Capítulo 16
2313palabras
2023-10-12 08:25
Capítulo Quince
Banquete de sangre
Las voces llegaban lejanas, como si provinieran de varios kilómetros a la redonda, sin embargo, podía sentirlas en mi mente con una claridad absoluta. Abrí los ojos y me encontré en una habitación pequeña y redonda con decoración barroca.

Me incorporé con lentitud al percatarme de que estaba recostada sobre un sillón y paseé la vista por la habitación, deleitándome con todo lo que veía, hasta que me encontré con mi reflejo en el espejo. Me levanté y miré extrañada la ropa que llevaba. Se trataba de un vestido blanco de tela pesada y cálida, la parte superior se componía de un corsé que se prendía adelante y dejaba un amplio escote a la vista, con mangas que nacían debajo de los hombros y se extendían hasta un poco más abajo de los codos. De la cintura afloraban numerosas faldas de distintos largos que terminaban en volados y dejaban a la vista mis pies que ahora lucían unas altas botas negras. Era tan indecoroso como bello.
Observé mi imagen hasta que las voces que antes había escuchado en sueños irrumpieron en mi realidad.
―No será que ahora te has ablandado, ¿verdad? ―dijo una voz con tono áspero y que reconocí como la del hombre de cabello negro que había hablado en el salón.
―Ya dije, Ludovic, que ella no es ni será parte de este banquete ―respondió con frialdad el conde―. Creí que había quedado claro cuando Geri se interpuso en su camino a pesar de que había ordenado que no la atacaran.
―¡Tú a mí no me ordenas nada! ―rugió el otro―. Geri simplemente olfateó una joven virgen y quiso traerla. ¿O quieres que te recuerde las veces que Dreiko hizo lo mismo antes de convertirse en el perrito guardián de esa chica?
Un gruñido se alzó sobre la voz del que hablaba y hubo silencio durante unos segundos.

―Creo que Vlad tiene todo el derecho a imponernos condiciones en sus tierras ―dijo una voz clara y suave que no había oído antes. Hablaba de forma pausada pero con marcada autoridad―. El incidente en el bosque no debería haber sucedido.
―No me pasó desapercibido que tu querido animal casi mata al mío ―se quejó Ludovic enojado.
―Nosotros tenemos poder sobre ellos para ordenarles lo que queremos ―replicó el hombre de voz suave―. Si dejas que Geri cace lo que se interponga en su camino, estarás poniendo en peligro nuestra presencia en estas tierras.
―Alejandro tiene razón ―lo apoyó el conde―. Mi presencia aquí ya es poco deseada para que tu animal vaya haciendo estragos. Cuida a Geri porque no me haré responsable de lo que pueda sucederle si vuelve a atacar en mis tierras.

―Bien, lo mantendré alejado de tus dominios Vlad. No imaginé que ibas a poner tantos requisitos. En otra época no importaba a quienes cazaban nuestros animales mientras trajeran algo que beber. Pero veo que los tiempos han cambiado.
―Así es Ludovic, deberías saberlo.
―No tanto como lo sabes tú, mi querido Alejandro ―dijo el otro con tono despectivo―. Pero me atengo a vuestro pedido ―agregó con frialdad. Se oyeron pasos que se alejaban por el pasillo.
―Solo intento ser más civilizado esta vez ―dijo la voz del conde―. Quiero mantenerme al margen, pasar desapercibido y vivir en paz. Mi época de esplendor y demostración de poder ya terminó.
―Lo sé, hace demasiado que busco lo mismo ―respondió Alejandro―. Lleva su tiempo, pero creo que podemos aprender de las cosas que hacemos e intentar sobrellevar nuestra existencia de la manera que más nos convenga. Cuando has visto tanto como yo llegas a la conclusión de que lo mejor para convivir es no sobresalir. Todos tuvimos nuestro momento de gloria, sin embargo cuando termina es cuando comienza el verdadero reto. ―Calló por unos segundos―. ¿Estás seguro de lo que vas a hacer, Vlad? Sabes la responsabilidad que conlleva. Serás su Sire, responderás por ella.
―Lo sé, Alejandro. Está decidido. Siempre y cuando ella me deje.
La puerta se abrió y Vlad apareció en el umbral. Detrás de él había un hombre de cabello rubio que hizo una pequeña reverencia y se alejó. El conde cerró la puerta y se acercó.
―Mis doncellas cambiaron vuestra ropa porque estaba empapada ―dijo mientras sus ojos recorrían mi nuevo vestuario.
―Gracias. ―Él dio una vuelta por la habitación y se sentó frente a mí.
―¿A qué has venido, Juliette? ―Escrudiñó mi rostro con cuidado―. ¡Vaya! Veo que lo has descubierto y aun así te has presentado.
―¿Acaso creíste que no lo haría?
