Capítulo 30
1324palabras
2023-07-21 15:26
“Tenemos que hablar”, dice Emanuel, con un aspecto desesperado. Carla deja de hablar el tiempo suficiente para alzar la mirada y notarlo. Él me ha dejado paralizada.
“¿Quién es este?”, susurra Carla en voz alta. Es el tipo de susurro que todos pueden escuchar, pero que da la ilusión de que me pide que le responda en secreto. No le veo sentido a lo que hace, y no estoy de humor para explicarle nada, justo porque Emanuel está frente a nosotras. Aún estoy molesta con él por haberme sujetado de forma tan ruda en Páramo Rubí, y por bloquearme el paso a la clase. El solo hecho de imaginarme lo que habría pasado si Cirino no hubiera estado allí, me provoca escalofríos.
“No quiero conversar contigo, Emanuel. ¿Esta vez me dejarás ir, o tendré que gritar incluso antes de que alguien venga a salvarme?”.

Carla parece conmocionada por el tono que estoy usando, ya que no suelo hablar con tal hostilidad, pero honestamente estoy harta de que Emanuel me moleste. Lo consideré un amigo hasta que se volvió insistente, y aunque creo que se arrepiente de lo que hizo y quiere que lo disculpe, creo que el perdón no es algo que uno pueda apresurar.
“En verdad lo siento, Triana. Estaba desesperado porque hablaras conmigo, y todavía lo estoy. Lamento mucho cómo sucedieron las cosas, pero si me dejaras explicar…”.
No permito que Emanuel termine su oración, pues lo interrumpo al tomar el brazo de Carla para llevármela a rastras lo más lejos posible del arrepentido Emanuel. Mi amiga suele ir en auto al trabajo, y yo voy a pie, pero al conducirla al estacionamiento, le dejo claro que quiero que me lleve a casa. Ella entiende que necesito que me apoye, así que voltea a ver a Emanuel y le dirige una de sus infames miradas mientras nos vamos.
Pero justo cuando paso a su lado, Emanuel me agarra del codo, no de manera agresiva, pero lo suficientemente fuerte como para que deje de caminar y me suelte del brazo de Carla. “Lo siento”, susurra, y empieza a murmurar palabras tan rápidamente y en un tono tan bajo, que me resulta imposible entenderle. Estoy a punto de estallar de rabia, cuando noto que sus ojos hacen algo extraño. Por un momento, parecen volverse de un azul eléctrico, mucho más brillantes que su color de ojos normal. ¿Qué c*rajos es esto?
Él sigue diciendo sinsentidos hasta que me suelta, y en el momento en que lo hace, tropiezo hacia atrás, un poco mareada. Carla se apresura a atraparme y está a punto de lanzarse sobre él. “¡Será mejor que te mantengas lejos de Triana o llamaré a la m*ldita policía! ¡Y no vuelvas a tocarla si no quieres que llame a mi padre, que es el mejor p*to abogado que existe y quien se asegurará de que termines en prisión por agresión!”.
Carla siempre ha sido mi amiga protectora, y espera hasta que Emanuel retrocede para quitar su mirada maligna de él y poner su atención en mí. Él sigue viéndome, con lágrimas en los ojos. Esto último no debería afectarme, pero lo hace, y empiezo a reconsiderar escucharlo. En llanto, suspira. “Solo recuerda que no tenía que ser así”. Se va momentos después y me quedo reflexionando sobre sus palabras. ¿De qué está hablando? Entiendo lo que dice, pero siento que hay un significado oculto en ello, algo importante de lo que no estoy enterada.

