Capítulo 40
1477palabras
2023-08-02 00:01
Me lleva a casa a recoger una bolsa de viaje. Afortunadamente, respeta mi deseo y permanece en el auto mientras tomo rápidamente mis cosas. Lanzo un atuendo al azar y meto artículos de aseo personal en una bolsita. Apenas presto atención a lo que estoy cogiendo, pues estoy demasiado nerviosa por hacerlo esperar tanto. Bajo las escaleras con la bolsa colgada del hombro y grito: "Mamá. Esta noche me quedo con un amigo".
Casi me voy sin verla, pero asoma la cabeza con Emilia colgándole de la cadera. Tiene puesto un delantal con su bikini favorito por encima, y Emilia lleva puesto un lindo vestido estampado de mariposas, y tiene en las manos a su conejito de peluche.
"¿En casa de quién?", pregunta, solo por curiosidad, pero estoy un poco nerviosa por admitir dónde voy. Podría ocultarle la verdad y decirle que me voy a quedar en casa de Cirino, pero decido que lo mejor es ser completamente sincera.

"Eh, esta noche voy a quedarme en casa de Gonzalo". Me muerdo el labio y miro hacia el suelo de baldosas. Estoy demasiado nerviosa para ver cómo reacciona. Levanto la vista lentamente y me sorprendo al ver una amplia sonrisa en su rostro.
"Estupendo, cariño. Me alegro de que se estén llevando bien después de esa mala racha que tuvieron. Cuídate y envíame un mensaje de texto en caso de que tenga que ir a patearle el c*lo".
"¡Mamá!", le digo a modo de reclamo, señalando a Emilia. "Esa manera de hablar".
Me mira con expresión de culpabilidad mientras le tapa los oídos a Emilia, como si con eso esta fuera a olvidar la mala palabra que ella acaba de decir. A veces siento que la adulta soy yo.
"¡Ve y diviértete!", me dice. Me acompaña hasta la puerta y, cuando salgo, veo a Gonzalo apoyado en su Tesla con los brazos cruzados. Esa posición hace ver sus brazos más fuertes y realza sus tríceps. Me llama. Estoy ansiosa porque que me vuelva a abrazar. Nadie abraza como él.
Me alcanza en la entrada para el auto, a mitad de camino, y me quita la bolsa pesada que, en sus manos, parece pesar dos libras en lugar de veinte. ¡Un hombre lobo de armas tomar! Le hace un rápido gesto de saludo con la mano a mi mamá, y me abre la puerta del auto. No es necesario que lo haga siempre, pero sigue portándose como un caballero y no deja de hacerlo. No se lo digo, pero eso hace que me guste más.

Antes de que me dé cuenta, estamos en camino a la casa de la manada. Me pone un poco nerviosa quedarme allí nuevamente, pero me consuela saber que él estará a mi lado. Ahora que conozco algunos de los miembros de la manada y que Cirino estará conmigo, definitivamente me sentiré más cómoda que la vez anterior. Por suerte, llegaré temprano, no de madrugada.
Cuando llegamos, Gonzalo me toma de la mano inmediatamente, agarra mi bolso y entramos. En cuanto paso, casi soy pisoteada por un grupo de chicos que parecen tener entre catorce y dieciséis años. Están lanzando un disco volador y tratando de tacklearse, como en el rugby, justo al lado de la puerta principal. De no ser por los rápidos reflejos de Gonzalo, yo hubiera aterrizado.
Él exhala su gruñido de enfado y todos los niños paran su mataperrada y bajan la cabeza, de modo tal que le muestran el cuello. No creo que alguna vez me acostumbre a la obediencia ciega que todos le muestran a mi pareja. Saber qué es un alfa es muy diferente a ver un alfa.
"Miren bien por dónde van, cachorros. Casi lastiman a su luna". Los chicos abren los ojos como platos instantáneamente, atemorizados, cuando ven que Gonzalo me sujeta fuerte. Me mantiene abrazada de manera protectora, y los ojos se le ponen negros, como cuando se enoja.

