Capítulo 33
1758palabras
2024-01-07 00:02
"¿Pensaste siquiera en eso?", preguntó.
¿Se estaba refiriendo a mis hermanas?
"¿Lo hiciste?", insistió.

"Claro que lo hice", dije. "¿Crees que no me importan? Sé que es eso lo que piensas, pero te equivocas de medio a medio". Rompí en llanto. No volvería a ver a mis hermanas. "¡Mi*rda!", dije.
"¡Chis!, lo siento. Lo siento". Me pasó una mano por el pelo, lo que equivalía a enredarlo, porque estaba empapado en sudor. "Dios mío, me he sentido muy solo sin ti", dijo. "No podía creer que te hubieras ido".
Sobresaltada como estaba, me di cuenta de lo que pasaba: él me estaba tomando por Sedna. Creía estar hablando con Sedna.
"Lo siento", continuó. "Te controlé y te asfixié. Fue culpa mía".
Naturalmente, sus palabras me hicieron pensar en el mensaje del sitio web. Te echamos de menos, te asfixiamos. Las cosas van a ser diferentes. Yo había dejado atrás a mis pobres hermanas, sufriendo y echándose la culpa. Jamás tendría la oportunidad de exculparlas, había encontrado la verdadera felicidad.
"Lo siento mucho", prosiguió. Estaba diciendo lo mismo que decían mis hermanas.

Las lágrimas me provocaron un cosquilleo en las mejillas. El caliente suelo de metal parecía estarse inclinando, pero sabía que no era más que mi mareo. "Yo no quería seguir posponiendo mi deseo", dije.
Las cosas se estaban volviendo surrealistas, porque realmente sentí como si estuviera hablando con Valeria, Idris y Cécile. Era como si les estuviera diciendo las palabras postreras.
Le dije: "No se trataba de que me controlaras o me asfixiaras, solo necesitaba irme. Ojalá hubiera podido decírtelo y hacerte entender. Necesitaba ser libre".
"Así no", dijo.

"Sí, así", dije de manera confusa. "Tienes que entender eso. Tienes que perdonarte a ti mismo". Eso fue todo lo que quise comentar en aquel blog. Tenía una necesidad imperiosa de expresarlo, como si nada más importara.
"Fui egoísta", dijo. "Te presioné".
"Nadie estaba presionando a nadie".
Se desplazó en lo oscuro, sobre el abrasador suelo de metal. No lo veía, pero sentía su respiración y su enorme cuerpo frente al mío. Extendí la mano y le toqué la cara, y me percaté de que estaba acostado de lado delante de mí. Me agarró por los hombros y presionó la frente contra mi pecho, entre mis s*nos. El calor pareció intensificarse cuando le puse la mano en la coronilla; lo agarré y lo atraje completamente hacia mí.
"No quería que te fueras", dijo.
"No tuviste opción. Cada uno hizo lo posible por sobrevivir", dije. "Pero ahora todo está bien. Tienes que meterte eso en la mente".
Un intenso sollozo sacudió su enorme anatomía, luego otro y otro; fue como si se hubiera abierto una compuerta en su interior. Este hombre, inmenso y poderoso, estaba llorando.
Todo estaba mojado, de nuestro sudor, de nuestras lágrimas, del aire; la realidad misma parecía estar ensopada. Me dio la impresión de que estaba inhalando su desahogo, tomándolo en grandes bocanadas.
"Está todo bien. Relájate".
Mis hermanas nunca me escuchaban, pero, aun así, yo decía lo que tenía que decir, y algo cambió en mí. Como si contar al universo mi parte de la historia sirviera para algo.
Pero era importante que Júpiter lo oyera. Su consuelo era importante.
"Lo haría de nuevo", dije, abrazándolo. "Tú tenías tus propias necesidades, y no eras culpable de tales menesteres. Todos éramos víctimas. Yo solo necesitaba ser libre. Y no hay nada que perdonar. ¿Lo entiendes?".