Además, no había ignorado el cambio en el tono de sus ojos, y esta vez no voy a restarle importancia como lo hubiera hecho hace unos días. Luego de enterarme sobre lo sobrenatural, no volveré a tomarme nada a la ligera. Debo recordar preguntarle a Cirino al respecto. Si los ojos de un lobo se vuelven negros y los ojos de un vampiro rojos, entonces, ¿a qué criatura se le ponen azules?
El viaje de regreso a mi casa en auto es breve y lo paso reflexionando en cómo, una vez más, uno de mis amigos es una criatura sobrenatural. Observando a Carla, empiezo a preguntarme si es humana o no, pues aunque la conozco de toda la vida, ¿será que sé todo sobre ella? Me duele la cabeza de tanto pensar, y aunque suene horrible, la persona a quien más añoro es Gonzalo. No lo he visto ni he hablado con él desde que me desperté en la manada, y sé que suena cursi, pero siento que me falta una parte de mi corazón.
Le agradezco a Carla por ir a dejarme a casa, y ella se encoge de hombros, pero exige que, a cambio de eso, vaya de compras con ella el siguiente fin de semana. Ni siquiera intento discutírselo, pues me agrada la idea de pasar tiempo con ella después de que fue tan buena amiga para mí. En cuanto entro a casa, Emilia casi me derriba. Ella suele saltar sobre mí de repente, y en verdad agradezco que la mayoría de las veces podamos mantener el equilibrio.
“¡Tria! ¡Hace tanto que no te veo!”, grita en mi oído, y me esfuerzo por no estremecerme. Aunque ahora me suenan los tímpanos, no puedo evitar sonreír y darle un montón de besos en la carita a Emilia, abrazándola con fuerza. No le he puesto la atención que debería, y a pesar de que sé que debo atender demasiadas cosas, como el trabajo, la universidad, y lo sobrenatural, creo que eso no es excusa para descuidarla. Ella solo nos tiene a mamá y a mí, y deseo poder hacer todo lo que pueda por ella.

“Te extrañé, Emily. Perdóname, he estado muy ocupada, pero te prometo que pasaremos más tiempo juntas, ¿de acuerdo?”.
Al escucharme, se llena de alegría y continúa contándome sobre su día en la escuela. Ella me platica animadamente de sus proyectos de arte, y qué hizo durante el recreo, y yo comento algo acerca de ello de vez en cuando. Todo el tiempo, ella permanece recargada en mi cadera mientras pongo la mesa. Puedo escuchar que los platos suenan en la cocina, pues mamá está terminando de hacer la cena para nosotras. Me lleno de nostalgia al darme cuenta de que ya casi olvidé cuándo fue la última vez que nos sentamos a cenar juntas. Mi mamá siempre está cuidando a Emilia, y cuando no está haciendo eso, está volando por el mundo por trabajo.
En las noches, tampoco he llegado a casa a tiempo para la cena, y tiendo a conformarme con las sobras. Por lo general, estoy trabajando en Vegas o terminando el montón de tareas que tengo. Cálculo y biología, sobre todo, no son materias divertidas, pero ética y psicología me resultan bastante interesantes, así que las disfruto un poco más. No obstante, al pensar en ética comienzo a recordar a Emanuel, así que mejor llevo mi atención de vuelta a mi hermanita de seis años.
“¡Y luego, Helena encontró un brillante collar de mariposa en la arena! Ella dijo que era mágico y que se lo quedaría”, balbucea Emilia. Luego pone su mano alrededor de mi oído y se inclina para susurrarme algo más. “Sé que no era mágico, pero fingí que lo era porque mi amiga estaba muy emocionada”. Me mira como si acabara de contarme un gran secreto, y yo suelto una risita, y siento a mi pequeña hermana en su silla para cenar.
“Eso fue muy amable de tu parte, Emilia”. Me aseguro de elogiarla por haber sido tan dulce con su amiga, sabiendo que apreciará mi cumplido. Ella sonríe ante mis palabras, y sus mejillas se vuelven de un rosa brillante. Al menos ahora sé que el sonrojarse viene de familia…
Mi mamá entra a la habitación con unos enormes guantes para horno puestos, sosteniendo la olla de cocción lenta. Sonrío, recordando que la última vez que Emilia y mi mamá prepararon la cena en esa olla, ella ni siquiera sabía pronunciar correctamente su nombre…