Capítulo 16
1433palabras
2023-12-28 10:15
"Vine a informarte sobre la situación".
"No, no deberías estar haciendo esto", me quitó el celular. "¡M*ldita sea!".
«De nada», pensé con ironía a la vez que Júpiter marcaba con brusquedad los botones del teléfono. Cuando la llamada conectó, empezó a tener una conversación misteriosa y exaltada en donde se hablaban mediante códigos secretos. Sus penetrantes ojos verdes me atravesaron. Luego, se acercó a la ventana y miró hacia la piscina interna al otro lado del cristal. La alberca estaba cerrada, con una iluminación tenue gracias a las luces que provenían de otros lugares. Me quedé mirando los cuerpos y me pregunté si estaban muertos.
¿Qué fue lo que hizo?
Me alejé de ellos y examiné la docena de máquinas de levantamiento de pesas. A juzgar por la breve conversación de Júpiter por la llamada, supe que estuvo a punto de subir las escaleras para advertirles a Thuner y Wuotan. Al parecer, ninguno de ellos abandonaría a un miembro de la pandilla. Más adelante, vi un celular roto en el suelo.
Fue en ese momento que sentí algo frío en el cuello y me tensé cuando una mano me agarró del cabello. "Como te muevas, te juro que te haré sangrar".
El pánico me nubló. Así que no todos los tipos que yacían en el suelo estaban muertos.
Júpiter se giró con una expresión iracunda, como si algo lo hubiera molestado mucho. "Hablemos después", le dijo al celular.
"Suelta el teléfono", el hombre le exigió a Júpiter a la par que me sujetaba y presionaba un cuchillo contra mi garganta. Traté de mantener la calma, de no moverme y hasta de no tragar saliva mientras la hoja me rozaba la piel. De pronto, toda la habitación pareció iluminarse.
Júpiter sonrió con frialdad y, en lugar de dejar caer el celular, dio unos pasos hacia mí, levantó una pistola como si nada y la presionó contra mi frente, provocando que yo jadeara de la impresión.
"¿Dijiste que la ibas a hacer sangrar si se movía? Pues, déjame informarte que tú también lo harás", espetó.
Sentí como si estuviera viendo la escena desde fuera de mi cuerpo, como una película en cámara lenta. Todo me resultaba surrealista.
"Lo decía en serio", declaró el hombre.
"¿Siguen usando perdigones de tungsteno?", Júpiter continuó. "Supongo que sí, y que esta bala que le pertenece al arma de tu amigo atravesará su cráneo y llegará directamente a tu yugular. ¿Deberíamos probarlo?".
Se me flaquearon las rodillas y el tictac del reloj comenzó a aturdirme.
Júpiter me miraba con gelidez. "Dime, cariño, ¿hace cuánto que nos conocemos?".
"Pues…". Mi mente estaba en blanco y no podía pensar con claridad. "¿Un día? No, quizá menos…".
"Adelante, dile la verdad a ese sujeto".
"No… nos conocemos desde esta mañana, alrededor de las once".
Júpiter suspiró. "Espero que mis compañeros te hayan dado una merecida despedida. Lo siento mucho por esto".
"¿Qué?".
Hizo una mueca, como si se dispusiera a dispararme. Al pensar en la sangre que derramaría, me di cuenta con horror de la gravedad de la situación.
"¡No, por favor!", chillé.
Entonces, el hombre me empujó y retiró el cuchillo de mi garganta. Comenzó a retroceder, moviéndose detrás de una máquina de ejercicios, como si una pila de pesas de metal fueran a protegerlo más contra las balas que mi cráneo.
Puse una mano sobre la zona en donde el cuchillo había rozado y me di cuenta de que estaba sangrando, aunque no mucho.
Júpiter caminó hacia el tipo y lo siguió hasta la máquina de pesas más grande. El desconocido continuó alejándose hasta que Júpiter empujó ciertos objetos, haciendo que se cayeran de lado. Luego, saltó sobre él y le dio una patada en la cara.
Era la primera vez que veía algo tan violento. No se parecía en nada a una patada de kárate: carecía de saltos y giros. Tan solo fue el pie de Júpiter surgiendo de la nada y golpeando brutalmente el rostro del sujeto. El tipo se retorció, se desplomó sobre la máquina y rodó por el suelo.
Con una mano, me cubrí la boca que estaba abierta del asombro. ¿Lo había matado?
Por su parte, Júpiter se puso una toalla sobre los hombros para ocultar su brazo ensangrentado.
"Gracias", suspiré, aunque no sabía si en verdad debía agradecerle.
