Capítulo 14
1294palabras
2023-10-11 07:39
Capítulo Trece
Strigoi Morti
―¿Qué es él? ―pregunté con las palabras atragantándose en mi garganta, deseosas por salir, por hacer mil preguntas―. ¿Qué oculta?
―No veo tu destino con claridad, hay mucha oscuridad en él y eso se debe a que todavía no has tomado una decisión o… ―La gitana titubeó unos segundos antes de continuar―. Primero respóndeme una cosa, ¿ya te ha atacado? ―Aquello me dejó sin palabras. ¿Acaso ella sabía lo que él me había hecho aquella noche?
―Yo… ―Me removí nerviosa en la silla sin saber qué decir, pero ella se adelantó.
―¿Cuánto hace?
―Poco más de un mes ―respondí con la boca seca.
―Tu alma no está perdida aún. Sin embargo, una parte dentro de ti ha empezado a cambiar, algo que te llama y te invita a seguirlo. ―De pronto calló y su boca se volvió una línea recta y fina, con los labios apretados.
―Quiero entender qué pasó esa noche ―dije para romper el silencio e incitarla a continuar.
―Juliette los nativos de esta tierra hace siglos que creemos en el bien y el mal. El bien está manifestado por dios y el mal por el diablo, y nuestras almas llevan una lucha constante por su propia salvación o destrucción. Hay criaturas en este mundo que son la representación misma de la maldad, seres que nunca debieron existir, pero que están entre nosotros, dispuestos a destruir todo a su paso. Al peor lo llamamos strigoi mortis.
―¿Eso qué es?
―Alguna vez fue humano, vivió como nosotros y murió. Su alma lo abandonó, pero su cuerpo fue poseído por un ser maligno que decidió habitar en él y alimentarse de la sangre de los vivos. Esa es su maldición, debe matar para vivir. ¿Qué lo llevó a convertirse en esta abominación? Es probable que estas personas hayan sido malvadas en vida, decididas a no querer dejar este mundo, con miedo a la muerte y a lo que hay después de ella; eso los llevó a querer arraigarse a lo mundano sin importar las consecuencias. Muertos que volvieron a la vida.
―¿Me está diciendo que el conde es una de esas… criaturas? ―La historia rayaba lo inverosímil, pero había visto demasiadas cosas extrañas desde mi llegada a aquel lugar como para no creer.
―Hace varios años vivió el conde Vlad Tepes, hijo de Vlad Dracul. Ambos fueron hombres ambiciosos, aunque el hijo se hizo famoso por ser despiadado, un reinado de sangre. Hay que reconocer que fue un verdadero patriota que luchó por su pueblo, y que también dejó entrar al mal a estas tierras. Las historias empezaron a recorrer la aldea; no fue hasta que lo conocí que supe la verdad, él ya no era un hombre, era un monstruo que devastó todo a su paso. Dijeron que había muerto, sin embargo yo sabía que no era cierto y, cincuenta años después, el conde retornó a su hogar joven como la primera vez que se le vio. Esa criatura es la que te ha hechizado. Strigoi morti, incubbus, bestia, monstruo sediento de sangre, ha traído a los suyos a estas tierras. No está solo esta vez.
―No puede ser posible… no… ―negué en un intento por borrar aquellas palabras de mi mente.
―Hay una cosa que debes entender querida, él tiene un poder enorme sobre ti. Se ha metido en tu vida y tus pensamientos, y lo peor es que ha probado tu sangre. Tu cuerpo ha empezado una especie de transformación que te lleva hacia él, no obstante puedes evitarlo, puedes escapar de una vida eterna maldita. ―De pronto la gitana apartó sus manos de las mías con rapidez, como si algo la hubiera asustado, y bajó la mirada hacia la mesa―. Si vuelves a verlo, no podrás separarte de él nunca más, quedarás atada a su existencia para siempre. Ahora será mejor que te vayas.
