Capítulo 58
1301palabras
2023-08-17 00:02
Mi guardaespaldas no puede sujetarme a tiempo, por lo que desaparezco en una neblina azul. Así, entro en una oscura y vacía habitación que parece el interior de un almacén, cuyos pisos cubiertos de polvo espesan el aire del ambiente. Doy vueltas en círculos, o al menos siento que lo hago, para buscar una salida. En realidad, solo sé que tengo muchas náuseas, y al tratar de avanzar, me caigo nada más dar el primer paso.
Me encorvo y tengo arcadas un par de veces, pero por suerte, no expulso nada de mi desayuno. Cuando la habitación por fin se detiene, observo mi entorno y noto una forma oscura en el suelo, no muy lejos de mí. Al instante retrocedo evaluando el peligro. Nada más ver el cabello blanco del individuo, suspiro de alivio y corro hacia él.
Emanuel luce… muy mal. No solo suda profusamente, sino que tiene heridas horribles en los brazos, en la cara y el cuello, y eso es solo lo que puedo ver. Su rostro está rojo e hinchado, y detecto más moretones que el color natural de su piel. Además, tiene el labio partido y los pómulos llenos de pequeños cortes. Parece que alguien acaba de dejarlo así de herido al costado del camino.

“¿Qué d*ablos pasó, Emanuel?, ¿estás bien?”. Examino frenéticamente su cuerpo, buscando más lesiones. Al verlo de cerca, noto unos moretones de un color verde amarillento en su rostro junto a los morados y rojos. Ahora me entero de que sus heridas no son nuevas, sino de días atrás.
“Estoy bien”, murmura incoherentemente, y al abrir los ojos y querer respirar, se estremece. Con dificultad intenta sentarse, así que decido ayudarlo. Definitivamente, siente dolor, pero trata de ocultarlo dándome una sonrisa falsa.
“¿Quién te hizo esto?”, susurro, al tiempo que mis ojos se llenan de lágrimas. Él se inclina para enjugarlas, y al agarrar suavemente su muñeca y mirar su mano, veo que dos de sus dedos se ven torcidos. Probablemente, están fracturados, y el resto de su mano está muy lastimada.
“¿Qué…?”.
“Tranquila, no te preocupes. No te traje aquí por esto”, razona. Si cree que me quedaré cruzada de brazos sin averiguar quién lo lastimó y lo golpeó, se equivoca. Bueno, tal vez tenga que pedirle a Gonzalo que los golpee, pero la intención es lo que cuenta.
“Necesitaba hablar contigo, pero tu m*ldito novio hombre lobo no me deja acercarme a ti. Además, bloqueó mi número de tu celular cuando descubrió que nos mandamos mensajes, por lo que no recibiste ninguno de los otros que te escribí”.

Mi conmoción se convierte en ira al enterarme de que Gonzalo invadió mi privacidad y me quitó la libertad sin que yo lo supiera. Me tranquilizo y me concentro para procesar el hecho de que Emanuel debió haberme traído para hablar conmigo. Eso explica por qué estoy aquí, pero no por qué parece que lo atropelló un camión. A menos que…
“Emanuel”, empiezo, y la ira se refleja en mi voz, “¿Gonzalo te hizo esto?”.
Me mira sonriéndome. “Ojalá. De haberlo hecho, tal vez no habrías vuelto a hablar con él. Los hombres lobo son primitivos, animalescos y como bestias, Triana. Pero respondiendo a tu pregunta, no. Tu perfecto lobito no me tocó”. Se queja mientras se pone de pie y tropieza hacia adelante, pero rápidamente sujeto sus hombros para estabilizarlo. Suelo ser yo la que tiene problemas de equilibrio, así que se siente bien ayudar a alguien a que no caiga.
Mi cuerpo deja de estar tenso al saber que Gonzalo no le hizo esto.

