Capítulo 32
1917palabras
2023-07-27 11:11
Al soltar su garganta, la criatura emite una risa ahogada en lo que se recupera de la falta de oxígeno. Deja salir sus colmillos y desliza su lengua sobre el filo de estos, probablemente imaginando que los hunde en un cuerpo caliente para drenarlo de la sangre que tanto le ha faltado en días. ¡Qué desagradable!
"¿No te gustaría saberlo?", dice con una especie de graznido. "¿Por qué diablos te lo diría? Me vas a matar de todos modos, así que prefiero mantenerme callado y verte sufrir, justo como lo hice con ese pedazo de carne caliente… Esa camiseta no le cubría nada y los gritos que emitió cuando la azoté contra la pared de ladrillos fueron…".
Ya no soporto seguir escuchándolo, pues la ira me invade, así que le clavo las garras en el pecho del vampiro. Sus alaridos resuenan a través del bloque de celdas y los rayos ultravioleta hacen que la lesión sea mucho más dolorosa de lo normal. A pesar de que estamos a mitad de la noche, la falta de sol no impide que le demos su merecido a este m*ldito vampiro.

La prenda que portaba se hizo trizas, revelando cinco marcas de corte en su pecho. Le remuevo lo que le queda de su camisa y busco otro pedazo de su piel que esté intacta para seguir marcándolo. "Te lo preguntaré una vez más: ¿quién te contrató?", ordeno, haciendo uso de todo mi poder de alfa. Si bien el vampiro no es parte de mi manada, puede percibir la autoridad en mi tono, y eso se nota debido a la forma en la que tiembla de miedo.
La estúpida criatura aún permanece en silencio, fulminándome con la mirada y tal vez pensando en cincuenta formas diferentes de matarme. Entretanto, yo voy ideando mil maneras de aniquilarlo, así que yo gano.
"Bueno, supongo que no me queda de otra", aunque insinúo que me he rendido, estoy muy lejos de hacerlo. "Alpidio, es tu turno".
"¡Al fin! Esperé mucho por esto", Alpidio sonríe de una forma tan sádica que hasta a mí me dan escalofríos. Esta es una de las razones por las que se ha convertido en mi beta, pues es un experto en el arte de la guerra, un maestro de la tortura que disfruta causando dolor a sus enemigos y que se deleita quitándoles la vida con sus propias manos. Por lo general, él se encarga de interrogar a los traidores y criminales, mientras que yo me siento y los observo.
Hay una mesa en la habitación con todos los dispositivos de tortura de Alpidio. Parece que está ansioso.
La mirada de terror en el rostro del vampiro no tiene precio. Salgo de la celda y grito a la distancia: "Quiero que me digas todo lo que sabes cuando regrese dentro de una hora. Solo así te sacaré de tu miseria y te mataré. Espero que se diviertan".

Tras cerrar la puerta de la celda con un solo portazo, comienzan los gritos de misericordia, lo cual indica que el vampiro es bastante débil. En una hora sabré quién le ordenó lastimar a mi amada pareja.
Con esa información, iré detrás de los verdaderos culpables.
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Luego de merodear afuera de la mazmorra durante una hora, me pareció que era momento de interrogar al vampiro. Me alegra saber que Alpidio le está dando su merecido y que esa criatura se irá pronto de este mundo. Nunca más volverá a lastimar, mirar o tocar a Triana.

