Capítulo 43
1724palabras
2024-01-09 01:50
Aquella mañana, Jeremiah despertó experimentando un intensísimo dolor de cabeza a causa de haber pasado la noche en vela. Le había resultado imposible conciliar el sueño debido a su insomnio, su mente daba vueltas al mismo asunto una y otra vez. No podía creer que Joseph lo hubiese traicionado de esa manera; aunque comprendía sus motivos para solucionar sus problemas económicos, hubiese preferido que Joseph le contara lo que estaba pasando y le pidiera ayuda. Sin embargo, había actuado mal, había sido deshonesto.
Durante el día, Jeremiah se sintió agotado y, aunque tenía trabajo por hacer en el hotel, decidió quedarse en casa y terminar las tareas pendientes desde allí.
Se tomó una ducha fría para aliviar el dolor de cabeza y después se dirigió a la cocina a buscar algo de comida. Tenía un hambre voraz. Sin embargo, al abrir el refrigerador se dio cuenta de que no había hecho la compra y solo encontró un par de rebanadas de pan.
Suspiró hondo.
Su estómago rugía de hambre, lo cual solo empeoraba la migraña que le provocaba el hecho de tener que salir de casa a buscar algo de comida. No estaba acostumbrado a cocinar a menos que estuviera en casa de su madre.
Pensó en pedir comida para llevar, pero descartó la opción al recordar que era domingo y los locales de comida rápida no abrían los fines de semana. Rendido a morir de hambre, Jeremiah se tumbó boca arriba en el sofá, mientras se masajeaba la cabeza que parecía a punto de estallar en cualquier momento.
Cerró los ojos, aliviando un poco su malestar.
La situación del día anterior lo había afectado de alguna manera, causándole insomnio, y como consecuencia había despertado de mal humor y el hecho de no haber comido nada solo empeoraba su estado de ánimo.
De repente, Nora vino a su mente y entonces encontró una solución a uno de sus problemas del día. Además, mientras más tiempo estuviera con ella mejor sería llevar a cabo el plan por el cual se había acercado a la ex novia de su primo Dylan.
Agarró su celular y marcó el número de su empleada, quien contestó al segundo tono.
—¿Hola? —dijo Nora.
—Buenos días, Nora. Lamento llamarte hoy, sé que es tu día libre, pero necesito un favor tuyo —dijo el director, esperando no arruinar los planes de ella.
Nora apartó la mirada de su hija, que estaba sentada junto a Sofía. Ese día habían planeado salir a comer a uno de los restaurantes favoritos de la niña, así que al escuchar a su jefe, no pudo sentirse mal por el cambio repentino de planes.
Pero no podía negarse, después de todo, era parte de su trabajo.
—Claro, no hay problema. Dígame en qué puedo ayudarle, señor —ofreció, dispuesta a ayudar.
—Hoy trabajaré desde casa, estaré ocupado y necesito que prepares la comida. ¿Crees que puedes venir? —preguntó Jeremiah, esperando que aceptara.
Nora mordió su labio inferior, debatiéndose si debía ir o no. No pudo evitar mirar a sus acompañantes, que la observaban atentas.
—De acuerdo, estaré allí en unos minutos —aseguró, colgando la llamada.
—¿Quién era? ¿Tu jefe? —preguntó Sofía mientras metía una papita frita a su boca.
—Sí, me necesita hoy. Lo siento, chicas, pero el trabajo llama —les regaló una mirada de disculpa.
—Pero mamá, dijiste que hoy era nuestro día —la niña hizo un puchero.
Su madre acarició su mejilla, sintiéndose mal por decepcionarla.
—Lo sé, cariño. Lamento no poder quedarme con ustedes, pero prometo que otro día haremos planes para salir, ¿vale?
—¿No puedes rechazar el trabajo cuando tu jefe te llame los sábados y domingos? —quiso saber la niña, mirándola fijamente—. Deberías decirle que los fines de semana son para nosotras.
Nora sonrió y apretó suavemente las mejillas de su hija. Aunque Zoe apenas tenía cuatro años, era muy lista para su corta edad.
—Está bien, se lo haré saber, ¿Sí? —la niña sonrió, algo descontenta—. Nos vemos más tarde.
Dijo mientras se levantaba de la mesa y se colgaba el bolso al hombro.
—¿Puedo ir contigo, mamá? —preguntó la niña.
—Lo siento, cariño, pero tienes que quedarte. Además, ¿vas a dejar sola a la tía Sofía? —la pequeña se volvió hacia su amiga, y esta puso una expresión triste.
—No, pero... ¿podrías ir también con nosotras? —preguntó.
—¿Qué te parece si nos quedamos y luego de comer vamos al parque? —propuso Sofía, para distraer a Zoe, que parecía no estar dispuesta a dejar ir a Nora.
—Está bien —aceptó la niña finalmente, convencida de que divertirse era mejor que ir con su madre.
Nora se despidió de ambas después de depositar un beso en la mejilla de su hija, y abandonó el establecimiento donde inmediatamente abordó un taxi. Le indicó al conductor la dirección, y este se puso en marcha hacia la residencia de Jeremiah. No les llevó mucho tiempo llegar a su destino, Nora salió del automóvil tras pagarle al conductor y se dirigió hacia la entrada de la mansión.
El guardia de seguridad le permitió el paso tras confirmar que era esperada por el señor Jeremiah. Nora se adentró en el precioso jardín, maravillada por la cantidad de flores que lo adornaban. Se sentía como si estuviera en un cuento de hadas, transportada a otro mundo. Tras tocar el timbre de la puerta, apenas tuvo que esperar un par de minutos antes de que fuera abierta por uno de los sirvientes de la casa.
