Capítulo 17
1877palabras
2023-12-28 10:20
Los muchachos se turnaron para conducir durante toda la noche, deteniéndose únicamente para comprar hamburguesas y suministros médicos. Después de eso, intercambiamos de asientos: a mí me dejaron viajar en el puesto del copiloto, y tanto Thuner como Júpiter quedaron atrás. Se escucharon muchos gruñidos y luego Thuner se quejó de que había una bala allí. Fue entonces que me di cuenta de que en verdad le estaba sacando una bala del brazo de Júpiter. ¡Todo lo hacían en el asiento trasero!
No sé si me sorprendió más que Júpiter había tenido esa bala en el brazo todo ese tiempo o que Thuner estuviera sacándosela.
"¡Wuotan!", exclamé, girando la cabeza hacia atrás. Se notaba el cansancio de Wuotan a través de sus ojos. Parecía demasiado agotado para conducir.
"No te preocupes, Thuner es médico".
"¡¿Qué?!", exclamé con sorpresa.
"Así es", confirmó Wuotan. "¿Qué tiene de raro?".
"Pues, no muchos ladrones de bancos son médicos", murmuré. Sin embargo, no solo era eso, sino que él parecía ser el menos responsable de los tres y era como si todos lo quisieran mantener a la raya.
Mientras más lo pensaba, más curiosidad me daba. Si Thuner era doctor, ¿qué eran Wuotan y Júpiter?
De lo único que estaba segura era que Júpiter tenía un poco de marginalidad en él. No sabía si alguna vez superaría la sensación de su arma en mi frente o la forma en que acechó al tipo y le dio una violenta patada en la cara.
«A ti también te pude haber matado en un dos por tres. De ser necesario, no dudaría en hacerlo, nunca lo olvides». De pronto, las siniestras palabras de Júpiter resonaron en mi mente.
La presencia de Júpiter era tan intensa como una tormenta: aterradora y magnífica, con un increíble poder agitándose en su interior. Debí haberme indignado por lo que hizo, pero nadie se querría meter con una tormenta y empeorar las cosas. Me podría aniquilar en un abrir y cerrar de ojos.
Pregunté por el camarero del servicio de habitaciones y el hombre del gimnasio. No sería bueno que me reconocieran ni que me relacionaran con el incidente del atraco del banco. No obstante, a los chicos les pareció gracioso.
"A esos empleados les importa un c*rajo los bancos. Apuesto a que ni siquiera están en su radar, esas cosas no son de su incumbencia".
"Entonces, ¿qué es lo que les preocupa? ¿Quiénes son y por qué están detrás de ustedes?", pregunté.
"Como hagas una pregunta más de ese estilo, te dejaremos tirada al costado del camino. Tú decides", advirtió Júpiter.
"Con esto, tenemos dos acuerdos entre nosotros", informé.
"¿Dos?".
"Así es", repliqué. A Júpiter no le agradó mucho saber el precio que había exigido por mis servicios de mensajería, pero no me importó, ya que eso me hacía sentir parte del grupo.
Alrededor de las dos de la madrugada, nos alojamos en un motel que quedaba en una calle de Missouri, justo en las afueras de Kansas. Thuner y yo nos quedamos en una habitación y Wuotan y Júpiter, en otra. En definitiva, el ambiente s*xual había desaparecido entre nosotros, puesto que todos estábamos muertos del cansancio. Thuner ni siquiera se bañó, simplemente se desplomó en nuestra cama de tamaño king. Por mi parte, me cepillé los dientes con los dedos y con la pasta dental que los muchachos cargaban. Al final, también me acosté y me acomodé al lado de Thuner, debajo de las sábanas limpias y frescas.
Cuando me desperté en la mañana, me di cuenta de que Thuner estaba acurrucado a mi lado, susurrándome algo. ¿Acaso trataba de despertarme?
"¿Thuner?".
