Capítulo 28
1844palabras
2023-11-28 07:41
Capítulo Veintisiete
La Casa de Arena
El lugar era hermoso, no podía negarlo. Hacía nueve días que habíamos llegado a Cariló para internarnos en aquella casa que era espléndida desde todo punto de vista. Una mansión escondida entre la frondosa vegetación de árboles, a pocos metros de la playa, solitaria y perfecta. La edificación llamó mi atención desde el principio. Se encontraba a lo alto de unas escaleras de piedra, como una enorme cabaña que vigilaba el horizonte.
Al traspasar la entrada estaba el comedor con techo alto de vigas; a la derecha en vez de pared había un enorme ventanal dividido en doce ventanas pequeñas y cuatro puertas que daban a un balcón de madera, adornado con sombrillas y sillas.
Las paredes del interior eran de piedra, revestidas en algunas partes por paneles de roble. Los muebles del mismo color, antiguos y lujosos. Pero lo más increíble era el suelo de la sala de estar, formado por un vidrio grueso debajo del cual había arena adornada con caracoles pintados de distintos colores, estrellas, erizos y caballitos de mar disecados. La sensación era increíble al caminar sobre él, como si los pies fueran a tocar la arena caliente, pero sintiendo el tacto frío del vidrio.
Al llegar pensé que el lugar era fantástico. Anthony me dejó una habitación en la parte superior, a unos metros de la suya. Toda la casa estaba adornada con cosas marinas, lo que daba la impresión de encontrarse en un barco. Había una pecera que ocupaba una pared de la sala, con enormes peces de colores que te vigilaban al entrar.
Anthony puso el lugar entero a mi disposición, con la única condición de que no debía salir de allí. Era mi zona segura, y como no había mucha población hacia fines de marzo en esa área de la costa, prácticamente estábamos solos en medio del bosque.
Los primeros días los dediqué a pasear por la casa, investigar cada recoveco, cada mueble, cada adorno y, en especial, a sentarme en un sillón, con los pies sobre el frío vidrio, a observar la enorme pecera. A pesar de tener aberturas por todos lados, no entraba mucho sol en la estancia a causa de la abundante vegetación, solo lo necesario para iluminar el piso y sacar destellos dorados de la arena debajo de él.
Creí que no me aburriría en aquel lugar, sin embargo las cosas comenzaron a volverse insoportables. Anthony se convirtió en un ser sombrío, frío, distante e incluso aterrador. Tras la conversación de aquel día en el hotel casi no habíamos vuelto a hablar. Él se había sumido en un mutismo absoluto y sentía que una barrera invisible se interponía entre nosotros. Solo habló para mostrarme la residencia y después se limitó a responder mis preguntas con «sí», «no» y «tal vez».
Comencé a desesperarme, por las noches Camilla me visitaba en sueños y me despertaba sobresaltada, asustada y en busca de alguien con quien compartir mis miedos. Pero Anthony ni siquiera parecía notar mi presencia, se limitaba a vagar por allí, desaparecer algunas horas y a sentarse en uno de los sillones a leer algún libro. Yo ocupaba mi tiempo en la cocina, en los balcones cuando había sol y a leer en mi habitación cuando caía la noche.
Pensé que los días se harían más llevaderos, pero al final colapsé. Era una prisionera en aquel lugar bello y lujoso. Parecía como si me encontrara en una jaula de cristal en compañía de un felino que me rondaba y nunca se acercaba. Quería llamar a mi madre y amigos, pero no podía contar con mi celular porque no tenía batería y me había dejado el cargador en casa.
―Escribe una carta y yo la enviaré ―me respondió Anthony una tarde cuando le planteé el problema. Le respondí con un gruñido y me encerré en mi habitación, con la certeza de que la hermosa edificación se convertía en un monstruo con sus fauces abiertas que me devoraba de a poco. La única compañía que tenía en ocasiones era Dreiko, el lobo misterioso y taciturno que pasaba parte del tiempo fuera de casa, pero cuando regresaba se sentaba junto a mí y dejaba que mis manos se hundieran en su suave pelaje. No podía explicarlo, pero su presencia me producía mucha paz y en muchas ocasiones me encontré hablando sola con el lobo como si se tratara de otra persona. El animal se limitaba a mirarme y sus ojos, llenos de años de sabiduría, parecían responderme.
Sin embargo, ni la presencia de Dreiko logró llenar el vacío y la incertidumbre que me producía Anthony. Empecé a dudar de él. Quizás me estaba volviendo paranoica pero no recibía ninguna explicación de su parte; qué esperábamos en ese lugar, ni cuánto tiempo estaríamos allí. Así se lo dije una noche y él se limitó a gruñir y replicarme que tenía todo bajo control, nos moveríamos cuando él lo señalara. Al parecer había hablado con algún conocido que lo ayudaba a esconderme. Sin embargo, ya no confiaba en Vlad, su tétrica presencia, su falta de comunicación, y las ideas que Camilla metía en mi cabeza por las noches hacían que cada día que pasaba quisiera alejarme de él. No podía explicarlo, pero estoy segura de que Camilla tenía algún poder sobre mi mente y yo no lo sabía. Ella quería que yo me escapara de Vlad, y así lo logró.
