Capítulo 17
1336palabras
2023-10-13 08:43
Capítulo Dieciséis
La Pantera
—Maia—

Los ojos de Camilla se volvieron hacia mí. Tenían un brillo especial y la mirada perdida al recordar los acontecimientos que había relatado.
―Y así me convertí en lo que soy ―dijo al cabo de unos segundos.
―¿Qué sucedió luego?
―Vlad y yo comenzamos nuestros viajes. Recorrimos Europa, conocimos nuevos lugares, aprendimos distintas culturas. Él me enseñó a utilizar mis habilidades, fue mi maestro y amante. Creo que en algún punto de nuestro recorrido se dio cuenta de que la idea de una compañera eterna no era tan buena. Me dejó varios años después. —Acarició el apoyabrazos.
―¿La abandonó?
―Decidió que quería seguir su camino solo y nunca más volvimos a vernos.

―Eso es injusto.
Sentí pena por ella y rabia por el hombre que le había arrebatado su vida.
―Lo es, pero la verdad es que los vampiros somos seres solitarios, Maia. No digo que acepté su decisión gustosa, lo rastreé por años, pero no pude encontrarlo y poco a poco aprendí a vivir sola.
―¿Y qué pasó con su familia?

―Mi madre murió al poco tiempo de mi desaparición, creo que su enfermedad se agravó a causa del disgusto y no pudo recuperarse. Mi padre me buscó por años, pero al final abandonó Rumania, volvió a París y se suicidó. Antes de eso perdió sus tierras y su riqueza.
Sentí un extraño malestar ante aquellas palabras y de pronto me percaté de lo triste que se veía Camilla. Su majestuosa presencia era algo que encandilaba a cualquiera, pero después de acostumbrarme a ella y conocer su historia, veía que le habían roto el corazón.
―Lo lamento mucho.
―Ha pasado demasiado tiempo desde aquello. No quería ser una inmortal en busca de algo que nunca volvería a tener, así que decidí asentarme en un lugar tranquilo y descansar.
El silencio se cernió sobre nosotras durante unos minutos, ambas nos perdimos en nuestras cavilaciones.
―¿Por qué me cuenta esto?
―Porque sentí la necesidad de hacerlo. He llevado una existencia solitaria sin que nadie conociera mi historia. Pero tú apareciste, con la inquietud de saber quién habitaba en esta casa y vi que eras la única persona con la que podría hablar sin que me tratara como una loca. Quería que alguien supiera realmente quién soy.
―Gracias.
―Supongo que ahora que lo sabes todo no regresarás a verme.
―La verdad es que… me gustaría volver ―titubeé unos segundos.
―¿No me temes? —cuestionó la mujer intrigada.
―¿Debería? ―Me acurruqué en el sillón. No había pensado en ello, pero ahora me daba cuenta de que si lo que me había dicho era verdad, había motivos de sobra para tener miedo.
―En otros tiempos te hubiera dicho que sí. ―Volvió la vista hacia la ventana―. Ahora es diferente, dejé mis antiguos hábitos hace mucho.
―Vendré a verla.
―Puedes volver cuando quieras. Agradezco que me hayas escuchado.
Me levanté medio aturdida y con mil preguntas revoloteando en mi cabeza.
―Me voy, ya es tarde. Gracias por confiar en mí.
Mientras recorría el corto camino que llevaba hacia mi casa no podía dejar de pensar en las palabras de Camilla; cada una de ellas había quedado grabada en mi mente.
Comí un sándwich antes de acomodarme en la cama y dejar que mi cabeza barajara las posibilidades que se me ofrecían. ¿Creer o no creer? Sabía que desde el momento en que había decidido ir a la morada de aquella mujer y escuchar su relato, algo dentro de mí se había inclinado a aceptar lo que dijera. Era como si toda la vida hubiera tenido la certeza de que dentro de esa casa vivía una criatura de leyenda.
El sonido del mar llegó débil a mis oídos y la suave brisa con delicioso aroma marino azotó mi rostro. Mis ojos se entretuvieron con el oleaje mientras la ribera se bañaba por el agua salada y yo dejaba que mis pies se hundieran en ella. No hacía frío, era una noche perfecta para caminar por la playa y deleitarse con el paisaje.
