Capítulo 34
1575palabras
2024-01-08 00:01
Soltó una risita y lo sentí ponerse a mi lado. Cerré los ojos cuando deslizó un dedo por mi frente húmeda. "Lo siento por ti", dijo. "No por ella".
"Bueno... Te doy la misma respuesta. Yo hice mi elección, así que, puedes respetar eso".
"Gracias".

"Por nada", dije.
Oí otra risita en la oscuridad. Se acercó. A pesar del calor, me gustaba tocarlo. Lo necesitaba. Me acurruqué junto a él y disfruté de su calma, esa calma propia de un animal grande, así como de su virilidad.
Deslizó una mano por mi brazo y sentí el cosquilleo de las gotas que precedían su toque. Era como si estuviera enviando torrentes de sudor hasta mi muñeca, para luego secar mi resbalosa piel. Entonces se movió, y sentí que su rostro se acercaba al mío en la oscuridad. Me besó ligeramente en la mejilla, y luego halló mis labios.
Esta salvaje avalancha de deseo me invadió mientras nos besábamos. Lo necesitaba como nunca había necesitado a nadie.
"Eres muy hermosa", susurró al tiempo que me besaba.
Me sequé el sudor de los ojos. "Probablemente dices eso a todas las chicas que se encuentran en una trampa mortal y negra como boca de lobo, de la que no hay esperanza de escapar".

Durante el silencio que siguió, se abstuvo de darme alguna esperanza. Él tampoco creía que podríamos escapar.
"No se lo digo a todas las chicas en una trampa mortal y negra". Ahora parecía serio. "Déjame decirte que siempre lo pensé. Lo pensé en aquel primer encuentro en el banco. Reparé en tu hermosura, en que eras diferente".
Toqué su pecho, que estaba empapado. Supuse que en algún momento dejaríamos de sudar, pero por ahora éramos como peces untuosos en un estanque extraño.
Su cabello me hizo cosquillas en la mejilla, y sus labios bajaron hasta mi cuello. Todo era inédito entre nosotros.

