Capítulo 38
1568palabras
2024-01-12 00:01
"¡Waaa!", chillé.
Desde el otro lado de la mesita de té, Júpiter me lanzó una de sus típicas miradas con sus encantadores ojos verdes que siempre hacían que me derritiera. "No seas una cobarde", gruñó con intenciones de que sonara severo, pero terminó siendo más provocador que otra cosa. Apretó con más fuerza mi pantorrilla.
Yo estaba en el sofá al lado de Thuner, quien tenía la labor de mantener mi pierna quieta sobre la mesita frente a nosotros mientras Wuotan me tomaba del tobillo.

"Si dejaras de retorcerte tanto, terminaríamos más rápido", añadió Júpiter en un tono estricto, aunque volvió a sonar sexy.
Dejé caer la cabeza sobre el cojín del sofá y miré hacia el elegante techo. Me distraje analizando en cómo los grandes hoteles piensan en todo: techos elegantes, mentas y empleados con sombreros de copa para abrir puertas.
A mis muchachos no les gustaban los sombreros de copa, y yo jamás diría cómo lo descubrí.
Thuner me miró con tristeza y dijo: "Es una de las partes más sensibles del cuerpo, pero, si te noqueáramos, ya no sería tan significativo".
"¡Ay!", exclamé a la par que el escozor de la aguja para tatuar se intensificaba.
Cerré los ojos con fuerza y pensé: «¿Debería decir Misisipi y negarme?».

Júpiter bufó: "Como chilles una vez más, te juro que Wuotan va a empezar todo de nuevo en el otro tobillo".
Me quedé mirando el candelabro mientras el instrumento de Wuotan recorría el interior de mi sensible tobillo, vibrando y provocándome dolor. Aguanté una punzada tras otra y susurré: "¡Áuch!".
Y, de pronto, la punción cesó.
Wuotan se puso de pie y me miró con el ceño fruncido a través de su cabello negro y ondulado. "Voy a arruinarlo todo si no te portas bien. ¿Quieres que el tatuaje de tu pandilla parezca hecho por un niño de tercer grado?".

