Capítulo 44
1505palabras
2024-01-09 01:50
—Es sencillo —dijo él—. Pero si necesitas ayuda, estaré en el amplio jardín.
—De acuerdo, gracias —le sonrió, y el señor se giró para retirarse, pero Nora lo detuvo —. Ah, olvidé decirle que el señor Jeremiah no se siente bien.
—¿Qué le ocurre? —preguntó Esteban.

—No estoy segura, ha mencionado que era migraña pero creo que podría tratarse de algo más serio —murmuró preocupada.
Nunca antes lo había visto tan agotado.
—Tranquila, lo más probable es que sea un simple resfriado. Escuché que anoche estuvo un buen rato en la alberca. Aun así, me aseguraré de llevarle medicamentos —ella asintió.
Nora suspiró al quedar sola en la cocina, se había sentido un poco mal al ver a Jeremiah en ese estado, pero le aliviaba saber que la razón de su repentino resfriado. Antes de ponerse manos a la obra, le escribió a Sofía para preguntarle por Zoe pero al ver que esta no le respondía de inmediato, decidió comenzar con su labor.
A pocos metros de distancia, Gisell vigilaba a Nora, atenta a cada movimiento de la mujer. Su deber en la mansión era cuidar de Jeremiah, por lo que siempre estaba pendiente de todo lo que ocurría allí para asegurar su bienestar. Por eso, no confiaba en ninguno de los empleados. Al fin y al cabo, eran personas y podían resultar deshonestas.
No permitiría que nada ni nadie le hiciera daño a Jeremiah, no otra vez.

Su vida había estado en peligro y no podía permitir que se acercaran a él con malas intenciones.
Su mirada se mantuvo fija en Nora, quien se movía ágilmente en la cocina. Desde que la había visto, Gisell había sentido curiosidad por ella. Todos en la mansión estaban al tanto del incidente que había ocurrido años atrás, lo cual los llevó a tomar precauciones y desde entonces Jeremiah no había vuelto a comer nada que no fuera preparado por su madre. Pero aquel día, le había sorprendido escucharlo mencionar a una tal Nora que se encargaría de la comida.
Gisell se preguntó por qué Jeremiah de pronto depositaba su confianza en una mujer que no conocía en absoluto. Sin embargo, se aseguraría de investigar quién era y proporcionarle esa información a la señora Sussan, la madre de Jeremiah.
Capítulo 50

