Capítulo 30
2306palabras
2024-01-02 21:55
Capítulo veintinueve
A través de tus ojos
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Superpoblación, una de las características de las grandes metrópolis y, por ende, clandestinidad. Millones de personas que conviven a diario, se cruzan, se chocan, se saludan y no se conocen.
Los rostros de los transeúntes que pasaban junto a mí ni se detenían a observarnos. Pensé en toda aquella gente que día a día podía estar tomando un café con un asesino, compartir un ómnibus con un psicópata sexual o caminar junto a un vampiro como era mi caso. ¿Sabían lo que ocurría a sus espaldas? Asesinatos, robos, abusos, tráfico de drogas, bebedores de sangre inmortales. No, no podían siquiera imaginar lo que se escondía detrás de cada pared de aquel enorme emporio urbano, donde la multitud aprisionada tiene un ritmo de vida tan agitado que pasa por alto los pequeños detalles, como por ejemplo, admirar al ser sobrenatural que en esos momentos se movía entre ellos con agilidad.
Acostumbrada como estaba a la tranquilidad de mi pueblo y a que cada persona de las que allí vivían nos conocíamos desde siempre, el desinterés que ahora veía en cada uno me asombraba. Miré a Anthony y no pude dejar de preguntarme cómo pasaba desapercibido con su presencia imponente y llamativa, alguien así no hubiera dejado de llamar la atención en la Bahía, como de hecho había ocurrido para Lisa y para mí. Incluso teniendo en cuenta que cuando lo había conocido su apariencia era diferente y lo hacía parecer más «normal».
Lo escruté en silencio mientras caminábamos por la abarrotada acera. No cabía la menor duda de que el mayor cambio provenía de sus ojos, antes negros y ahora con ese color tan peculiar que confería a su expresión una ferocidad y sensualidad ineludibles. Me pregunté a qué se debía su cambio, si era algo que podía hacer cuando quisiera, una forma de camuflarse entre la muchedumbre. Estuve tentada de formular la pregunta en voz alta pero él iba con la mirada fija hacia el frente, paseando entre la multitud casi sin tocarse con los demás, con su andar elegante. Su expresión era seria, atenta, alerta.
De pronto me observó de reojo y una sonrisa se asomó a la comisura de sus labios.
―Los beneficios de las grandes ciudades. ―Se acercó un poco más pero sin dejar su postura vigilante―. Acá pasamos desapercibidos. Es muy sencillo vivir en un lugar así, incluso para mí y la forma de alimentarme, hay tanta energía que resulta casi un juego.
―¿Crees que Camilla nos seguirá?
―Tal vez sí, tal vez no. Por lo menos no se arriesgará a enviar neonatos, sabe que se distraerían demasiado con las víctimas que encontrarían en el camino. Lo más probable es que decida apostarse en los alrededores y reformular su plan.
Doblamos una esquina y nos detuvimos frente a un elegante edificio que se erigía majestuoso. Habíamos dejado el automóvil en las afueras de la urbe y tomado un ómnibus hasta la capital. Anthony me explicó que lo mejor era ir deshaciéndonos de lo que usábamos para despistar a nuestros seguidores.
El hombre de la entrada nos saludó y nos adentramos en el ostentoso bloque de hormigón. Era nuevo, en una de las calles más transitadas y elegantes de Buenos Aires y, por ende, el lugar perfecto para ocultarnos.
El departamento era enorme, se encontraba en el número diez y ocupaba todo el piso, con una vista excepcional a la gran ciudad. A diferencia de la casa de Cariló, era moderno, con muebles negros y blancos, y mullidos sillones art decó. Me asombró el contraste de los dos lugares, pero entonces recordé que el hombre que tenía a mi lado había vivido distintas épocas.
―Este sitio lo uso en algunas ocasiones ―se apresuró a cerrar las pesadas cortinas oscuras para impedir la entrada de la luz solar. Se quitó las gafas negras y el tapado de cuero―. Ponte cómoda ―me señaló una de las habitaciones que había a la derecha.
Asentí en silencio y me dirigí hacia allí para dejar mi mochila sobre la cama.
―¿Tienes hambre? ―La voz grave de Anthony resonó por la estancia como si fuera un canto.
―Algo.
―Iré a comprar. ―Apareció en la puerta y escrutó mi semblante. Bajé la cabeza para evitar sus ojos, había momentos en que no los soportaba, daba la sensación de que si los miraba por demasiado tiempo me hundiría en ellos y no volvería a salir―. No acostumbro a tener comida guardada, como imaginarás. ―Esbozó una sonrisa que me pareció súper seductora cuando lo espié a través de mis pestañas.