Él siguió murmurando, aunque no eran más que tonterías. Me percaté de que solo estaba teniendo un mal sueño. Si bien no entendí la mayoría de sus palabras y no sabía cuál era el contexto, escuché uno que otro «no» y frases como «no te vayas, Sedna». Mientras dormía, tenía una expresión de dolor.
¿Cómo que «Sedna»? ¿Estaba teniendo una pesadilla sobre viajes interestelares o qué?
"Todo va a estar bien, no nos va a pasar nada. Estamos en la Tierra", susurré.
Se retorció y se giró sobre su espalda. Aunque esperé un rato, él no dijo nada más.
A pesar de todas las armas, las intimidaciones y la violencia de la pandilla, al ver a Thuner dormir, me dio la impresión de que tenía a un pequeño Peter Pan en su interior. A decir verdad, no solo él, sino los tres. Pese a que escapaban del peligro, algo me decía que ellos también habían sido abandonados y que se sentían perdidos y desolados. Eran mis Peter Pan malotes.
Cuando le acaricié el cabello a Thuner, era como si lo hubiera calmado. Me alegró la idea de que tal vez haya logrado aliviar su pesadilla.
Si bien ellos me asustaban un poco, envidiaba su valentía, así como el cariño y la lealtad que se tenían.
Y allí estaba, en un motel de mala muerte, con dolor de cabeza y sin cepillo de dientes, acostada al lado de un doctor que se había convertido en un ladrón de bancos, que portaba un arma, que era uno de los criminales fugitivos más buscados y que, a su vez, era un depravado s*xual. Me sentía físicamente adolorida por haber f*llado con él y mentalmente agotada porque casi me mataban. Aun así, estaba determinada a quedarme. Aunque parecía que era algo que solo una persona retorcida haría, era mi realidad: deseaba quedarme porque me sentía como en casa.
De pronto, pensé en mis hermanas. Me preguntaba si habían podido dormir. La noche anterior les propuse sobre contactarlas mientras íbamos en la vía, pero Júpiter me dijo que lo dejáramos para después.
Thuner volvió a acostarse de lado, pero yo no podía volver a dormir, por lo que entré al baño y me miré en el espejo. Casi me espanté, pues me veía como una loca: lucía como un chico holandés, pelirrojo y chiflado. Tal vez me estaba volviendo una sociópata de verdad.
Al cabo de un rato, me quedé dormida sin que me diera cuenta. No fue hasta que percibí el aroma del café y los sonidos de Thuner empacando cosas que me desperté. Él se había peinado los rizos y se había puesto una chaqueta deportiva marrón, vaqueros y botas. A diferencia del día anterior, que tenía porte de un empresario, su nuevo atuendo lo hacía ver como un director de cine. Cuando le dije lo que opinaba de su nueva apariencia, sacó unas gafas de aviador con espejo y se las puso, lo cual hizo que se viera más atractivo.
"Tienes tantas fachas como un muñeco de Ken", bromeé.
Se acercó a la cama, puso las manos a ambos lados de mi cintura y se inclinó, aún con los lentes de sol puestos. "Pero creo que tengo una facha que ningún Ken tiene", comentó a la par que su sonrisa desaparecía.
Intenté descifrar lo que quiso insinuar y, cuando caí en cuenta, me sonrojé.
Solo me dedicó otra sonrisa antes de colocarse encima de mí. Él estaba vestido con elegancia, mientras que yo tenía poca ropa. Me gustó el contraste.
Se me puso la piel de gallina cuando me tocó la garganta y pasó un dedo por el centro de mi pecho. "¿Sabes lo que dijo Wuotan sobre ti?".
"¿Qué?", percibía corrientes eléctricas en las partes que me iba tocando con el dedo. Deslizándose poco a poco por mi cuerpo, llegó a mi abdomen bajo.
"Dijo que sentirte vulnerable te exc*ta, y empiezo a pensar que es cierto".
"¿Ah, sí? ¿Wuotan es parte de los psicoanalistas de Viena o qué?".