Terminada la preparación de la comida, Nora abandonó la cocina y ascendió las escaleras hacia el segundo piso de la magnífica mansión. Se dirigió al dormitorio donde había dejado a Jeremiah, sin embargo, al abrir la puerta se encontró con la desoladora imagen de la habitación vacía. Confundida y sin saber qué hacer, salió al pasillo en busca de algún rastro de su jefe.
Para su buena fortuna, avistó a una de las sirvientas y decidió acercarse a ella. La mujer, visiblemente fatigada, parecía no haber descansado lo suficiente.
—Disculpe, ¿sabrá usted dónde se encuentra el señor Jeremiah? ¿Lo ha visto? —preguntó Nora con educación.
—Está en su habitación —respondió la mujer, sin darle demasiada importancia, y se fue sin más preámbulos.
Nora asintió para sí misma, notando que todos en la mansión parecían tener una ligera apatía en su actitud.
Restándole importancia a la situación, emprendió su camino hacia la habitación, afortunadamente recordaba su ubicación. Sin embargo, al haber tantas puertas en el pasillo, le resultó difícil identificar cuál era exactamente la puerta de la habitación de su jefe. Aun así, unos ruidos procedentes de una de las puertas le indicaron que esa era la correcta.
Golpeó suavemente con los nudillos en la puerta y esta fue abierta pocos minutos después por una mujer lo suficientemente mayor. La señora lucía una elegante y sofisticada vestimenta, un vestido de seda negro, un collar de perlas blancas y zapatos de tacón alto a juego. Su cabello estaba recogido en un impecable moño, y llevaba consigo un bolso de mano de diseño.
Su indumentaria irradiaba riqueza. Nora podía asegurar que lo que llevaba puesto la señora costaba más que su sueldo anual.
Deduciendo por su rostro maduro, Nora supuso que se trataba de la madre del director. Aunque no había ningún parecido evidente con Jeremiah, pensó que tal vez se parecía más al padre. Nora se quedó observándola fijamente, hasta que se dio cuenta de que llevaba un buen rato sin pronunciar ninguna palabra. Aclaró su garganta antes de hablar.
—Le he traído el estofado que me pidió el señor...
—¡Cuarenta y cinco minutos te ha llevado preparar un simple estofado! —exclamó la señora Sussan mirando con desdén el reloj de su muñeca y luego bajando la vista hacia la bandeja—. ¿De veras crees que mi hijo se comerá esto?
—¿Qué... qué tiene de malo? —cuestionó Nora, sorprendida por la peculiar manera en que aquella mujer apenas conocida se dirigía a ella—. He seguido las instrucciones que me dio el señor Esteban y estoy segura que ha quedado como le gusta al señor Jeremiah...
—No subestimo tu capacidad, querida. Sin embargo, es improbable que no hayas sido capaz de discernir la diferencia entre el refinado paladar de mi hijo y el tuyo.
—¿Disculpe? —la miró con ofensa, sin entender por qué la trataba de manera tan grosera.
Ella no podía creer que le había dicho que su paladar no era refinado.
Nora estaba a punto de pronunciar alguna palabra, cuando inesperadamente, el rostro de Jeremiah hizo su aparición en la puerta. Una amplia sonrisa se dibujó en sus labios al ver que, además del estofado, en la bandeja también había un apetitoso y tentador pastel de zanahoria que, tan solo con mirarlo, hacía que sus papilas gustativas se hicieran agua.
Estaba a punto de probar un delicioso pedazo de pastel cuando su madre lo detuvo de repente, evitando que llevara el cubierto a su boca.
—¿Pero qué...?
—¿Cómo se te ocurre poner de nuevo tu vida en peligro? Pídele a uno de tus empleados que lo pruebe y se aseguren de que no haya nada... extraño —ordenó la señora Sussan, echando una rápida mirada a la comida para inspeccionar que todo estuviera bien.
—Mamá, no es necesario.
Sussan negó, pasando por alto las palabras de su hijo.
—Pruébalo —demandó Sussan.
Nora le miró con confusión, frunciendo el ceño sin entender a qué se refería.
—Mamá... —advertía Jeremiah, aunque su madre parecía ignorarlo.
—¿No estás escuchando? —dijo, viendo que Nora no obedecía —. Quiero que pruebes tú misma lo que has preparado, no podemos poner en peligro la vida de mi hijo.
Nora quedó estupefacta al observar a Sussan, incapaz de creer lo que le estaba diciendo. Había intentado mantener la compostura, pero ese día había alcanzado su límite y no iba a permitir que nadie menospreciara su trabajo ni pusiera en duda sus intenciones, las cuales eran claramente buenas.
—¿Por qué haría algo así? No puedo probar su comida —su voz sonó serena, aunque se estaba conteniendo.
—Claro que sí, además, dado tu posición como empleada, estás obligada a acatar las órdenes de tus superiores —respondió Sussan de manera soberbia.
Jeremiah iba a intervenir y decir que no tenía que hacerlo solo porque su madre se lo ordenara, pero finalmente Nora accedió. Lo último que quería era ser despedida y perder el empleo.
—Si le hace sentir segura que pruebe el pastel, de acuerdo, lo haré —tomó el cubierto entre sus manos y llevó una porción a su boca. Saboreándola la miró —. Jamás se me ocurriría hacer algo tan siniestro y malvado. No sé quién intentó hacerle daño al señor Jeremiah, pero no tengo la intención de envenenarlo.
—Eso mismo dijo aquella mujer... Y al final resultó ser una traidora que intentó lastimarlo frente a mis propios ojos. No te lo tomes de manera personal, querida, pero eres una desconocida en esta casa y es normal que tengamos nuestras reservas contigo —explicó Sussan sin inmutarse ante la mirada fulminante de su hijo.
La mirada de Nora se dirigió hacia su jefe, quien apretó los puños y sintió una ola de enojo al recordar a aquella mujer. El recuerdo le había dejado un mal sabor de boca. Había querido olvidarlo, pero al parecer, su madre siempre lo sacaba a relucir.
Nora esperaba que Jeremiah dijera algo al respecto, pero se dio cuenta de que estaba absorto en sus propios pensamientos.
—¿Debería no tomarme esto de manera personal? —repitió las palabras en su mente, Nora no podía creer que la madre de su jefe estuviera dudando de ella —. No espero convertirme en la persona más cercana a ustedes ni ganarme su confianza. Mi deber es únicamente ocuparme de la cocina, no tengo ninguna intención oculta.
Sussan soltó un chasquido, mientras miraba sus uñas con aburrimiento.
—Eres una mujer joven y todas, sin excepción, han venido aquí por lo mismo, ¿no es cierto? Pero los objetivos de ellas han cambiado con el tiempo, y así también sus intenciones —argumentó posando sus orbes claros en ella.
Su semblante permaneció duro y severo, con una mirada que aparentaba desconfiar de todo y de todos. Se mostraba alerta, como si esperara que alguien le defraudara en cualquier instante.
Nora negó con la cabeza.