"No", respondí.
Wuotan negó con la cabeza. Sus gafas y el hematoma alrededor de su ojo, provocado por una pelea reciente, casi anulaban su apariencia de chico bonito… Sí, solo casi. "¿Qué pasa, Aset? Normalmente te gusta un poco de dolor".
Era cierto. No sabía qué me pasaba. Me sentía orgullosa de hacerme el tatuaje de nuestra pandilla de ladrones de banco. Era una nube enojada con cuatro relámpagos feroces. Antes de unirme, el diseño solo contaba con tres relámpagos, pero añadieron el último rayo por mí.
Wuotan volvió a sentarse y me tocó el tobillo.
"Oigan", llamé su atención. "¿Qué pasa si la policía me atrapa y reconoce el tatuaje? ¿Qué pasa si termino confesando y ellos logran atraparlos?".
Júpiter me miró con una intensidad extra ardiente. Su cabello castaño nuez todavía estaba mojado por la ducha que se acababa de tomar. Tenía demasiadas ganas de tocarlo. "Pues, la policía nos atrapará cuando estemos muertos", gruñó.
Se me secó la boca. Me encantaba cuando hablaba con ese tono tan severo. Aun así, mis preocupaciones eran reales. "¿Qué pasa si soy el eslabón débil?".
"El tatuaje no se trata de eso, simboliza que somos una familia y que nos pertenecemos el uno al otro", aclaró Júpiter.
"En serio quiero saber: ¿qué pasa si arruino las cosas?". Lo que en verdad quería preguntar era: «¿Y si no soy digna de pertenecer a la pandilla?».
Júpiter se levantó, rodeó la mesita de té y se sentó en el brazo del sofá, justo a mi lado. "Escúchame bien, Aset". Puso con sutileza las manos a los costados de mi cuello y sus dedos rozaron mis orejas con ligereza. "Ahora somos una familia. ¿Sabes lo que significa? Sin importar que podamos estropear las cosas y causar un alboroto, seguiremos estando el uno para el otro. No te desharás de nosotros ni aunque la c*gues de la peor manera. Eso aplica para todos los miembros".
"Qué dulce", dije. Fue un poco sarcástico, pero sentí que se me aguaban los ojos.
"Sé que nunca más podrás volver a casa", continuó, "y parte de eso es culpa nuestra". Comencé a protestar y a decirle que ya había tomado mis propias decisiones, sin embargo, él siguió refutando: "Sé que extrañas a tus hermanas, Aset, pero ahora somos una familia y estamos aquí para ti. Si no te quieres tatuar, no tienes que hacerlo".
"No es eso, quiero el tatuaje y saben que estoy al cien por ciento metida en esto".
Thuner me apartó un mechón de pelo de la frente. Hasta mi cabello era diferente en esa nueva vida: corto y rubio platino en lugar de largo y rojo. "Me alegra oírlo, ya que nosotros estamos al cien por ciento interesados en ti o, más bien, trescientos por ciento interesados en ti", él sonrió con picardía.
Sonreí. "No sé si hemos llegado tan lejos en nuestra relación".
Thuner cruzó sus larguiruchas piernas. "La noche es larga, corazón".
Escalofríos me recorrieron la piel.
"Y, además, creo que estás al trescientos por ciento metida en las reglas de nuestra pandilla", dijo Thuner.
Mi vientre se tensó. Sí, me gustaban las reglas sucias.
Thuner dijo: "En realidad, creo que esa fue la razón por la que te uniste. Y corrígeme si me equivoco, pero creo que las reglas establecen que podemos usar tu cuerpo de cualquier manera que consideremos adecuada para satisfacer todos y cada uno de nuestros deseos carnales, lo cual incluye tatuarte cómo y donde queramos".
"Corrección: me uní como rehén, no por las reglas que les permiten usar mi cuerpo para satisfacer sus deseos. Sin embargo, me quedé por las reglas sucias", aclaré.
No solo eso, sino que también me emocionaba romper las normas. Jamás pensé que unas reglas podrían ser tan divertidas.
El mes pasado me tomaron como un rehén en el atraco de un banco o en un robo de toma de posesiones, como dicen en los medios de comunicación. Por ironías de la vida, encontré mi verdadera felicidad y libertad luego de que me secuestraran.
"No se trata de pertenencia, el tatuaje significa que nunca te vamos a abandonar sin importar lo que pase", contribuyó Wuotan.
"Y tú tampoco nos vas a abandonar", añadió Thuner en un tono suave.
Conque de eso se trataba.
"No los dejaría ir así como así", les aseguré de inmediato. No iba a abandonarlos como lo hizo ella.
"Lo sabemos", dijo Thuner.
¿En verdad me entendían? Mis criminales poderosos y pícaros también eran un poco vulnerables. Se habían comprometido con una mujer, pero terminaron heridos y devastados cuando ella se suic*dó.
Permitirme unirme fue un riesgo tan grande como cometer el robo más descarado de la historia. Quería estar a su altura y ser digna de su confianza.
"Vamos, sé que podemos hacerlo. Estaremos juntos para siempre", dije.
Júpiter se agachó al lado de donde yo estaba sentada, tomó mi cabello en su puño con una fiereza que me sorprendió y me besó en la frente, era la clase de besos en los que dejas plantados los labios por mucho tiempo. Simplemente cerré los ojos y lo disfruté.
"Podemos hacerlo", repetí.
"Bien. Que quede claro que ser miembro de la manada de dioses no es tan simple como hacer una promesa de meñique", advirtió Wuotan.
Sonreí. Me encantaba su acento y la forma en la que alargaba ciertas sílabas.
Miré por encima de su hombro y vi el jarrón de tulipanes en la mesa auxiliar. Eran flores que Júpiter habría arrancado debido al dolor y la pena. Sentí una oleada de afecto por mis bandidos: superamos muchas cosas juntos en poco tiempo y establecimos un código. Si bien se trataba de ser criminales que vivían al límite y tenían s*xo desenfrenado en hoteles de lujo, seguía siendo nuestro código. Era como si hubiéramos formado nuestra propia familia. Me sentía muy orgullosa y deseaba que me hicieran el tatuaje.
"Sin duda, es el tatuaje más complicado que he visto en toda la humanidad", comenté. "Creo que tiene más detalles que un billete de un dólar. Entiéndanme, ustedes solo tuvieron que añadir un rayo enojado, pero a mí me van a hacer todo el lioso tatuaje".
"El rayo no está enojado, sino iracundo", corrigió Wuotan. "La ira es más constructiva que el enojo".
"Y más genial", añadió Thuner.
"Continúa". Empujé el pie sobre la mesita de té hacia Wuotan, y él me miró, jugando con el instrumento para tatuar. Sus uñas se veían pálidas en contraste con su oscuro tono de piel. Una vez me dijo que lo había heredado de sus antepasados de la tribu bereber del norte de África. Si bien estaba orgulloso de sus orígenes, detestaba ser tan hermoso, ya que le restaba valor a su imagen de criminal peligroso. Para contrarrestar los efectos de su apariencia, se dejaba crecer la barba y siempre llevaba el cabello desordenado. Aunque yo consideraba que eso solo intensificaba su belleza, no me atreví a decírselo.
Cuando volvió a encender el dispositivo, hice una mueca.
Él lo apagó. "Ni siquiera te he tocado. No puedo trabajar así", Wuotan dejó de lado el instrumento, se quitó las gafas y se puso de pie, estirando los dedos. "Aset, recuerdo que te habías puesto muy c*chonda por ciertos tipos de dolores, tal y como sucedió en cierta tarde…".
"Eso es diferente", interrumpí.
Wuotan esbozó una encantadora sonrisa. "Nuestra inocente criadora de ovejas, retorciéndose en éxt*sis bajo la firme mano de un hombre que bajaba por sus suaves y carnosas n*lgas. Recuerdo a cierta granjera rogando por más…".
"Ya no digas más, por favor…".