Pareció sosegarse. Lo noté calmo. Percibí que entendía.
El mundillo dentro de nuestra ardiente caja de metal parecía estar girando y cambiando. ¿Nos habría llegado la hora de morir?
Él se irguió y me tocó el pelo, me lo acarició de manera diferente. No era ni un toque suave ni de enfado. "Aset".
"Sí, dije.
"¡Dios mío! ¿Qué c*jones?". Se alejó de mí. "¿Qué c*jones? ¿Dónde estamos? ¿Por qué finges ser Sedna?".
"No fue mi intención... No estaba...".
"¿Qué te pasa? ¿Por qué haces eso?".
Fruncí el ceño. Ninguna respuesta tendría sentido para él.
"¿Dónde diablos estamos?". Sus preguntas resonaron en la lata abrasadora.
Traté de explicarle dónde estábamos, pero él ya se había puesto de pie. A juzgar por lo que yo oía, él estaba examinando las paredes, tal vez golpeándolas con los pies.
"Hija de p*ta", dijo después de un fuerte golpe. "Hija de p*ta". Me pregunté si se habría lastimado. "¿Y estás aquí haciéndote pasar por Sedna? Déjame decirte algo: no eres Sedna".
"Sí, sé que no soy Sedna", dije. "Creo haberlo entendido".
"Entonces, ¿por qué simulabas ser ella? Entraste en nuestra pandilla y trataste de ocupar su lugar, corriendo por todos lados e intentando borrar sus huellas".
"No intentaba borrar sus huellas".
"¿Y ahora estás aquí, hablando como si fueras ella después de resucitar? ¿Crees que es divertido jugar conmigo de esa manera?".
"No estaba jugando contigo. Disculpa por estar encerrada contigo, y en pánico, en una sauna negra como boca de lobo durante cinco o diez horas. Discúlpame si estás completamente desconectado de la vida allá fuera, excepto cuando dices las cosas que dirían mis hermanas, a quienes yo podría no volver a ver. Me siento totalmente culpable por haberlas abandonado, al contrario de tu apreciación. Disculpa si tengo algunas respuestas patéticas, pero estoy sentada en este antro contigo, al borde de la muerte". Era consciente de cuán incoherentes sonaron mis palabras, incluso para mí.
"Tú sabías que yo pensaba que eras Sedna. Debiste haber dicho algo".
"Pues, te lo explico. No lo hice porque me siento un poco alterada en este momento. Así que, vete a la mi*rda", dije.
"No, vete a la mi*rda tú", dijo él.
Lo oí moverse alrededor de nuestra jaula infernal.
"Oh, sí, muy oportuno eso", espeté. Él golpeó algo en el lado por el que habíamos entrado. "Esa debe de ser la puerta cerrada con candado", dije. Sacudió un poco más. "Y te diré otra cosa", continué. "Te aseguro que ella diría lo mismo que yo. Ella no se suicidó por ti, Júpiter. Nadie puede obligar una persona a suicidarse, así que, puedes bajarte de esa nube. No eres un dios".
El ruido cesó. Deseé poder verle la cara y los ojos.
Le dije: "En tu mente, tal vez seas el centro del universo, y eres el centro de tu banda, ¿pero te crees tan poderoso como para llevar a una persona a cometer suicidio? La gente hace lo que quiere hacer. Ella tomó sus propias decisiones. Entonces, ella se la buscó, Júpiter. Fue su propia decisión".
Oí sus pasos cerca de mí en la oscuridad. Sollocé mientras él se sentaba a mi lado. ¿Me odiaba? Tal vez, pero esas son las cosas que me hubiera gustado que mis hermanas supieran.
Sentí su mano pesada en mi rodilla, luego en mi brazo. Buscaba a tientas mi hombro, y ahí dejó la mano. ¿Ahora estaba tratando de consolarme? "Oye", dijo.
"¿Qué?".
