Capítulo 8
2407palabras
2024-01-22 09:32
Cuando Rodrigo pasó la tarjeta de acceso por la puerta del despacho de Easton, Emery se levantó del escritorio para ir corriendo hacia él.
"No hacía falta, señor Casares...", se frotó las manos con nerviosismo, al tiempo que observaba los papeles firmados.
"Quiero que hagas un par de copias de todo esto y me las mandes.", le dio el contrato.
"Yo quiero una copia también.", terció Raelynn.
"Ignórala, haz lo que te he dicho."
"¿Pero por qué n...?", se le hizo un nudo en la garganta a la chica, pavorosa por la mirada que le estaba lanzando Rodrigo, tan similar a la de su padre.
El joven, una vez le hubo devuelto a Emery la tarjeta, agarró a su 'prometida' del brazo para luego llevarla a bruscos trompicones hasta el ascensor.
"¡¿Rodrigo?!", protestó ella ante su repentino cambio de humor y agarre férreo.
"No digas más mi nombre, y no hables más.", ordenó, a la par que presionaba el botón del ascensor para bajar al vestíbulo.
"O sea, que te estabas haciendo el buenecito delante de..."
"¡He dicho que te calles! No hables a menos que yo te lo permita, ¿te enteras?", bramó. Ese Rodrigo era otro muy distinto al chulito arrogante de la noche anterior o al patán condescendiente de hacía unos minutos, pues ahora revelaba su verdadera personalidad tiránica y pseudo-psicopática. que te callaras! No hablarás a menos que yo te lo permita". La demoníaca frialdad de sus ojos, esa que hasta había pasado por alto debido a la belleza de sus rasgos, casi la exhortaba a alejarse instintivamente de aquel sujeto.
Ahora que ya había conseguido lo que quería de la chica, sabía que esta no se atrevería a negarse a asistir a la rueda de prensa ni a la boda, al igual que, ya habiendo conocido en persona a su padre, tampoco se le pasaría siquiera por la cabeza contrariar los deseos del hombre en lo más mínimo. Rodrigo, por su parte, tampoco quiso darle una copia del contrato para impedirle que le chantajearla de alguna manera, y así garantizar que podía separarse de ella pasado el año de turno.
Un año era todo lo que necesitaba su padre para retomar las riendas del mercado de diamantes, y una vez lograra esto, poco le importaría al magnate lo que su hijo hiciera con Amelia o sus empresas automovilísticas. Los diamantes y el absurdo concepto de eternidad que su padre les atribuía le aburrían como a una ostra, al contrario que sus coches, ante cuya mera mención se le enardecía la sangre de entusiasmo.
Años atrás, un Rodrigo más joven intentó ya persuadir a su padre para que no lo involucrara en sus negocios o política, pero la cosa no fue como esperaba.
"No es más que un pedrusco.", le dijo en su momento. "Los millennials y la Generación Z se preocupan más por viajar e invertir en experiencias, en lugar de derrochar sus ahorros en simples símbolos de estatus. Bueno, siempre y cuando el símbolo de estatus no sea una buena buga, claro está." Trató de razonar con su padre antes de entrar en la universidad, después de terminar la carrera, e incluso previo inicio de su máster de administración de empresas.
Sin embargo, su progenitor se mantuvo en sus trece, llegando a tacharle de desnortado por rechazar un imperio multimillonario que le estaban reglando en bandeja de plata, bien masticadito para que le durara toda su vida y mil más. Rodrigo, por otro lado, también le presentó a Amelia, igual de poco iluminada en lo emocional y fanática de los coches.
Ahora que los hijos de ambos socios comerciales estaban saliendo juntos y se iban a casar, Álvaro asumió que su hijo se responsabilizaría más de sus deberes. Este último fingió hacerlo, pero al mismo tiempo no dejó de fundar empresas e invertir copiosos capitales en innovaciones tecnológicas y de diseño de automóviles.
Tampoco es que Álvaro pudiera poner pega alguna, ya que toda operación que realizaba su hijo resultaba en un éxito aplastante. Sabía que su hijo había heredado el mismo talento empresarial y acabaría en la cúspide de cualquier ámbito. Solo bastaba con que quisiera complacerle un mínimo, para así encargarse también de perpetuar la dinastía en su imperio del diamante.
Raelynn siguió malamente las agresivas zancadas de Rodrigo hacia el exterior del edificio, donde su vehículo ya le esperaba. Un par de coches habitado por guardaespaldas aguardaban también, delante y detrás del suyo.
"Nos vemos mañana. Mi chofer vendrá a por ti a las diez de la mañana.", le comunicó tajantemente, antes de ponerse las gafas de sol y alejarse de ella. La lluvia había cesado, y el sol asomaba ahora con intenso fulgor, en un esfuerzo por aprovechar la última media hora que le quedaba antes de ceder el turno a su alba contraparte.
