Capítulo 7
1664palabras
2023-09-27 21:45
Capítulo Seis
Una salida
Cuando desperté ya había amanecido. El sol no se veía porque las nubes cargadas de nieve cubrían el cielo. Mi mente viajó hacia Piers. Hacía tres semanas que no tenía noticias suyas y me dispuse a escribirle. Me sentía un poco culpable porque acababa de despertar de un sueño demasiado realista donde el conde recorría mi cuerpo desnudo con sus fuertes manos para luego morder mis labios en un beso apasionado.
No había terminado la primera línea de la misiva cuando apareció mi madre anunciando una visita.
―El Conde Vlad Tepes IV ―dijo su voz.
Las palabras sonaron en mis oídos como un poema. Él estaba ahí, me había ido a buscar y eso era una realidad. En un minuto dejé de lado la carta, mis pensamientos de la noche anterior y el peligro que podía correr si se acercaba a mí para recuperar su tierra.
Cuando llegué al vestíbulo y lo vi mi cuerpo se estremeció. ¿Qué hacía ese hombre tan perfecto en mi casa? No podía entenderlo. Y tampoco quería, porque el solo hecho de verlo me hacía olvidar todo lo demás. Solo quedaba él, su porte, su mirada penetrante y su sensual sonrisa.
Me tomó del brazo y pidió permiso a mis padres para llevarme a dar un paseo.
Salimos al aire libre cubiertos con nuestras capas de piel y subimos a su carruaje. Se puso en marcha llevándonos entre árboles blancos, arbustos secos y relieves rocosos que aparecían de vez en cuando a un lado del camino.
―El paisaje aquí es hermoso ―dijo al sorprenderme mirando por la ventana―. Sobre todo en invierno ¿Le gusta la nieve?
―Me fascina. En verdad es maravilloso.
Seguimos por el sendero hasta llegar a una enorme construcción que se erigía en una saliente de roca. Una parte del edificio quedaba de cara a un profundo precipicio.
―Estas son las ruinas de un castillo ―dijo el conde cuando bajamos del vehículo y comenzamos a caminar―. Tiene una historia ―cruzamos un arco y entramos a lo que debió haber sido un lujoso salón, aunque ahora solo quedaban las paredes desnudas que culminaban en un techo de maleza―. Se dice que aquí vivió una condesa llamada Camilla Voldengrath. Sumamente tirana y malvada, resaltaba por su hermosura, la cual usaba para atraer a los hombres, matarlos y luego arrojarlos por el abismo.
Atravesamos la estancia y pasamos a una habitación de pequeñas dimensiones. Una chimenea destrozada se vislumbraba en uno de los muros y una gran ventana se precipitaba, como un enorme ojo abierto, hacia al acantilado. Me acerqué a ella y con asombro miré hacia abajo.
―Esa mujer estaba loca. Tener esta vista hacia el vacío es horrible.
―La gente del pueblo le temía, pero más se amedrentaron cuando vieron que los años pasaban y ella nunca envejecía. Se empezó a decir que robaba el alma de los mortales antes de matarlos, por eso se mantenía joven. Era un vampiro. ―Lo miré sin saber qué responder y el silencio se cernió sobre nosotros. Cuando comenzaba a sentirme incómoda él sonrió―. Claro que es solo un cuento, aquí en Rumania la gente es muy supersticiosa y cree en esas cosas. Pero cuando era pequeño me gustaba pensar que era verdad y visitaba este lugar para imaginarme cómo había sido aquella dama.
Salimos de las ruinas riendo, la tensión de momentos antes se había disipado y el resto de la mañana lo pasamos de maravilla. Él me contaba historias de cada uno de los lugares dónde íbamos, de las personas que habían vivido allí, la cultura, el idioma y las creencias de cada pueblo. No solo era hermoso y misterioso sino también culto y educado.
Antes de volver al castillo nos detuvimos en la feria y me acompañó mientras me maravillaba con las artesanías del lugar. Él se distrajo en una tienda donde vendían antigüedades y yo me adelanté a unos puestos para deleitarme con las telas que se exhibían sobre una mesa.
―Son únicas, señorita. Traídas de oriente, con bordados de hilo de plata y oro ―dijo una anciana de rostro amable y surcado de arrugas.
―Muy hermosas. ―Mis dedos pasearon sobre los finos paños. Lancé una mirada al conde que seguía hablando con el vendedor y aproveché su distracción para recrearme con su hermosura. El perfil definido, la mandíbula cuadrada, el arco de sus largas pestañas, la carnosidad de sus labios.
―¿Cuánto por esta? ―Señalé una prenda que mis manos sostenían. Esperé la respuesta unos segundos, pero no llegó―. Disculpe, ¿cuál es el precio? ―volví a preguntar. Entonces enmudecí, la mujer se había quedado de piedra, su rostro congestionado en una mueca de horror mientras observaba al conde con los ojos entornados y sus labios pronunciaban en voz baja palabras en un idioma desconocido.
―¿Le sucede algo? ―La anciana me miró, su expresión bondadosa había mudado a un gesto de ferocidad.
