Capítulo 42
1136palabras
2024-03-22 04:55
Capítulo Cuarenta y uno
Amanecer
Tal vez aquel no era el día más hermoso que había visto en mi vida. Quizá el sol no brillaba con mayor intensidad que la usual, ni el canto de los pájaros era el más melodioso que había oído, ni me encontraba en el lugar más mágico del mundo. Sin embargo, para mí, ese día era perfecto.

Solo hubiera bastado despertar en brazos de Anthony y que su voz en mi oído fuera el primer sonido de la mañana, para calificarlo como el número uno de mi vida. Pero a eso debía agregarle que lo que habíamos hablado la noche anterior no era un sueño, ni producto de mi imaginación. Era real. El beso de Anthony al espabilarme confirmó que todo era verdad y su sonrisa me llevó al paraíso durante los primeros minutos de la jornada. Sus ojos intensos me apartaron de todo lo que me rodeaba para llevarme a un mundo donde solo existía él con su perfección infinita y el hecho de que estuviera allí regalándome su compañía.
Me acurruqué a su lado mientras me decía cuál sería nuestro recorrido y luego se marchó para dejar que me diera un baño. Para mi suerte él me había comprado ropa nueva en París, por lo que me puse un abrigado suéter azul oscuro y un jean gastado. Comenzaba a arreglar mi pelo cuando un hombre anciano y canoso entró con una bandeja.
―Le traje el desayuno, señorita.
―Gracias, Wilfred.
Lo había conocido el día anterior al llegar. Era el guardián del castillo y Anthony me había explicado que su familia hacía años que se dedicaba a ello. El hombre no sabía con exactitud qué era lo que cuidaba, pero sus antepasados habían trabajado en lo mismo y estaba al tanto de que era muy importante para el gobierno mantener algunas partes de la construcción ocultas ante la visita de los turistas. El hombre era sencillo, no hacía preguntas y no tenía idea de qué eran las personas que iban a verlo; solo se dedicaba a hacer su trabajo.
―De nada, señorita. El señor la espera en el jardín ―agregó antes de salir.

Me apresuré a tomar el desayuno con una velocidad increíble. Me parecía totalmente fuera de lugar hacer algo tan banal como tomar un desayuno cuando alguien, cuya existencia era tan especial, me esperaba afuera.
Recorrí el largo pasillo por el que Wilfred nos había guiado la noche anterior y pronto me encontré con las escaleras. Mis ojos buscaron ansiosos la salida y, cuando la hallé, me lancé hacia ella a la espera de toparme con la visión que tanto ansiaba.
No hizo falta que caminara mucho, lo encontré apenas crucé la puerta. Estaba a unos escasos metros, sentado en un banco de piedra que había debajo de un árbol; vestido con una camisa gris, un pantalón de jean oscuro y una chaqueta de cuero negra. No llevaba sus gafas de sol porque el día estaba nublado y amenazaba con seguir lloviendo
Se me cortó la respiración al ver su rostro perfecto, como si algún dios griego hubiera decidido cincelar todas las cosas bellas de este mundo en un trozo de piedra y el resultado fuera aquel ser que tenía enfrente.

Esbozó una sonrisa al verme y se puso de pie con rapidez. Bajé la mirada, permitiéndome espiarlo a través de mis pestañas, y caminé hacia él con paso normal, en un intento por acallar los latidos apresurados de mi corazón.
―Estás hermosa. ―Anthony me envolvió con un brazo, me atrajo hacia él y me besó. El arrebato de aquel gesto me dejó casi inconsciente durante unos segundos, hasta que la miel de sus labios se apartó de la mía y mi cerebro pudo volver a funcionar con normalidad.
―Gracias. ―Sonreí y mi rostro se encendió, dejándome abochornada por ello.
―No te avergüences, me encanta verte así. ―Acercó su rostro al mío.
―No te sientes… ¿tentado? ―cuestioné. Imaginaba mi rostro rojo por la sangre que se agolpaba en mis mejillas.
―La verdad es que sí ―respondió Anthony luego de pensarlo unos segundos―. Me dan ganas de… ―La frase quedó inconclusa y, antes de que pudiera darme cuenta, él cambió con rapidez de posición y me dejó acorralada contra el tronco del árbol que antes estaba a su espalda. Su aliento cálido rozó mi piel y tuve el placer de saborear su boca que buscó la mía con pasión contenida. Su cuerpo me envolvió y sentí sus brazos fuertes y seguros alrededor mío, sus manos se posaron en mi cintura para luego jugar en mi espalda.
―Lo siento. ―Dejó un poco de espacio para respirar―. A veces puedo ser un poco… impulsivo.
―No conozco esa parte de ti. ―Sonreí―. En general me pareces tranquilo y controlado.
―Podría decir que soy impulsivo cuando algo me atrae demasiado y no puedo resistirme a ello. Tú encajas en esa definición, así que será mejor que te cuides ―susurró.
Me estremecí de puro placer y apoyé mi cabeza contra él, acurrucándome entre sus brazos. Estaba inmovilizada por su cuerpo que me apresaba contra el tronco, y esa cercanía era tan exquisita que desee quedarme así para siempre.
―Eso quiere decir que tendré que ser yo la que frene tus impulsos ―inquirí al cabo de unos minutos, cuando decidí que había disfrutado lo suficiente de su calor.
―Así es, yo estoy incapacitado para hacerlo, sobre todo ahora que sé lo que puedo conseguir ―apoyó su mentón sobre mi cabeza. Me sostuvo contra él y luego me besó la coronilla.
―Vaya, esto será complicado ―suspiré―. Pero soy capaz de hacerlo. ―Mi semblante se puso serio―. Así que, un paso hacia atrás ―le ordené.
―¿Ya quieres que me aleje de ti? ―Anthony cambió su expresión a la de un niño al que le van a quitar su golosina preferida.
―Sí, ahora ―insistí, aunque tal vez, mi voluntad no era tan férrea como creía.
―¿Estás segura? ―Volvió a cuestionar con voz dulce. Hice un esfuerzo sobrehumano para sobreponerme a su expresión y a la fuerza de su mirada.
―Lo estoy ―admití despacio. Él sonrió satisfecho y dio un paso hacia atrás.
―Eres más fuerte que yo. Pero soy paciente, esperaré con ansias a que caigas en mis redes —dijo con un deje de picardía. Lo miré con el ceño fruncido, en un intento por parecer enojada, pero al no lograrlo me limité a darle un golpe en el brazo.
―No te hagas ilusiones, todavía me queda la voluntad suficiente para resistirme a tus encantos vampíricos o como sea que se llamen. Quiero ver si todavía me deseas cuando sea fea y arrugada ―lo reté.
―Espero poder vencer tu voluntad antes de eso. ―Me tomó de la mano―. ¿Qué te parece si vamos a recorrer el castillo?
―Es una gran idea ―dije emocionada―. ¡Me muero por conocerlo todo!