“Si no fue él, ¿entonces quién?”. Parece que va a eludir la respuesta, así que le ordeno con firmeza: “Dímelo ahora mismo”.
Emanuel da un gruñido y luego mira al suelo. La confianza que tenía se desvanece en cuanto me responde.
“Fue el aquelarre”.
Abro los ojos de par en par, y extraños ruidos de sorpresa salen de mi boca. ¿Su propia gente le hizo esto? ¿Qué pudo haber hecho para merecer…?
¡Oh, Dios mío! Lo castigaron porque me salvó, ¡todo esto fue mi culpa! Esta vez, no puedo evitar las lágrimas y, de pie, frente a mi amigo herido, me cubro la cara con las manos, intentando respirar entre sollozos.
“Yo provoqué todo esto…”.
“Oye, oye, tranquila. No fue tu culpa. Volvería a pasar por eso con todo gusto si así pudiera salvarte la vida”.
Lo abrazo con fuerza, pero al escuchar que gruñe de dolor, lo suelto de inmediato.
Luego, levanto audazmente su camisa desde la parte inferior para poder ver más daños. Si le pido permiso, dirá que no y afirmará que no es para tanto.
Gracias a Dios puedo hacerlo, pues su abdomen está incluso peor que cualquier otra parte herida de su cuerpo. Además de los moretones, tiene una profunda herida justo debajo de las costillas, la cual sin duda está infectada. Se ve repugnante y claramente supura un líquido de color verde amarillento. No puedo evitar poner cara de asco.
“Cielos, Emanuel, esto está infectado. ¿Por qué no has ido a tratarla?”. Es muy probable que suene como cuando mi madre me regañaba de niña por jugar sola en el patio delantero. Ahora empiezo a comprender su frustración al ver que se actúa de forma indebida.
“¿Está infectado?”. Mira el corte y se estremece ante lo espantoso que luce.
“¡Sí! ¡Se ve horrible! No me extraña que estés sudando”. Al poner mi mano en su frente, noto que tiene fiebre. “Estás ardiendo. Debo llevarte al hospital para que te limpien esto y te den algunos m*dicamentos fuertes”.
Pero él niega con la cabeza.
“¿Por qué d*monios no? ¡Vas a ponerte peor sin tratamiento!”. ¿Tiene que ser tan id*ota?
“Iré a bañarme a casa, y tú podrías llevarme las p*stillas o lo que sea que quieras”. Comienza a alejarse de mí, muy probablemente hacia la salida, pero rápidamente tomo mi bolso y me apresuro a seguirlo. De pronto, siento que mi celular vibra, pero ahora no puedo responder. Tengo que cuidar a Emanuel y convencerlo de que está actuando como un est*pido.
“Necesitas mucho más que una m*ldita ducha y algunas p*stillas de venta libre para curarte. Por cierto, ¿con qué te has estado limpiando la herida? Se ve demasiado sucia y con costra”.
Él arruga su rostro, confundido, e internamente me golpeo la cara con la palma de la mano. Sale entonces mi instinto maternal.
“¡¿No te has limpiado?!”.
Él hace una mueca ante mi tono y volumen y afortunadamente, deja de tratar de alejarse de mí. Parpadea repetidamente y luego pone los ojos en blanco.
“¿Quieres suicidarte?”.
“¿Qué?”, exclama, extendiendo los brazos con molestia. Parece muy confundido por mi preocupación, así que hablo despacio para hacerle entender que no puede descuidar unas heridas tan horribles como las que tiene.
“¿Jamás te has limpiado una herida?”.
Mirando hacia el suelo, se rasca la cabeza. “Eh… no”.
Me quedo sin palabras, pues estoy segura de que ya se ha herido antes. Todos nos raspamos alguna vez las rodillas o tenemos accidentes menores en los que necesitamos curarnos. ¿Cómo es que él no sabía que esto era algo necesario? Pero él habla antes de que pueda terminar de analizar la situación.
“Nunca lo he hecho, porque siempre usaba magia para tratarme”, dice esto como si fuera algo completamente normal. Quizá lo sea para él, pero yo aún no termino de asimilar que puede hacer magia. Todavía me resulta algo extraño e imposible. Estoy empezando a aceptar la idea de la existencia de los hombres lobo, pero los hechizos mágicos y los portales todavía son nuevos para mí.
Tengo muchas ganas de darle ahora mismo una bofetada a Emanuel, pero está sufriendo tanto, que no puedo arriesgarme a hacerle más daño.
“¡Pues has tu truquito y cúrate! ¿Por qué no lo has hecho?”.