―Quien camina mano a mano con el diablo termina sumergido en los ríos de fuego del infierno.
―¿Disculpe? ―inquirí asustada. Di un paso hacia atrás.
―Por esta tierra los muertos vagan con los vivos, se alimentan de su sangre y con ello ganan la inmortalidad ―respondió, su boca se tornó en un extraño gesto―. El señor de los lobos ha vuelto y ha traído con él la desolación, la destrucción y la desesperación de las almas. Usted vive en un terreno maldito y su alma está próxima a ser poseída por el espíritu del inccubus, y cuando eso suceda nada podrá impedir que se convierta en la concubina del diablo. Pero todavía tiene salvación ―agregó desesperada. Buscó entre sus ropas y sacó una vieja cruz de plata que depositó en mi mano―. Aléjese de él.
―Tú aléjate de ella bruja gitana ―dijo la voz del conde detrás de mí, sonaba ronca y denotaba furia contenida―. No necesitamos tus servicios de hechicería, quién anda con el demonio eres tú.
―Sângele apă nu se face. Sângele este ochiul dracului ―susurró la anciana en rumano.
―Sangele este viata… si va fi si viata mea —respondió él.
―Las sombras y la noche son la compañía de los murciélagos y los lobos ―espetó la mujer observándolo con un odio tan intenso que pareció envolvernos―. Y de los muertos que viven de los vivos.
Vlad tomó mi mano con delicadeza y me volteó hacia él, sus ojos grises se posaron sobre los míos y en un instante el miedo que se había apoderado de mí desapareció. Me sacó la cruz que me habían dado y la dejó sobre las telas.
―Será mejor que nos marchemos ―susurró antes de guiarme hacia el carruaje―. Lamento ese episodio mademoiselle Juliette, la gente de aquí es demasiado supersticiosa y, como ya le dije, mi repentina llegada no agradó a los más ancianos.
―Eve me comentó algo. Tal vez ellos piensen que usted es un intruso que viene a arrogarse títulos que no le corresponden.
―Es justo porque soy descendiente del conde Vlad Dracul Tepes III que ellos me temen. Mi antepasado no fue querido por algunos en estas tierras y lo recuerdan con amargura. Al verme a mí, lo ven a él.
―¿Qué hizo para ser temido y odiado de esa forma?
―También fue amado e idolatrado. Pero ha sido demasiada historia local por un día ―esbozó una sonrisa para darme a entender que no quería hablar del tema.
―En todo caso usted no es él y ellos no pueden culparle por lo que haya hecho.
―Eso no lo entenderán.
El carro se detuvo y noté que el viaje había terminado. Ahora debía separarme de aquel hombre que despertaba en mí sensaciones que nunca antes había experimentado.
―Lo pasé de maravilla ―dije al bajar en la entrada del castillo.
―Yo también. ―Dio un salto para quedar frente a mí. El silencio nos envolvió unos segundos y me perdí en el mar gris de su mirada; tal vez por eso ni me di cuenta cuando sus manos me tomaron de la cintura y me arrastraron hacia él. El corazón comenzó a latir con tal fuerza que parecía querer salirse del pecho, mis piernas se aflojaron al punto que creí que caería. Solo era consciente de su agarre y su respiración en mi cuello, caliente, suave, haciéndome desear que sus labios se posaran en mi piel.
El mundo a nuestro alrededor desapareció y lo único que existía era esa fuerte presencia suya que parecía ocuparlo todo. Mi mente estaba embotada por su cercanía y mi cuerpo me delataba con un temblor incontrolable. Para cuando su boca tocó la mía me encontraba entregada a su persona, desfallecida por el deseo. De pronto se apartó, dejándome aturdida.
―Lo siento ―dijo casi en un susurro―. Me he dejado llevar y eso no es digno de un caballero para con una dama como usted, mademoiselle. Le pido me disculpe.
―No hay problema, Conde ―dije en un intento por recuperar la compostura y el aliento―. No se disculpe, fuimos los dos.
¿Eso había sucedido? De pronto caí en la cuenta de que era la primera vez que un hombre me besaba. Piers, por ser mi prometido, tenía permitido tomar mi mano y pasear con la presencia de una compañía que nos seguía desde atrás. Solo una vez me había rodeado la cintura con los brazos y nuestros labios casi habían logrado rozarse, pero él era demasiado correcto para romper las normas de la moral y las buenas costumbres. Sentí la sangre agolparse en mis mejillas y llenarlas de calor al darme cuenta de esta nueva realidad, y me asombró que mis padres hubieran permitido que este paseo se llevase a cabo.
Vlad besó mi mano con delicadeza y se despidió. Me quedé allí sin entender lo sucedido. Él se subió al carruaje y asomó la cabeza por la ventanilla.
―¿Me permitirá volver a visitarla?
―Por supuesto ―dije con una sonrisa, él hizo un gesto a modo de saludo y le dio órdenes cochero. Lo vi perderse en el camino antes de entrar al castillo y subir a mi habitación.