Capítulo 26
1449palabras
2023-07-21 15:23
“Entra ahora mismo”, me ordena mi madre y yo, rápidamente y con los ojos muy abiertos, la sigo hasta la puerta principal. En este momento, se me olvida mi miedo al vampiro, pero se reemplaza completamente por un nuevo temor a mi madre enojada. Nunca antes la había visto tan furiosa, pero a diferencia de la última vez que discutimos, sé que esta vez su ira está justificada.
Ella le dirige una malvada mirada maternal a Cirino, cierra la puerta y pone toda su atención en mí.
“¡¿En dónde d*monios estabas, Triana Ortega?! ¡Estuviste fuera toda la noche y ni una sola vez me llamaste! ¡Ah! ¡Y llegas en medio de la tarde acompañada de tu amigo como si te hubieran golpeado! ¿Qué pasó?”.
Puedo percibir la preocupación en medio de sus gritos y noto que observa detenidamente mi cuerpo, buscando señales de rasguños y moretones en mi pálida piel.
“Se ve peor de lo que es, mamá”, comienzo. Hablarle con la verdad no es una opción, así que selectas partes de la verdad y algunas mentiras tendrán que convencerla de que no me castigue de por vida. “Anoche fui con Emanuel, Emanuela y Cirino a un club, pero como había mucha gente, alguien chocó conmigo y me caí. Luego de ello me sentía muy cansada, así que me quedé a dormir en su casa”, miento de una forma tan fluida, que sinceramente me sorprende mucho que suene tan realista.
“¿Y por qué no me llamaste? ¡Me preocupé mucho, Triana!”, grita, y luego me rodea con sus brazos. No me doy cuenta de que está llorando hasta que siento la humedad de sus lágrimas goteando por mi hombro. De inmediato, le devuelvo el abrazo, sintiéndome reconfortada y sabiendo que ambas necesitábamos consuelo.
Tras unos minutos de compartir nuestro gesto, me separo de ella para disculparme nuevamente. “Lo siento, mamá. No quería preocuparte. Pero como estabas enojada conmigo, no estaba segura de si…”.
“¡No importa cuán enojada creas que estoy contigo!”, grita, sorprendiéndome con su repentino cambio de actitud. “¡Eres mi hija, y por supuesto que quiero saber a dónde vas o si no llegarás a casa! ¡Oh, Triana!”.
Ella vuelve a abrazarme, y yo me quedo de pie, para escucharla hablar. Sigo recargando mi cara en su hombro, así que no podría hablar si quisiera.
“Te debo una disculpa. No debí gritarte así. Nunca habías llegado tarde para cuidar a Emilia, y me inquieté cuando no contestabas. Luego, al saber que te encontrabas con Gonzalo, solo me molesté más”.
“Lo siento, mamá. Me dejé llevar, se me fue el tiempo y…”.
“No”, me interrumpe ella, tomando mi mano y observándome con sus ojos un poco llorosos. “Se te permite actuar según tu edad y salir con chicos. Pero justo entonces estaba algo estresada por el trabajo y por dinero, y me desquité contigo. Por eso me disculpo, cariño, ¿podrías perdonarme?”.
Le sonrío y luego asiento con la cabeza. “Claro que sí. De hecho, creí que estabas exagerando un poco”, repliqué, levantando mi pulgar y mi dedo índice, casi juntándolos, y tenemos que taparnos la boca con la mano para sofocar nuestra carcajada. Mi madre tiene una de esas risas contagiosas que una vez que la escuchas, no puedes evitar hacer lo mismo.
“Pero en serio, mamá, si necesitas que te apoye con dinero, yo puedo ayudarte. Con lo que gano en Vegas, en verdad me es posible contribuir con algo”.
“Absolutamente no”, declara, dejando que su orgullo intervenga en su decisión. “Soy tu madre y puedo mantenernos yo sola. Quiero que ahorres ese dinero para tu futuro, o que vayas de compras por una vez en tu vida sin que yo tenga que obligarte. Siendo honesta, ¿cuándo fue la última vez que fuiste a un centro comercial?”, pregunta ella.
“Ay, mamá. Sabes que hay millones de otras cosas que me gustaría hacer”. «Como ir a la librería», ambas pensamos, pero no lo decimos. Ella me da una mirada de complicidad, pero cambia de tema.
No obstante, para mi mala suerte, comienza a hablar de Gonzalo.
“Oye, ¿y cómo estuvo tu cita con Gonzalo?”.
Me pongo notablemente rígida, y mi madre, sin duda, se da cuenta por la expresión de su rostro. “¿Qué?”, continúa. “Creí que él y tú se entendían…”.
