Capítulo 41
1450palabras
2023-08-03 00:01
La suave risa de Gonzalo hace que deje de mirar la comida. Sonriendo y estirándose para alcanzar los platos de la mesa, me sirve un poco de pasta, algo de pollo y verduras. Le pido que deje de servirme más comida, pero él me ignora y continúa haciéndolo hasta que ya no queda más espacio en mi plato, el cual está completamente lleno de un poco de todo. Honestamente, creo que no hay forma de que pueda terminármelo.
“¡Gonzalo, es demasiada comida! Es imposible que pueda acabármela”. Pero parece que le interesa muy poco mi queja.
“No te preocupes. Yo me comeré lo que no te termines”.
Acercándome a él, miro su plato y me doy cuenta de que está incluso más lleno que el mío. Me parece que es imposible que se coma todo lo que tiene ahí, y además gran parte de mi comida.
“¡No hay forma de que te lo termines!”.
Alpidio, Cirino y algunos hombres lobo que están a mi alrededor se ríen de mí, pero no de una manera maliciosa, sino debido a que, aparentemente, dije algo divertido. Miro a Gonzalo esperando que me explique, y él solo me da un dulce beso en la mejilla.
“A veces olvido que eres nueva en esto. Como tres veces más de lo que tengo ahora en mi plato. Al ser un hombre lobo alfa, requiero consumir al menos cuatro mil calorías al día”.
Ante esta respuesta me quedo boquiabierta de tal forma, que estoy segura de que todos en la mesa pueden ver mi úvula. Una vez más, los hombres lobo piensan que soy muy graciosa y bromean a mi costa. Alpidio niega con la cabeza y abraza a Cirino mientras come. Este último se acurruca más cerca de Alpidio e intenta robarle comida de su plato, pero su compañero usa su tenedor para impedírselo y lo mira juguetonamente.
Observando su linda interacción, ni siquiera me doy cuenta de que aún sigo boquiabierta, hasta que Gonzalo me mete un trozo de pollo en la boca, el cual mastico lentamente. Por como sabe, creo que está bañado en una salsa de miel. Honestamente, este es el mejor pollo que he probado en mi vida.
Todos disfrutamos de los manjares, y tal como lo prometí, solo puedo comer aproximadamente un tercio de lo que había en mi plato. Alegremente, Gonzalo se come el resto. Puedo sentir que mi estómago casi explota de tan solo pensar en más comida, cuando de pronto mencionan que hay postre. Naturalmente, aún tengo espacio en el estómago para este. No obstante, luego de degustar el pastel de chocolate fundido y el tiramisú, quedo demasiado satisfecha. De esta forma, y agregando lo de mi cansancio, prácticamente me estoy quedando dormida.
Con el brazo apoyado en la mesa, y mi puño sosteniendo mi mejilla, escucho que Cirino habla de las mejores bromas que ha hecho. Por lo visto, tiene un libro en el que recopila fotos de todas sus «víctimas». Él menciona la vez que puso notas adhesivas en todo el auto de Gonzalo, tardando cuatro horas en hacerlo. El dueño del auto enloqueció al ver lo que le habían hecho a su «bebé», y Cirino tomó una foto del momento.
Mi gracioso amigo cuenta otra broma memorable, en la cual remplazó todo el azúcar de la casa con sal. Por eso, cuando Gonzalo, Alpidio y los otros miembros de la manada fueron a tomar su café, sus bebidas sabían saladas en lugar de dulces. Cirino agregó que los ojos negros de las víctimas habían valido la pena.
Está contando otra historia, y ni siquiera me doy cuenta de que estoy dormitando, hasta que Gonzalo me sacude para despertarme.
“¿Mande?”, murmuro, frotándome los ojos. Cirino continúa contando animadamente historias de sus mejores bromas a Alpidio, Iker y algunos otros lobos que reconozco, y Gonzalo me mira preocupado y acaricia suavemente mi brazo.
“¿Estás bien? Quizá debería llevarte a que descanses un poco, cariño. Te ves demasiado agotada”. Asiento, y Gonzalo se pone de pie y me ayuda a levantarme. Me despido y, yéndonos, todos nos dan las buenas noches.