Raelynn también hizo lo propio y sacó las gafas de sol de su bolso para colocárselas con ambas manos sobre el puente de la nariz mientras pasaba a través de la puerta giratoria, consciente de que Rodrigo seguiría bordeándola en caso de que intentara dialogar más él. 'De todos modos, ¿qué saco yo hablando con un maleducado y ruin persona como ese?', se auto-justificó en su fuero interno, a la vez que miraba en la aplicación de Uber los precios del taxi hacia la casa de Damien. No obstante, su mente seguía extrañada por la inexplicable actitud de Rodrigo.
El joven se alivió por que su futura mujer no se lo hubiese tomado a pecho lo suficiente como para armar un jaleo en público, pero a su vez le escamó su tranquila reacción, ya que lo natural habría sido responder de alguna manera, con cierta indignación como mínimo. Se giró para mirarla antes de montarse en el coche, justo para ver cómo la chica se tropezaba gradualmente según bajaba por las escaleras, demasiado distraída o enfrascada en la pantalla de su móvil.
El rasguñó le traspasó el suéter hasta calarle el codo, pero ella se puso en pie de un respingo, aunque con torpeza. Tan poco tuvo a la hora de incorporarse también, que Rodrigo se acercó justo a tiempo para pillar al vuelo las gafas de sol que se le acababan de caer de la cara por el movimiento brusco. Realynn trató de arrebatarle las gafas sin mirarle directamente a la cara.
"¿Son de Tom Ford?", le preguntó él, y al ella no responderle, el joven se irritó, sin dar crédito a que ahora de pronto prefiriera su previa verborrea incesante a ese silencio victimista.
"¿Qué pasa, que te quedan grandes?", le dijo mientras le ajustaba las gafas por la sien. "¿Son de verdad, siquiera? Porque me pega que te las hayas pillado por un duro en el mercadillo.", trató de provocarla, y de momento la entrada principal se empezó a inundar de paparazi y reporteros de prensa.
Raelynn, que dio por sentado que aquellos recién llegados buscaban la cara del hombre y no la suya, simplemente optó por ignorarles y alejase, pero Rodrigo la agarró por la muñeca para obligarla a quedarse junto a él.
"¿Qué es esto, una embocada de la prensa rosa?", clamó el joven con tono molesto.
"Seguro que uno de ellos nos ha visto en el aparcamiento del centro comercial y ha llamado a su camarilla para seguirnos hasta aquí."
"Señorita Raelynn Bivens, ¿puede contarnos un poco más sobre usted? ¿Cuántos años tiene? ¿De dónde es?"
"Veinticinco. La India. ¿Algo más?", espetó, luchando contra un par de instintos internos: primero, el de salir huyendo a toda prisa de aquella encerrona; segundo, el de soltarle una blasfemia a pleno pulmón al bruto de Rodrigo por haberla zarandeado de malas maneras y luego aparentar de cara a la galería que tenían una relación sana... En cuanto notó que los dedos de su futuro marido se aflojaban, se zafó rápidamente de su mano.
"¿Le abruma tanta buena suerte? No es demasiado común casarse con uno de los solteros más codiciados del país.", blandió en su dirección una reportera tras dirigirle con firme voz su pregunta.
"Si con 'buena suerte' te refieres a ser la mujer de un empresario frío, arrogante y despótico con el sexo opuesto, pues la verdad es que..."
Rodrigo la interrumpió entonces, esgrimiendo una voz aterciopelada y solemne por partes iguales: "No le hagas, que está enfadada conmigo porque no le he comprado el anillo que ella quería. Prefiere algo más simple y práctico, en lugar de por lo que me decanté.", argumentó, a la par que le rodeaba la cintura con un brazo y con el otro le acariciaba el hombro cariñosamente.
A ella se le estremeció el cuerpo extrañamente en respuesta al cálido toque de sus yemas. La chica trató de advertirle con la mirada de que no se pasara de la raya, pero automáticamente perdió la capacidad de respirar con normalidad, casi reculando ante el presunto afecto que despedían los irises del hombre. Eran ojos cándidos y risueños, propios de una persona fácil de tratar y amigable. Ella se quedó mirándole medio embobada, con lo que él aprovechó para responder las preguntas de los medios.
'¿Cómo se le puede dar tan bien fingir?', pensó, alucinada. 'Y eso que anoche mismo nos acusó a mí y a Damien de estar habituados a engañar a la gente y aparentar cosas que no son... ¡Qué tipo tan impredecible, no hay quien le siga el juego! Vale que siempre está jugando y haciendo lo que quiere con las mujeres, pero me extraña que pueda hacer lo mismo con Amelia, otra experta manipuladora y as del mundo de los negocios... Tan bien se le da, que todavía no sé ni cómo se las ingenió para convencerme a que me montara en el coche con él y firmar el contrato.'
"Raelynn...", le frotó el hombro de repente, sometiéndola a una nueva mirada hechizante. "Te han hecho una pregunta."
