Capítulo 57
787palabras
2024-04-28 10:26
Levi se revolvía con impaciencia mientras le daba de comer a Emma. La muchacha era demasiado lenta.
“Vamos, come un poco más”, dijo con tono irritado.
El disgusto del hombre era palpable. Emma intentó comer un poco más deprisa, no se le ocurriera volver a golpearla.
Cuando por fin terminó de comer, Levi le entregó un vaso de agua y unas tabletas.
Tras asegurarse de que ella se las tomara, puso el cuenco y el vaso vacío sobre la bandeja y dijo: “Volveré más tarde. Descansa”. Enseguida salió.
Una vez a solas, Emma intentó levantarse para asearse un poco y cambiarse de ropa. Sin embargo, se sentía demasiado débil. Tal vez le convendría descansar un par de días.
Haciendo un esfuerzo, fue en busca de una muda limpia. Luego se sentó en el borde de la cama para desvestirse. Trataba de abrocharse un sostén cuando Levi entró de manera imprevista.
“¿Qué dem*nios estás haciendo?”, preguntó el hombre apresurándose. “¡Te he dicho que descanses! ¿Por qué tienes que ser tan desobediente?”, refunfuñó, pero de todas formas, la ayudó a vestirse.
Emma le dedicó una leve sonrisa cuando terminó y dijo: “Gracias”.
A pesar de su comportamiento impredecible, ella sabía que Levi estaba preocupado.
“¡No me agradezcas! Solo quiero que te recuperes rápido para continuar nuestro juego…”
“¡¿Por qué siempre eres así?!”, lo interrumpió ella, sin saber de dónde había sacado el coraje para enfrentarlo.
Él lanzó una carcajada sarcástica antes de responder: “¿Tendré que explicártelo de nuevo, Emma? ¡Todo lo que quiero es que sufras, sufras mucho!”, recalcó e hizo una pausa. “Ahora… Si no puedes soportarlo más, presenta una demanda de divorcio, fírmala y serás libre”.
Emma movió la cabeza de un lado a otro con tristeza: “Sabes que yo… No puedo hacerlo…”
“¡Humm! No puedes hacerlo, ¿verdad? Pues no voy a molestarme en ser un buen marido para ti, porque no lo mereces. Una muchachita egoísta como tú nunca será feliz a mi lado. ¡Gianna es la única mujer que amo! Y no me interesa si te ofende su presencia aquí, porque no pienso dejar de mostrarle mi afecto aunque estés presente. ¡Es más! Pienso foll*rla en cada rincón de esta casa, así que… Oye, ¿sabes qué? Me pregunto…” Levi se interrumpió de pronto.
“¿Por qué tus padres no se molestan en venir a verte? ¿No será que a ellos también les desagrada tu actitud tanto como a mí?”, sugirió con crueldad, tras lo cual le propinó un empujón y ella cayó sobre la cama.
Como era de esperar, Emma se echó a llorar.
“¡Oh, mírate! ¡Ahí estás lloriqueando de nuevo! ¿No sabes hacer nada mejor? ¡Eres la mujer más lamentable que conozco!”, declaró Levi.
¿Qué podía responder Emma a eso? Ella simplemente se acurrucó en la cama y se cubrió con el edredón, girándose para no verlo.
Al cabo de unos instantes, escuchó un portazo cuando él salió.
‘Necesito relajarme un poco’, se dijo Levi dirigiéndose al minibar. Sabía que necesitaba calmarse antes de hacer algo de lo que pudiera arrepentirse. Al llegar, sus ojos se posaron en una botella de whisky y le vino a la mente la idea de vaciarla. Transcurrido un buen rato, le echó un rápido vistazo a su reloj y vio que ya eran las seis de la tarde.
“¡Condenada mujer!”, exclamó, recordando a Emma. De camino a la cocina, no dejaba de mascullar: “Encima, ¡tengo que alimentarla!…” Luego de recalentar las gachas sobrantes de la mañana, sirvió una porción en un cuenco junto a un vaso con agua y acomodó todo en una bandeja.
La habitación de Emma estaba a oscuras, excepto por una lamparita encendida sobre la mesa de noche. Ella dormía profundamente, con las mantas hasta el cuello. Levi se acercó y apoyó la palma de su mano en su frente y suspiró aliviado: la fiebre había cedido.
Enseguida le dio unos golpecitos en la mejilla para despertarla, pero ella no se movió, así que tuvo que sacudirla un poco hasta que abrió los ojos.
“¡Vamos, levántate! Tienes que comer”, exclamó él con aspereza. Después se incorporó para ir a encender las luces de la habitación.
Cuando se dio la vuelta, Emma ya estaba sentada, apoyándose en la cabecera de la cama.
“¿Y entonces? ¿Por qué no estás comiendo? ¡No me digas que estás esperando a que yo te dé de comer!”
“Lo… Lo siento. Pensé que…”, balbuceó ella.
“¡Sigue soñando, Emma! Sabía que podías hacerlo… Ahora, ¡come!”, le ordenó él, mientras se cruzaba de brazos y se la quedaba viendo sin molestarse en disimular su inquina.
Emma asintió y alcanzó el cuenco de avena con dificultad, sintiéndose aún muy débil. No obstante, hizo su mejor esfuerzo por comer, tratando de ignorar la incómoda presencia de Levi.