"Ellas te aman, eso es todo", dijo. "Tus hermanas te aman".
Me sentía desencajada a causa de las lágrimas.
Empero, no me molesté en taparme la cara. Esa era una de las pocas ventajas de estar en la más absoluta oscuridad. "Yo también las amo". Jadeé. "Pero necesitaba ser libre, anhelaba ser libre. No creo que ellas alguna vez lo entiendan. Bueno, estoy segura de que no lo harán ahora".
"C*jones, ven acá". Me atrajo hacia él. Me esforcé por controlar mis sollozos, y me quité las lágrimas y el sudor de la cara.
Me alisó el pelo un poco más, y terminó diciendo que lo sentía.
"¿Le estás diciendo eso a Sedna o a Aset?", le pregunté entre sollozos.
"A las dos", dijo después de un largo silencio. "Supongo que a ambas. ¿Te satisface oír eso?".
"Por supuesto que sí", dije. "¿Y a ti?".
Se apartó. Sabía que me estaba mirando en la oscuridad. Sentía sus ojos e imaginé la intensidad con que me miraba. "¿De veras les habrías dicho eso a tus hermanas?".
"Sí. No estaba bien que se culparan por algo que yo hice, bajo ningún concepto".
"Pero ellas te presionaron. Te obligaron a quedarte y te quitaron demasiado. Lo dijiste una vez".
"Lo hicieron, pero irme y unirme a unos ladrones no era la única reacción posible. Ese era mi problema, no de ellas. Como lo de lanzarse por un precipicio. Esa no era la única opción de Sedna".
En medio del ensordecedor silencio que siguió, me pregunté si lo había lastimado o enfadado. "Me ayuda que digas eso", dijo.
"Me ayuda que lo entiendas".
Respiró con dificultad, como si llevara una eternidad aguantando la respiración. Nos sentamos y estuvimos un largo rato callados. Sentimos el ruido de una maquinaria a lo lejos, y luego se apagó.
"Gracias", dijo al cabo de un rato.
"A ti". Me sentí extrañamente conectada con él, y me sentí un poquito mejor. Era como si a los dos nos hubieran lavado el alma, dejándola limpia de culpa.
Lo sentí cambiarse de posición. Volvió a alisarme el cabello. Rodaron unas gotas de sudor por mi frente, y recorrieron la línea frontal de mi cabello.
"Tenemos que largarnos de aquí", dijo.
"Estoy casi totalmente seguro de que la puerta está donde estuviste la última vez". Encontré su mano, la presioné contra el suelo y la moví en dirección a la puerta. "Por aquí".
Fue arrastrándose hasta el lado de la puerta. Lo oí tantear y golpear el metal. "Ojalá no me hubieran quitado los zapatos".
"No, están aquí". Busqué a tientas, hasta que encontré sus zapatos.
Se los puso y golpeó la puerta, presuntamente con los pies, tratando de abrirla. No lo oí quitarse la camisa, pero sí oí el suave ruido que hizo al caer. Yo también me puse los zapatos, y me le acerqué. Nos sentamos juntos sobre nuestros traseros, en plena tiniebla, golpeando la puerta con los pies al mismo tiempo, hasta que pensé que me había roto los huesos del talón.
"No te vayas", dijo finalmente.
Nos caímos boca arriba, uno al lado del otro. Deseaba poder verlo. Pensé en aquel día en el banco, en la forma en que miraban sus ojos detrás de la máscara, y la conexión que sentí. Visualicé su mirada ese día en el jacuzzi: toda esa hambre y ese desdén en sus ojos, pero, aun así, la intensidad y la conexión seguían estando ahí.
"Jamás quise borrar las huellas de ella. Nunca quise eso".
"Lo sé", dijo.
No hablamos acerca del aire. Yo todavía quería creer que había un agujero por donde entraba algo de aire.
"Lamento haberte metido en esto", dijo.
"¿Otra vez con eso? ¿Con esa disculpa de mi*rda?".