―Bueno, tenía una vaga esperanza de que decidieras venir. Aunque a decir verdad, estaba casi seguro de que escaparías.
―Pues aquí me tienes. Ya sé lo que eres y sin embargo aquí estoy, ahora quiero escucharlo de tus labios.
Se levantó del sillón con lentitud y caminó los pocos pasos que nos separaban hasta detenerse a escasos centímetros. Mi corazón golpeó con ferocidad contra mi pecho, pero no retrocedí ante su imponente presencia, le hice frente juntando todas mis fuerzas.
―¿Qué quieres que diga, Juliette?
―La verdad. Quiero saber por qué te acercaste a mí en primer lugar, por qué te fuiste aquella noche y no volviste… Quiero saberlo todo.
―Bien, creo que lo mereces. ―Suavizó la mirada―. Al enterarme que una familia extranjera había comprado mi castillo decidí que debía conocerlos. No es que guarde especial cariño por ese lugar, no obstante me perteneció alguna vez y lo quería de vuelta. Cuando te vi aquella noche en la fiesta supe que la forma más fácil de acercarme a los tuyos sería a través de ti, después de todo las mujeres siempre han sido presa fácil para mí. ―Esbozó una débil sonrisa―. Así que me dediqué a cortejar, a intentar seducirte, te atosigué en sueños y te visité por las noches, solo para que mi presencia te envolviera y te entregaras a mí. Pero, de pronto, todo cambió, sentí que debía alejarme de ti. No puedo explicarlo Juliette, para alguien que ha vivido muchos más años de lo que debiera, a veces es difícil dilucidar lo que sucede en su interior.
―Me dejaste vivir.
―La noche que te visité estaba decidido a hacerte mía ―dijo con vehemencia―. Cuando me enteré de tu compromiso quise alejarme, pero tú seguías llamándome en tus pensamientos, estaba presente en ti día y noche y eso me enloquecía. Tu voz resonaba en mi cabeza diciendo mi nombre, y decidí hacerlo; después de todo no podía ser tan malo, ¿a cuántos he matado a lo largo de mi existencia? Así que fui a verte, una última visita. Sin embargo, cuando te probé, cuando me sentí dueño de tu vida, no quise tomarla. Hace décadas que vago solo por el mundo y la idea de crear una compañera para mi eternidad venía haciendo mella en mí cada vez con más fuerza. Te quería, claro que sí, pero para siempre. He sido reticente en cuanto a regalar mi inmortalidad a los demás, para ser sincero, no lo he hecho ni una vez en lo que llevo de vida y nunca me he sentido con la tentación de hacerlo. Hasta ahora.
―¿Y por qué no lo hiciste? ―pregunté con un hilo de voz. Sus palabras me habían dejado paralizada, no de miedo, sino de ansiedad, porque él decía justo lo que yo quería oír.
―Porque si voy a crear una compañera para toda la eternidad quiero que sea consciente de ello. No deseo un enemigo eterno, sino una amante. Hace mucho dejé de usar mi condición para sembrar el terror y ser dueño del poder sobre los hombres. Ahora, como la mayoría de los míos que empiezan a ver el paso del tiempo, quiero que mi presencia pase desapercibida ante los demás, por lo que solo tengo de compañía a los que son inmortales como yo.
―¿Es así como funciona? ―cuestioné―. Como ella dijo, es decir, tú estás… muerto…
―Fue Thai la que habló contigo, ¿verdad? Sabía que si recordabas lo que aquella mujer te había dicho irías a la feria y terminarías hablando con la vieja gitana. Me encargué de darte alguna pista en sueños.
―¿Tú…?
―Sí, fui yo. Quería que descubrieras la verdad Juliette y si volvías sabría que la elección que había hecho era correcta. Si huías te dejaría vivir con tu familia y no volvería a molestarte. Pero lo importante es que estás aquí. ―Estiró su brazo hacia mí y acarició mi mejilla con delicadeza.
Cerré los ojos para disfrutar su caricia y todo mi cuerpo se relajó. Cuando los volví a abrir me encontré con aquellas pupilas grises que me miraban con insistencia, con un brillo inusual que me envolvió con una fuerza arrasadora.
La mano de Vlad pasó por mi nuca y enredó sus dedos entre mis bucles. Su rostro se inclinó y sentí que sus labios se apretaban contra los míos. Sus manos me atrajeron hacia él con vehemencia mientras sentía sus dedos en mi cabello. El corazón pareció estallar dentro de mí y un calor abrasador se apoderó de mi ser al abandonarme a ese beso.
Los labios del conde se apartaron de los míos y recorrieron mi rostro, inhalando profundamente el olor de mi piel mientras sus brazos me apretaban contra su pecho. Sentí un rugido ronco y profundo nacer de su pecho y morir en su garganta.
