Capítulo 6
1516palabras
2023-12-26 14:35
"Solo te dijimos que te quedarás con nosotros hasta el próximo robo, no que podrías participar en él", dijo Júpiter.
Decepcionada, me recosté en el respaldar del asiento. No quería que me vieran como la hermanita berrinchuda que los acompañaba, pues deseaba que pasara algo más entre nosotros.
Había un salto de esquí abandonado a diez minutos de nuestra granja, una cosa de madera chirriante construida en los años 1960. Era tan alto que podías ver su oscuro esqueleto alzándose en el horizonte a kilómetros de distancia, llamándote y desafiándote con su intimidante altura y sus desvencijados vértigos.
Si conduces hasta allí y te acercas con sigilo, encontrarás una valla metálica a su alrededor y carteles que rezan «prohibido el paso» por todas partes, pero es bastante fácil de entrar por la fuerza y de trepar por ella con los esquís atados a la espalda; solo hay que tener cuidado para evitar los peldaños desgastados. La adrenalina y la emoción aumentan con cada paso.
Cuando llegas a la cima, la sensación es inigualable. Puedes ver a kilómetros de distancia y a un ángulo que resultaba imposible, que se inclina hacia arriba en el extremo y está diseñado para lanzarte por los aires. Estar ahí de pie antes de impulsarte es como el borde del éxtasis, como cuando estás en la parte más expectante y en lo más alto de una montaña rusa, y sabes que pronto irás abajo o, más bien, sabes que te llevará y que no habría vuelta atrás.
¡Qué emoción tan indescriptible! Así me sentía con los ladrones de bancos: como si estuviera al borde de algo maravilloso. No quería quitarme los esquís, atarlos a mi espalda y volver a bajar.
"Oigan, me gustaría preguntarles algo", tragué saliva antes de continuar: "¿Por qué las reglas misteriosas no aplican para mí? Dijeron que me aceptaban como parte de la pandilla, ¿no debería cumplir con las normas del grupo al igual que ustedes?".
Hubo otro lapso lleno de silencio.
"Escucha: solo eran reglas estúpidas que teníamos cuando nuestra pandilla era diferente", reveló Thuner.
"Pues, para mí es importante seguir las normas", manifesté con la boca seca.
"No lo entenderías", dijo Thuner.
Wuotan emitió un resoplido burlón y se giró en su asiento para mirarme directo a los ojos. Ni siquiera podía atinarle a sus orígenes: medio oriente, Grecia, África del Norte… Sea como fuera, estaba segura de que se seguiría viendo guapo aunque se pusiera todos los dientes muertos, cicatrices y lunares de la cajita de metal.
"¿Qué pasa?", inquirí, tratando de zafarme del efecto hipnótico que me provocaba su mirada.
"Olvídate de las reglas", indicó Júpiter desde el asiento del conductor. "Retiro lo dicho: ella no estaba jugando".
"Escogió el nombre de una diosa, quiere entrar y ya adivinó cuáles son las reglas o, al menos, sabe cuál es su naturaleza", Wuotan hizo una pausa, como para dejar que asimilara sus palabras. Era desconcertante la forma en la que me observaba mientras hablaba de mí.
Aunque se sentía como si revelara mis secretos, me encantaba. Amaba sentirme fuera de control como si me estuviera entregando a algo poderoso o algo más grande que yo, justo como lo hacía con el salto de esquí.
Se me tensó la piel.
"Creo que se ha hecho una idea bastante acertada de cuáles son las reglas", Wuotan agregó, a lo que mi corazón se aceleró.
"¿Lo dices en serio?".
"Sí, bastante. Es más, apuesto a que es justo lo que deseas", dijo Wuotan.
No entendía qué era lo que ese hombre estaba provocando en mí. Tragué saliva y crucé las piernas, estando consciente del cosquilleo que se concentraba ahí.
Wuotan arqueó sus cejas oscuras, como si el hecho de que yo cruzara las piernas fuera una prueba de que tenía razón. Me encantaba la forma en la que hablaba y la manera en la que veía a través de mí. Quería que dijera más.
"Bueno, lo cierto es que me gustaría comprobar cuáles son las reglas para evaluarlas por mí misma", manifesté con timidez.
Sentí que estaba iniciando un baile peculiar y provocativo, y que en algún lugar muy dentro de mí me sabía los pasos.
Júpiter me miró por el espejo retrovisor con severidad. También percibí los ojos de Thuner sobre mí, así como el calor que irradiaba.
Mis pez*nes se tensaron, los sentí tan rígidos que parecía que iban a atravesar la delgada tela de mi blusa. Quería tocarlos, aunque era más mi deseo de que los ladrones los acariciaran.
"¿Y bien?", de nuevo rompí el silencio al sentir que en cualquier momento iba a jadear. "Es de buena costumbre informar a otros sobre las reglas que ustedes mismos crearon. No me parece justo que me pidan que adivine".
