Capítulo 4
1466palabras
2023-09-26 09:55
Capítulo Tres
Una historia
―Disculpe, golpeé pero la puerta estaba abierta y decidí entrar… ―balbuceé en un vano intento por no sonar nerviosa.

La mano abandonó su postura y me hizo una seña, que me dejó entrever también el brazo níveo que apenas se movió cuando señaló que me adelantara.
Me acerqué con cuidado y su figura comenzó a aparecer ante mí como una alucinación, arrebatándome la respiración a medida que cada parte de ella quedaba al descubierto.
Difícilmente podré describir la primera impresión que me causó, pero recuerdo que me pareció estar ante una de esas antiguas estatuas griegas talladas en mármol en que la perfección de la imagen es tan increíble que parece sacada de un cuento de fantasía.
Su cabello, negro azabache, le caía en cascada, lacio y extrañamente brillante, como si se tratara de un lago profundo y oscuro en el que pudiera reflejarme si me acercaba lo suficiente. Su rostro daba la sensación de haber sido hecho con el mismo material de las figuras que había detrás de mí; la barbilla ovalada, los carnosos labios de un rojo intenso y unos profundos ojos negros que me observaron debajo de unas extensas y enarcadas pestañas.
Llevaba un largo vestido, de una pesada tela similar al terciopelo, ceñido a su cuerpo y con un escote que le llegaba un poco más abajo del pecho, para dejar entrever parte de sus atributos. Su piel era blanca como la nieve y delicada como la porcelana, casi transparente, lo que provocaba la impresión de que de un momento a otro podía desvanecerse con un simple movimiento.
Esbozó una sonrisa que iluminó más sus facciones y dejó de inspeccionarme. Sus dientes perlados, blancos y brillantes, relucieron a la luz de las llamas.

―Hola ―saludó. Su voz resonó cálida y tranquilizadora, y el miedo que podría haber albergado dentro mío se disipó―. Siéntate querida ―señaló el sillón que había junto a ella. Titubeé unos segundos antes de dirigirme hacia allí sin dejar de mirarla.
―Disculpe que haya entrado a su casa de esta forma ―balbuceé.
―No hay problema, nadie me visita. Supongo que me alegro de que alguien por fin se atreva a venir.
Inhaló profundamente, casi con pesar, y posó sus ojos en mí. Por unos segundos sentí que el peso de aquella mirada era demasiado poderoso para soportarla, pero logré calmarme. Mi cabeza había llegado a imaginar tantas cosas sobre ella, que al encontrarme en ese lugar por primera vez, me parecía vivir una especie de ensoñación.