La décima noche desperté de un sueño vívido y terrible en que Camilla mataba a mi hermano y decidí que debía salir de aquel lugar si no quería volverme loca. Todo estaba en absoluto silencio y me apresuré a correr hacia la sala de estar, traspasar la puerta ventana, salir al balcón y saltar desde allí al jardín que se extendía no muy abajo.
El aire fresco golpeó mi rostro y percibí la libertad. Salí de los terrenos que bordeaban la residencia y comencé a caminar por la calle de arena hacia la playa. Llevaba allí más de una semana y ni siquiera había podido ir a la costa.
El sonido del mar llegó lejano y la brisa comenzó a tener olor marino y salado. Me alegré de encontrarme cerca de la playa, era un lugar al cual me encantaba ir para observar el azul del agua con sus olas rugientes y la espuma blanca en la orilla. El bosque que me rodeaba era muy frondoso, con altos árboles añejos cuyas ramificaciones se extendían a lo alto como garras y cubrían el cielo casi por completo.
Un ruido detrás de mí llamó mi atención. Estaba segura de que aquella región estaría ocupada por diversos animales, por eso intenté no pensar en nada cuando una rama crujió, como si alguien la hubiera pisado. El sonido fue tan débil que pareció improbable que se tratara de una persona, pero recordé entonces que quien me perseguía no era humana.
Comencé a caminar más rápido hacia el sonido del mar. Era consciente de que correría el mismo peligro allá que en el medio del bosque, pero estar atrapada entre aquella arboleda era aún más aterrador. Empezaba a reírme de mí misma al notar que no había vuelto a escuchar nada que delatara la presencia de alguien, cuando una sombra se interpuso en mi camino. Me detuve en seco, el color huyó de mi rostro y mi respiración se detuvo de forma abrupta.
―Vaya, vaya, mira lo que tenemos aquí, Brandon ―dijo una voz masculina que sonó burlesca y aterradora.
―Es ella, ¿verdad? ―contestó alguien a mis espaldas. Me volví con rapidez para encontrarme con otra silueta que se hallaba a unos metros. Caminé con lentitud hacia atrás en un intento de que mis ojos abarcaran a los dos hombres.
El primero que había hablado olisqueó el aire y sus pupilas se clavaron en mí. Pude verlas incluso en la oscuridad porque desprendían destellos rojizos.
―Sí, es ella. ―Su rostro desdibujado por una sonrisa torcida dejaba entrever sus colmillos afilados, su tez pálida y sus ojos refulgentes, ardientes de deseo y nublados por una sed incontrolable.
―¿Crees que podemos divertirnos un poco con ella? ―preguntó el segundo. Estaba más alejado y apenas podía notar su rostro macilento y el cabello rubio que le caía sobre la frente.
Me encontraba paralizada, mis músculos parecían haberse convertido en piedra y ninguna parte de mi cuerpo quería responder; solo mi corazón latía con fuerza dentro de mi pecho, martillando mis oídos hasta el punto de que las voces de los dos vampiros sonaron amortiguadas.
―La verdad es que no dio instrucciones específicas de cómo debía ser su estado cuando se la lleváramos ―respondió el que se encontraba más cerca de mí―. Y mírala, en verdad se ve y huele deliciosa.
Cerré los ojos unos segundos, en un vano intento por relajarme, y cuando los abrí comencé a correr. Fue una jugada desesperada para alejarme de ellos y buscar ayuda, aunque ahora entendía que el único que podía ayudarme se encontraba en la casa que acababa de abandonar.
Mis pies golpearon con fuerza el terreno arenoso y, casi sin darme cuenta, me adentré más en el bosque. Los árboles pasaban a mi lado con rapidez mientras yo los esquivaba como podía, intentando no tropezar con las ramas. Hice un esfuerzo por agudizar el oído para escuchar a mis perseguidores, pero lo único que podía oír era mi propia desesperación traducida en los jadeos ahogados y el retumbar de mis latidos.
Me detuve y miré alrededor. No tenía la menor idea de hacia dónde se encontraba la casa y sabía que no podía correr por el bosque hasta que mi resistencia se venciera. Decidí que lo único que podía hacer era ocultarme y rezar para que los vampiros no me encontraran.
Busqué un lugar seguro y encontré un hueco entre dos troncos caídos con ramas largas y frondosas. Me abalancé hacia allí y me acurruque debajo de las hojas, aovillada y rodeando las piernas con mis brazos. Coloqué la cabeza sobre ellos e intenté calmarme, era consciente de que mi corazón me delataba ante los oídos de los cazadores, como también mi olor. Implorando porque el perfume del bosque y la brisa marina ocultaran mi aroma, me concentré en tranquilizarme para que mi pulso se volviera regular y silencioso.
De pronto sentí que me tomaban de un brazo y me arrastraban hacia afuera. No alcancé a gritar ya que una mano cubrió mi boca y mis ojos se encontraron con los del vampiro rubio.
―¿Intentabas escapar de nosotros? ―Esbozó una sonrisa sarcástica―. Por más que te esfuerces eso es imposible, todo en ti te delata a cientos de kilómetros. Eres una presa fácil.
―Pero es mejor así ―susurró el que me sostenía, haciéndome estremecer de miedo―. Lo haces más divertido.
Su aliento rozó mi cuello y supe que estaba perdida, no podía luchar contra ellos de ninguna manera.
En un último intento desesperado abrí la boca para gritar el nombre del único que podía salvarme, pero ningún sonido salió y la mano que me sostenía me apretó aún más, haciéndome sentir sofocada.