"Hey, está bien, Gonz". Me libero de su firme agarre con suavidad y voy en dirección al grupo de chicos. Ahora que han dejado de moverse, veo que son cinco. El de enfrente, que parece el mayor, no levanta la vista. Su cabello es bien negro y cortico. Sus ojos ovalados se niegan a encontrarse con los míos, pero me aclaro la garganta para que me mire. “Soy Triana. ¿Cómo te llamas?".
El chico me mira con una sonrisa nerviosa. Mira a Gonzalo, que asiente bruscamente, indicándole que tiene permiso para hablar conmigo. "Soy Eki. Y lo siento mucho, luna. No la vi entrar. Por favor, quiero que sepa que nunca la pondría en peligro". Para ser un joven de dieciséis años, es bastante maduro, y apunto en mi mente que debo elogiar a Gonzalo por tener miembros de la manada tan disciplinados.
"No te preocupes por eso. De todos modos, mi hermana pequeña me atropella todo el tiempo". Miro a los otros cuatro chicos que están detrás de Eki, y se presentan como Garoe, Bernat, Odei y Jonatan. Me complace no verlos tan asustados después de que Gonzalo los espantara. Ahora que saben que su alfa no los va a lastimar, comienzan a recuperar la sonrisa.
Gonzalo viene detrás de mí y le entrega mi bolsa a Eki. "Lleva esto para la suite del alfa. Prepárense para la cena, todos". Gonzalo no deja lugar a discusiones. Los chicos entran en acción inmediatamente. Supongo que se dirigen a la cocina mientras Eki se apresura a tomar mi bolsa de manos de Gonzalo para llevarla para la suite. Justo antes de que suba la escalera corriendo, le grito: "¡Gracias, Eki!".
Mira hacia atrás y me muestra una amplia sonrisa. "De nada, luna". Desaparece escaleras arriba y nos quedamos solos, Gonzalo y yo, parados junto a la puerta principal de la enorme mansión. Al volverme hacia él, lo veo sonreído.
"¿Qué?", le digo, ladeando la cabeza. Me pregunto por qué me está mirando así. Como si me estuviera leyendo la mente, me pone las manos suavemente en las mejillas y me besa.
"Eres una luna increíble, ya lo eres. Yo estaba listo para regañar a esos niños por ser tan descuidados, pero te hiciste cargo y los conociste a todos. Lo tuyo es innato". Se inclina para besarme de nuevo, pero esta vez el beso es más largo. Siento sus suaves labios sobre los míos y me paro en puntillas para acercarme más a él. Como por instinto, mis brazos le rodean el cuello mientras lo arrimo más a mí. Me toma por la cintura al tiempo que profundiza el beso y su lengua ejerce fuerza sobre mis labios. Le doy entrada y, vacilante, le toco la lengua con la mía.
Mientras más profundiza el beso, mayor es el estremecimiento que siento. La cabeza se me aligera y los dedos de los pies se me erizan a causa del beso. Me aferro a su cabello y él exhala un bajo gemido. Estoy embebecida, y tal vez por eso no oigo a Cirino abrir la puerta principal; solo lo percibo cuando silba fuerte.
Me aparto de Gonzalo de un salto, en parte por la sorpresa, pero también por la vergüenza. Cirino se echa a reír cuando Gonzalo comienza a maldecirlo por la interrupción.
"Oigan, no tengo la culpa que hayan elegido hacer bebés justo al lado de la puerta principal". Se ríe con las manos en alto, aparentando ingenuidad. Me cubro la cara con las manos y finjo que estoy buscando algo en el suelo.
Mientras tengo las manos en la cara, oigo el sonido de una bofetada y luego un "ay" quejumbroso de Cirino. Cuando levanto la vista, veo a Gonzalo sonriendo y a Cirino con la mano en la mejilla. Parece estreñido con la cara arrugada. "¿Por qué diablos fue eso?", clama, haciendo un puchero.
"Sabes muy bien por qué fue". Gonzalo sonríe, toma mi mano y me lleva para la cocina. Como un cachorro leal, Cirino lo sigue. Llegamos al comedor, donde está sentado un grupo de treinta personas y la mesa está repleta de pollo, verduras, pasta, papas y pan; todo intacto. Da la impresión de que están esperando a alguien.
Cuando todos se paran y miran a Gonzalo, luego a mí, me percato de que es a él a quien esperan. Él va con calma hasta el final de la mesa y saca una silla para mí, luego se sienta. Cirino se sienta al otro lado de la mesa junto a Alpidio. Una vez que estamos sentados, todos los demás nos siguen. Como si fuera una señal, agarran varios tazones y platos y comienzan a servirse. La cantidad y variedad de comida casi me deja en shock. Jamás había visto tanta comida a la vez.
Los olores que el condumio emana son increíbles: el olor a ajo del pan, el olor a mantequilla de las papas, el sabroso pollo. No me es fácil escoger.