Capítulo 37
1013palabras
2024-01-11 00:01
"Mérope tiene que morir, pero Aset no", aclaró Júpiter.
Me tomó un tiempo comprenderlo. "¿Quieren que finja que he muerto? Es decir, ¿pretenden desaparecer a la rehén que tomaron?".
Wuotan asintió. "Aunque los tipos que nos persiguen no nos vinculan con el atraco del Banco Nacional de la Primera Ciudad de Baylortown, te vieron cuando te metieron en el contenedor junto a Júpiter. Si te enviamos de regreso, te van a reconocer y nos van a relacionar con el robo. Se van a dar cuenta de que eres más que una rehén y que nos importas".
Mi pulso se aceleró al escuchar lo último. No podía creerlo.
"Después de todo, te arriesgaste por Júpiter", continuó Wuotan. "La cosa es que, una vez que aten los cabos sueltos, cosa que harán tarde o temprano, tanto tus hermanas como tú dejarán de estar a salvo. Las van a usar a todas a su beneficio".
Escuché en silencio cómo describían su plan y me quedé atónita. Hackearían los registros informáticos de mi dentista y se los pasarían a un contacto de la CIA, quien modificaría las radiografías de un cadáver quemado para que coincidieran. La CIA acababa de recibir un cadáver femenino al que le habían prendido fuego en medio del desierto.
"No sé si puedo permitir que mis hermanas crean que me he muerto quemada".
Júpiter cerró los ojos y maldijo en voz baja, según lo que me pareció. Él no estaba de acuerdo con el plan.
Miré por encima del hombro a Thuner, quien me dedicó una mirada apesadumbrada.
Wuotan se enfocó de manera sombría en algo fuera de la ventana.
Fue en ese instante que supe que no tenía elección. Ninguno de nosotros podía elegir. ¿Estaban descontentos porque tuve que quedarme? Había acabado en la misma situación que Sedna.
"Ah", pronuncié.
"Nunca fue nuestra intención obligarte a quedarte", expresó Thuner.
"Lo sé", repliqué. "No se preocupen".
"¿Cómo quieres que no nos preocupemos?", gruñó Júpiter.
No logré descifrar lo que pensaba. Si bien nos habíamos vuelto más cercanos, aquello me resultaba diferente. ¿Cómo se sentía al respecto?
La superficie acuosa del jacuzzi se arremolinaba y burbujeaba.
"Saben muy bien que quiero quedarme, pero no me gustaría que mis hermanas piensen que estoy muerta", declaré.
Nadie dijo nada. La superficie del jacuzzi seguía agitándose.
Thuner me pasó un brazo sobre el hombro.
"No quiero que sufran pensando que morí quemada. Debe haber otra manera de hacerlo".
Wuotan bebió un trago de la botella.
"Será peor para tus hermanas si regresas. No te gustaría que carguen con ese tipo de problemas, ¿o sí?", argumentó Júpiter.
No podía creerlo. Aunque tenía muchas ganas de quedarme con los chicos, no deseaba que fuera de esa manera y no planeaba estar con ellos para siempre.
"¿Podré seguir comprando los edredones de Paris Hilton y dejarles mensajes?", inquirí. "Así les daría esperanza, más si les digo muchas cosas sobre el perro de Paris Hilton. Sabrían que fui yo y se sentirían mejor".
Júpiter intercambió miradas con Wuotan antes de decir: "No podemos asegurar nada. Tendríamos que proceder con mucha cautela y tener la certeza de que tus hermanas se quedarán tranquilas".
"Sí, lo harán", repliqué.
"Lo permitiríamos si todos estuviéramos de acuerdo". Wuotan enderezó las solapas de mi bata de baño.
"Entonces me quedo", declaré.
Júpiter se quedó observándome. Seguía sin confiar en lo que decía.
Tenía demasiados sentimientos dando vueltas en mi interior: felicidad por poder quedarme y dolor por perder a mis hermanas y hacerlas sufrir. "Ya les he dicho muchas veces que quiero quedarme".
"Quedarte por tu propia voluntad y que te obliguen a hacerlo son dos cosas diferentes", dijo Júpiter. "Nadie quiere que le digan que nunca podrá volver a casa".
Júpiter hablaba tanto por él mismo como por mí. Lo sabía muy bien en lo más profundo de mi corazón.
"Las vas a extrañar", comentó Thuner.
"Pero ustedes estarán para ayudarme. Todos nos vamos a apoyar los unos a los otros", reflexioné.
Júpiter me lanzó una mirada de suspicacia. Tal vez él no quería que yo lo ayudara a mi manera.
Wuotan rompió la tensión: "No me extraña, es normal que quieras quedarte. ¿Qué mujer no querría elegir esto después de pasar unos días con nosotros? Vivimos el mayor lujo y brindamos el máximo pl*cer".
"Y, como ya bien sabes, tenemos habilidades únicas", complementó Thuner.
"Además, tienen humildad". Me recosté en el hombro de Thuner, disfrutando de estar en una especie de nido con mis Peter Pan. "Y yo podré seguir siendo Aset. No hay nada mejor que esto".
Wuotan frunció el ceño y añadió: "También tendrás que seguir obedeciendo nuestras reglas y desempeñando tus deberes".
Sonreí. "¿Van a ser deberes erót*cos?".
"Sí, bastante", susurró Thuner.
"Aparte, los castigos serán severos pero exquisitos", dijo Wuotan.
"Bien, vamos a matarla entonces", declaré con determinación.
Los ojos verdes de Júpiter se posaron una vez más en mí.
"Tal vez podamos encontrar una manera de arreglar esto. ¿No se puede hacer nada con los tipos que están detrás de ustedes? No pueden vivir sus vidas como ladrones de bancos para siempre. No es lo que son".
"¿Crees que no lo hemos intentado?", espetó Júpiter. "Hay ciertos problemas que son imposibles de resolver". Parecía enojado de que yo guardara esperanzas.
Además, me di cuenta de que no confiaba del todo en mí, pues no creía que yo pudiera soportarlo. Una noche jugando a la casita no cambió nada.
Sostuve su mirada, determinada en demostrarle de lo que yo era capaz. No solo a él, sino a los tres.
Pensaban que yo no era más que una tonta granjera, pero ya estábamos muy involucrados los unos con los otros. Guardaba la esperanza de que pudiéramos salir juntos de eso.
Quién sabe, quizás todos podríamos volver a casa algún día.
Thuner giró mi rostro hacia el suyo y me besó, y Wuotan sonrió con travesura. Supongo que, en cierto modo, ya estaba en casa.
Me acurruqué en el hombro de Thuner. Nos sentamos todos juntos y observamos los remolinos en la superficie acuosa del jacuzzi, éramos cuatro malotes en una bañera.