Capítulo 42
1297palabras
2023-08-04 00:02
Al mirar a mi alrededor, reconozco dónde estoy. No creí que volvería a estar en este callejón oscuro, pero me encuentro sola, en el espacio que está detrás de Páramo Rubí, el bar sobrenatural al que Emanuel y Emanuela me llevaron hace tantas semanas. Al igual que antes, noto el pavimento mojado, las grietas que se extienden por lo que parecen kilómetros, y el aire que se siente demasiado húmedo para esta época del año.
Intento caminar hacia la calle, pero me es imposible hacerlo. Sin importar cuánto trate de mover mis piernas, estas siguen arraigadas a su sitio. Lágrimas de frustración caen por mis mejillas cuando me esfuerzo, sin éxito, por avanzar usando mis brazos. Tras unos cinco minutos, me rindo y observo mis alrededores, buscando a alguien que pueda ayudarme.
“¿Hola? ¡Ayúdenme!”.
Sin embargo, nadie responde. Lo raro es que puedo escuchar mi eco, pero ningún otro sonido más. No hay autos tocando el claxon, ni se escucha la música del club cercano. Nada.
Volteo hacia el fondo del callejón, pero con mi vista humana no puedo identificar nada. No obstante, cuando vuelvo la mirada, me encuentro sorpresivamente con el mismo vampiro que me atacó aquella noche. Sonriéndome, sus afilados colmillos brillan bajo la luz de la única farola, iluminando sus rasgos.
Se ve justo igual que antes, con la piel pálida, los ojos rojos, y con un gran y musculoso cuerpo. Doy un grito, pero al instante él me silencia, aferrándose a mi garganta. Sin poder hablar, lucho por respirar, y mis manos tratan de sujetarse inútilmente a las suyas para quitarlas de mi cuello.
De pronto, alguien le da un golpe en la cara, haciendo que me quite las manos de encima. El vampiro se vuelve para ver al furioso Gonzalo, quien le dedica una mirada penetrante con sus oscurecidos ojos. Entonces suelta un feroz gruñido que resuena por toda la ciudad: está buscando sangre.
Siendo un asqueroso sádico, el vampiro solo se ríe del dolor, al tiempo que los dos pelean en un combate cuerpo a cuerpo. Parece que Gonzalo está a la cabeza hasta que lo escucho emitir un gemido de dolor. Asustada, lucho por escapar de lo que sea que me mantiene clavada en el suelo, cuando veo que el vampiro tiene el corazón ensangrentado de Gonzalo en su mano. Grito más fuerte que nunca cayendo al suelo e ignorando el dolor en mis rodillas por la caída.
Por algún motivo, finalmente puedo caminar, por lo que avanzo hacia Gonzalo, llorando y aferrándome a su cadáver. Me agarro a su playera y pongo mi mano sobre el espacio donde solía estar su corazón. Luego volteo a ver al vampiro, quien parece extremadamente orgulloso de su logro. Él sonríe y lanza el corazón hacia el fondo del callejón, y la niebla azul lo oculta de mi vista. De repente ya no puedo ver a Gonzalo.
“¡Despierta, Triana!”.
Parece que es Gonzalo quien me llama, pero no puede ser él, pues acabo de verlo muerto justo enfrente de mí. La voz vuelve a sonar y miro al cielo, confundida.
“¡Abre los ojos, m*ldita sea!”.
Gonzalo habla fuerte y firme, y cuando abro los ojos de golpe, estoy completamente desorientada. Todo está oscuro, y lo único que puedo sentir es que me sacuden. De repente me siento en la cama, y veo que él está ahí, vivo y observándome con preocupación y respirando con dificultad. Al ver que me he despertado, suelta un gran suspiro de alivio.
“Cariño, ¿estás bien? Llorabas en tus sueños, ¡y luego empezaste a gritar y no te despertabas! No sabía qué hacer…”.