―Soy Maia Lynch ―dije a modo de presentación―. Vivo en la casa de enfrente―.
―Imagino que ya sabrás mi nombre. En este pueblo hace demasiado tiempo que se habla de mí.
Asentí levemente y caí en la cuenta de que aquella mujer resultaba demasiado joven para el tiempo que, se decía, llevaba viviendo allí. Mi corazón comenzó a latir con más fuerza en un intento por encontrar una explicación, sin que por mi mente cruzara la palabra con que la definíamos.
Camilla volvió a posar su mirada sobre mí, pero esta vez tuve que bajar la cabeza para evitarla.
―¿Quieres tomar o comer algo? ―preguntó con amabilidad.
―No, gracias.
No estaba segura qué debía decir y, de pronto, la idea de haber aparecido así como si nada en su casa, se me hizo ridícula. Moría de vergüenza.
―No te sientas incómoda Maia ―dijo después de unos segundos de silencio―. Hace tiempo que te espero.
―¿Perdón? ―pregunté atónita.
―Sí, te he visto muchas veces cuando pasas por la casa y te detienes a observarla; o cuando desde la ventana de tu habitación miras hacia la mía. La intriga por saber sobre mi persona te ha perseguido todos estos años, ¿verdad?
El calor me subió al rostro y mis mejillas se sonrojaron Intenté dar una explicación coherente para no quedar como una estúpida que lo único que hacía era vigilar a sus vecinos, pero nada me vino a la mente y el silencio volvió a cernirse sobre nosotras.
―Bueno, gracias por todo. ―Me puse de pie con brusquedad―. Discúlpeme si la he molestado ―agregué al pasar junto al sillón.
―¿No quieres saber si en verdad lo soy? ―preguntó su voz detrás de mí. Me detuve en seco ante aquellas palabras y sentí su mirada clavada en mi espalda.
―Si es… ¿qué? ―cuestioné sin volverme, vacilante.
―Un vampiro ―dijo Camilla en un susurro que recorrió la habitación y logró erizarme el vello de la nuca―. ¿No es eso a lo que has venido? ¿No es esa la pregunta que te has hecho durante años?
Me quedé de piedra sin saber qué decir ni qué hacer. Todavía podía salir corriendo por el vestíbulo, cruzar la puerta y no volver nunca más; pero mis pies parecían estar clavados al piso y ni siquiera atiné a moverme.
―Si te vas ahora nunca lo sabrás ―prosiguió ella―. Ven, siéntate a mi lado y tengamos esa conversación que hace tanto esperas.
Aún con la idea de que debía escapar de allí, me di la vuelta despacio y volví al sillón. No entendía por qué mi cuerpo reaccionaba en oposición a lo que mi mente ordenaba, pero me encontré sentada junto a ella de nuevo, a la espera de que hablara.
―Todos en este pueblo han creado una leyenda a mi alrededor. Se lo han dicho a sus hijos, nietos, sobrinos; lo han utilizado para contárselo a los extranjeros y dar un halo de misterio a este lugar. No obstante, ninguno se lo tomó en serio, solo se trataba de historias divertidas que encajaban con el estilo de vida de una forastera que llegó hace muchos años y se instaló entre ellos. Pero contigo fue diferente, tu intriga se mantuvo desde pequeña dentro de ti y tus ansias por saber la verdad te trajo hoy aquí, ¿me equivoco?
Negué despacio, atónita por sus palabras. Ella sonrió satisfecha y eso me alivió.
―Bien, entonces pregunta lo que quieres saber ―me animó, cruzando las piernas.
―Bueno… ―dije inquieta―. Ya conoce la leyenda y yo… siempre me pregunté si podía… no sé… tal vez tener algo de verdad.
―Ah, la verdad ―suspiró la mujer―. Algo complicado. Algunos se pasan toda la vida buscando verdades sin darse cuenta de que la respuesta está frente a sus ojos. ¿Es relativa o es absoluta? Lo que para algunos es verdad, para otros no; sin embargo yo he creído que es absoluta, solo que hay personas que no quieren verla porque no encaja con sus ideas. Si le dices a un adicto que su adicción está mal, es real, sin embargo él encontrará las mil y un formas para convencerte de que no es así y que su comportamiento es correcto, aunque en su interior sepa que no. Muchos son los que utilizan la verdad, la manejan a su antojo, la manipulan, la convierten en un puñado de mentiras manoseado y disfrazado de veracidad Pero la realidad es una sola, solo que no todos quieren, ni están preparados para oírla ni para aceptarla y, menos, para formar parte de ella.
Detuvo su discurso y me observó mientras su boca se curvaba en una sonrisa. Acto seguido se puso de pie y se acercó a un mueble que había junto a ella para buscar un cuaderno de cuero que me pasó con rapidez.
Lo tomé en mis manos, no muy segura de qué hacer, pero al final lo abrí. Era un viejo álbum con antiguas fotos en blanco y negro, e incluso pequeños retratos pintados de cuando no existía la fotografía. Observé con atención las imágenes mientras mi mente me decía que en todas ellas aparecía la mujer que ahora tenía frente a mí, vestida de diferentes épocas, con personas que debían llevar años pudriéndose en sus tumbas y hasta en edificios que hoy en día ya no existían.
―La verdad… ―murmuró Camilla captando mi atención―. ¿Estás dispuesta a escucharla? ¿Aceptarla, formar parte de ella?
Asentí. Mis dedos recorrieron la estampa que en ese momento observaba. Era de fines de 1800 y Camilla se encontraba frente a un carruaje tirado por dos caballos, su aspecto era igual al del presente, excepto su cabello que en aquel entonces era ondulado.
―Bien Maia, si esto es lo que quieres, abre tu mente para lo que vas a escuchar y no dejes que las barreras de tu imaginación se vean bloqueadas por cualquier perjuicio que puedas tener. Te voy a contar una historia donde lo increíble se confunde con la realidad y las cosas que creías seguras en este mundo, ya no lo son.
―¿Es usted un vampiro? ―pregunté.
Camilla esbozó una sonrisa y ladeó un poco la cabeza.
―Ponte cómoda y escucha ―dijo antes de que su dulce voz me envolviera y comenzara a contar el relato de su vida, transportándome hacia el pasado donde todo había comenzado.