Capítulo 13
1130palabras
2023-10-11 07:37
Capítulo Doce
Gitana
—Camilla—

Sighisoara, Transilvania, año 1526.
Los ojos ciegos, con ese tul blanco cubriéndole las cuencas, me observaban como si pudieran verme. Una sonrisa rasgó el arrugado rostro y la carcajada rompió el silencio, mostrando los pocos dientes podridos que aún le quedaban.
―¡Tú! ―gruñó la mujer señalándome con un dedo nudoso y deformado.
―Yo no he hecho nada.
―Quien camina mano a mano con el diablo termina sumergida en los ríos de fuego del infierno.
―¿Qué quiere? No sé qué significa eso.

―Claro que lo sabes Juliette, pero no quieres aceptarlo ―dijo la anciana mientras sus globos oculares recorrían la habitación―. Aléjate de él ―susurró. Sus manos me tomaron de los hombros y su rostro se acercó al mío. Quise soltarme, gritar, escapar de allí.
Desperté.
Mi propio grito sofocado había logrado arrancarme de aquella pesadilla. Tomé el libro que descansaba en el piso y lo abrí en la página donde lo había dejado. Tenía tapa de cuero negra y estaba escrito a mano por el antiguo dueño del castillo: Vlad Tepes III. Lo había encontrado escondido en las mazmorras, en uno de mis solitarios paseos por el edificio. El diario contaba las incursiones armadas que se llevaron a cabo contra los moros en la guerra, los esclavos tomados en las luchas y los terribles castigos que se les profería a ellos o a cualquiera que se atreviera a contradecir al conde. El hombre que había escrito aquellas memorias disfrutaba al ver sufrir y morir a sus prisioneros de manera sádica y brutal y describía cada tortura con una fidelidad tan real, que casi me pareció ver a aquellas personas ser decapitadas y empaladas.
Miré por la ventana y noté que comenzaba a amanecer, por lo que me apresuré a vestirme y bajé a la cocina. Después de una semana sin saber qué hacer ni a dónde recurrir para encontrar una respuesta a mi intriga, ahora veía un camino a seguir.

Me asombró la facilidad con la que logré llegar al pueblo. Solo había ido una vez, pero pronto lo encontré, me bajé de mi caballo y recorrí las tiendas en busca de la gitana vendedora de telas. Hacia el final de la calle, junto a un puesto de madera viejo y destartalado, estaba la mujer. Me vio de lejos cuando me dirigía hacia ella y se volteó, dándome a entender que no era bienvenida.
―Disculpe ―dije con voz firme cuando me encontré cerca. Ella siguió con su labor como si no hubiera escuchado nada―. Seguro me recuerda, estuve hace un tiempo aquí en la feria. Venía acompañada de un hombre, el conde Vlad Tepes.
La gitana negó enérgicamente sin mirarme.
―Pero conoce al conde, ¿verdad? ―inquirí obteniendo por respuesta una nueva negativa―. Qué extraño, juraría que lo conocía por las palabras que me dijo, aunque imagino que tampoco las recuerda. Pero yo sí, ¿qué es un incubbus?
Ahora sí había logrado llamar su atención, se volvió con rapidez y me miró aterrada, como si acabara de pronunciar una maldición. Se acercó a mí.
―Hable más despacio, señorita ―susurró―. ¿O acaso quiere que alguien nos escuche?
―No lo sé, si alguien puede ayudarme a saber lo que quiero no me quedaré callada ―respondí desafiante.
―No sabe en lo que se está metiendo. Si la oyen podrían pensar que anda con ellos y entonces… ―No terminó la frase, sólo negó con la cabeza mientras bajaba la mirada.
―¿Con ellos? ¿Quiénes son? ¿Qué es un in…?
―¡No! No vuelva a pronunciar esa palabra. ―Me calló con un movimiento de la mano. Suspiró resignada―. Sólo una persona puede responder a sus preguntas ―dijo mientras cruzábamos la feria y nos dirigíamos a uno de los puestos más alejados―. Lo que va a escuchar aquí nadie debe saberlo. ―Me advirtió―. Si le ayudo es porque creo que su vida está en peligro, pero dependerá de usted si quiere salvarse o no ―agregó antes de correr las tiras y adentrarse en la casucha.
Al principio la oscuridad me pareció tan densa que no pude distinguir nada, pero poco a poco las formas empezaron a aparecer y mi vista se acostumbró a la escasa iluminación de algunos vestigios de velas derretidas. Me di cuenta de que el ambiente no era denso debido a la lobreguez de la luz, sino a las volutas de humo que se suspendían en el aire y nos rodearon apenas entramos. Un fuerte olor aromático, proveniente de algún tipo de hierba quemada, llegó a mis fosas nasales haciéndome sentir un poco mareada, pero logré reponerme y seguir a la gitana a través de la habitación hasta llegar a una pequeña mesa que había en el fondo.
A pesar de que ya había visto aquellos ojos vedados en mi sueño, me sobresalté al encontrarme con ellos en aquel lugar. La mujer llevaba un viejo vestido marrón desteñido y raído, su cabello blanco y corto estaba cubierto por un pañuelo verde, y de su cuello colgaban numerosos collares con extraños dijes hechos de madera, plumas, huesos y dientes de animales.
―¿A quién has traído contigo Rheiga? ―preguntó con una voz ronca y áspera.
―Una muchacha, Thai. Una señorita que se mudó al castillo del dragón hace unos meses.
―Vlad Drăculea.
―Sí Thai, la señorita lo conoce y quiere saber más sobre él.
La anciana clavó esa mirada ciega en mí y sentí que podía verme. El silencio se cernió sobre nosotras durante interminables minutos mientras la gitana me escudriñaba en su eterna oscuridad. Por fin asintió despacio y levantó una mano para señalarme la silla que había frente a ella.
―Siéntate querida. Rheiga será mejor que vayas afuera y vigiles que nadie entre, estaré ocupada y no quiero que se escuche lo que acá se va a decir. ¿Cuál es su nombre? ―preguntó cuando nos quedamos solas.
―Juliette Von Leftet.
―Juliette. ―La mujer estiró las manos sobre la mesa hacia mí―. Vamos, querida. ―Con algo de reticencia coloqué mis palmas sobre las suyas. Ella las sostuvo con fuerza mientras sus ojos en continuo movimiento seguían un recorrido invisible por la estancia―. Querida, qué tristeza tan grande hay dentro de ti. Has intentado refugiarte en la persona equivocada. Tu traslado a este lugar no fue lo que querías, y cuando te encontraste sola, buscaste una salida.
―Solo quería un hogar ―murmuré.
―Lo sé, tú única intención era volver a tu vida anterior, con tu antiguo compañero, el que habías elegido como esposo. Pero ahora ya no quieres eso, ¿verdad?
Asentí en silencio, olvidándome de que la mujer no me veía, sin embargo ella sonrió como si mi gesto no le hubiese pasado desapercibido.
―No quiero volver, hay algo aquí… hay alguien…
―Él no es lo que tú piensas Juliette, el conde no es tu salvación. Por el contrario, él puede ser tu perdición.