Capítulo 9
1279palabras
2024-01-22 09:33
Tras desproveer de todo aire a los pulmones de Raelynn, Rodrigo la liberó. El rostro de la chica ardía como consecuencia de torrentes de sangre candente que bombeaban sin cesar por la zona. ¿Qué acababa de suceder...?
Aunque con sus veinticinco años ya se consideraba una mujer adulta, se sumió en el pánico al pensar en la reacción de sus padres ante aquello, ya que la noticia les llegaría a través de las fotos de aquellos periodistas. Ahora toda su familia, parientes lejanos incluidos, la tildarían de mujerzuela sin integridad ni decencia.
Damien probablemente opinaría igual o peor, antes de romper con ella.

"¿Qué hemos hecho?", le masculló a Rodrigo con tono desesperado. "¿Qué has hecho?"
"No me quedó más remedio que cerrarte la boca.", le reprochó con voz grave.
"¡Pero yo tengo novio...! ¿Qué voy a...?"
"No hace falta que digas eso en esta circunstancia, ¿no crees? No tienes ningún cuidado."
Ignorando a la multitud, la levantó en brazos de repente. El contacto del peso de su cuerpo y la demencial fragancia de lujuria que le desprendía la mujer requirió de él una fuerza de voluntad colosal para, mal que le pesara, no meter la cabeza en su cabello e inspirar más a fondo. El flash de una foto cercana le sacó de su encandilamiento.
"¡Rodrigo...! ¿Qué estás haciendo? ¡No me pueden ver así, que están haciéndonos fotos...!"

Ella le tiró fuertemente de la camisa para intentar cubrirse la cara al máximo, pero él pronto la metió dentro de su coche una vez más, antes de despachar a la muchedumbre de reporteros con un gesto de despedida.
Una extraña mezcla de emociones atacaba ahora a la confundida Raelynn, pues si bien ansiaba darle un bofetón a Rodrigo y largarse, lo cierto es que al verle allí conduciendo, la invadió una sensación de añoranza porque el beso no hubiera durado más.
Se ruborizó al recordar cómo la acababa de aprisionar entre sus brazos apasionadamente, sometiéndola a la ofensiva de sus labios, labios que ella ahora se relamía sin que él se diera cuenta, pendiente de su suculenta barba y afilado mentón varonil. Deseaba acariciarle, acoger su semblante entre las palmas de sus manos...
Cuando el hombre fue a girar la vista en su dirección, ella apartó la mirada rápidamente.