―Mm… ―susurró―. Eres deliciosamente irresistible ―agregó dejándome libre de sus brazos para atraparme con su mirada―. Olvidé responder tu última pregunta. ―Esbozó una divertida sonrisa―. ¿Quieres saber si lo que dijo Thai es verdad? Esa gitana es una mujer sabia, pero también está influenciada por las leyendas y creencias de este lugar. No estoy muerto, la verdad es que nunca morí. Mi corazón no dejó de latir y si bien morí a la antigua vida de mortalidad, nací a una nueva de inmortalidad. No estoy poseído por ningún ser maligno, solo conviven en mí dos variantes del mismo ser, pero eso te lo explicaré a medida que comiences a sentirlo.
―¿Cómo funciona? ¿Cómo me convierto en lo que tú eres?
Vlad sonrió de nuevo y me tomó de la cintura para atraerme hacia él con fuerza.
―Eso déjamelo a mí. Solo hay algunas cosas que debes saber antes de tomar la decisión definitiva. Somos inmortales, pero para ello necesitamos alimentarnos de sangre. Debo advertirte que nuestra sed es enorme, todo nuestro cuerpo cambia para ello y nuestros sentidos se preparan para convertirnos en cazadores. Si bien podemos manejarlo, cazamos personas.
―Lo sé.
―El sol es otro pequeño problema, en gran cantidad puede hacernos daño. En general es un mal menor que solo nos debilita, pero para algunos una exposición prolongada puede convertirse en algo grave.
―Ya ha empezado a molestarme. Cuando me mordiste estuve varios días con una extraña sensibilidad a la luz solar.
El silencio se cernió sobre nosotros unos minutos mientras él me cobijaba en sus brazos.
―Bien, Juliette, ¿estás decidida a ser mi compañera?
El gris de sus ojos parecía arremolinarse alrededor de sus pupilas, como nubes antes de una tormenta, ansiosos y febriles me observaban con esa fuerza sobrenatural.
―Para toda la eternidad ―respondí.
Las manos del conde recorrieron mi espalda hasta llegar a la base de la nuca y luego me atrajeron hacia él, sus labios me besaron con fervor y sentí su aliento cálido recorrer la piel de mi mejilla hasta llegar a mi cuello. Pero no se detuvo allí, como pensé que haría, sino que continuó hasta llegar a mis pechos. Mi respiración falló y lancé un gemido cuando su lengua acarició la piel sobresaliente de mi escote. Él lanzó un gruñido. Despacio llevó sus manos a la parte delantera del corsé y comenzó a desanudar las tiras con delicadeza. Me lanzó una mirada afiebrada cuando terminó de desabrocharlo y lo dejó caer a un costado.
―Eres… deliciosa ―susurró. Enterró su rostro entre mis pechos, ahora desnudos, y los lamió con vehemencia. Sus manos se escabulleron debajo de mi falda y se asentaron en mis muslos, mientras podía sentir cómo su cuerpo se apretaba contra el mío y la dureza de su entrepierna se volvía palpable. Dejé escapar un suspiro ahogado cuando levantó la tela de mi vestido y se preparó para entrar en mí.
No lo hizo con delicadeza, a pesar de ser mi primera vez. Me embistió con fuerza, haciéndome gritar y apresó mis pechos entre sus manos mientras lo sentía entrar cada vez con más intensidad. Sus manos me arañaron y grité de dolor. Él se volvía cada vez más salvaje, como una animal sediento, como si con cada embestida necesitara entrar cada vez más en mí. Sentí que me quedaba sin aliento ante su arrebato. Me rodeó el cuello con una mano y apretó despacio; de inmediato aferró mi cabeza con más fuerza mientras su boca se posaba en la base de mi garganta, y, casi sin darme cuenta, sentí sus afilados colmillos clavarse en mi piel, rasgar la carne y succionar mi sangre.
El miedo se apoderó de mí y me agarré con firmeza a sus brazos, intentando buscar una escapatoria. Un frío profundo e hiriente recorrió mis venas, dejándome paralizada al sentir mi sangre fluir a toda velocidad, al mismo tiempo que me convulsionaba por un intenso orgasmo.
Cuando la electricidad del momento me abandonó, comencé a perder el brío y mi vista empezó a fallar; mis ojos luchaban por mantenerse abiertos. ¡Me estaba muriendo! Sentía cómo la energía escapaba de mí en cada respiración y mi vida se secaba.
De pronto, la presión dolorosa en mi cuello desapareció y unas pupilas rojas aparecieron en mi campo borroso de visión. Quise hablar, pero todo a mi alrededor desapareció y me dejé ir, perdida en las tinieblas, mientras el conde clavaba sus dolorosos dientes en mi pecho izquierdo.
Me había entregado a un ser de las tinieblas, pero lo había hecho por amor… ¿qué podía salir mal?