Capítulo 56
1122palabras
2023-08-16 00:02
Gonzalo espera hasta que abro la puerta de mi casa para irse. En cuanto entro, voy directamente a la cocina, ya que, como son las cuatro de la tarde, mi mamá probablemente esté ahí preparándonos la cena. Ella trabaja mucho, y estoy algo decepcionada de mí misma por preocuparla. Está claro que no podía decirle que dormí durante dos días y medio seguidos, pues eso llevaría a tener que hablar sobre algo sobrenatural que no puedo explicarle.
Justo como lo supuse, ella está en la cocina pelando papas, y en cuanto me ve deja de hacerlo para sonreírme, acercarse a mí y darme un abrazo.
“Hola, hija. ¿Te divertiste en casa de tu amigo?”.
Asiento con la cabeza, pero no me deja decir nada más, ya que continúa hablando.
“Escucha, cariño: quiero que sepas que puedes contarme cualquier cosa, sin importar lo que sea. Además de ser tu madre, también soy tu amiga”.
¡Dios mío! ¡Acaba de usar la frase de que es mi «amiga»! Sin lugar a dudas, debe saber algo que quiere discutir conmigo. Pero en lugar de responderle, paso a su lado y voy a lavarme las manos para ayudarla a preparar la cena. Se hace un silencio incómodo, el cual mi madre decide romper.
“Mira, hace unas noches me dijiste que habías ido a quedarte a casa de Gonzalo. Luego, dos noches después de eso, comentaste que estuviste «estudiando con Cirino». No soy tonta, Triana. Sé que te quedaste con él varios días”.
Lentamente, me seco las manos con una toallita y luego me vuelvo hacia mi madre. No debería sentirme culpable por pasar tiempo con mi novio. Ya tengo dieciocho años y soy libre de estar con quien yo quiera. Sin embargo, me siento muy mal por haberla dejado cuidando a Emilia a ella sola. No hay nadie más que pueda apoyarla con esto, sobre todo considerando lo traviesa que es. Por cierto, hablando de Emilia…
“¡Tria!”, exclama Emilia de repente y se lanza hacia mí. Yo grito ante su inesperada aparición y la atrapo, para luego compartir un fuerte abrazo.
“Hola, Emilia. Te extrañé”. Pero ella me mira, frunciendo el ceño.
“Te fuiste por mucho tiempo. ¡No vuelvas a hacer eso, sí que te extrañé! ¡Mira lo que hice hoy en la escuela!”. De pronto se recompone, poniéndose alegre de nuevo y me muestra la pulsera de cuentas que hizo. La bajo de mis brazos para seguir cortando verduras, y respondo ocasionalmente a sus elaboradas historias. Mi hermanita me habla de hadas, magia y ponis, de modo que sonrío y asiento ante los cuentos que inventa. Su imaginación es extraordinaria.
Eventualmente, mi mamá encuentra la forma de echarla de la cocina, pidiéndole que vaya a hacernos a cada una un dibujo del hada mágica y el poni, para que así podamos cocinar en paz. Ambas podemos escuchar el suave tarareo de Emilia mientras colorea, lo que me conmueve mucho, ¡ella es tan adorable!
Mi mamá coloca las verduras picadas y las pechugas de pollo en el horno para cocinarlas.
“¿Triana?”. Mamá me llama, dándome una sonrisa, y yo se la devuelvo, vacilante. “No estoy molesta contigo, sino feliz de que hayas encontrado a alguien tan especial para ti. Sé bien que yo no tuve una buena relación con tu padre”.
Ante la mención de ese imb*cil, aprieto los dientes. Mi mamá se separó de él, luego de que abusara físicamente de nosotras. Solía gritarnos a las dos, pero cuando se atrevió a golpearme, mi madre por fin lo dejó. Esa fue la razón por la que nos mudamos a Lagoazul hace tantos años. Desde entonces no lo he visto, y odio pensar en él.
“Gonzalo no se parece nada a él”, digo con firmeza y convicción. Él es todo lo contrario a mi papá. La última vez que vi a este último, tenía trece años, pero si de algo estoy segura, es de que mi novio es todo lo que mi padre no era: amable, cariñoso y gentil.
“Lo sé, cariño. Me he dado cuenta de cómo te trata. Sinceramente, estoy muy celosa del amor que se tienen”.
Extiendo los brazos para abrazarla. Por lo común no hablamos de temas tan serios. Casi siempre bromeamos y discutimos sobre los libros que nos recomendamos. Esto es algo nuevo.
“Encontrarás a alguien, mamá, estoy segura. Consideraría loco al hombre que no te quisiera”. Le sonrío, detectando un ligero rubor en sus mejillas.
“Gracias, cariño, ¡pero basta de mí! Necesito que me prometas algo”.
Asiento con la cabeza, esperando a que continúe.
“No me mientas sobre dónde estás. Puedes ver a Gonzalo el tiempo que quieras e incluso quedarte a dormir. Pero avísame para que pueda organizarme. Solo quiero que seas feliz”.
El hecho de que lo acepte, humedece mis ojos. Sé que puede no parecer un gran gesto, pero jamás había tenido esa libertad. Nunca fui el tipo de chica que salía con sus amigos todos los fines de semana, ya que siempre estaba demasiado ocupada trabajando o cuidando a mi hermanita como para divertirme.
“¿Pero qué hay de Emilia? ¿No necesitas que la cuide?”.
Mi madre niega con la cabeza y sonríe de oreja a oreja. “No pude contarte antes, porque te fuiste, ¡pero me dieron un gran ascenso en el trabajo! ¡Ahora tengo las mejores rutas y me pagan más trabajando menos! No tiene ningún sentido, pero ¿quién soy yo para rechazar dinero gratis?”.
Me río a carcajadas y vitoreo a todo pulmón. Luego empiezo a bailar y mi mamá se une a mí, riéndonos por la feliz noticia. Sé que hemos estado teniendo problemas económicos, así que su ascenso llegó en el mejor momento. Con más dinero, Emilia podrá ir a la guardería y yo podré hacer menos turnos en Vegas para concentrarme en la escuela. Ya no necesitaré traer dinero extra a casa estando estables financieramente.
Desde la sala, Emilia nos ve bailando y viene con nosotras. Trae en las manos los dos dibujos que nos hizo y, aunque no sabe por qué danzamos, quiere divertirse. Mi hermanita sacude su trasero y comienza el baile del pollo. Supongo que es de las pocas coreografías que se sabe, así que sonriendo, me le uno.
De pronto, escucho el sonido de un ligero pitido, y al levantar la vista, ¡me quedo boquiabierta al darme cuenta de que mi mamá nos está grabando! ¡Esa mujer!
“¡No hagas eso, mamá!”, le grito, corriendo hacia su celular para cubrir la lente.
“¡Oh, vamos! ¡Se ven tan lindas! ¿Podrían hacer el baile del pollo para mí, por favor?”.
“¡Anda, por favor!”, me ruega Emilia saltando de arriba a abajo con emoción.
Niego con la cabeza y suelto un gran suspiro. “Más vale que no le envíes esto a nadie”, murmuro.