"¿Desde cuándo conoce al señor Casares?"
"Desde hace trece años.", respondió ella, y si bien Rodrigo pensó que estaba bromeando, la presunción le dudó hasta que ella elaboró su contestación: "Mi hermana, mi madre y yo acompañamos a mi padre en uno de sus viajes de negocios a Coonoor. Veraneamos en un apartamento en las montañas que pertenece al padre de Rodrigo, quien, aquí donde le veis, visitaba por aquel entonces la India para disfrutar de sus vacaciones estivales."
"¡Qué romántico...! Entonces, ¿se llevan desde entonces?"
"No, yo hice un esfuerzo por olvidarle, e incluso llegué a conseguirlo, pero todos los recuerdos me volvieron al ver una foto suya y oír a mis padres hablar de él."
"Lo cual sucedió..., ¿cuándo, más o menos?", miró inquisitivamente uno de los periodistas a la pareja, pero fue Rodrigo el más rápido a la hora de responder.
"Hará cerca de un año ya. Hemos estado en contacto desde entonces, para ver si surgía algo más."
"¿Y qué pasa con Amelia? ¿Estaba saliendo con dos mujeres al mismo tiempo? Hemos de suponer que tu relación con ella ha sido la más la longeva, ¿verdad?"
"No, cuando estaba con ella no tuve ningún contacto con Raelynn. Y sí, la relación con ella ha sido la más larga, en efecto.", contestó, antes de seguir respondiendo más cuestiones durante un largo cuarto de hora. Pasado su turno, le tocó a su acompañante pasar por el interrogatorio.
"Bueno, Raelynn... Ya estamos al tanto de todos lo que le gusta o le disgusta al señor Casares, así como su aficiones, pasiones, etc. Así pues, nos gustaría ahora hacer con usted una breve sesioncita de preguntas rápidas antes de terminar."
"Primera pregunta: ¿hay algo que le dé miedo?"
"Las tormentas eléctricas... Son un incordio para pegar el ojo por las noches."
'Color favorito...'
'Lema de vida...'
'Tipo de comida favorita...'
'Lugar de vacaciones favorito...'
'Con o sin mascota...'
A medida que las preguntas se ibas sucediendo una tras otra, Rodrigo no dejó en ningún momento de cobijarla con su brazo, como si temiera que fuera a salir corriendo despavorida en caso de apartarse de ella.
"Vale, y ya la última: cuando estás lejos de Rodrigo, ¿qué es lo que recuerda a él?"
Raelynn desvió la mirada hacia el árbol de Navidad que seguía aún en pie en la entrada junto a ellos, y señaló con precisión a una de sus ramitas.
"¿Una rama?", saltó uno de ellos, desconcertado.
"Sí, es como una rama rígida y seca. Clavaditos.", dijo, y el grupo de reporteros estalló en risas. "Qué gran sentido del humor... Y encima, también se le da bien poner cara de póker mientras lo dije.", apreció uno.
"No, no, si lo digo en serio. Si miras a este árbol aquí pelado de frío y sin hojas, te recuerda a..."
"¿Puedes para, Raelynn, por favor?", se inclinó Rodrigo hacia ella para susurrarle entre dientes, previendo que iba a desahogarse públicamente contra él con toda sarta de insultos e improperios. Lo cierto es que la chica se encontraba al borde de estallar, a pesar de que hasta el momento hubiese estado actuando de manera sosegada.
"¿Quieres dejar de abrazarme así? ¡Me das asco, te detesto...!, le echó en cara, y el hombre la soltó al detectar un fino hilo líquido formarse en los párpados de la muchacha.
A Raelynn se le hizo un nudo en la garganta cuando se dispuso a seguir atendiendo a los periodistas, expresándose con voz quebrada.
"Oye... No hace falta que pasemos por esto. Vámonos, y ya está.", le susurró, acercándola de nuevo hacia él.
"Te he dicho que me de..."
Abrió los ojos como platos y se tensó de cuerpo entero al él tomarla del rostro y plantarle un urgente beso en los labios. Mientras profundizaba el beso, la mano del hombre se interno entre los mechones de la mujer, mientras que las de esta agarraron la camisa del hombre, con un motor de F1 por corazón.
Rodrigo tuvo la intención inicial de que fuera un beso rápido, pero cuando sintió su cuerpo temblar contra el suyo por la intensidad, no pudo evitar entregarse a fondo. Siguieron así unos instantes, durante los cuales él se inclinó sobre ella con avidez y Raelynn le apretaba aun más de la camisa, abrumada. Incluso cuando la muchacha se apartó para inspirar un poco de aire un mero segundo, él se murió por continuar festejándose con sus labios y lengua.
Sus alrededores se desvanecieron lentamente, el mundo se detuvo, y la ira que antes sentía se esfumó al caer derretida en brazos del joven.