Capítulo 31
2141palabras
2024-01-09 20:31
Capítulo treinta
Sangre
Los días se sucedieron con rapidez, esta vez Anthony se encargó de mantener una cierta relación conmigo para que no me sintiera sola. Agradecí su esfuerzo, su afán por encontrar algún tema de conversación y la delicada distancia que mantenía entre nosotros. Era como si se tratara de una barrera invisible que los dos habíamos interpuesto sin decir nada. Yo lo hacía por mi instinto de supervivencia y porque sabía lo atrayente que resultaba ante mis ojos; él porque sabía que su naturaleza me asustaba.
Anthony salía cuando caía el sol a investigar los alrededores y asegurarse de que todo estuviera tranquilo. Me garantizó que todo iba bien, Dreiko también llevaba a cabo su parte desde fuera de la ciudad y me pregunté cómo hacía el lobo para pasar desapercibido. Los días en aquel departamento se volvieron tranquilos y aunque aún sentía miedo ante el recuerdo de Camilla, ella no volvió a aparecer en sueños durante ese corto período de tiempo.
Había descubierto una increíble colección de cd´s, de todos los tipos de música, desde clásica, ópera y rock, hasta hip hop, árabe y jazz. Cada día me encargaba de escuchar un tipo diferente y descubrí nuevas melodías que me sedujeron.
Aquella noche decidí hacer una comida un poco más elaborada. No es que fuera una gran cocinera, pero me las arreglaba bastante bien. Los últimos días me los había pasado comiendo fideos, arroz y pizza, así que pensé que me vendría bien un cambio. Busqué la carne que Anthony me había traído, la trocé y la coloqué en una bandeja donde había puesto una capa de papas cortadas. La salé y le puse las especias que había de adorno en unas botellitas encima el mueble.
Estaba escuchando un single de jazz genial, se me había ocurrido la idea de que Anthony debía tocar algún instrumento. No sé por qué pero algo en él me hacía conectarlo con la música.
Comencé a tararear la canción que ya se había reproducido varias veces cuando oí que la puerta de entrada se abría y cerraba.
―¡Este álbum es increíble! ―grité desde la cocina mientras colocaba la fuente dentro del horno―. No sé quién es el que toca el saxo pero lo hace estupendo.
―Me alegro que te guste. ―La voz sonó cerca de mi oído dejándome paralizada. Ronca, profunda, grave y amenazante. Apenas alcancé a retroceder de un salto para encontrarme con el rostro de un vampiro cuyos ojos rojos refulgían con intensidad.―. Maia Lynch, ¿verdad? ―Dio un paso hacia mí―. Vaya niña, nos has hecho viajar por todo el país en tu búsqueda.
Sin poder hablar a causa del miedo recorrí la sala con la mirada y me encontré con dos vampiros más que estaban del otro lado de la mesada. Uno tenía la piel cobriza, debajo de su marcada palidez; el otro era moreno y con el pelo largo de un extraño color chocolate. Ambos observaban al acecho, con sus cuerpos tensos a la espera de algún movimiento.
Sabía que no tenía posibilidades de escapar, pero aun así debía intentarlo. Miré fijo al que se encontraba frente a mí.
―Hueles deliciosa, aunque estoy seguro de que ya te lo han dicho. ―Sonrió con sarcasmo―. De todas formas soy un profesional y puedo resistirme a ti, solo he venido a llevarte conmigo, no serás mi alimento esta noche.
Di otro paso hacia atrás y me escabullí por el otro lado de la mesada. De forma inmediata el vampiro de piel cobriza me cerró el paso. Tenía el semblante deformado por una mueca, los labios dejaban al descubierto sus afilados dientes y dejó que un sonido gutural emanara de su garganta a modo de desafío. A mi lado había una lámpara de pie, sin meditarlo la tomé con las dos manos y le asesté un fuerte golpe en la cabeza.
El vampiro no se inmutó, se volvió hacia mí y me sujetó con fuerza de la remera, levantándome en el aire y lanzándome hacia el otro lado de la habitación. Caí con estrépito sobre la mesita de madera y un fuerte dolor me recorrió la columna vertebral. Dejé escapar un gemido y mis ojos se llenaron de lágrimas al quedarme sin aire.