—Buenos días, señorita —la saludó el amable hombre de cabello plateado.
—Buenos días —respondió ella con una sonrisa en los labios.
El hombre mayor la guió hasta la sala de estar y le informó de que Jeremiah la estaba esperando en su espacio de descanso, un lugar que Nora desconocía por completo.
—Es la primera puerta a la izquierda —le indicó señalando las escaleras, a lo que ella asintió.
—Gracias, ¿señor...?
—Esteban —se presentó él y ella sonrió.
—Gracias, señor Esteban —repitió Nora.
Subió las escaleras y recorrió el pasillo hasta dar con la puerta que le habían mencionado. Estaba a punto de llamar cuando la puerta se abrió de repente, revelando a un Jeremiah diferente al que estaba acostumbrada a ver en el trabajo. Su jefe llevaba un atuendo casual y su cabello, ligeramente húmedo, caía sobre su frente, dándole un aspecto más juvenil aunque mostrara señales de cansancio en su rostro.
Sus ojos azules se encontraron con los de ella y Nora sintió un cosquilleo en su interior ante la intensidad de su mirada.
Era tan atractivo que, por un momento, Nora llegó a cuestionarse si aquel hombre frente a ella era real.
—Señor —murmuró después de unos segundos, recuperando la compostura.
—Hola, Nora. Adelante —dijo Jeremiah, apartándose para que ella pasara.
Tras entrar en la habitación, Nora observó con disimulo el nuevo ambiente en el que se encontraba, ya que nunca antes había estado allí. Era una estancia amplia con un inmenso ventanal que permitía la entrada de una brisa refrescante. Estaba amueblada de manera que parecía cumplir varias funciones; ser tanto un espacio de descanso como un área de trabajo.
Jeremiah se acomodó plácidamente en uno de los mullidos sofás y cerró los ojos mientras reclinaba su fatigado cuerpo. Nora, al percatarse de que su jefe no se encontraba bien, no pudo evitar acercarse cautelosamente hacia él y preguntarle si algo le sucedía.
—¿Se encuentra mal, señor? —se acercó cautelosamente hacia él.
—No te preocupes. Solo es una migraña, pero se me pasará enseguida —su respuesta no logró convencerla del todo.
Nora colocó su mano en la frente de Jeremiah y gimió de asombro al darse cuenta de que tenía una temperatura elevada.
—¡Está ardiendo! —exclamó con preocupación—. ¿Ha tomado algo para ello?
—Sí, probablemente sea solo un resfriado y se pasará pronto —restó importancia al asunto.
Asintió sin estar del todo convencida, pero decidió no inmiscuirse más.
—¿Qué le apetecería comer? —cambió de tema al notar lo poco comunicador que estaba ese día—. Puedo prepararle un delicioso estofado para el almuerzo.
Jeremiah encogió los hombros.
—Lo que decidas preparar estará bien.
Nora abandonó la estancia y se dirigió a la cocina, donde se encontró con el señor Esteban colocando las compras en el refrigerador. Frunció el ceño al ver una notable cantidad de zanahorias.
—¿Qué es todo esto? —preguntó, llamando la atención de Esteban—. ¿Por qué hay tantísimas zanahorias?
Agarró una entre sus manos y notó que aún estaban frescas.
—A Jeremiah le encanta el exquisito pastel de zanahoria. Suele degustarlo cuando está bajo estrés o en esos... momentos tan particulares —su tono de voz cambió al pronunciar lo último.
—¿A qué momentos te refieres? —indagó curiosa, pero de repente escuchó una voz detrás de ella que la hizo dar un respingo sobresaltada.
—Jeremiah desea su estofado cuanto antes. No ha comido nada en todo el día y ni siquiera ha podido trabajar con el estómago vacío. ¿Por qué aún no has comenzado a preparar su alimento?
Nora se volvió, encontrándose con una mujer de edad avanzada, pero aún conservaba un rostro sin arrugas.
La mujer la miró por encima de sus gafas, con el cabello recogido en una coleta perfectamente peinada y un uniforme impecablemente limpio y planchado. Nora no recordaba haberla visto antes, por lo que se preguntó quién era y por qué parecía tener autoridad.
—Señora Gisell, no sabíamos que había llegado. ¿Cómo le fue? —dijo Esteban, pero ella lo ignoró mientras pasaba junto a él.
—Veo que durante mi ausencia no han cumplido adecuadamente con sus tareas —comentó, pasando un dedo por la encimera que estaba impecable, y luego se giró hacia dos sirvientas que estaban limpiando una de las ventanas—. ¿Qué hacen ahí paradas? Vayan a concluir lo que no han realizado.
—Sí, señora —respondió una de ellas, saliendo casi corriendo de la cocina.
Nora parpadeó confundida. No entendía quién era esa señora y por qué los demás le temían.
—Tú deberías comenzar con el estofado. A Jeremiah no le gusta esperar cuando tiene hambre —le dedicó una última mirada antes de dar media vuelta y salir de la cocina.
Las palabras sonaron algo bruscas. Aparentemente, era una mujer con autoridad sobre los demás empleados, a quienes todos obedecían. Parecía que Nora también debía hacerlo.
Esteban se acercó a Nora y le explicó detalladamente cómo elaborar el pastel de zanahoria que tanto le gustaba a Jeremiah.