Capítulo 29
1335palabras
2024-01-26 13:49
En vez de volver a terminarse su desayuno, Raelynn regresó a la habitación, portando consigo el dolor contenido que le habían causado las palabras de furia del hombre. Se fue a la pequeña cocina que tenía la suite para buscar un poco de té negro, sin prestar mucha atención a lo que tenía delante.
Le daba especial rabia aquello que dijo el hombre acerca de que estaba desempleada, como dando a entender que a ella lo que le gustaba era no dar un palo al agua en su vida. Sin embargo, estamos hablando de una chica que se sacó el máster en administración de empresas en una de las diez mejores universidades de Estados Unidos y la mejor de Florida. Dado que sus padres pecaron bastante de cicatería al no consentir en pagar ni para que se fuera a estudiar al extranjero ni para que se casara, tuvo que costearse duramente su propia matrícula y darlo todo en sus prácticas para que la contrataran a tiempo completo.
Después de tantas vicisitudes y sacrificios hasta conseguir llevar el estilo de vida que tanto había anhelado siempre, le sentaba como un tiro haberlo tirado todo por la borda en favor de un desconocido que encima se atrevía a criticarla sin saber.

'Es Amelia la que se le pega como un parásito para impulsar su carrera profesional, no yo.', pensó, decidida ahora a buscar otro trabajo sin esperar a que volvieran. Después de aquello que le había dicho, a la chica no le cabía la menor duda de que su marido siempre reaccionaría de manera condescendiente y arrogante cuando ella le pidiera cualquier tipo de apoyo o ayuda, convencido de que Raelynn nunca sería capaz de subsistir por sí misma.
Damien se despertó cerca del mediodía, casi dos horas después de que Raelynn se hubiese puesto a echar currículum para varias vacantes administrativas en el área de la bahía. La resolutiva muchacha se había olvidado de su propio apetito y llegó a negarse a almorzar cuando él se lo propuso, listo para salir a ello.
"¿Qué haces tanto tiempo aquí metida delante del portátil, con el magnífico día que hace fuera?", le preguntó él mientras se sentaba a su lado, y ella cerró la tapa del ordenador inmediatamente. No es que quisiera ocultarle que estaba buscando trabajo, pero lo que sí que quería evitar era que viese su verdadero nombre.
Sus padres la llamaron Macarena en honor a su abuela, y cuando era niña nunca podía decirlo correctamente debido a su tendencia a tartamudear. Le fue cogiendo manía al nombre a medida que avanzaba en edad, más aún cuando la gente se burlaba porque era como un trabalenguas en miniatura o porque no le pegaba nada llamarse así. Dejó de tener problemas para hablar con fluidez sobre los diez años, pero cada vez que oía el nombre, automáticamente se retrotraía a tiempos de baja autoestima e inseguridad.
Easton y Rodrigo estaban al tanto de ello por el tema de los papeles que tuvieron que firmar, pero ninguno de los dos se molestó en intentar leerlo o decirlo, cosa que la alegró. se alegró de que no lo hicieran. Con Damien, no obstante, era otro cantar, porque estaba segura de que no dejaría de picarla si se enteraba.
Lo bueno es que podía usar su nombre real para buscar empleo en las empresas satélite de Rodrigo, y así reduciría las posibilidades de que nadie la reconociera por ser la esposa de su jefe. Lo más seguro era que su marido no se ocupara expresamente de entrevistar o supervisar a cada empleado que se contrataba para cada empresa suya, pero de todos modos, se aseguró de no inscribirse en ninguna vacante de rango muy alto o que fuera en la sede principal.