―Vaya, parece que nos dará pelea ―susurró una voz que no reconocí.
En menos de un segundo percibí un peso arriba mío, el de cabellos chocolate había saltado desde donde se encontraba para aprisionarme contra la mesa con una de sus manos. Estiré el brazo y tanteé la superficie de madera hasta que mis dedos tocaron algo duro, entonces tomé el pesado cenicero de mármol y lo golpeé en la cara. Esta vez funcionó un poco mejor, el vampiro lanzó un gemido ahogado y la sangre comenzó a emanar de la herida abierta en su cabeza.
Me miró con odio y me abofeteó. Bastó que me golpeara una vez para atontarme. Advertí su cara cerca de mí, sus colmillos recorrieron mis mejillas y mi cuello y luego su aliento rozó mi oído.
―Así que te gusta jugar ―susurró con voz amenazadora. Intenté recuperarme del golpe, pero una mano se cerró alrededor de mi garganta y creí que era cuestión de segundos para que me partiera el cuello.
Ahora sí quise gritar, abrí la boca y reuní todas las fuerzas que fui capaz, pero salió apenas un susurro inaudible.
―La queremos viva ―dijo alguien al otro lado de la sala. La mano demoró unos segundos más antes de dejar libre mi cuello y logré tomar una bocanada de aire que llenó mis pulmones de inmediato.
―Sí, lo sé ―respondió mi captor desilusionado ante el hecho de que le impidieran matarme. Dejó de apretarme contra la mesa y me tomó del cabello para levantarme. Casi a rastras me hizo cruzar la sala y me arrojó cerca de la cocina.
Aun jadeando en busca de aire me arrastré para alejarme de él y me sostuve del mueble para levantarme, con la presencia del primer vampiro detrás de mí. Cuando estuve de pie mis ojos encontraron el cuchillo con el que había troceado la carne; lo tomé con la mano derecha mientras dejaba descansar mi cuerpo sobre la mesada.
―Bien, lo has hecho un poco más divertido ―farfulló la voz a mis espaldas. Sus manos me tomaron del pelo y acercó su boca a mi oído. Sentí cómo olfateaba mi aroma y sus labios besaban mi cuello, haciéndome estremecer de miedo pero, extrañamente, también de placer.
Me volteó con fuerza para dejarme frente a él y aproveché el impulso para apuñalarlo en el pecho. Horrorizada vi cómo observaba el cuchillo clavado, su mano lo tomó del mango y lo extrajo, dejando un agujero del que empezó a manar sangre.
Hizo un rápido movimiento con el brazo y no me percaté de la herida hasta que noté cómo la remera comenzaba a humedecerse. Una punzada de dolor me hizo lanzar un gemido y resbalé por la encimera hasta quedar en el piso. Me llevé la mano hacia la escápula y toqué el tajo profundo y pegajoso que se extendía desde el costado del hombro hasta la clavícula, tiñendo mis dedos de rojo.
Me tomaron del brazo, haciendo que gritara de dolor, y me arrastraron hasta la sala. Solo veía figuras difusas y mi cuerpo comenzaba a rendirse.
En aquel instante reinó el caos. Primero escuché un estruendo de vidrios al explotar y luego un gruñido ronco que llenó la estancia con su fuerza. Le respondieron tres sonidos similares antes de que las figuras borrosas desaparecieran de mi campo de visión.
Tirada en el piso hice un esfuerzo por sentarme y me encontré con la parte trasera del sillón a mis espaldas. Me apoyé contra él como pude y cerré los párpados mientras me concentraba en no pensar en la herida que me quemaba como fuego. Los sonidos de lucha llegaban lejanos y decidí que no era el momento de desmayarme, debía mantenerme despierta y saber qué sucedía.
Abrí los ojos con lentitud y esta vez pude enfocar con precisión la escena. Había dos vampiros tirados en el piso, el de piel cobriza se encontraba a mi derecha con la cabeza vuelta en un ángulo imposible, un hueso le sobresalía por un costado del pescuezo y un charco de sangre le enmarcaba el rostro. Me di cuenta de que no solo le habían roto el cuello, sino que le habían arrancado la cabeza y esta se encontraba unida al resto del cuerpo únicamente por jirones de piel.