―Gracias ―murmuré atreviéndome a observarlo. Estaba recostado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados en el pecho y los músculos relajados. Llevaba un pantalón oscuro y una camisa azul que hacían resaltar aún más el color blanco reluciente de su piel.
―No temas quedarte sola, seré rápido, aquí estás segura. Si pasa algo, un sonido, una presencia, una sensación extraña, solo pronuncia mi nombre. Yo te escucharé ―explicó antes de desaparecer hacia la sala. Oí cerrar la puerta y entonces me senté en la cama.
¿En qué momento había pasado de tener una vida común y corriente a encontrarme escapando junto a un vampiro de cientos de años?
Pensé en mi familia y mis amigos y me invadió la nostalgia. Había podido hablar con ellos antes de salir de Cariló aquella mañana, pero aun así los extrañaba y odiaba mentirles sobre lo que sucedía.
En un intento por despejar mi mente me metí debajo de la ducha y dejé que el agua tibia recorriera mi cuerpo. La puerta quedó entreabierta para estar atenta a cualquier sonido y cuando escuché el pórtico de entrada abrirse el corazón se me detuvo por unos segundos.
―Tranquila, soy yo ―dijo Anthony desde la sala. Avergonzada por el hecho de que él pudiera percibir cualquier pequeño detalle de mi cuerpo, me apresuré con el baño.
―¿Qué prefieres? ¿Fideos, arroz, pizza? —Señaló los alimentos que se encontraban arriba de la mesada de mármol.
―Me da igual ―respondí acercándome a él. Anthony se concentró en lo que tenía enfrente y frunció el ceño―. Dime, ¿has cocinado alguna vez? ―pregunté al notar su gesto.
―En realidad… no.
―Lo imaginé, déjame a mí. ―Ocupé su lugar en la cocina para decidirme por la pizza congelada. Era sencillo, solo encender el horno y en unos minutos estaría lista. Él me observó con atención mientras buscaba un plato y esperaba que la comida estuviera lista.
―Vaya, era más fácil de lo que imaginaba ―susurró―. No es que nunca haya visto una pizza. ―Se defendió cuando lo miré―. Solo que no tenía idea de cómo se hacía, no le presto mucha atención a esas cosas, ¿sabes? Además en mi época las comidas eran muy diferentes a las de ahora.
―¿En qué año naciste? ―Me acomodé en una de las sillas que había junto a la mesada. Él estaba apoyado en el mármol, del otro lado, y se irguió para mirarme desde arriba.
―En 1431. Mucho tiempo, ¿verdad? ―Sonrió al ver mi expresión cuando trataba sacar la cuenta―. Son quinientos setenta y nueve años.
―¡Vaya! Bueno te mantienes bastante bien si quieres saber mi opinión ―repuse logrando arrancar una carcajada por su parte. Su risa sonó melodiosa. Era la primera vez que la oía.
―Sí, supongo que es porque llevo una buena vida. ―Guiñó un ojo. Aparté la mirada antes de delatar lo que me había producido aquel gesto. Era inevitable, por más que lo ignorara y que él intentara actuar normal, nunca lo lograría, su atracción era tan absoluta que asfixiaba.
―¿Cuántos años tenías cuando… bueno cuando te convertiste en…? ―intenté buscar las palabras adecuadas para no pronunciar su verdadera denominación.
―¿En un vampiro? ―repuso mientras volvía a inclinarse hacia adelante. Su rostro estaba cerca del mío y comencé a juguetear con mis manos de puro nervio.
―Sí, en eso.
―¿Te cuesta decirlo?
―Bueno, como que todavía no me hago a la idea, a pesar de todo lo que hemos pasado. Llamarte por tu nombre en voz alta es como afirmar que todo esto es real y creo que aún espero despertar de un mal sueño. Pero no contestaste mi pregunta ―me apresuré al notar que él no pretendía moverse y que yo estaba demasiado nerviosa como para hacerlo. Le temía a su cercanía, era algo que mi instinto de supervivencia no podía evitar; pero a la vez la deseaba.
―A los veinticinco.
―Vaya, eras joven.
―En aquella época a esa edad ya eras todo un hombre, incluso podían considerarte mayor. A los diecisiete había tomado el trono de mi padre, aunque ese reinado duró solo unos meses. Cuando volví a tomarlo ya era un vampiro. ―Miró hacia otro lado como si recordara tiempos remotos―. Creo que se está quemando esa pizza.
Salté con rapidez de la silla y apagué el horno. Estaba tan absorta en la conversación que había olvidado por completo la comida. El queso ya estaba dorado cuando la saqué, pero no presté mucha atención y corté un pedazo para luego volver a sentarme frente a él.
Anthony me observó comer durante unos minutos, taladrándome con la mirada.
―¿Sucede algo? ―pregunté incómoda.