"Sí, tienes razón", Wuotan comentó de forma sombría. "¿En serio quieres conocer las reglas del juego?".
"Sí, por favor, díganmelas", dijimos mis pez*nes er*ctos y yo.
"El juego…", Wuotan comenzó a decir. "Se trata de que somos bandidos depravados y enloquecidos por el s*xo".
Me mordí el labio y asentí. «Hasta ahora, todo bien», pensé.
"Las reglas son bastante simples", continuó Wuotan. "En primer lugar, debes tener relaciones s*xuales con todos nosotros en diferentes momentos y en diferentes combinaciones".
Mi pulso se aceleró. "¿Eso es solo lo primero?". Parecían esas típicas condiciones que solían escalar.
"Así es, Aset. Esa es la primera regla", contestó Wuotan.
Me imaginé presionada entre ellos, con sus manos y bocas sobre mí. Él hizo una pausa, y su silencio me pareció una tortura, así que me animé a preguntar: "¿Y qué podría estar en segundo lugar?".
"Que podamos atarte y así", añadió casualmente.
¿A qué se refería con «y así»? No quería parecer una tonta, por lo que solo asentí.
"También te daremos diversos órdenes que deberás acatar. Siempre que consideres que estén dentro de lo razonable, claro está", sus ojos marrones fueron como una caricia para mi piel.
Tragué saliva por enésima vez. Apenas podía respirar.
"Te llamaremos por tu apodo. Para nosotros, solo serás Aset, pero puedes terminar el juego y volver a ser Mérope en cualquier momento".
Asentí de nueva cuenta. Ya no quería ser Mérope, deseaba convertirme en Aset y jugar su indecente juego.
"Es posible que te castiguemos de vez en cuando", complementó.
"¿Ca… castigarme?", inquirí.
"Sí, te pondremos castigos de índole s*xual con los que estarás de acuerdo. Aunque, de cierto modo, podrían ser insoportables", aclaró Thuner.
¿Eh?
"Lo siento, así es como tiene que ser", pronunció Wuotan, mirando de manera sombría a Thuner.
Thuner puso su robusta y cálida mano en mi muslo, provocando que una ola de calor recorriera mi interior. Respiré hondo.
"¿Entiendes por qué a veces tendremos que castigarte?", Wuotan preguntó.
Aunque todo me parecía emocionante y ardiente, traté de no sonreír. "Sí", respondí con un jadeo.
En algún lugar de Baylortown, Wisconsin, mis hermanas probablemente estaban muy preocupadas por mí, pero yo no quería detener esa montaña rusa. No era que no pudiera pararlo, sino que no deseaba hacerlo.
"¡M*ldita sea!", espetó Júpiter a la par que se cambiaba de carril. No supe si fue por algo que había en la vía o por nuestra conversación.
"Aunque no queremos quitarte el nombre de Aset, lo haremos en caso de que sea necesario. Volverás a ser Mérope cuando decidas dejar el juego", Thuner explicó con seriedad y luego se acercó para preguntarme: "¿Y bien? ¿Qué opinas de las reglas, Aset? ¿Estás dispuesta a cumplirlas?".
Miré a los ojos de Júpiter a través del espejo retrovisor, los cuales estaban fijos en la vía. Me preguntaba qué pensaba al respecto.
"Respóndele a Thuner, te acaba de hacer una pregunta", exigió Wuotan.
Mi boca se resecó aún más. No sabía si debía aceptar, pues solo había tenido s*xo muy regular, y de lo poco que sabía al respecto era gracias al p*rno de dibujos animados que había visto. Seguro que se burlarían si les dijera, de modo que decidí callármelo. Quería que Aset fuera mundana.
"Insinuaste que podrían hacerme más cosas aparte de atarme, ¿de qué se tratan?". Me empezaron a palpitar las orejas. Era como si estuviera bajando por una pista de esquí hacia un lugar desconocido pero sumamente atractivo.
"Eso lo decidiremos mutuamente a medida que avancemos", aclaró Wuotan.
Thuner me miró de nuevo como si acabara de darse cuenta de algo. "Te mueres por jugar con nosotros, ¿verdad?".
"Sí", suspiré.
"Vaya, Sherlock, ¡qué listo eres! ¡Descubriste América en un vaso de agua!", dijo Wuotan.
"Vamos a hacerlo. Ven acá", Thuner me sentó en su cálido regazo, puso una mano en mi cadera y la otra, en mi muslo. Me ardía la v*gina, quería que él me recorriera con las manos. «¿Tendremos sexo ahora mismo? ¡Sería escandaloso!», pensé.
"¿Vas a aceptar? Anda, di que sí", Thuner susurró, pasando un dedo sobre mi p*zón er*cto, que de alguna manera estaba más sensible a través de la tela.
"Sí", pronuncié, temblando de manera inconsciente. "Acepto".
Júpiter y Wuotan se transmitieron un mensaje en silencio. Parecía que Júpiter le había dado algún tipo de consentimiento a través de sus ojos, o quizá solo fueron ideas mías.