"Más bien, es porque Wuotan puede ver a través de ti, o de cualquiera, en realidad". Se puso de pie y agregó: "Por desgracia, debemos irnos pronto. Tenemos mucho que hacer".
Así que no era momento de jugar. De inmediato, me levanté y me puse mi raído uniforme de cajera de banco.
Tomamos un taxi hasta el centro de Kansas. Por suerte, nuestra primera parada fue a unas tiendas departamentales exclusivas donde elegí tres preciosos vestidos de verano y algunas blusas y pantalones increíbles. Era el tipo de cosas que Aset podría usar. Luego fuimos a un salón de belleza que quedaba en, según como lo llamaba Thuner, «la zona rock 'n' roll de la ciudad».
Ocupé la silla frente a una estilista de cabello morado que frunció su labio perforado con horror mientras inspeccionaba mis mechones que habían sido mal cortados con un cuchillo. "Admito que fue un corte apresurado. Me gustaría hacerle unos arreglos adicionales, ¿crees que puedas emparejarme el cabello y pintarlo de rosa?", sugerí.
"Un momento… ¡¿Rosa?!", exclamó Thuner, sacudiendo la cabeza.
"Debería pintárselo del color que quiera", espetó la estilista. "Quieres el rosa, ¿verdad? ¡Pienso que te quedará precioso!".
"Pero si luce demasiado radical o fuera de lo común…", Thuner empezó a poner excusas. "podría perder la posición que tiene actualmente en el trabajo y perjudicar su carrera, ya que su profesión requiere de interacción pública".
"Tiene razón", contribuí. "¿Qué tal el negro azabache?".
Thuner negó con la cabeza.
"Marrón oscuro", propuse.
Eso también lo vetó Thuner.
"¿Eh? ¡¿Por qué?!", protesté.
"Ven, acércate".
"Dame un minuto, por favor", me disculpé con la estilista, me quité el poncho de plástico que ella me había puesto y seguí a Thuner hasta la acera, mirándole la espalda en todo el camino.
"No puedes traer el cabello corto y oscuro".
"¿Por qué? Es una opción muy natural".
Se quitó las gafas de sol y me miró fijamente. "Si te digo que no, es no".
"¡¿Pero por qué?! Tampoco puedo dejármelo de rojo, y la única opción que queda es pintármelo de rubio. ¿Es eso lo que quieres?".
"Sí, solo haz lo que te digo", la severidad en su voz ocultaba dolor y problemas.
Poco a poco, más dudas se acumularon en el fondo de mi mente… los misterios, las reglas y la forma tan extraña en la que encajaba con ellos o, al menos, con Thuner y Wuotan. Era como si hubiera un lugar para mí o como si hubiese ocupado el lugar de un fantasma.
"¿Es así como lucía ella? ¿Tenía el cabello corto y oscuro?", susurré.
Él ladeó la cabeza como si estuviera confundido, pero algo me decía que lo había entendido a la perfección.
Entonces, me acordé de lo que dijo mientras estaba dormido. Quizá no se trataba de un viaje interestelar.
"Me refiero a Sedna", agregué.
Frunció el ceño, me acorraló contra la pared y puso las manos a cada uno de mis lados. "Que yo recuerde, ninguno de nosotros te lo hemos mencionado", dijo de manera acusadora.
"¡Tú mismo la mencionaste mientras dormías! Dijiste: «No te vayas, Sedna»", revelé.
Arrugó aún más el entrecejo.
"Aunque no me lo digan, puedo notar que había una chica antes que yo", declaré con delicadeza.
Él suspiró y contestó: "¡Felicidades! Ahora ya sabes por qué no puedes pintártelo de marrón".
Me sentí mal, como si lo hubiera traicionado al haber escuchado lo que decía mientras soñaba. "Lo siento", me disculpé.
Se pasó la mano por la nuca y miró al cielo. En lo que esperaba, noté que tenía pecas en la nariz, tan claras que eran casi translúcidas.
¿Qué diablos le había pasado a Sedna?