Capítulo 29
1919palabras
2024-01-02 10:49
Con su voz áspera y sedosa, respondió: "Para lo que sea que vaya a hacerte".
No supe si fueron sus palabras las que me hipnotizaron o la obscenidad del liguero con los tacones y los azotes, pero estaba desbordando de emoción. "Haz lo que quieras", suspiré.
«Solo hazlo», pensé.

"Buena chica". Sentí su dedo embarrándome el an* con la mantequilla, moviéndose en un vaivén resbaladizo, sedoso y s*nsual. Luego, añadió más mantequilla.
"Sí", susurré.
Entonces, sentí la punta de su dedo empujar contra la entrada de mi c*lo tembloroso. Poco a poco, fue llegando más lejos y más profundo que cuando lo hizo en el auto. Suspiré o, más bien, g*mí.
"Relájate", murmuró, aumentando la presión y el ritmo, lo cual hizo que g*miera de satisfacción.

De pronto, sacó el dedo e indicó: "Siéntate. No te des la vuelta, solo siéntate".

Me senté con las piernas cruzadas y el tr*sero sobre el frío mármol. Me tomó por la cintura y me impulsó lentamente hacia atrás, justo al agua.
"¿Qué haces?".
"Ssh", pronunció muy cerca de mi cabello. "¿En verdad te importan tanto los tacones? ¿O es por el cinturón?".
"No", dije a la par que mi trasero golpeaba el agua. No me sumergí por completo, sino que mis pantorrillas quedaron en el borde de la piscina y el resto de mi cuerpo quedó en el agua, excepto mi cabeza y mis hombros. Él me sostuvo con los brazos alrededor de mi abdomen.

El agua salió de un chorro en el costado, disparándose hacia mí. Thuner puso una mano sobre mi v*gina, me movió a la derecha, me empujó hacia delante y, cuando retiró la mano, el agua comenzó a dar directo contra mi clít*ris como un megav*brador. "Ah, esto es increíble", expresé, tensándome por las inmensas olas de pl*cer que me provocaba.
"Enfócate en sentirlo y déjate llevar. Deja que te guie".
"¡Mi*rda!", exclamé.
"Relájate y entrégate". Presionó su dedo en mi c*lo, que todavía estaba bastante mantecoso. Comencé a jadear y a retorcerme con la sobrecarga de sensaciones: el chorro pulsante sobre mi s*xo y su dedo deslizándose dentro y fuera de mi an*. Luego, curvó su falange dentro de mí en lo que el agua me invadía y me complacía.
Me di cuenta de que respiraba casi entre g*midos: ¡sonaba como un oso, así que me obligué a detenerme!
"No pares", dijo con la voz ronca. "Déjate llevar y no te detengas. No tienes otra opción".
El placer de su dedo y los chorros se revolcaban de manera implacable en ondas y en pulsos. Se sentía tan bien que, en un abrir y cerrar de ojos, sentí que mi org*smo se apoderó de mí, haciendo que gritara, que todo me palpitara y que me desmoronara de pl*cer.
Él me alejó de los chorros a la vez que los espasmos del clím*x disminuían. Mi mente estaba completamente nublada.
"Muy bien", dijo. "Ahora tengo que f*llarte", me jaló hasta sumergirme en el fondo del agua, me levantó con los brazos y me besó. "Vamos, necesito hacerlo", jadeó y me cargó por los escalones del jacuzzi, me sacó del agua y caminó a través de la suite mientras las gotas de agua caían por nuestros cuerpos.
"Hazme lo que quieras y f*llame como se te antoje", le supliqué, besándolo a la par que me cargaba.
Cuando golpeó sin querer mis pies contra una pared, se disculpó: "Lo siento".
"No te preocupes". Podría haber perdido la mitad de la pierna y no importarme en ese momento. Él me llevó por el pasillo, entró a una habitación, me arrojó sobre la cama y se puso de rodillas con su mi*mbro erecto. El deseo con el que me miraba lo hacía ver un poco salvaje.
Me di la vuelta, agarré un condón de la mesita de noche y me volteé hacia él. No obstante, antes de abrirlo y ponérselo, me acerqué a él e introduje su p*ne en mi boca, agarrándolo de sus n*lgas con fuerza para empujar a que llegara al fondo de mi garganta.
"¡Corazón!", él exclamó.
Lo s*ccioné y lo l*mí con libertad antes de agarrar la base de su p*ne e impulsarme para estimularlo tanto con la boca como con la mano. Él me emb*stió hasta el fondo, una y otra vez con una fuerza casi bestial. Al cabo de un rato, me agarró del cabello y me apartó de él.