"¿Gracias?". Júpiter se acercó a mí con una mirada ensombrecida y feroz. "A ti también te pude haber matado en un dos por tres. De ser necesario, no dudaría en hacerlo, nunca lo olvides".
"¿Qué?".
"Haría cualquier cosa para proteger al grupo, y eso no te incluye a ti. Sé que te parece divertido esto de jugar a ser ladrones de bancos, pero tarde o temprano deberás entender lo peligroso que en realidad es".
"Solo trataba de informarte algo, no de unirme a tu pandilla".
Júpiter metió el arma y el teléfono en el bolsillo de su pantalón deportivo. "Tenemos que salir de aquí". Se retiró por el área de la piscina, y yo lo seguí. Atravesamos una serie de puertas y luego salimos a la noche fresca y estrellada. Me toqué el cuello y me alivié de que ya no sangraba tanto como antes.
«Pum, pum, pum», ruidos similares a petardos resonaron a lo lejos.
"Han entrado a la habitación", avisó a la par que nos apresurábamos a cruzar el estacionamiento hasta llegar a la camioneta. "Súbete por atrás".
Salté hacia dentro y cerré la puerta. Él encendió la furgoneta y la condujo, lo hizo de una forma tan lenta que hasta resultaba despreocupada. De esa manera, era como si nos estuviéramos camuflando en la camioneta.
Me maravillé de la extrema disciplina que se necesitaría para conducir con tanta indiferencia en lugar de correr frenéticamente por todo el aparcamiento. Al fin y al cabo, se hallaban en una situación desesperante en donde no solo los asesinos los perseguían, sino que Thuner y Wuotan debían estar esperando en alguna parte.
"Que conste que esto no te hará parte del grupo…", manifestó Júpiter. A pesar de que me dolieron sus palabras, confirmaron muchas cosas que sospechaba de ellos: habían sobrevivido contra enemigos muy peligrosos gracias a que eran como una salvaje manada de lobos. Eran tan leales que no temían sacrificar a otros con tal de garantizar la seguridad de sus miembros.
Bueno, no sabía si eran más como una manada de lobos o una de dioses. Lo único de lo que estaba segura era que él no me iba a considerar parte de ellos.
Aun así, deseaba pertenecer a la pandilla.
Júpiter dio una vuelta alrededor del hotel y se estacionó cerca de un matorral de arbustos que rodeaban la esquina del hotel. Enseguida, Thuner y Wuotan se subieron, nos amontonamos y nos pusimos en marcha de nuevo.
"Tuvo que ser Víctor", le dijo Júpiter a Wuotan, que estaba en el puesto del copiloto como de costumbre.
Wuotan asintió. "Sí, Víctor".
Júpiter se detuvo en la vía principal y condujo sin excederse del límite de velocidad.
Thuner se me acercó y me preguntó: "¿Te encuentras bien?".
"Sí", susurré, aunque era mentira, ya que todavía temblaba del susto.
Luego, me inspeccionó el cuello y palmeó la piel que estaba cerca de mi herida. "¿Qué pasó?".
Júpiter respondió: "Cuando estábamos en el salón de pesas, uno de los sujetos trató de retener a Aset, pero yo lo convencí de que ella no era nada para nosotros. A ti también te ha quedado claro, ¿no es así, Aset?".
"Por supuesto, me quedó más que claro", aseguré.
"¿Trató de retenerte?", inquirió Thuner.
"Sí, por eso los amenacé con dispararles a ambos", Júpiter contó como si fuera lo más casual del mundo.
"Me iba a atravesar el cráneo con el arma para matar a dos pájaros de un solo tiro", complementé y me sentí orgullosa de mí misma por hablar de ello con tanta naturalidad. Enseguida, sentí la mirada de Wuotan sobre mí.
"Quien juega con fuego, se acaba quemando", espetó Júpiter.
¿Lo decía por el tipo al que le dio una patada en la cara o por mí?
"Júpiter, necesitas atención médica", le indicó Thuner con severidad.
"Primero, debemos alejarnos lo más que podamos", contestó Júpiter.
Entonces, Thuner se volteó hacia mí y me extendió la mano con la palma hacia arriba. Puse mi mano sobre la suya y permanecimos allí, en el asiento trasero y con nuestros dedos entrelazados. Pese a que parecía un gesto bastante simple, lo significaba todo para mí.
Sabía que yo no era nadie importante para la pandilla, y eso Júpiter me lo había dejado claro. No obstante, sentía que Thuner me aceptaba en ese instante.