'Ah..., que solo estaba mirando por el retrovisor de la derecha.', pensó, suspirando de alivio.
Se apretujó las manos entre los muslos a la vez que evitaba lo máximo posible el contacto visual con el otro. Le venía a la cabeza la duda de si sería normal que alguien de su edad se sintiera tan vulnerable como una adolescente, incapaz de soterrar del todo sus arranques hormonales internos. La tensión sexual le avasallaba el juicio, por más que se esforzaba en resistirse.
El rastro mental de la seductora calidez de sus manos la obsesionaba de manera incansable, tamborileándose ahora las piernas con los dedos y repiqueteando el suelo del coche con los talones de los pies. Llegó incluso a mordisquearse las uñas de cuando en cuando, balanceándose hacia delante y hacia atrás en el asiento, de forma sutil pero frecuente.
'¡No le mires...! Que no se dé cuenta de que le deseas...', se prohibió a sí misma, presa aún de la ansiedad.
Sintió entonces la mirada penetrante del otro, y se le pusieron los pelos de escarpia. Con la idea de que seguramente estaría mirando el espejo del coche otra vez, pensó que podría aprovechar la oportunidad para disfrutar de su cara de concentración medio a hurtadillas. Sin embargo, cuál no sería su estupor y fervor cuando ambos entablaron un abrupto contacto visual.
'Bésame otra vez..., hazlo...', parecía que le rogaban los ojos de la chica al otro, de haber podido conformar palabras. El joven se aferró al volante con una fuerza tan desmedida, que los nudillos no tardaron en ponérsele blancos.
Todavía estaban en la ciudad, conduciendo por las estrechas calles de la zona mientras el sol se ponía y los rascacielos y las pequeñas plazas que bordeaban las aceras se teñían de cálidos naranjas.
"¡Deja de hacer eso, j*der!", golpeó el volante con ambas manos y se orilló a un lado del asfalto, a punto de caer en el hechizo de sus labios sonrosados.
"¿Que deje de hacer el qué? Si tú eres el que está conduciendo.", replicó ella, jugueteando nerviosamente con la corre de su bolsa a la par que trataba de ahondar en los ojos de avellana del otro, entreviendo una expresión indescifrable. Aquel día los había visto tornarse en varios matices de marrón, pero aquel se llevaba la palma en cuanto a oscuridad.
"Sal del coche.", la exhortó, abriéndole la puerta desde su lado.
"¿Qué? ¿En serio te enfadas ahora conmigo, después de lo que has hecho?"
"He dicho que te bajes. No me hagas sacarte a rastras."
"¡Lo que faltaba ya, que me arrojes a la calle como a un fardo! De hecho, no sé si te has dado cuenta, pero hoy no has dejado de tratarme como a eso, como a un fardo inerte al que puedes meter y sacar del coche a tu antojo, por no hablar de toquetearme y besarme sin previo aviso ni permiso. ¡A tu lado me siento como un trozo de escoria todo el rato!"
"Raelynn... Vete, por favor.", insistió él, exhibiendo un tono de sorprendente derrota.
"¡Vale! Pero ya te digo que me niego a ir a esa maldita rueda de prensa de mañana, Ya le puedes ir recordando a tu padre lo imbécil que eres, aunque fijo que ya está al corriente de ello.", se desahogó, antes de quitarse el cinturón de seguridad y marcharse con su bolso.
"Mañana no habrá rueda de prensa ninguna, porque ya acabamos de responder todas las preguntas posibles al respecto de lo nuestro. Ahora, hazme el favor de dejarme en paz hasta el día de la boda."
Raelynn le fulminó con la mirada mientras cerraba de un portazo, y el coche arrancó velozmente por su lado para alejarse del todo en escasos segundos. Sacó el teléfono para ver dónde estaba. ¿Qué es lo que había estado haciendo el otro, de todos modos, callejeando por urbanizaciones al azar sin siquiera preguntarle la dirección de Damien?
Le rugieron las tripas ruidosamente, y el rostro se le agrió al encontrarse con un docena de llamadas perdidas de sus padres y de Ariana. Esta última solía contestar a sus llamadas si acaso una vez a la semana antes de aquella pesadilla que estaba viviendo con Rodrigo, como una hermana mayor que no tenía ni interés ni tiempo para la vida amorosa de Raelynn. Estaba casada ya, y vivía en Londres, con lo que siempre había tenido la excusa de la diferencia horaria.
La muchacha decidió ignorarlos a todos, hastiada. En realidad, no era tanto culpa de Rodrigo, sino de sus padres..., y eso le hacía cambiar para mal la imagen que tenía de ellos. A pesar de las constantes vibraciones de su teléfono por alguien tratando de contactar con ella, Raelynn siguió inspeccionando los comercios de la plaza en la que se encontraba para ver si daba con algún sitio en el que saciar su voraz apetito.
No obstante, vio entonces el nombre de Damien aparecer en la notificación de llamada entrante, y la culpa la carcomió, preparada para su explosión iracunda en cuanto pulsara el botón verde para coger la llamada. Era imposible que pudiera salir indemne de aquello al echarle la culpa a Rodrigo, porque estaba claro que le había devuelto el beso al otro con igual pasión... Consideró más conveniente contárselo primero ella, antes de que le llegara una versión tergiversada y exagerada de los hechos por parte de las noticias.