No fueron necesarias las palabras para entender lo que él quería. Abrí el condón y se lo puse; me acosté sobre el colchón y abrí las piernas, dejándome a su completa disposición. No me importaba nada en ese momento, solo deseaba que me tomara por completo.
Se quedó allí de rodillas, observándome como si parte de f*llar fuera simplemente deleitarse con mirarme y someterme a él.
Una de las partes maravillosas del s*xo era ceder por completo a la exc*tación y saber que él vendría por mí.
Y luego, con una expresión imponente y la mirada de un hombre que no estaba en plena posesión de sus sentidos, arrastró su cuerpo musculoso de un metro ochenta, colocó la punta de su grueso mi*mbro en mi abertura y entró de una sola estocada.
Respiré hondo, ya que su p*ne se sentía enorme en mi interior. Siempre que estaba con él, me dominaba una intensa sensación, casi llegando al borde del dolor. Me encantaba cómo se sentía y cómo me llenaba a medida que iba saliendo y entrando de mí una y otra vez.

"No puedo parar", dijo, sin dejar de emb*stirme con brusquedad. "Es imposible detenerme, Aset, siento que…".
"Entonces, no lo hagas", repliqué, deleitándome con la intensidad en la que ese hombre me pen*traba. Era como si estuviera completamente fuera de control. "F*llame, tómame toda. Solo hazlo…".
Me propinó una profunda estocada y emitió un grito que indicaba que llegó a su punto máximo. Con su p*ne bombeando dentro de mí, se quedó quieto por unos segundos antes de jadear y desplomarse a mi lado.
Lo abracé, colocando una mano en su espalda y otra, en su cabello, manteniendo su cabeza contra uno de mis hombros.
Me dediqué a escuchar su respiración, que sonaba agitada como si hubiera estado corriendo. Aquel era el sonido que más predominaba en la silenciosa suite de los ladrones de bancos.
Lo apretujé y disfruté del momento, preguntándome cómo había acabado de esa manera. ¿A qué o a quién había perdido? ¿Por qué se llamaba a sí mismo como «criminal» con tanta ira y odio? Además, parecía que solía ser médico.
"F*llame, tómame toda. Solo hazlo…", él me imitó antes de añadir: "Creo que alguien necesita practicar cómo hablar sucio".
Lo aparté de mí y protesté: "¡Púdrete!". Él se rio.
Wuotan y Júpiter regresaron esa misma tarde. Quedaron encantados con los sándwiches de bagre, que al parecer eran un manjar para los ladrones de bancos. Parecían no alarmarse por el hecho de que Thuner hubiera robado un auto para que hiciéramos recados, aunque me resultó evidente que no les contó sobre la travesura de conducir delante de un policía mientras él me provocaba un org*smo.
¿Acaso ese incidente solo era uno de los actos casuales de un forajido que vivía al límite? ¿No lo consideró lo suficientemente importante como para mencionarlo? ¿O era algo que prefería ocultar?