Noto las lágrimas cubriendo mis mejillas, y esta sensación es, desafortunadamente, conocida. La semana pasada tuve estas pesadillas y reaccioné de la misma forma. Sin embargo, Gonzalo nunca estuvo para despertarme, porque cuando me sucedía, siempre estaba sola. Esta vez, con él aquí, frente a mí, me lanzo hacia él y continúo llorando en su cuello, aferrándome a él con todas mis fuerzas. Él me atrapa con facilidad y me mece de un lado a otro, me acaricia la espalda y el cabello, y me susurra dulces palabras al oído para calmarme.
Eventualmente, se detienen mis lamentos junto con mi llanto, pero sigo sentada sobre el regazo de Gonzalo, al tiempo que mi respiración se vuelve más lenta. De vez en cuando, él me besa en la cabeza, y cada vez me aferro más y más a él. Pasado un rato, retrocede un poco y seca las lágrimas de mis mejillas.
“¿Qué pasó, Triana?”, dice en tono suave y tranquilizador, como me imagino que lo haría un ángel. No obstante, sus palabras me ponen tensa. Me apresuro a dejar su regazo cuando me doy cuenta de la posición íntima en la que estamos, y me disculpo por haberme comportado así, y por haberlo preocupado.
“¡Lo siento mucho! ¡Es que tuve una pesadilla! Lamento haberte despertado, ¡soy tan est*pida!”. Me disculpo una y otra vez, pero él me tranquiliza dándome un pequeño beso en los labios.
“No me importa que me hayas despertado, sino que estés así de triste. ¿Me hablarás sobre tu pesadilla? Quizás te ayude hacerlo”. Lo que dice tiene sentido, pero no tengo ganas de revivir el horrible sueño de nuevo.
“No quiero hablar de eso. Siempre es lo mismo”, murmuro, y al ver que Gonzalo se pone rígido, me doy cuenta de mi error. Soy una tonta al revelarle que esto me sucede a menudo. Debería tener un premio por lo id*ota que soy. Y como era de esperarse, él comienza a cuestionarme más.
“¿A qué te refieres con que siempre es lo mismo? ¿Te pasa con frecuencia?”. Su voz es tensa y llena de ira, pero sé que no es debido a mí. No obstante, me sigue resultando abrumador cuando su carácter se manifiesta de esta manera.
Entre más pronto le diga lo que quiere saber, antes se volverá a dormir. Me quedaré despierta el resto de la noche para no correr el riesgo de molestarlo de nuevo y beberé aún más café por la mañana para combatir mi somnolencia.
“Toda esta semana he tenido la misma horrible pesadilla. Y no he podido dormir porque siempre me despierto llorando”, susurro, abrazando a Gonzalo con más fuerza. Él me acaricia la espalda con dulzura.
“Eso explica las ojeras de tus ojos y lo cansada que has estado. ¿De qué tratan tus sueños?”.
“De ti”.
Gonzalo echa la cabeza hacia atrás, llevando sus manos a mis mejillas y dedicándome una dura mirada con sus ojos azules.
“¿Qué dices? Cuéntame”. Sus palabras no dejan lugar a preguntas, así que empiezo a narrarle mis sueños.
“Toda la semana pasada he tenido pesadillas sobre ti. La primera la tuve la mañana que llegué aquí. Soñé que te mataban. Cada noche después de eso, has seguido muriendo en mis sueños. ¡Cuando intentas protegerme eres apuñalado o decapitado, o te arrancan el corazón!”. Lloro en su hombro, hiperventilando con solo pensar que él pudiera morir.
“Siempre aparece una m*ldita niebla azul, que me despierta y…”.
“¡¿Qué?!”, dice Gonzalo, y su voz tensa suena más como un gruñido, haciendo que me estremezca con la sola palabra que acaba de decir. Al mirarlo a los ojos, que lentamente se oscurecen más y más, sus instintos de lobo se activan. “¿Dijiste niebla azul? ¿Cada que tienes pesadillas aparece?”.
Asiento con la cabeza, confundido por cómo la extraña niebla azul en mi sueño podría ser algo importante. Luego, cuando Gonzalo me carga en sus brazos y me saca de la habitación, ya no entiendo absolutamente nada. Solo aprieto mis piernas alrededor de su cintura al tiempo que él avanza. Lleno de ira, él abre la puerta de una patada y comienzo a preocuparme de su furia. ¿Acaso sabe por qué tengo estas pesadillas?