Capítulo 5
1777palabras
2023-09-27 21:38
Capítulo Cuatro
La Llegada
—Camilla—
Sighisoara, Transilvania, año 1526
Esta historia comienza hace casi quinientos años. Pareciera que con el paso del tiempo uno olvidaría muchas cosas que los ojos han visto, por el contrario, aún recuerdo cuando bajé de aquel carruaje. El viento fresco, el paisaje, el olor que las ráfagas traían de los montes. Mi mente evoca esas imágenes como si se tratara de ayer.
En aquella época yo tenía diecinueve años. Mi padre había adquirido unos terrenos en Rumania, donde al poco tiempo descubrió una mina. Nuestra situación en París era muy delicada y él tenía que viajar cada vez más seguido para administrar las tierras, por lo que fue inevitable el momento en que nos vimos obligados a vender la casa y marcharnos hacia nuestro nuevo hogar.
No quería dejar mi país pues al fin había encontrado el amor en el duque de Anglars. Anhelaba con todo mi corazón llevar a cabo la boda para mudarme con él antes de que marchara a la guerra santa. Sin embargo, el viaje y la mudanza fueron inminentes y en vez de cumplir mi sueño, me vi arrastrada y alejada de todo aquello que amaba. Para mi consuelo Piers prometió ir en mi búsqueda cuando volviera de su cruzada contra los moros, pero aquellos días se veían muy lejanos ante mis ojos.
Llegué a ese exótico lugar sin más pertenencias que aquellas que se me permitieron llevar y mi corazón desgarrado por el dolor. No tenía intención de acostumbrarme a Rumania. Como signo de protesta pensé encerrarme en la habitación y no salir hasta que Piers viniera a por mí, aunque se me fuera la juventud en ello.
―¿Le llevo esto señorita Juliette? ―preguntó el hombre que ahora sería nuestro nuevo mayordomo.
―Por supuesto ―dije de forma despectiva.
Debo admitir que el castillo era impresionante, no esperaba encontrar tan magnífica estructura y, al entrar en los terrenos colindantes, no pude evitar lanzar una exclamación de asombro.
Al cruzar un puente de piedra construido sobre un río, éste desembocaba en un predio de abundante vegetación. Verde a nuestro alrededor, el césped cuidado con perfección clínica, árboles de diversas tonalidades, pinos de gran altura y arbustos de hojas rojas y tupidas que salpicaban el paisaje, lograban un hermoso contraste entre el verde fresco y los colores ocres.
Allí, en medio de aquel pequeño paraíso, se erigía la edificación más imponente que había visto en mi vida, la armonía entre la naturaleza y la increíble mano del hombre. Sus macizas paredes de piedra color gris oscuro, se encontraban coronadas por las gigantescas torres con el techo de la tonalidad de la tierra rojiza. Tenía cuatro atalayas y dos baluartes pequeños a ambos costados de la entrada principal.
Aquel castillo era un lugar extraordinario y la habitación que me habían preparado se encontraba a la altura de las expectativas. Un cálido fuego encendido en la enorme chimenea, agua caliente lista para un agradable baño y algunos vestidos nuevos sobre la cama me esperaban. Pero cuando la mucama se despidió y la puerta se cerró con un leve chirrido, me dejé caer sobre el lecho y lloré hasta el agotamiento.
Me deshice de la ropa y me metí en el enorme cubo de madera que estaba junto al hogar a leña. Allí, en medio del agua, pensé en Piers, en el casamiento frustrado, mis sueños relegados, y sentí más resignación que antes.
Una especie de sopor se apoderó de mí y mis músculos se relajaron. Estaba extenuada por el viaje y recién ahora me percataba de que no era solo por la angustia y el dolor de dejar una vida atrás, sino también por mi cuerpo que pedía a gritos un lugar donde descansar.
Me quedé sumergida hasta que el agua se enfrió y mis dedos se arrugaron. Miré los vestidos que había sobre la cama y no pude dejar de apreciar que eran increíbles, de exquisito terciopelo y puntilla, y una oleada de emoción me envolvió por unos segundos para luego volver a instalarse esa terrible y aplastante tristeza.
―¿Juliette? ―preguntó la voz de mi padre desde el pasillo―. ¿Ya estás cambiada, querida? Recuerda que tenemos la fiesta de bienvenida―. Su tono de voz delataba la ansiedad que tenía de que yo saliera a agradecerle todo lo que había hecho para que me sintiera cómoda.
―No voy a ningún lado y es una decisión irreversible, padre.
―La fiesta es aquí. Puedes ponerte uno de los vestidos nuevos.
―¡De ninguna manera voy a bajar! ―grité enojada. Oí sus pasos que se alejaban y me dejé caer sobre el acolchado. Mis ojos se cerraron con lentitud y a los pocos minutos me había quedado dormida.
Cuando desperté escuché voces provenientes de abajo. Se trataba de la gente que había llegado a la fiesta, feliz de tener una reunión, pero, sobre todo, curiosa por conocer a los nuevos extraños y sacar mil conclusiones sobre nosotros. Yo no estaba dispuesta a dejarme exponer como un cuadro mientras todos me observaban y asentían con hipócritas sonrisas, pretendiendo ser mis amigos y conocer mi triste situación.
Me acerqué al escritorio que había junto a la ventana y me dispuse a escribir una carta a mi lejano amor.