Había empresas satélite en San Francisco, San Mateo, Palo Alto, San José, Sunnyvale y en varios sitios más que no le quedaban tan lejos para acudir presencialmente.
La chica permaneció encerrada en un rincón, ajena a las entradas y salidas de Damien y sus amigos. Si bien se comió la comida que le trajo su novio, ni siquiera prestó atención a qué plato era o qué ingredientes traía, absorta en lo suyo. Tras mil cartas de motivación, correos y búsquedas por internet de empleos, se levantó del sitio en el que había estado horas sentada, desperezándose. Se moría de ganas por desconectar y hacer algo divertido, como explorar las distintas actividades con las que el barco contara u ofreciera.
"¡Oye, ¿nos vamos a una de esas fiestas de cubierta?!", propuso con un tono agudo, al tiempo que le saltaba a la espalda a Damien y se le disculpaba por haberle hecho el vacío gran parte del día.
"Disculpas aceptadas.", le estrujó los brazos antes de inclinarse hacia atrás y besarla. "Yo también lo siento por haber estado jugando al póker toda la noche y luego quedarme dormido, cuando tú querías hacer cosas. Esta noche nos vamos de fiesta, ¿vale?"

"¡Vale!", dio un brinco ella, para acto seguido meterse en el baño y adecentarse
Se puso un mono corto color verde menta y zapatos de tacón de satén blanco. Como de costumbre, no se cortó a la hora de maquillarse los ojos, y para los labios uso un matiz carne rosadito. Para variar, Damien no hizo ni el menor además de tirarle algún cumplido en deferencia a lo mucho que se había trabajado su imagen. De hecho, la única vez que la piropeó al respecto fue cuando se puso la ropa ropa tradicional india. Había practicado con Lyla lo de arreglarse el pelo en ondas entre simétricas y desgreñadas, en el punto justo, ante lo cual se había hecho unas vanas esperanzas de que él le dijera algo acerca de su nuevo look.
"¡Estás muy guapo! Me encantan esos zapatos.", le dijo.
"Los elegiste tú por mí, ¿no te acuerdas?"
"Ah, sí, es verdad.", soltó una risilla ella, según cerraba la puerta de la suite tras de sí.
Rodrigo y Amelia aparecieron justo nada más abrirse las puertas del ascensor, agriando así el previo buen humor de Raelynn.
Maldijo a Amelia en voz baja cuando vio sus manos deslizándose por el cabello de Rodrigo y luego por su cuello hasta reposar en su pecho. Él, por su parte, tenía la mano plantado con fuerza sobre las posaderas de la otra, frotándole la mejilla con su nariz alargada.
"Estaría bien que se llevaran el circo a otro lado.", le murmuró a Damien en el oído, haciendo todo lo posible por ignorarles tanto a ellos como a esa insólita emoción que le recorrió el espinazo al presenciar semejante escena.
Ante la mirada mordaz que le lanzaba Amelia, Raelynn rabió detrás de su sonrisa perfectamente ejecutada, falsa a más no poder. Sin embargo, lo pasó mal para ocultar el odio de su mirada cuando se fijó en el vestido de tubo morado que se le ajustaba como un guante a sus curvas, así como aquel maquillaje de ojos con brillo dorado y ahumado. En vista de sus seductores labios violáceos y los rizos lacios que le coronaban los hombros como rollos de canela, cualquiera la habría tachado de semidiosa.
'Qué suerte poder verse así sin apenas esfuerzo... No solo eso, sino que aparte de su belleza genética, encima tiene la suerte de estar forrada y bien de cara.', pensó, presa de un sentimiento de triste derrota.
Se negó a mirar a Rodrigo para no sentirse herida de nuevo por lo que le había dicho antes. Él, por su parte, sí que se la quedó mirando un momento más de lo que debería, percatándose de que la había lastimado con sus palabras. Apartó el fuerte impulso que sentía de tomarla en sus brazos y disculparse con ella.
'Es mejor así, porque al menos me dejara en paz.', se dijo a sí mismo, reprimiendo el potente impulso naciente de abrazarla y pedirle perdón.
Cuando el ascensor se detuvo, Damien, atisbando la salvaje multitud brevemente, tomó a Raelynn de la mano y avanzó hacia delante.