A medida que me voy acercando a la celda, los gritos del vampiro se hacen cada vez más fuertes hasta que se detienen de repente. ¿Alpidio lo mató? Será mejor que no lo haya hecho o le cortaré la garganta por no acatar mis órdenes. Si bien no va a morir con eso, le dolerá de sobremanera.
Una vez que llego y abro la puerta, veo al vampiro con más sangre que piel. Hay tantos cortes y moretones que resulta imposible contarlos. Además, en su cuerpo se están formando quemaduras de tercer grado. Parece muerto.
"¡Te dije que no lo mataras!", lo regaño a la vez que irrumpo en la celda.
"Cálmate", Alpidio dice con serenidad. "El vampiro acaba de desmayarse otra vez. No pensé que este hijo de p*ta fuera tan débil. Se ha desmayado tres veces, se orinó dos veces y me pidió seis veces que lo matara".
"M-má… me…", el patético sonido proviene del vampiro, que parece haberse despertado de la última tanda de torturas.
"¿Eh? ¿Qué fue eso?", Alpidio se burla.
"Máta… me…".
Vaya, ¿el vampiro está pidiendo clemencia? ¿Y a dónde se fue su misericordia cuando Triana le pedía a gritos que se detuviera?
"¿Quieres que te mate?", mi beta inquiere y suelta una risa siniestra. "Permíteme que corrija lo que acabo de decir, alfa: me ha pedido siete veces que lo mate".
"Muy bien", respondo. Frente a los guardias y los presos, Alpidio no tiene permitido referirse a mí por mi nombre de pila como muestra de respeto. Para aparentar ser más autoritario y poderoso, todos deben llamarme por mi título, a excepción de Triana. ¡Ah, m*ldita sea, cuánto la extraño…!
"¿Y bien? ¿Ya estás listo para decirme lo que sabes?". La criatura asiente con vehemencia, encogiéndose un poco debido a los pasmos de su cuerpo. Vaya, ahora ya no se ve tan arrogante.
"Pues…", el vampiro comienza a hablar, no obstante, enseguida lo invade un ataque de tos. De seguro sus pulmones están tan secos como un papel de lija. Le toma alrededor de un minuto para recuperarse de la tos y de los alaridos de dolor antes de completar su oración: "¡N-no sé mucho, se los juro! ¡Solo me pidieron que lastimara a la c-chiquilla humana!".
"¿Por qué?", inquiero con serenidad, aunque estoy muy lejos de estar tranquilo. Supuse que este imb*cil no actuaba solo, pero me gustaría saber quién organizó el ataque y bajo qué motivo.
"La persona q-que me contrató quería s-saber si ella de verdad e-era tu pareja, y el h-hecho de que la r-rescataras comprobó sus s-sospechas", además de tartamudear como un desquiciado, el vampiro no aporta ninguna información nueva, lo cual me hace apretar la mandíbula.
"¿Quién te contrató?".
"¡T-te juro que n-no lo sé!", responde y procede a rogar para que le demos una muerte misericordiosa. Como estoy desesperado por acabar con esta alimaña, lo agarro del cuello y le clavo las garras en su piel ya ensangrentada para acelerar el proceso. Sus gritos no hacen más que molestarme.
"Esta es la última vez que te lo pregunto: ¡¿Quién te contrató?!". En estos momentos, mis ojos se asemejan a un par de agujeros negros, ya que mi lobo está a punto de hacerse presente.
"No… lo… sé…", lo suelto de inmediato y retraigo mis garras. Luego, me miro la mano y veo sangre espesa debajo de las uñas. ¡Mi*rda, detesto cuando esto sucede!
"E-enviaron una carta anónima a m-mi clan y mi líder m-me eligió personalmente. Es todo lo que sé, ¡p-por favor, solo m-mátame!".
Miro a Alpidio y me comunico con él a través del enlace mental: «¿Crees que esté diciendo la verdad?».
Mi beta me responde de inmediato: «Sí, no me cabe duda. Me aseguré de que lo hiciera».
Con un movimiento veloz de mi mano, alcanzo el pecho del vampiro y retiro su corazón inmóvil. El órgano está negro debido a su estado vampírico, por lo que me estremezco y lo lanzo al otro lado de la celda, provocando que emita un sonido desagradable cuando golpea contra la pared del fondo y cae al suelo como un trozo de carne.
"M*ldito inútil, no traía ninguna información relevante", gruño, ya que ahora debo ir en busca de nuevas pistas. No estoy cerca de atrapar a quienquiera que esté detrás de Triana, pues el vampiro no era más que un peón del autor intelectual que sigue prófugo. La única pista que tengo es esa estúpida carta cuyo contenido desconozco. Estoy de vuelta en el punto de partida.
Salgo de la mazmorra, me transformo en lobo con facilidad y corro por el bosque con un montón de emociones flotando en mi mente. Mi único deber como pareja de Triana es protegerla y amarla con toda mi alma, y ni siquiera lo estoy haciendo bien. Hay una amenaza desconocida que se cierne sobre ella, se ha convertido en el objetivo de alguien por mi culpa.
Si la diosa lunar no nos hubiera hecho almas gemelas, otros seres sobrenaturales ni siquiera le prestarían atención a Triana. Sin embargo, estando emparejada con uno de los licántropos alfa más poderosos, alguien intentará lastimarla para debilitarnos a mí y a mi manada, pues saben que ella es mi debilidad.
Continúo corriendo por el bosque a toda velocidad, abriéndome paso entre las rocas y los grandes árboles, escuchando cómo las hojas y las ramas crujen bajo mis enormes patas. Hacer esto suele calmarme, sin embargo, esta noche es diferente. Triana está asustada y se siente insegura conmigo, me angustia que no quiera volver a verme. Aunque es posible que no lleguen a lastimarla, me voy a derrumbar con su rechazo.
Tras oír el sonido constante del agua que fluye por un arroyo, me acerco a esa dirección. Una vez que salto para pasarlo y me limpio la sangre del vampiro, sigo corriendo hasta llegar a la manada. Me cambio a mi forma humana una vez más, restándole importancia a que estoy desnudo por completo. Es normal que los licántropos nos sintamos cómodos con la desnudez, ya que nuestra ropa no dura demasiado tiempo al tener que transformarnos constantemente.
Subo las escaleras a toda prisa y me pongo el primer par de pantalones cortos que encuentro. Me acuesto en un intento de conciliar el sueño, no obstante, termino mirando el techo. Aunque siento que pasaron horas, lo más probable es que solo fueron unos cuantos minutos. Tal vez debería ver cómo está Triana, no la he visto en un par de días, y pese a que los guerreros de mi manada me informan de manera constante sobre su paradero, no la he atisbado con mis propios ojos. Quizá pueda mirar a través de su ventana y…
No, no sería correcto invadir su privacidad. No quiero hacer algo que la incomode; después de todo, me pidió que la dejara en paz. Sin embargo, tengo tantas ganas de olerla, abrazarla y besarla…
De manera abrupta, mis pensamientos se ven interrumpidos por un fuerte golpe en la puerta. Al cabo de unos segundos, los mismos vuelven con más brusquedad. Quienquiera que esté en la entrada es muy persistente. Lo más probable es que sea uno de los lobeznos que se quedó afuera sin querer, ya que son las únicas personas que se les permite merodear en mi territorio.
Un par de golpeteos más tarde, escucho un parloteo a través del enlace mental de mi manada, a todos les da pereza ir a abrirle la puerta al lobezno despistado. En vista de que estoy despierto, me levanto a regañadientes de mi cómodo colchón y bajo las escaleras con pisadas fuertes. Sea quien sea ese jovencito, me aseguraré de reprenderlo sobre el respeto por los demás y a castigarlo con horas extra de entrenamiento. ¿Quién lo manda a molestarme cuando estoy de mal humor?
Abro la puerta, listo para regañar al intruso. Sin embargo, me detengo al notar que en lugar de un niño, está mi hermosa pareja con lágrimas escurriéndose por sus mejillas. Y de nuevo, me dan ganas de matar a alguien.