Deslicé mi mano sobre su hombro y me sentí muy cerca de él, como si quisiéramos permearnos mutuamente.
Me besó en el cuello y descendió hasta la base de este, ese tierno punto central donde sus labios me excitaron de c*jones. Luego me besó en los labios, tomando mis mejillas con las dos manos.
"¿Sabes cómo fue?". Respiró. "¿Verte con ellos?".
Arrastré las manos por su pecho, por su piel caliente y resbaladiza. Sentí una gran conexión con él, como si se estuviera abriendo para que le viera el alma.
"Cuando te vi en el sofá ese primer día con Thuner y Wuotan, quise separarlos", dijo. "Los odié por traerte y hacer que tomaras el lugar de ella".
Estuvo callado durante un rato. Sentí el trabajo que le costaba hablar de eso.
"Al final, las cosas salieron mal con Sedna, que estaba yendo cuesta abajo. No había forma de ayudarla. Fui cruel con ella porque quería que mejorara. Entonces, de repente, estaba muerta. Así que, cargué con ese dolor, esa culpa y el consuelo; una mezcla de todo eso. Para que lo sepas, verlos a ustedes tres juntos me hizo sentir doblemente confundido por ella. Yo también quería estar contigo, pero no podía superar lo que sentía. Tú llegaste y nos diste toda esta vida. Nos devolviste la sensación de estar en familia. Te deseaba mucho, pero te odiaba por remover todo. Y no podía dejar de querer estar contigo, Aset".
"No lo sabía".
"¿Todavía te sientes mal por eso?".
"Menos".
Le toqué la mejilla, como un modo de agradecerle.
Pasó la mano por la pechera de mi camisa mojada. No dijo nada, solo habló con su toque.
Le toqué el pecho. Quería palparlo por todas partes, estar desnuda con él. "Quiero estar contigo ahora", le dije.
"Aset".
"Por favor", susurré.
Exhaló un gran suspiro súbito y me abrió la camisa, que estaba empapada. Oí el ruido de botones metálicos cerca.
Solté una carcajada que era mitad sorpresa, mitad emoción.
"¡Qué diablos!", runruneó, y recorrió mis p*chos con sus manos. "Somos ricos asaltantes de bancos, y podemos comprar todas las camisas del mundo".
Me reí. No debería ser gracioso, pero ya nada importaba.
Me costó trabajo y tiempo quitarme los pantalones. Quería ponerme debajo de él y que me tomara así. Lo empujé hacia el cálido suelo de metal y le quité los pantalones.
Me sentí mareada cuando los dejé a un lado, pero no me detuve. Le acaricié los muslos, resbaladizos por el sudor, y me puse encima de él. Entonces fui subiendo las manos, en lo oscuro, hasta que llegué a su p*ja, que estaba húmeda y dura como una roca. Lo acaricié, pues me encantaba tocarlo, y lo excité.
Gimió y se levantó. Me dio la vuelta, se me acercó y se puso sobre mí mientras lo acariciaba. Yo pensaba que él debía permanecer acostado, para conservar la energía. ¿Pero por qué?
Gruñó y me mordió el cuello como un lobo. Luego me lamió, me besó y me mordió. Y me chupó los s*nos mientras yo me retorcía debajo de él, con su p*ja en la mano, inundada de sensaciones.
Perdí contacto con su m*embro cuando puso la mitad inferior de su cuerpo fuera de mi alcance, pero podía tocarlo y apretarlo en otras partes. Entonces mis manos recorrieron sus fuertes brazos, sus hombros y su pecho.
De tanto que lo deseaba, tenía ganas de llorar. Agradecía mucho que él estuviera allí conmigo, con su poder, su inteligencia y su calma de animal grande.
Sus manos seguras y pesadas se deslizaron sobre mi piel húmeda y mi vientre tembloroso. Después hurgaron en mis resbaladizos g*nitales y me metió los dedos. Luego los sacó y subió hasta mis s*nos, mi cuello y mi boca. Le chupé los dedos y me adueñé de ellos. Quería consumirlo por dentro y por fuera, y deseaba que él me devorara.
Le solté los dedos. "Hazlo". Jadeé.
Hubo una pausa, y lo sentí abrirme las piernas. Me moví un poco debajo de él, aferrada a sus fuertes hombros. "Sí".
Dijo: "No tengo...". Jadeó: "No tengo...". No tenía condón.
Pensé en mi ciclo y decidí darme luz verde. Luego pensé, ¿por qué voy a preocuparme?
"Oye, nos están cocinando al vapor como ostras", dije. "A la mi*rda, Júpiter. Te quiero dentro de mí. Penétrame. C*íngame".
Gruñó un sí, al menos eso me pareció. Comenzó a besarme en el vientre, en los s*nos; besos ásperos. Luego guió su p*ja a través de mi puerta, y entró con un grito gutural.
Me sentí a plenitud, fue como estar en la gloria. Fue tan intenso que pensé que podría desmayarme. ¿O era por el calor?
En realidad, quizás me desmayé por un segundo, pero rápido recobré el sentido. Me estaba penetrando lenta y sensualmente, y gemía suavemente con cada embestida. Amaba a este hombre y me encantaban sus gemidos, la forma en que su vientre peludo se deslizaba sobre el mío y cómo sus piernas presionaban las mías.
Lo abracé y me moví a su ritmo. Todo entre nosotros era tan ardiente y tan agitado que parecía un desatino. No obstante, yo quería que perdurara.
Se metió dentro de mí y jadeé. Sentí que me volvería a desmayar.
Respira normalmente, me dije, aunque hacía demasiado calor, en todos los sentidos. Pero eso no nos detuvo.
Cambió de ángulo y grité por lo delicioso que lo sentí. Entonces mi voz resonó dentro de la caja.
Al volverme a c*ingar, mi mente vio estrellas y mi cuerpo se estremeció. Yo estaba delirando, como si estuviéramos cabalgando en dirección a la muerte. Era una manera poco agradable de morir.
La sensación aumentó y me aferré a sus brazos y luego a su espalda. Mientras f*rnicábamos como osos salvajes, me adherí a su piel como si con ello salvara mi vida. Mis manos se deslizaban por todas partes. Mientras más humedad, más resbaladiza; una humedad diferente.
¿Me había hecho sangrar? "Creo que te eyecté. Lo siento". Jadeé.
"¿Qué me importa? Tómalo todo, Aset. Tómalo todo". Se acercó más, se apoyó en los codos y me agarró del pelo mientras me embestía. "Tómalo todo". Me besó hasta dejarme sin aliento. Moví las piernas alrededor de él, para que me penetrara totalmente, y sentí un placer con un matiz de dolor.
Gemí cuando sentí el orgasmo en mi vientre y salir por mi c*ocha, haciéndome estallar y estremeciéndome hasta los dedos de los pies. "¡Júpiter!". Lloré. "¡Júpiter!".
Él no se detuvo. Se fue intensificando y siguió f*rnicándome, hasta que se quedó sin aliento. Luego dejó caer la frente sobre mi pecho y me dio una estocada mortal, viniéndose con un grito ahogado al tiempo que yo lo abrazaba fuerte.
"Sí", susurré. "Sí". Lo sentí embadurnar mi interior, con el m*embro tembloroso.
Después de un rato, se relajó sobre mí, gimiendo y jadeando.
"Sí", susurré de nuevo.
Entonces me besó por todas partes: en la mejilla, en los párpados, en la frente, en el pelo. "Oh, Aset", dijo, besándome.
Pasados unos instantes, salió de mí y se desplomó de un lado. Me atrajo con un brazo. Me aferré a él y nos calentamos el uno al otro, sin que nos importara nada.
Estuvimos mucho tiempo en silencio. Oí zumbidos y retumbos distantes, los mismos que llevaba horas oyendo.
"Bueno", bromeé. "¿Qué debemos hacer ahora?".
Gimió, se levantó y me haló por el brazo. "Ven acá". Se movió hacia la pared y lo seguí a tientas. Se recostó del lado caliente del contenedor. Me senté junto a él y me rodeó con sus brazos. "No quiero desmayarme todavía".
"¿Desmayarte?".