Capítulo 32
1872palabras
2024-01-13 00:29
Capítulo treinta y uno
Redención
El mar se extendía en todas las direcciones. El suave mecer de las olas apenas movían el pequeño bote en el que me encontraba, sin embargo tenía miedo a estar sola en medio del océano.
Había un sol espléndido y deslumbrante que irradiaba ondas de calor intenso. Era un lindo día para navegar, pero yo sabía que algo estaba a punto de suceder, podía advertirlo en lo más profundo de mi ser.
Tal como había presentido, el cielo se cubrió por nubes grises que se arremolinaron y retorcieron, a la espera del momento para descargar la lluvia. El azul del mar se volvió oscuro y el suave mecer se convirtió en olas que aumentaron de tamaño.
Me aferré con ambas manos a la barca, desesperada, sin saber cómo hacer para remar hacia la orilla. El agua se tiñó de un rojo intenso y brillante que comenzó a cubrirlo todo hasta que me encontré flotando en un mar de sangre.
Intenté gritar, me revolví en el bote en busca de los remos y unas pupilas grises aparecieron de la nada. Esta vez logré tomar el suficiente aire y pronunciar un grito.
Desperté con la visión del mar rojo y de aquellos ojos grabados en mi mente. Tardé unos segundos en visualizar la habitación y recordar dónde estaba; me incorporé en la cama sobresaltada mientras me llevaba la mano derecha hacia el cuello, a la espera de encontrar allí las heridas que sus colmillos debían haberme producido. Mis dedos palparon desesperados pero no encontraron nada.
Un dolor punzante hizo que prestara atención a mi hombro derecho y vi que una venda cubría la herida que me había causado el cuchillo, mientras que otra me sostenía el brazo contra el cuerpo y le imposibilitaba el movimiento.
―Maia… ―La voz de Anthony llegó a mis oídos y, de forma instintiva, di un respingo y me acurruqué a un costado de la cama, lejos de él. Lo miré con miedo al recordar su expresión antes de desvanecerme.
―No… ―susurró poniéndose de pie. Descansaba en una silla junto a la ventana―. No te haré daño. ―Se acercó con cautela. Cuando estuvo lo suficientemente cerca para verlo mejor, noté que sus pupilas volvían a ser del color claro y agradable que recordaba, y su rostro había perdido cualquier rastro de ferocidad. Muy por el contrario, me asombré al encontrar en él una terrible tristeza que nunca había visto.
Él lanzó un suspiro desesperado, se detuvo en seco y me miró desde donde estaba.
―Lo siento, Maia ―dijo en un murmullo, su voz sonó por primera vez insegura, casi quebradiza―. Lamento lo que te hice pasar… ―intentó buscar las palabras adecuadas y yo no me atreví a mirarlo―. No sé qué sucedió, yo no debería… No volverá a pasar.
Lo volví a observar y otra vez me envolvió con su mirada y me arrojó al vacío. Ahora no había paz ni tranquilidad allí, solo tristeza, resignación y sufrimiento, sentimientos tan angustiantes que tuve deseos de llorar. Relajé mi posición y me acomodé en la cama, apoyándome contra el respaldo.
―Está bien ―repliqué con voz débil. El miedo se desvaneció por completo; su arrepentimiento era tan palpable que se suspendía en el aire a mi alrededor, aplastándome― Me salvaste la vida, otra vez.
Vaciló unos segundos pero luego dio dos pasos más y se sentó junto a mí. Bajó la mirada y me pareció un niño extraviado en busca de su madre. De pronto Anthony había perdido toda la seguridad que había en él, toda esa magia que le rodeaba y le confería una presencia apabullante. Vi a un hombre desesperado en busca de perdón.
―Yo estaba… ―empezó con la voz aún quebrada.
―De verdad no tienes que explicar nada. ―Me apresuré a callarlo―. Estuviste allí para salvarme, lo demás fue… un accidente.
―Sí, tengo. Yo estaba en mi estado más salvaje. Furioso porque me habían burlado. No fue hasta que escuché tu llamado que me di cuenta de que me habían tendido una trampa. Vine lo más rápido que pude, pero estaba fuera de mí, abandonado del todo a mis instintos. Podría haber hecho las cosas de otra forma y hubiera sido lo mejor para mantener el control de mi persona, pero no pude. Solo quería acabar con ellos de la peor forma. ―Se detuvo a escrutar mi semblante para ver si me había asustado. Le sostuve la mirada por unos segundos y volvió a hablar―. Ya te expliqué que me alimento de otra forma. Hace muchos años que practico el vampirismo psíquico, pero eso no significa que no haya probado la sangre humana en todo este tiempo.
Abrí los ojos con expresión sobresaltada y sentí el rostro frío y la boca seca. Tragué saliva con esfuerzo e intenté que mi voz sonara normal.
―¿Qué quieres decir con eso? ¿Continúas alimentándote de… sangre?
―Tienes que entender que es una tentación demasiado fuerte. Cuando decidí dejar de alimentarme de esa forma requirió un gran esfuerzo de mi parte, pero logré convivir con humanos sin tener la necesidad de matarlos. Aun así no he podido resistirme cuando me he cruzado con algún vagabundo o un ladrón en un callejón oscuro. Quiero creer que por lo menos no se ha tratado de inocentes y la mayoría de las veces no llegué a quitarles la vida, pero el hecho de no ser aún lo suficientemente fuerte para resistirme me atormenta.
¿Qué leía en sus ojos? Un enorme sufrimiento que antes no había notado, ahora podía tener acceso a él porque Anthony se había desmoronado y las emociones que llevaba ocultas habían salido a flote. No me había dado cuenta lo difícil que era para él lo que hacía, ni lo que significaba su sacrificio.