Wuotan y Júpiter hablaron sobre su día. Se sentían bien con lo que habían visto: carreteras, compañías de alarmas, seguridad, rutinas y entre otras cosas.
Júpiter comentó: "Lo que más me emociona es la forma en la que funcionan los disruptores de semáforo de Wuotan".
"Tomamos el control de un semáforo mientras pasábamos", contó Wuotan. "¡C*rajos, qué cosa tan bien hecha!".
"Por suerte, no los utilizamos en el trabajo de Baylortown". Thuner inclinó la cabeza hacia mí con los ojos brillosos y susurró: "Ah, por supuesto, allí no hay semáforos".
Le di un golpecito, a lo que él me agarró de la muñeca y me besó la mano.
Aquella noche, los cuatro comimos y bebimos mucho. Los carritos del servicio de habitaciones entraban y salían, y los chicos se lo pasaron tomando baños de hidromasaje. Fue toda una fiesta de borrachos.
Después de mi quinta copa de champán, decidí modelar más ropa interior nueva, feliz de no haber permitido que la mayoría cayera al agua.
Júpiter se mostró distante a todos mis atuendos y estaba de un humor extraño. Por el contrario, Wuotan me contempló y se quitó lentamente las gafas, lo cual me volvió loca, como siempre. Luego, se puso de pie y se acercó a mí, haciendo que yo retrocediera hasta llegar a una esquina. Aun así, él continuó caminando hasta que chocó contra mí.


En verdad era como estar en una especie de danza con esos chicos, y me encantaba cada paso que dábamos. Wuotan me atrapó las muñecas y las colocó por encima de mi cabeza, inmovilizándome y golpeándome deliciosamente contra la pared. Después, me cargó y me llevó a otra habitación, en donde f*llamos mientras Thuner desempeñaba un fabuloso papel secundario.
Cuando terminamos, noté que ambos tenían tatuajes en sus tobillos.
"¿Qué es eso? ¿Nubes y relámpagos?", pregunté, entrecerrando los ojos en lo que Wuotan se ponía los pantalones.
"No es nada. Volvamos a donde Júpiter", ordenó Wuotan.
Aunque me gustó que tuvieran tatuajes a juego, me percaté de que no querían que les prestara demasiada atención, así que me limité a levantarme y a ponerme el vestido de verano que tanto les encantaba.
Volvimos a salir y encontramos a Júpiter fumando un porro y bailando solo «Gonna be Starting Something» de Michael Jackson. La había puesto para armar una lista de reproducción especial.
Thuner y Wuotan no tardaron en unirse al baile. Los observé a los tres, quedando encantada en ver cómo los chicos podían moverse al ritmo de una clásica canción de Michael Jackson con total despreocupación y, aun así, lucir poderosos y peligrosos. En verdad eran los ladrones de bancos más malotes y únicos que jamás había conocido.
"Ven", me llamó Thuner.
No dudé en unirme a ellos y bailamos mientras bebíamos champán directamente de la botella. Sentía que me estaba tomando muy en serio el papel de forajida que vivía al límite.
La siguiente canción fue «Beat It», también de Michael Jackson. Como recordé que Thuner y yo habíamos comprado una peluca de cabello largo y castaño para el atraco, me la puse y moví la cabellera al ritmo de la música, cosa que fue un placer que había perdido cuando me cortaron el pelo.
En el momento que sonó «Saturday Night's All Right for Fighting» de Elton John, los cuatro nos agitamos como locos, y mis bandidos incluso parecían saber la mayoría de la letra. Me levanté y me meneé sobre la mesa de café, y Thuner también tomó su turno para hacer un baile único en la mesita. Al final, Wuotan hizo una especie de baile atlético bastante extraño. Todos nos reíamos, incluyendo el gruñón de Júpiter, aunque se negó a subirse a la mesa por más que le rogamos.
Suspiré, pensando que era muy triste que Júpiter no bailara ni participara en nuestros actos obscenos. Observé el último conjunto de flores que había destruido; los pétalos que se habían partido por la mitad quedaron acumulados en pequeños montículos cerca del jarrón que ahora solo contenía los tallos. Al parecer, no todos los camareros del servicio de habitaciones habían recibido la orden de no traer flores a la suite. De pronto, me dieron ganas de llorar, aunque no sabía si era porque estaba totalmente ebria.