“Antes sí. Ya no”, respondo, esperando que no pregunte nada más sobre el tema. Sin embargo, las cosas casi nunca sale como quiero, teniendo una madre tan regañona como la mía.
“¿Qué pasó? Ese chico me estaba empezando a gustar”, revela, lo cual me sorprende. Ya que había llegado tarde a ver a Emilia por culpa de Gonzalo, creí que mi madre se lo reprocharía. Sin embargo, justo ahora que he decidido alejarme de él, se da cuenta de que le agrada.
“Me engañó”, respondo brevemente, y comienzo a tener esa sensación de tensión detrás de mis ojos, la cual indica que las lágrimas están a punto de salir. No obstante, parpadeo un poco para contenerlas. He decidido que no quiero volver a llorar.
Mi mamá me lleva hasta el cómodo sofá de color marrón en el que hemos tenido más conversaciones de las que puedo recordar. Me siento en mi lugar habitual en la esquina, y ella se sienta a mi lado. “¿Sobre qué te engañó?”, cuestiona mi madre, y percibo un dejo de ira detrás de la pregunta. Luce tranquila, pero por los años que llevo viviendo con ella, sé que sus instintos maternales surgen ante la idea de que un chico haya herido a su pequeña.
Cruzando los brazos, evito el contacto visual. “Ya no importa. Lo hizo, y ahora ya no confío en él”.
“Oh, cariño, lo siento mucho. Los tipos como él a veces pueden ser id*otas. En verdad creí que le importabas, pero no habría salido con otras chicas si realmente te apreciara”, dice, con tristeza evidente. Volteo a verla haciendo una mueca, pues no entiendo a qué se refiere con lo de «otras chicas»
“¿Qué dices?”, expreso mis pensamientos.
“Oh”, suspira aliviada. “Cuando dijiste que te mintió, asumí que querías decir que te engañó con otra joven”.
“Él no puede serme infiel si nunca anduvimos”, murmuro, y es cierto, pues nunca estuvimos «saliendo». Incluso si hubiese decidido andar con otras chicas, no habría sido deshonesto de su parte, ya que nuca habíamos sido nada más. Además, la idea de imaginarme a Gonzalo con cualquier otra mujer, no me sienta bien, y de hecho me molesta mucho pensar en eso. ¿Qué me pasa? ¡Él es un m*ldito hombre lobo!
“Pero ya no importa. Jamás volveré a hablar con él”, termino, mirando a mi madre. Ella solo me regala una suave sonrisa y me reconforta, dándome palmaditas en la rodilla.
“Está bien, si es así como te sientes”, continúa viéndome con esos ojos que dicen «deja de engañarte a ti misma».
Siento que se está burlando de mí, y no me gusta. No sé por qué piensa que entiende lo que está pasando. A penas le he contado unas cuantas cosas, no obstante, automáticamente asume que estoy exagerando.
“¡Basta, mamá! ¡Hablo en serio!”, levanto ligeramente la voz. Pero ella no cambia su expresión ante mí, y niega con la cabeza.
“Triana, vi cómo se miraban. No podían dejar de hacerlo, y aunque quizá no lo notaras, cada vez que veías hacia otro lado, él te contemplaba fijamente como si fueras perfecta ante sus ojos. Nunca tuve un chico que me viera de esa manera, y me hace muy feliz que tú lo hayas encontrado. No lo tires todo a la basura solamente porque tienes miedo”.
Su último comentario hace que abra los ojos de par en par. ¿Cómo sabe ella que tengo miedo? ¿Es tan obvio?
Mi madre se ríe al ver mi expresión. “Puedo leerte como un libro abierto, Triana. Es demasiado obvio que temes estar en una relación y dejar que alguien se acerque tanto a ti. No creas que no me he dado cuenta de que todos los chicos que han tratado de salir contigo, nunca lo logran. Siempre dices que no, así que esta vez di que sí y deja de poner excusas de por qué no pueden estar juntos”, culmina. Luego mira su reloj para ver la hora, y dando un salto, se dirige a la puerta.
“Tengo que irme, cariño. Ya casi termina la reunión de juegos de Emilia”. Me besa rápidamente en la cabeza antes de salir abruptamente de casa. Sin embargo, sus palabras se quedan repitiéndose una y otra vez en mi cabeza. ¿Es eso lo que he estado haciendo? ¿Estoy ahuyentando y rechazando a Gonzalo? ¡Pero él es un hombre lobo! Creo que tiene mucho sentido que asuma que las cosas nunca funcionarán entre nosotros.