El otro, de cabello color chocolate, estaba un poco más alejado. El espectáculo era aún peor, su faz estaba desfigurada, como si le hubiesen arrancado pedazos de cara a mordiscones y la garganta era apenas una masa sanguinolenta.
Conteniendo las náuseas me percaté de que la pelea continuaba. Todavía quedaba uno de ellos, el más alto y fornido, que se movía de un lado a otro con los dientes al descubierto mientras se medía con su rival. Entonces vi a Anthony desplazarse con agilidad, agazapado con expresión feroz y terrorífica.
Su semblante había sufrido un cambio radical, el gris de sus ojos casi había desaparecido para dar paso a un blanco opaco que cubría sus glóbulos oculares dejando sus pupilas negras y alargadas, como las de un gato, que refulgían con odio intenso. Su expresión se asemejaba a la de un felino, con una mueca que curvaba sus labios y dejaba al descubierto sus afilados colmillos; su piel se veía aún más blanca, si eso era posible, y su entrecejo estaba fruncido y arrugado.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo, de los tres él era el más terrorífico, y me apreté aún más contra el sillón en un intento por alejarme de los vampiros.
Ambos se medían, se acercaban, se golpeaban y se amenazaban con los dientes, sin llegar nunca a morderse. Todo sucedía con increíble rapidez por lo que tuve que concentrarme en saber quién era quién cuando se movían como puntos borrosos.
De pronto Anthony trabó el brazo de su rival entre los suyos y lo quebró como si fuera una rama. El otro gruñó e intentó alcanzar su cuello con los dientes, pero le fue imposible. Antes de que pudiera percatarse de lo que sucedía, mi defensor ladeó la cabeza y clavó sus colmillos en la garganta de su adversario. Lo aprisionó contra la pared con fuerza mientras desgarraba su carne; me volví para no tener que ver más aquel espeluznante espectáculo.
Durante unos minutos dejé que mi mente me llevara lejos de allí y el dolor del hombro disminuyó. Sentía la remera pegajosa pegada a mi pecho y supe que la sangre seguía saliendo.
Reinó el silencio y fui consciente de que por fin todo había terminado. Abrí los ojos en busca de mi salvador pero me paralicé al encontrarme con su mirada.
Anthony estaba parado a escasos metros de mí, su expresión feroz seguía presente y si bien sus pupilas habían vuelto a su color natural, brillaban con una nueva intensidad que no me costó descifrar. Cubierto de sangre me observó mudo, con el cuerpo tenso, tan paralizado como yo. Supe que estaba perdida cuando su vista se detuvo en mi herida y un atisbo de deseo cruzó sus rasgos.
―No… ―susurré débil. Él cerró los párpados y noté que sus músculos se tensaban aún más. Apretó la mandíbula con fuerza pero su respiración se volvió afanosa.
En menos de un segundo tuve su rostro frente al mío, me olfateó con pasión contenida y sus manos tomaron mis brazos mientras acercaba su boca a mi cuello.
―No Anthony, soy yo, Maia ―balbuceé aterrada. Comenzaba a perder la consciencia, pero en un último esfuerzo intenté apartarme.
Él respiró de forma entrecortada y su aliento recorrió mi mejilla y mi cuello, entonces a mí también me asaltó el deseo. Mi mente se bloqueó por completo y cualquier impulso por alejarme de él desapareció; muy por el contrario, al percibir su cercanía y sus manos tocando mi piel me di cuenta de que, en ese instante, me hubiera entregado a él sin titubear. Sabía que era parte de su poder, aquel que debía utilizar con sus víctimas para que no escaparan, pero no podía evitarlo, todo en él me llevaba a desearlo aún más y a sentirme extasiada con su toque.
Sus labios rozaron apenas mi piel y se detuvieron en mi hombro, logrando que me estremeciera y lanzara un débil gemido. Abrió la boca y un sonido ronco emanó desde lo más profundo de su pecho antes de que su lengua se posara en mi herida, degustando el elíxir tan preciado para él.
La cabeza comenzaba a pesarme demasiado y todo a mi alrededor empezó a dar vueltas. Todavía no había notado sus colmillos pero sabía que era cuestión de segundos que me mordiera. Decidí que no podía hacer nada y me dejé ir.