―Soy un monstruo Maia, lamento haberte arrastrado a esto, todo es mi culpa. Camilla nunca debió entrar en tu vida.
―No eres un monstruo. Me has salvado tres veces y no te he dado nada a cambio. Eso no entra en la lista de cosas que haría un monstruo.
―Soy responsable por ella.
―Sí, también dijiste que no lo hacías por bondad, pero creo que eso es una tontería ―levanté un poco el tono de voz. Él me miró asombrado por mi reacción, sin entender por qué me empeñaba en defenderlo cuando hacía unas horas había intentado matarme. Ni yo misma lo entendía muy bien―. Comentaste que todos tenemos bondad y maldad dentro nuestro.
―Sí, pero aclaré que no era el caso de los de mi raza.
―En eso disiento. Dime Anthony, tú que te alimentas de la energía psíquica, ¿puedes ver esa energía?
―Por supuesto. Puedo vislumbrar el aura de las personas.
―Bien, ¿y qué es el aura?
―El reflejo de su alma.
―¿Los vampiros tienen aura?
―Sí, la tienen.
―Entonces tienen alma.
―La tenemos ya que no hemos muerto aún.
―Y si tienen alma entonces deben tener bondad. Todos tenemos esa lucha interna entre el bien y el mal, peleamos día a día por lo que quiere nuestro cuerpo y lo que nos dicta nuestra razón. Es una disputa diaria que la mayoría de los habitantes de la tierra llevamos a cabo. ¿Por qué crees que la tuya es diferente a la del resto?
Él me miró desconcertado y frunció el ceño.
―¿Quieres decirme que comparas la lucha interna de toda la humanidad con mi propia naturaleza maligna?
―No tienes una naturaleza maligna ―repliqué con énfasis.
―Sí, la tengo. Somos malvados por naturaleza, creí que eso te había quedado claro con lo que has vivido los últimos días.
―El hecho de que alguno de ustedes se entregue a sus instintos no significa que todos estén perdidos. Allá afuera, en esa gran ciudad, puedes encontrar cualquier cosa. ¿Cómo sabes que el hombre que camina por la vereda de enfrente no es un violador o el que espera el ómnibus en la parada no es un asesino, o un secuestrador, un estafador, un ladrón? ¿Crees que todos tienen distintas naturalezas malignas? Pues no, todos tienen la misma naturaleza, todos tienen alma y la posibilidad de redimirse.
―Muy bonitas palabras, pero no creo que quede redención alguna para mí. Yo he sido todas esas cosas: violador, asesino, secuestrador, estafador, ladrón; ¿qué clase de redención puedo esperar? ¿Crees que puedo luchar por salvarme? Maia mi alma está perdida, es como un trapo viejo, raído y descosido que existe porque mi cuerpo lo necesita.
―Es al revés, tu cuerpo existe por tu alma y por más rota que esté aún puedes remendarla.
―Dices eso porque eres buena y tienes demasiada fe. ―Esbozó una débil sonrisa cargada de tristeza.
―Yo también dudé durante mucho tiempo. Cuando mi padre murió creí que el mundo se me había venido encima, me sentía culpable, responsable por su muerte. Durante años pensé que yo lo había llevado a ella, y que él había muerto por salvarme, pero me di cuenta de que tal vez era algo que debía suceder, que, quizá, había sido al revés, Dios lo quería a él a su lado porque merecía estar en un lugar mejor.
―¿Quieres que crea que aún puedo salvarme, que hay un dios que me aceptaría a su lado después de todo lo que he hecho?
―Sí, creo que hay un Dios que te aceptaría. Tú que has vivido tanto deberías saberlo. Llámalo un ser superior si quieres, el que le da ser a todas las demás cosas, el que nos mueve y nos da vida, el que nos hace existir. Y también creo que todos pueden salvarse si así lo quieren.
―Casi te mato ―murmuró Anthony apenado.
―Pero no lo hiciste y eso demuestra que estoy en lo cierto ―repliqué―. Podrías haber hecho lo que quisieras conmigo, sin embargo me curaste.
Negó vehementemente, bajando la cabeza..
Por primera vez desde que lo conociera alargué mi mano hacia él y la apoyé sobre su mejilla. Él se sobresaltó por mi gesto, pero no se apartó, me miró con sus profundos ojos grises que de pronto volcaron en mí un sentimiento que me llenó de paz y tranquilidad. Le sonreí mientras acariciaba su rostro y percibí su piel agradable y suave como la seda.
―No te tortures. Yo confío en ti. Esta noche me has demostrado que puedo confiar.
―¿De verdad piensas que tengo salvación? ―preguntó sin dejar de mirarme.
―Estoy segura de ello. ―Retiré mi mano. Estaba algo mareada y el brazo había comenzado a dolerme.
―Estás loca ―esbozó una sonrisa―. Te di unos calmantes antes de que despertaras. Quiero que te recuperes para irnos.
―¿Volveremos a irnos? ―pregunté mientras me acomodaba en la cama. Él me ayudó a acostarme y me colocó dos almohadas para que estuviera más cómoda. Me cubrió con las mantas y se aseguró de que encontrara la posición correcta para aminorar el dolor del hombro.
―Sí, tenemos que movernos otra vez. Pero no te preocupes, yo me encargaré.
―Ok ―cerré los ojos y todo mi cuerpo se relajó.
―No volveré a dejarte sola, lo prometo ―susurró Anthony cerca de mí―. Y nunca volveré a atacarte.
―Lo sé. Confío en ti.
Su mano acarició mi frente y luego parte de mi cabello, entonces sentí la cercanía de su boca en mi oído.
―Gracias ―susurró dejando que su aliento recorriera mi piel.