Espero entrar en la misma habitación en la que nos quedamos la semana pasada, pero cambiamos de dirección en el último pasillo y terminamos en una habitación desconocida. La recámara es enorme, con paredes de color beige y algunos muebles de madera oscura repartidos por todo el espacio. La cama es de color caoba oscuro y está cubierta con un edredón azul marino y unas cómodas almohadas. Al mirar a mi alrededor, también observo que hay unos cuantos marcos de fotos, pero que aparte de eso, las paredes están bastante vacías. No obstante, una esquina de la habitación contiene varios modelos de autos y algunas fotos. Sé que a Gonzalo le encantan los autos y las motocicletas, por lo que esta habitación encaja con su estilo.
“¿Dónde estamos?”, pregunto, con una voz cansada que suena ronca y fea. Gonzalo mete la mano en un cajón de la cómoda y saca un par de sudaderas y una playera, y las pone sobre la cama.
“Estamos en mi habitación”, responde, y luego procede a quitarse la camisa. Rápidamente, desvío la mirada y me acerco a mi equipaje, el cual debió haber traído Eki hasta aquí. Gonzalo se ríe, y al sentir sus cálidas manos sobre las mías, me doy vuelta solo para verlo sin camisa y sonriéndome.
“Ya sabes que tienes permitido mirarme”, dice, lamiéndose el labio inferior, y haciendo que siga el movimiento de su lengua. En cualquier otro momento, me avergonzaría que me descubrieran mirando de esa forma, pero es que tengo frente a mí a un hombre con aspecto de modelo y el torso descubierto, prácticamente rogándome que lo mire, así que lo hago.
Al contemplar sus brazos y pectorales definidos y su abdomen musculoso, decido que definitivamente no lo merezco. Es demasiado atractivo, dulce, y divertido para estar con alguien como yo. Aún no entiendo y creo que jamás comprenderé cómo es que se enamoró de mí, pero sigo tratando de averiguarlo. Sin embargo, sé bien que él quiere estar conmigo, y yo quiero desesperadamente estar con él.
Respiro lentamente y quiero decir algo sexy, pero en lugar de eso, se me escapa un bostezo espantoso. Gonzalo se ríe, me besa en la frente y me entrega la playera que acaba de sacar del cajón. Al mirarlo confundida, él me explica.
“¿Puedes usar mi playera para dormir esta noche? Sé que trajiste tus cosas, pero en verdad quiero percibir mi olor en ti. Es una cosa de hombres lobo…”. Gonzalo se mueve incómodo y se rasca la cabeza. Luce algo tímido al preguntarme esto. Me parece sumamente adorable que sea tan firme casi en todo, pero que a veces se vuelva inseguro de sí mismo cuando se trata de mí.
Tomo su playera y le sonrío, y luego saco de mi bolso un pantalón corto de pijama con tiernos pandas y mis artículos de higiene. Me cambio rápidamente en el baño, y después abro para que Gonzalo pueda entrar a cepillarse los dientes. Entra sin playera y con su pantalón deportivo de color gris puesto a la cadera, revelando la marcada V de su abdomen. Tiene forma de una flecha apuntando hacia abajo, lo cual me sonroja y hace que me esfuerce por no ver hacia la parte inferior.
Afortunadamente, Gonzalo ignora mi mirada, pero probablemente es porque está observando mis piernas. Su playera me llega hasta la mitad del muslo y cubre por completo el pantalón corto que traigo puesto debajo. Él me admira con avidez, como si mi ropa de dormir fuera un vestido de fiesta o elegante lencería. A tientas, busco mi cepillo de dientes y me distraigo cepillándome para evitar contemplarlo.
Gonzalo hace lo mismo, e incluso a través de esta simple acción que hacemos juntos, me hace sentir que cada vez somos más cercanos. Cuando terminamos, él apaga la luz del baño y comienza a quitar las almohadas adicionales de la cama y acomoda el edredón. Me siento más que atraída a descansar en las sábanas de seda de color azul marino, y dejo escapar un suave suspiro cuando recargo mi cabeza en la almohada. Luego él apaga la lámpara de al lado, dejando la habitación a oscuras.
Sé que no hay manera de que Gonzalo tenga sueño, ya que apenas son las ocho de la noche. A pesar de eso, entra en la cama conmigo y me acerca a él, quedando mi espalda presionada contra su pecho. Luego él lleva su brazo hacia mi cintura y se acurruca más cerca de mí, besando suavemente mi cuello. Quedándome dormida en sus brazos, lo último que escucho es un «te amo».