Las imágenes del nefasto día que guardaba en mi interior arremetieron contra mí, dejándome paralizada.
―Papá. ―Mi voz escapó de los labios y las palabras se perdieron con el viento. Las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos y pronto sollozaba en silencio.
En un intento por escapar del dolor dejé que mis pies me llevaran por la orilla, vagando sin rumbo fijo. La arena suave comenzó a hacerme cosquillas en los dedos y empecé a reír de puro placer. La sombra que amenazaba con aplastarme había desaparecido y los recuerdos se habían esfumado.
De pronto un extraño ruido llamó mi atención. Detuve mi caminar y agudicé el oído, expectante. El sonido resonó con fuerza y me di cuenta de que se trataba de un gruñido.
Mi corazón comenzó a latir desbocado mientras buscaba a mi alrededor el causante de aquel rugido inquietante. El aire cálido se convirtió con rapidez en una ráfaga helada y los pies se me entumecieron ante el contacto con el agua fría.
Di media vuelta y volví sobre mis pasos, deseosa de llegar a casa. Una silueta ágil y oscura apareció a lo lejos, proveniente de una de las calles laterales, y comenzó a correr hacia mí. Antes de que pudiera darme cuenta de lo que sucedía el animal se detuvo y sus ojos verdes se posaron en los míos. Un ronquido espantoso escapó de su garganta y los dientes afilados quedaron al descubierto.
Sin poder moverme contemplé a la enorme pantera negra que estaba lista para atacarme. Su lustroso pelaje negro relucía bajo la luz de la luna y la musculatura de su cuerpo era visible debajo. Era tan hermoso como letal.
Se agazapó, pegándose a la arena, y unas uñas afiladas y largas aparecieron en sus dedos. Cerré los ojos, inspiré a la espera del zarpazo y… desperté.
Agitada y confundida me senté en la cama. La luz de la luna bañaba parte de mi habitación a través de las cortinas y el aire fresco entraba por la ventana. Esperé unos segundos hasta que pude respirar con regularidad y me levanté para cerrar las persianas.
Había sido un extraño y vívido sueño. Me reí de mi misma mientras recorría la habitación, convencida de que la historia de Camilla había inflamado aún más la llama de mi imaginación.
Miré hacia el jardín que se encontraba en penumbras a causa de los frondosos árboles. El cielo estaba despejado, con las estrellas brillando en su máximo esplendor y el círculo plateado de la luna al descubierto. Por eso me sobresalté al ver una silueta negra y alargada recorrer el patio.
Cerré la ventana, asustada. Era imposible que el animal de mi sueño estuviera merodeando por allí. En primer lugar porque se trataba sólo de una fantasía y, en segundo, porque no había panteras en la bahía, ni siquiera estaba segura de que las hubiera en Argentina.
Un fuerte sonido me hizo dar un salto y mirar a través de la cortina. La apilada montaña de sillas viejas que descansaban a un costado del parque se había desmoronado.
Me abalancé rápidamente sobre el celular que estaba sobre la mesita de noche. Sostuve el aparato en mis manos, indecisa, pero al final lo abrí y busqué el nombre de Pedro.
―¿Diga? ―preguntó la somnolienta voz de mi amigo al cabo de unos segundos. Me di cuenta de la hora que era y de pronto me sentí infantil. ¿Qué le iba a decir?, ¿que había una pantera merodeando por mi casa? Corté la comunicación y dejé el móvil sobre el mueble. Esperaría un poco, si los ruidos continuaban volvería a llamarlo.
―Estúpida, igual va a saber que lo llamaste.
Los minutos pasaron con lentitud hasta que me senté sobre la cama, un cuarto de hora más tarde, sin haber oído nada inusual. La extraña sensación de miedo que se había apoderado de mí desde el sueño fue menguando hasta desaparecer.
―Maia, en verdad debes dejar de sugestionarte con estas cosas ―me recriminé antes de acostarme.