―No, solo hace mucho que no presencio comer a un mortal. Había olvidado lo satisfechos que se ven cuando lo hacen.
―Espera un minuto. ―Me quedé a mitad de un mordisco―. Yo te vi comer, cuando nos conocimos en el cine probaste mi popcorn.
Él volvió a soltar otra carcajada y me pregunté por qué no reía más seguido.
―Maia, podemos comer lo que queramos ―dijo divertido―. No nos morimos. Podría ingerir kilos de comida sin que suceda nada. Para nosotros es como el aire, no nos alimenta, no sabe a nada, no se incorpora a nuestro cuerpo. Solo se desvanece en nuestra boca como si fuera agua.
―¿No te sabe a nada?
―No, podría decirse que nuestras papilas gustativas están diseñadas para saborear un único sabor ―La mirada se le encendió apenas unos segundos y luego se alejó de la mesada―. Termina de comer tranquila, no te incomodaré más. ―Se dirigió al sillón y encendió el televisor.
Comí dos pedazos de pizza y guardé el resto en la heladera antes de volver a acercarme a él. Miraba una película muy concentrado.
―Eso es increíble.
―¿La película?
―No, el televisor. Fue asombroso cuando salió el primer proyector, no puedo explicar lo que sentí cuando pude ver lo que habían logrado.
Sin pensarlo me acomodé a su lado, fascinada ante sus palabras. Intentaba mantenerme alejada de él, pero en ocasiones la situación me sobrepasaba y me encontraba escuchándolo como si se tratase de un amigo que conociera de toda la vida. Era fantástico hablar con alguien que tenía cosas tan interesantes para decir y que había sido testimonio del avance de la humanidad.
―Vaya, me imagino lo que debe haber sido para la época, todo un acontecimiento.
―La gente hacía cola para presenciar las proyecciones y eso que duraban solo unos minutos. La primera película fue algo espectacular, en verdad he logrado asombrarme de lo que el hombre es capaz de hacer con su ingenio. En mi época hubieran creído que se trataba de brujería si hubieran visto una cosa así. ―Rio y apagó el televisor―. Es increíble cómo cambia la mente humana a través de los años y se acostumbra a cada época. En fin, creo que te aburro, ¿verdad?
―¡No! ―repliqué con entusiasmo―. Es muy interesante lo que cuentas. No creo que muchos tengan el placer de escuchar sucesos de la historia de alguien que lo ha vivido.
Anthony me observó y luego acomodó su cuerpo para quedar mirando hacia mi lado. Apoyó un brazo en el respaldo del sillón y dejó descansar su cabeza sobre su mano. Titubeé unos segundos antes de acomodarme de forma similar, con las piernas cruzadas, en un intento por mantener cierta distancia.
―Bien, dime qué quieres saber.
La tarde pasó con rapidez mientras él me contaba los sucesos tecnológicos más importantes que había vivido. La electricidad, el teléfono, los automóviles, el cine, la aviación, la televisión, las computadoras. Era fascinante escucharlo hablar de aquellos tiempos remotos que habían generado cambios tan importantes en el mundo. Me absorbía con sus palabras.
―¿Cuál fue el mejor invento? ―pregunté cuando terminó de contarme la impresión que causó en todos la creación de los aeroplanos.
―Me inclino por el descubrimiento de la electricidad ―respondió luego de unos segundos―. Sin ella no funcionaría todo lo demás. La lámpara eléctrica fue sorprendente, aunque cambió un poco las cosas para los que vivimos de noche y no lo digo porque nos haya facilitado la visión. Las calles comenzaron a estar más iluminadas, ya sabes, se hacía difícil la caza ―Enmudeció de pronto ante aquellas palabras y me miró con gesto de disculpa―. Lo siento, no debí decir eso.
―No, está bien. ―Intenté restarle importancia al asunto, aunque sabía que él había escuchado la reacción de mi corazón.
―Bien, suficiente historia por un día. ―Se puso de pie. Se alejaba, pues sabía que me había asustado, y en mi interior le agradecí el gesto―. Iré a dar una vuelta por los alrededores para cerciorarme de que todo esté bien. No tardaré, cualquier cosa ya sabes, dices mi nombre.
Salió al pasillo y se dirigió hacia la puerta. Ya había anochecido así que crucé la sala, encendí las lámparas e inspeccioné los cd que había a un costado del equipo. No me extrañaba que Anthony aún utilizara discos. Coloqué uno de música clásica y el sonido llenó la estancia de inmediato. Me dejé caer en una de las sillas para mirar la ciudad iluminada a través de la ventana. La melodía lenta y acompasada logró que los párpados comenzaran a pesarme y los fui cerrando despacio mientras tarareaba una suave canción que me resultaba extrañamente familiar.