Capítulo 50
1080palabras
2023-12-05 00:01
Elvira llevaba tres días en el hospital y Graham cumplió su promesa de visitarla mientras estuviese internada.
El tiempo empezaba a ser más cálido. Las flores empezaban a brotar. Desde la ventana, mientras contemplaba los bellos paisajes, su mente se llenaba de nostalgia.
La última vez que Elvira hizo footing en el parque cercano al departamento de Graham fue en primavera. Cuando recordó las divertidas situaciones en las que la habían llevado al hospital por trotar demasiado, sus labios se curvaron.
El médico ya le había retirado el goteo intravenoso, por lo que se sentía libre y cómoda para moverse donde y cuando quisiera.
Luego se arregló, se peinó con los dedos, se puso colorete y se aplicó un poco de pintalabios.
«¡Hace un día estupendo para pasear por el parque!», pensó al tiempo que salía y caminaba hacia el ascensor.
El hospital tenía un parque para los pacientes. Ahí hacían ejercicio caminando o se sentaban en el banco a pasar el rato.
Había un camino en forma de serpiente cubierto de ladrillos rojos en el suelo y amarillos oscuros en la pared. La altura del muro de ladrillo superaba por poco la cintura de Elvira y encima se veían plantas en flor de distintas categorías, como la caléndula, la sweet william, la dalia enana y la amapola shirley. Sus diferentes tonalidades daban a la gente una visión cálida y un aire fresco.
Delante de los ladrillos del muro había bancos de metal negro distribuidos unos lejos de otros incitando a los transeúntes a descansar mientras gozaban de la vista.
A mitad de dicho camino curvado como una serpiente, había una fuente circular de tamaño mediano con una estatua de la patrona del hospital. La estatua estaba rodeada por un estanque con peces koi de distintos colores y pequeños nenúfares con flores rosas.
Elvira se entretuvo contemplando el parque del hospital cuando, de repente, una mano suave y fuerte se entrelazó con la suya, que colgaba a su lado.
"¿Quién?", alzó la vista a su lado y descubrió que Graham la miraba de forma severa antes de centrar sus ojos en el camino que tenían delante.
"Me avisaron de que estabas aquí", se limitó a decir mientras observaba al frente.
"Me aburro en mi habitación, así que he decidido pasear un poco", comentó también despreocupada. Intentó quitarle la mano, pero él se la apretó con fuerza.
"¡No la quites!", ordenó. "¡Puede que sea la última vez que tome tu mano, así que permíteme hacerlo!", expresó con firmeza.
Elvira se quedó viéndolo desconcertada: "¿Vas a alguna parte?", le preguntó mientras seguían paseando.
En cuanto llegaron al final del parque, Graham la acompañó a sentarse en un banco.
Antes de sentarse, tomó una amapola rosa y se la colocó en el lóbulo de la oreja. También le peinó el cabello con los dedos, retirando algunos mechones que cubrían su pequeña cara.
Ella no hacía más que mirar fijamente sus profundos ojos castaños mientras Graham estaba ocupado memorizando sus rasgos faciales.
"¿Cuándo fue la última vez que te bañaste?", preguntó él de pronto.
"Anoche me acaban de quitar el goteo intravenoso", le contestó para darle a entender que llevaba dos días sin ducharse.
"Con razón, tienes el pelo graso", sonrió mientras miraba sus ojos cristalinos.
"¿También apesta?", preguntó angustiada y su cara pálida se estaba poniendo roja.
"¡No! ¡Únicamente grasiento! Hoy antes de irme te ayudaré a lavarte el cabello", exclamó al tiempo que se sentaba a su lado.
"¡De acuerdo!", respondió ella. "Aún no has contestado a mi pregunta", inquirió de golpe mientras lo miraba de reojo.
"¡Te brindo la oportunidad de evaluar tus sentimientos hacia los hombres que te rodean!", le espetó en tono severo mientras la observaba a los ojos.
Elvira se echó a reír. "Qué directo eres cuando hablas", comentó manteniendo la mirada.
"Tú me hiciste así. No me gustaba parlotear, pero desde que llegaste, creo que me has contagiado tu virus", sonrió al replicar su afirmación.
Elvira se limitó a sonreírle. Ambos seguían charlando en el parque cuando a ella empezó a rugirle el estómago.
"¡Mmm! ¡Se nota que estás hambrienta!", exclamó él en broma mientras veía su barriga.
"¡Thiago!", declaró ella mientras movía el cuerpo y lo miraba fijamente.
"¿Esa es tu nueva firma? ¿Se acabaron los pataleos y los mohínes?", siguió molestándola con sus palabras.
A él le hacían gracia sus reacciones y sus acciones. Ignoraba que también podía ser una persona molesta de vez en cuando.
"¡Jum!", ella continuó viéndolo con los labios fruncidos. Incluso esta vez se puso las manos en la cintura mientras se levantaba.
Con una sonrisa, él la miró y le tomó la mano. "¿Qué quieres que haga?"
Elvira, que seguía con la vista perdida, vio a un hombre que vendía 'chupetes' en la acera. "¡Cómprame eso!", señaló al puesto de helados cerca de ellos.
"¡Está bien! ¿De qué sabor?", preguntó como si fuese el hermano mayor de una hermana menor malcriada.
"¡Mmm, de fresa!", contestó de inmediato.
"¡Entonces espera aquí!", exclamó él y se dirigió hacia el puesto de helados. Al cabo de un rato, volvió con un helado de fresa en la mano.
"¡Come con calma! Ten cuidado con la ropa", le recordó.
Ella se limitó a asentir al tiempo que empezaba a lamer el helado.
En cada lamida de crema derretida, se le quedaba siempre una mancha en la comisura de los labios.
Se le movió la manzana de Adán a Graham al controlarse para saborear el helado derretido en sus labios.
"Tienes helado en los labios", comentó en tono ronco.
"¿Qué?", preguntó ella pues estaba concentrada en saborear su sabor favorito de yogur helado. No había oído lo que dijo.
"¡Aquí! Tienes helado", apuntó a sus labios pero ella no pudo captar nada.
"¡Ah!", ella frunció el entrecejo al sentirse confundida mientras entrecerraba los ojos y lo miraba.
"¡Por Dios, chica!", se estaba impacientando tanto que agarró su cara y la besó. "Ya está, ¿entendiste?", preguntó molesto.
Elvira, que estaba estupefacta, agitó la cabeza tras el repentino beso y susurró: "¡Podrías haberlo... limpiado con el... pulgar!"
"¿Por qué iba a mancharme el pulgar si es mejor darte un beso?", respondió él de forma despreocupada, luego le dio una palmadita en el regazo y se levantó.
"Volvamos a tu habitación. Tienes que darte un baño", agregó mientras arrugaba la nariz con el dedo índice.
"¡Thiago!", exclamó dando un pisotón y volviendo a hacer un mohín.
Era su costumbre desde niña. «Los viejos hábitos son difíciles de cambiar», pensó.