«Mi Querido Duque de Anglars:
Es terrible estar aquí. No es que el lugar no tenga sus encantos, ya que mi padre se ha encargado de comprar un hermoso castillo para mi comodidad, una edificación asombrosa que es digna de un conde, pero, aun así, no me siento ni cerca de estar en casa. Incluso ahora que escribo estas líneas, abajo se lleva a cabo una fiesta de presentación. ¿Lo imaginas? Sencillamente no lo puedo soportar.
El viaje fue de lo más largo, aunque mamá trató por todos los medios de hacerlo placentero. Mi corazón estaba demasiado quebrado como para que el trayecto fuese ameno, así que me limité a leer, observar el paisaje… y a pensar en ti.
¿Me creerías si digo que es lo único que hago? Solo puedo imaginar el momento en que aparezcas por la puerta para llevarme contigo. No quiero que mi padre se sienta culpable por la situación, pero no puedo evitar revelarme contra él y el hecho de que nos haya separado. Si este viaje no se hubiera convertido en una realidad, ahora estaríamos casados, y aunque te habrías marchado igualmente hacia la lucha santa, yo ya sería tu mujer. Esto es insoportable y no estoy segura de poder aguantar la distancia que nos han impuesto. El hecho de saber que tal vez pasen meses antes de que podamos volver a vernos, hace que esta situación parezca una terrible pesadilla.
Solo rezo para que te encuentres bien y pronto podamos estar juntos. Mi amado Piers, cumple tu misión que yo estaré aquí esperándote, pero no me dejes sin noticias porque entonces sí que me volvería loca. Tú eres mi única esperanza, no lo olvides.
Por siempre tuya.
Juliette Von Leftet.»
Las manos me temblaron al escribir la firma y las lágrimas volvieron a caer por mis mejillas, sin querer controlarlas. Un sollozo ahogado escapó de mi garganta y me apresuré a abrir la ventana para aspirar el aire frío. Poco a poco me tranquilicé hasta que mi respiración se volvió regular y pude limpiar los últimos vestigios de llanto que aún quedaban marcados en mi piel.
Mis ojos recorrieron los jardines cubiertos de nieve y mi mente me susurró que ese lugar era en verdad hermoso. No quise hacer caso a la parte de mí que me incitaba a querer conocer más sobre mi nuevo hogar, pero, sin embargo, algo me llamó la atención.
La extraña sensación de que me observaban se apoderó de mí de una forma que me hizo estremecer. No era la simple creencia de estar vigilada, sino de que alguien se encontraba en la habitación conmigo, acompañándome, su respiración junto a la mía y su inevitable presencia llenándolo todo a mi alrededor.
Asustada, eché un rápido vistazo al interior del aposento, en un vano intento por no crear fantasmas donde solo había sombras.
Empecé a sentirme más segura. El viento gélido que entraba por la ventana había helado la alcoba y corrí a cerrarla antes de que se apagara el fuego. Cuando mi búsqueda del intruso inexistente terminó, me sentí muy sola.
Ahogando las lágrimas que volvían a luchar por salir me concentré en escuchar lo que sucedía abajo. Una música lenta acompañaba a las voces y risas, e incluso pude imaginar a los presentes que bailaban y disfrutaban de la comida.
Sentí curiosidad. Entre la extraña sensación que había tenido hacía unos minutos y la soledad que amenazaba con aplastarme, me invadió la necesidad de estar rodeada de gente.
Me vestí con presteza con uno de los viejos vestidos que traía de París y salí de la habitación.
Al bajar por las escaleras pude distinguir una gran multitud que hablaba divertida. En un intento por pasar desapercibida me escurrí entre las personas y observé con detenimiento los rostros y las expresiones de los presentes.
Entonces lo vi. Como una aparición, un hombre alto y esbelto, con larga cabellera negra, vestido con elegancia, porte de caballero y asombrosos ojos grises que se posaron en mí. Una sonrisa curvó la comisura de sus labios e hizo apenas visible una expresión de satisfacción.
No puedo describir lo que sentí cuando su mirada se cruzó con la mía, solo que mi cuerpo se estremeció de una forma que yo no conocía. Me perdí dentro de aquellas pupilas y por unos segundos todo lo que había alrededor se desvaneció y dejó solo el brillo infinito de sus ojos. Me quedé inmóvil, sin poder articular un músculo por temor a que aquella visión desapareciera.
Comenzó a caminar hacia mí con gracia y agilidad, haciéndome desear el instante de tenerlo cerca para poder contemplar su rostro y escuchar su sedosa voz que parecía penetrar en mi mente, a pesar de no haberla oído nunca.
―¿Juliette? ―El mágico momento se esfumó al oír mi nombre en boca de mi padre. Me volteé y vi que se acercaba entre la multitud―. ¡Decidiste bajar! ―Sonrió. Hice un esfuerzo para devolverle el gesto, pero no podía evitar que mis ojos recorrieran la estancia en busca del extraño hombre. Se había esfumado tan rápido como había aparecido.
La noche siguió entre presentaciones y respetables damas y caballeros que desfilaron ante mí. Cuando la reunión terminó y volví a mi estancia no pude quitar de mi mente aquella mirada gris. Mis sueños se vieron plagados de caras desconocidas que me sonreían con hipocresía, como si me encontrara en un terrorífico circo de máscaras deformadas y yo fuera la atracción principal.