco… Si quieres, podemos hablar en la mañana”.
“¡No! ¡Quiero que hablemos ahora! ¡Y que me escuches maldecirte! Aunque quisiera verte muerta, no te mataré, ¡porque quiero que sufras! ¡Quiero verte llorando, rogando, gimiendo mi nombre!” Levi cerró los ojos y se detuvo a pocos centímetros de ella, antes de proseguir: “Eso… ¡Siempre me excita!”
Entonces él abrió los ojos otra vez y la miró fijamente. En respuesta, Emma aferró el edredón y él sonrió maliciosamente al ver que ella movía la cabeza de un lado a otro.
“¡No te preocupes!”, le susurró: “Te dejaré probar el cielo esta noche…”
El corazón de la joven se aceleró, pues ya sabía lo que quería decir.
De todos modos siguió moviendo la cabeza: “¡No, Levi! No esta vez”, dijo y se encogió aún más. Pero él no le prestó atención, dejó la botella sobre una mesa y cerró la brecha entre ellos.
“No, no…”, susurró desesperada, tratando de alejarse de él.
Gritó cuando el hombre la acercó bruscamente a él.
Trató de zafarse con todas sus fuerzas, pero fue inútil. “¡Levi!”, gritó a todo pulmón. “Levi, no. ¡Por favor, por favor, no!”, suplicó.
Él lanzó una risotada y le arrebató el edredón con el que trataba de cubrirse.
“Levi…”, repitió con los ojos llenos de lágrimas. “No, por favor…”
“¡Cállate y obedece!”, rugió el hombre.
Emma se cubrió el pecho con ambas manos: “Esto es una violación…”
“Nada de eso. Tenemos un acuerdo, Emma, en caso de que lo hayas olvidado”, dijo, rasgándole la camisa de la pijama. Los botones volaron en todas direcciones y ella lanzó un chillido de angustia, al que Levi respondió con una risotada macabra. Ya no se parecía al hombre que ella conocía, se comportaba como si estuviera poseído.
La muchacha no pudo hacer otra cosa que llorar y rogarle para que se detuviera, pero fue inútil. Él terminó de quitarle la pijama y la dejó en ropa interior.
Todavía ella trató de resistirse, pero él la atrajo con rudeza, y como seguía debatiéndose, le lanzó un puñetazo directo al estómago que la privó de aire por un momento.
Instintivamente, se llevó las manos al vientre, doblándose por el dolor, pero él no se lo permitió. La obligó a tenderse boca abajo y le ató las manos en la espalda con un trozo de pijama rasgada. Luego le bajó las bragas.
A causa del agudo dolor que la atenazaba, Emma no pudo hablar ni gritar. Su cuerpo se puso rígido y cerró los ojos, tratando desesperadamente de ignorar lo que Levi iba a hacer.
Él, por su lado, se desabrochó el cinturón y rápidamente se despojó de los pantalones y el bóxer. Enseguida se le arrojó encima, la aferró por la cintura y la dobló más antes de entrar en ella.
“¡Ay!”, gimió Levi mientras empujaba y sentía el calor de sus profundidades. Entonces empezó a moverse hacia delante y hacia atrás. Al principio lo hizo lentamente, luego aceleró el ritmo, arremetiendo cada vez más profundo.
“¡Oye!”, exclamó golpeando su suave trasero, pero ella no respondió. Cuando él la miró, notó que tenía los ojos abiertos y las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
Entonces él sonrió: “Te advertí que obedecieras. Era una orden muy simple, pero ni eso pudiste hacerlo bien… ¡Uf!”, exclamó exasperado.
Enseguida la desató para quitarle el sostén, la volteó y apretó sus pechos con fuerza. Ella gritó a causa del dolor.
Penetrándola de nuevo, se llevó un p*zón a la boca y lo mordisqueó.
Los sentidos de Emma solo registraron una cosa: dolor.
Levi volvió a morder su p*zón, lo que la hizo gritar a todo pulmón sin saber cómo escapar de la tortura.
“Emma…”
“¡Emma!”
“¡Vamos, Emma, despierta!”, se escuchó a Levi. Había acudido corriendo después de escuchar sus gritos.
“¡Emma!… ¡Oh, maldición!”, exclamó con frustración al notar que ella tenía fiebre de nuevo. Sin duda debió tener pesadillas, pensó antes de ir al baño a buscar toallas húmedas.
Intentó despertarla de nuevo, golpeándole suavemente las mejillas y llamándola por su nombre: “¡Emma!”
La joven abrió los ojos y jadeó, pero estaba demasiado débil para moverse. Frunció el ceño palpándose el cuerpo y miró a Levi nuevamente, sentado al borde de la cama.
Cayó en cuenta de que estaba completamente vestida y no sentía adoloridos los pechos. Todo fue una pesadilla.
“Entré porque escuché tus gritos… ¿Se puede saber por qué lloras?”, preguntó él, que estaba a punto de irse a dormir.
Seguidamente, le echó un vistazo a su reloj de pulsera y vio que casi era medianoche.
Emma hizo un gesto negando y él frunció el ceño sin comprender. Luego se puso de pie.
“Bien, me iré a dormir”, anunció y salió de la habitación.
Emma se recostó sobre las almohadas y siguió llorando, pero de alivio.
Todo fue una pesadilla, aunque se sintió muy real… Terriblemente real.