Capítulo 22
1441palabras
2023-10-23 22:35
Capítulo Veintiuno
Persuasión
―Maia ―dijo con voz tranquila―, no pretendo que creas ciegamente en mí, solo te pido un poco de confianza para poder salvarte. Si no vienes conmigo ella te va a capturar. A no ser que sea eso lo que quieras.
Negué con la cabeza, sin poder emitir sonido. Estaba en un callejón sin salida, perdida en un mundo que no conocía. ¿A quién creer? ¿Y si todo era un juego para que me entregara a ellos por mi propia voluntad?
―No te conozco, no sé nada de ti. Bueno solo que eres...
―Un vampiro ―susurró con voz profunda. Me estremecí de forma involuntaria al darme cuenta de su cercanía, si Anthony quería atacarme en ese momento podía hacerlo con un simple movimiento.
―¿Cómo sé que lo que me dices es verdad, que tú eres el bueno y ella la mala?
―Aquí no se trata de buenos ni malos Maia. Todos tenemos maldad y bondad adentro, aunque no sea el caso de los de mi raza.
―¿Me dices que no tienes bondad pero que quieres salvarme por simple gusto? ¿Qué más te da si vivo o muero?
―No es por bondad que quiero salvarte, es por mí y por Camilla. Yo la convertí, la traje a esta vida y soy responsable de ella y de lo que haga. Aunque no lo creas algunos de nosotros tenemos reglas.
―¿Me salvas entonces porque respondes por ella?
―Así es. No quiero ser hipócrita contigo, en otro tiempo no me habría importado si ella decidía matar a un simple mortal. Pero las cosas cambian, los tiempos son diferentes incluso para nosotros. Los que llevamos demasiados años en esta tierra hemos aprendido que se debe mantener el equilibrio y el orden. Yo lucho por ello.
No sabía qué hacer ni qué creer. Todo me parecía una gran mentira, una simple manipulación, pero, ¿qué podía hacer? Si ellos me querían me tendrían, no podía luchar contra Anthony y menos contra Camilla. Si intentaba escapar lo más probable es que pusiera en peligro a todos los que me rodeaban. No conocía el poder que ellos tenían, pero era imaginable con solo verlos. Si me iba con él terminaría de la misma forma, solo que con menos implicados en el asunto.
―¿Cuál es el plan? ―pregunté en un intento por ganar más tiempo.
―Sacarte cuanto antes de la Bahía. Comienza a amanecer y eso la detendrá, aborrece el sol, es un punto a nuestro favor.
―¿Tú no?
―Digamos que me he acostumbrado. Primero pensé en sacarte por mar, pero después decidí que lo más seguro sería esperar a que amaneciera e ir por ruta.
Agradecí no tener que navegar. No había vuelto a pisar un barco desde aquel día de pesadilla, para ser sincera ni siquiera me bañaba en el mar.
―Si digo que no, ¿te irás?
―Si te niegas te dejaré en paz.
No pude resistir más la tentación y posé mis ojos en los suyos. Fue como si de pronto me encontrara en la cima de un monte y las nubes grises se arremolinaran a mi alrededor. Por unos segundos me invadió una sensación de pánico, pero luego me embargó una paz tan absoluta que es difícil de explicar. Sus pupilas eran un remanso de sosiego, como el agua mansa que te mece con su suave movimiento, aunque intuí que serían terribles cuando demostraran algún sentimiento de odio o ira. Me hundí en ellos y me dejé envolver con su fuerza hasta que sentí que mi cuerpo se relajaba por completo.
Entonces le creí, era probable que me arrepintiera de ello más tarde y no dejaba de tenerle miedo, pero algo en aquella mirada me convenció de que decía la verdad.
―Está bien. ―Aparté los ojos con gran esfuerzo. La tranquilidad que sentía desapareció, pero la certeza de la verdad seguía dentro de mí―. No confío en ti, quiero que lo sepas.
―Solo te pido que creas que quiero salvarte, con eso bastará.
―Debo estar loca por hacer esto.
―Solo quieres salvar tu vida, como haría cualquiera.
―Sí, aunque no sé si tú eres el camino ―le contradije―. No tengo ningún motivo para creerte y muchos para no hacerlo, sin embargo sé que lo que dices sobre Camilla es verdad. Logró engañarme una vez, pero vi su determinación anoche y sé que no se detendrá ante nada.
