Capítulo 18
1171palabras
2023-10-13 08:46
Capítulo Diecisiete
Peter
El insistente golpe en la puerta fue el que me despertó horas más tarde. Abrí los ojos convencida de que aún era de noche, pero el sol ya entraba por la ventana y el reloj indicaba que eran las seis y media de la mañana.
―¡Maldición! ―murmuré mientras me levantaba y me colocaba un suéter―. ¿A quién se le puede ocurrir golpear con tanta fuerza a esta hora?
Bajé las escaleras con lentitud y me detuve detrás de la puerta.
―¿Quién es? ―pregunté fastidiada.
―Soy Pedro. ―La voz preocupada de mi amigo me hizo recordar lo que había pasado. De día la ensoñación de la noche anterior parecía una verdadera estupidez.
―Ay, Maia, la próxima vez córtate las manos antes de agarrar el celular ―pensé mientras sacaba las trabas y abría. El muchacho estaba parado sobre el escalón y me miró con desesperación.
―Buenos días ―dije a modo de saludo mientras esbozaba una sonrisa.
―¿Te encuentras bien? ―preguntó apoyando sus manos sobre mis hombros. Sentí pena al ver la expresión de su rostro y me mordí el labio inferior al buscar una excusa para mi comportamiento.
―Estoy bien. Pasa. ―Me hice a un lado. Pedro entró y sus ojos recorrieron la habitación, después se volvió hacia mí con expresión contrariada y algo avergonzada.
―Anoche me llamaste ―dijo a modo de explicación―. Intenté llamarte después y no respondías. Estuve debatiéndome entre venir de inmediato o esperar a que amaneciera ―agregó frustrado―. Pensé que si era algo importante volverías a llamar.
―Perdón, pongo el celular en silencio cuando duermo. En realidad escuché algunos ruidos, pero no fue nada, supongo que el viento y el hecho de que estoy sola tuvieron mucho que ver con mi reacción.
―¿Qué clase de ruidos? ―preguntó alarmado.
―Todavía estoy viva. ―Sonreí―. Nada, en serio. Ya me había arrepentido antes de que contestaras, fue un arrebato estúpido, lo lamento. No quería molestarte…
―¡Tú nunca me molestas! Sabes que estoy aquí para lo que necesites, sea la hora que sea.
―Gracias. ―Bajé la mirada algo incómoda. Era Pedro, mi amigo, mi hermano, mi confidente―. Bueno ya que viniste puedes acompañarme a desayunar.
Fuimos a la cocina donde él se sentó como si estuviera en su casa y me dediqué a hacer unas tostadas. Charlamos un buen rato mientras servía café y leche y dejaba las rebanadas con mermelada y manteca para que cada uno se sirviera a gusto.
―¿Qué tal van los estudios? ―cuestionó con la boca llena.
―Bien ―mentí con desánimo―. Aunque empiezo a asustarme por el hecho de tener que irme lejos y todo eso.
―No debes desanimarte, hace tiempo que tienes la idea y creo que es hora de que la lleves a cabo. Solo serán unos años.
―¿Lo dices en serio? ―Me asombré ante sus palabras porque él había dejado muy en claro lo poco que le gustaba el hecho de que me marchara―. Pensé que tú…
―No quiero que te vayas. Pero siempre ha sido tu deseo y yo quiero lo mejor para ti.
―Vaya, gracias ―murmuré colocando mi mano sobre la suya.
―Maia… ―murmuró él, y por el tono de su voz me di cuenta de lo que se venía―. Sabes lo que siento por ti…
―No Pedro, no digas nada ―le supliqué.
―¿Por qué? ―cuestionó.
―Porque no quiero lastimarte ―dije con un hilo de voz. Aún recordaba con claridad el dolor reflejado en su rostro cuando él me había confesado sus sentimientos, hacía más de un año, y le había rechazado.
―No me lastimas. Es solo que… no entiendo por qué no puedes darme una oportunidad.
―No quiero que lo nuestro se arruine. Has sido mi amigo toda la vida, hemos vivido infinidad de cosas juntos, nuestros padres están muy unidos. Si las cosas no funcionan todo se vendría abajo.
―¿Pensaste alguna vez que podría llegar a funcionar?
―Sabes que no. Yo te quiero como…
―Como un hermano, lo sé ―suspiró―. En fin, dejamos el tema, pero quiero que sepas que todavía no me rindo.
―Te conozco demasiado como para saber que no te rindes con facilidad.
Por fortuna luego de ese incómodo momento el ambiente se apaciguó. Debo admitir que si no fuera porque siempre buscaba la forma de seducirme y decir frases vergonzosas, me sentía de maravilla con él. Aún podía recordar lo bien que lo pasábamos cuando éramos chicos y él todavía no había descubierto nada especial en mí.
La mañana pasó con rapidez. Luego del desayuno Pedro se ofreció para ayudarme a ordenar el desastre que había en el jardín. La semana anterior una terrible tormenta había dejado todo hecho un caos y en un impulso amoroso había prometido a Sonia que ordenaría las cosas para que ella pudiera marcharse tranquila.
―No entiendo la manía de tu madre de guardar cosas viejas ―dijo mi amigo mientras ordenaba la pila de sillas que se había desmoronado la noche anterior.
―Para ella todo tiene un valor sentimental.
―Todavía tiene los asientos que usábamos cuando éramos chicos.
―Los destrozamos nosotros. ―Reí al recordar los viejos tiempos de juegos inocentes, cuando nadie tenía que preocuparse por nada y mi padre aún vivía.
El sol se ocultó de pronto detrás de una densa nube gris y un viento helado comenzó a soplar. Las hojas secas que aún quedaban sobre el césped danzaron a unos centímetros del suelo y produjeron un débil crujido.
―Maia. ―Me sobresalté al oír pronunciar mi nombre. Clavada en el piso sentí que todo comenzaba a dar vueltas.
―Maia. ―La voz volvió a sonar arrastrando las palabras, era un murmullo suave y profundo traído por la brisa. Parecía que alguien estuviera susurrando en mi oído.
―Sé que puedes oírme.
―¿Quién eres? ―pregunté bajito para no asustar a Pedro.
―¿Quién soy? Creo que sabes la respuesta. Soy tu futuro Maia, tu destino.
Todo a mi alrededor estaba oscuro, como si fuera una noche sin luna y solo quedara la luz de las estrellas titilando a lo lejos. Una sombra se removió a un costado y, cuando me volteé, allí estaba el espléndido animal negro de mis sueños. Me asombré al ver que la voz parecía provenir de él.
―¿Qué quieres?
―Solo te quiero a ti… ―susurró el viento en mis oídos.
La pantera saltó hacia mí con un gruñido atascado en su garganta y un destello de sol me encandiló.
―Maia, ¿estás bien? ―Un poco aturdida enfoqué la vista en Pedro que estaba sosteniéndome de los brazos.
―Eh… sí ―respondí lo más convincente que pude―. Creo que me mareé un poco.
―¿Quieres sentarte? ¿Te traigo agua? ―preguntó solícito―. Estás pálida. Dejaste de hablar y te quedaste inmóvil.
―No quiero nada, me debe haber bajado la tensión ―intenté tranquilizarlo.
¿Acaso me estaba volviendo loca? ¿O eso de soñar despierta se volvería un hábito? Traté de no prestarle atención al hecho de tener alucinaciones repentinas y me dediqué a bromear para que Pedro se calmara. Entre la llamada nocturna y mi episodio de esa mañana estaba segura de que encontraría la excusa perfecta para no dejarme ni un minuto a solas.