Me puse de pie aturdida, con mil preguntas en la cabeza y sin querer marcharme, pero la frialdad con que la anciana me miró me hizo retroceder. Di la vuelta y caminé trastabillando hacia la puerta, en busca de la salida, sorteando las cosas que estaban desparramadas por el piso. El sol me lastimó los ojos. Parpadeé unos segundos antes de acostumbrarme a la luz y vi a Rheiga a un lado de la puerta.
―¿Se encuentra bien señorita? ―preguntó. Sus palabras sonaron vacías en mis oídos mientras me alejaba de ella a toda velocidad, sintiendo mis piernas tambalearse a cada paso.
―Tranquila, solo debes llegar al caballo, ir a casa y todo habrá sido una pesadilla ―repetí una y otra vez hasta que me encontré galopando por el camino, con el aire fresco que me golpeaba el rostro y los árboles con sus ramas cubiertas de nieve que pasaban a mi lado con rapidez.
Jalé de las riendas y me detuve, el caballo bufó a modo de queja mientras yo intentaba reordenar mis pensamientos.
Había una verdad ineludible: el conde era la criatura que Thai me había dicho, no podía negarlo porque había sido testigo de ello. Ahora estaban las demás variantes de la situación: ¿era él tan malo como decían?; ¿era un monstruo?
Tenía dos caminos: alejarme e intentar vivir una vida normal o ir a verlo y dejar que pasara lo que tuviera que suceder. El primer camino apareció ante mí más oscuro que el segundo. ¿Qué me esperaba si volvía a casa? Solo una madre enferma y un padre ansioso por hacerme encajar en una sociedad a la que no pertenecía.
¿Qué tenía de malo la inmortalidad si podía vivirla junto a Vlad? ¿Qué podía ser tan aborrecible si él decidía que quería pasar la eternidad junto a mí? Podíamos hacer grandes cosas juntos, estaba segura de ello.
Espoleé el alazán, di una vuelta por el sendero y elegí el camino que daba hacia la izquierda. Para tomar una decisión tenía que ir a verlo.
Había partido de mi castillo cuando faltaban unas horas para el anochecer, pero ahora la luna ya comenzaba a aparecer en el cielo. Eve me había proporcionado días antes el camino hacia el castillo del Conde, recomendándome que le diera las instrucciones al cochero. Sin embargo debía ir sola.
Las nubes que cubrían el firmamento se arremolinaron cada vez más y adquirieron un tono oscuro, coronado por delgadas líneas de energía que descargaban sobre el firmamento. La lluvia empezó a caer cuando llevaba poco más de quince minutos al galope y se convirtió en una fina cortina que me calaba hasta los huesos. Pronto vino a ser reemplazada por pequeños copos de nieve que se amontonaban a mi alrededor. Seguí por la senda que cada vez se volvía más dificultosa a causa de la nieve y el frío.
Un aullido hizo que mi corazón saltara dentro de mi pecho y el caballo se detuvo asustado. Sostuve las riendas con fuerza en un intento de que el animal no se desbocara ante la presencia del depredador, pero el miedo se apoderó de mí cuando aparecieron cuatro lobos entre los árboles. Dos tenían pelaje marrón, el tercero negro y el cuarto blanco. No pude evitar que mi montura, ante la desesperación, retrocediera hasta el bosque donde se encontró acorralado. Con dos saltos se paró sobre sus patas traseras en un intento por defenderse. Por más que estaba aferrada con fuerza a la silla resbalé y caí hacia atrás, sobre el colchón blanco que aminoró el golpe. Logré ver al animal salir al galope y perderse entre los árboles con los dos lobos marrones pisándole los talones. Quieta, aturdida y congelada apenas fui consciente de que las otras fieras estaban a escasos metros, observando con sus ojos inyectados en sangre y sus colmillos al descubierto a la espera del más mínimo movimiento para abalanzarse sobre mí.