―No lo hará, de eso puedes estar segura. ―Se puso de pie y miró por la ventana. El sol había comenzado a salir y una débil luz anaranjada se asomaba entre las cortinas. Me asombré al ver que el cambio que había percibido en él la noche anterior seguía presente. Apenas se parecía a la persona que había conocido en el cine y me pregunté cómo hacía para cambiar de forma tan radical, de la imagen de un simple hombre a la de un ser con una presencia tan avasalladora e imponente.
Miró hacia el horizonte unos segundos y luego cerró la persiana con delicadeza, sumiéndonos en una semioscuridad.
―No voy a exponerme de más. ―Se volteó hacia mí―. Que me haya acostumbrado no quiere decir que no me afecte.
―¿Cómo te alimentas? ―pregunté con voz firme. Él me miró algo asombrado y esbozó una sonrisa.
―No voy a comerte.
―No, pero puedes intentar beber mi sangre ―respondí desafiante.
―Sí, pero no lo haré, he dejado ese tipo de dieta. Será mejor que te apresures si quieres que estemos lejos de aquí para cuando se oculte el sol. Creo que tienes que hacer varias cosas antes de irte, entre ellas llamar a tu familia y darle una explicación lógica. También a tus amigos.
Era cierto, ¿qué les iba a decir? ¿Que de pronto había aparecido un ser de leyenda en mi casa, me había soltado una historia sobre que mi vida corría peligro y me había ido con él? A decir verdad sonaba loco y estúpido, lista para que me internaran en un psiquiátrico para siempre.
Me levanté de la cama y comencé a dar vueltas por la habitación en un intento por buscar una excusa creíble. Él me observó ir y venir hasta que me cansé, sin tener ninguna idea brillante.
―¿Se te ocurre algo?
―Creo que en estos casos lo mejor es improvisar ―respondió Anthony dirigiéndose a mi mesita de noche y tomando el celular. Lo abrió, buscó un nombre y me lo pasó cuando del otro lado alguien ya contestaba.
―¿Maia? ―La voz de mi madre me sobresaltó. De pronto me sentí infantil, tenía ganas de gritar, de decirle que volviera conmigo porque estaba enloqueciendo.
―Mamá ―respondí con voz quebrada. Me dije a mí misma que no debía llorar―. ¿Cómo estás?
―Muy bien. Es una pena que no estés aquí cariño, esto es hermoso ―respondió ella con algarabía.
―Lo imagino. Te llamo porque ha surgido algo y debo irme…
―¿Adónde? ―Su voz sonó asustada―. ¿Qué ha sucedido? ¿Estás bien?
―Sí, no es nada, solo que… ―La excusa apropiada vino de pronto a mi cabeza―. Me llamaron de la universidad, van a comenzar unos cursos de capacitación para futuros estudiantes. Tengo que asistir si quiero esa beca.
―¿Y debes irte ahora? ¿No puedes esperar a que vuelva? Saldré antes si es necesario, puedo llegar allá en unos días.
―No hace falta, no quiero arruinar tus vacaciones, además tengo que marcharme hoy mismo si quiero llegar a tiempo para conseguir una habitación y registrarme en el curso. Volveré lo antes posible, todavía no sé cuándo, pero te avisaré apenas tenga todo, ¿sí?
―De acuerdo, cariño ―respondió ella no muy conforme―. Mantenme al tanto y viaja con cuidado.
―Sí… ―Me quedé sin voz. Odiaba mentirle a mi madre, pero sobre todo sentía angustia ante la idea de que, tal vez, esta fuera una despedida―. Te quiero mucho, ¿sabes? Si aprendí a luchar fue por ti ―agregué―. Debo colgar mamá, está sonando el teléfono, quizá sea de la universidad. Llamaré a don Tito para que cuide la casa. Te adoro… ―La voz se me quebró en la última frase sin poder contener las lágrimas.
Miré el aparato unos segundos y luego realicé la siguiente llamada. Me costó explicarle a Lisa por qué me había ido de su casa sin decir nada, pero al final me enredé más en la mentira y terminó creyéndose lo de la universidad. Le pedí que saludara a Pedro por mí.
Cuando por fin terminé vi que Anthony estaba aún parado en el mismo lugar, sin dejar de mirarme de forma intimidante.
―Es una buena excusa. Sonaste convincente.
―Esa era la idea, ¿no? ―repuse dejando de lado mi tristeza.
―Será mejor que prepares lo que necesites llevar, debemos salir pronto si queremos evitar una confrontación.