Capítulo 18
1586palabras
2023-07-21 13:37
“¡Gonzalo, esto es hermoso!”.
Lo primero que atrae mi atención, es el brillante lago color azul verdoso, que parece extenderse por kilómetros. Tras caminar por un rato en medio del bosque, al parecer sin un rumbo fijo, un claro en medio de los árboles revela el impresionante paisaje. La forma en que el sol se refleja en el agua crea destellos con tal brillo, que resulta difícil creer que no son artificiales. Sin embargo, lo más dulce de haber venido hasta aquí, es que Gonzalo ya tenía preparado un pícnic perfecto para mí.
Una manta a cuadros yace frente a la vista del lago, y una canasta tejida de color café está encima de ella. Este montaje podría ser la escena de una película, debido a lo perfecto que es. Casi me siento indigna de recibir este dulce gesto, pero al mirar a Gonzalo lo único que puedo sentir es agradecimiento. Él luce tan vulnerable parado aquí, más abierto de lo que nunca ha estado conmigo. Puedo decir que parece preocupado por lo que pienso de su gesto, pero no puedo tranquilizarlo justo ahora debido a que, literalmente, estoy sin palabras.
Mis ojos comienzan a lagrimear, me tiembla el labio inferior, y entonces uso mi mano para cubrir mi rostro y ocultar mis emociones a Gonzalo.
Su mirada se suaviza y se vuelve hacia mí, con una pequeña sonrisa. “Entonces, ¿estas son lágrimas de felicidad?”.
Solo puedo asentir, moviendo rápidamente la cabeza de arriba hacia abajo, y él seca mis lágrimas con sus dos manos y luego pone su frente contra la mía.
“Es perfecto”, murmuro, hipando para intentar recomponerme. Menciono eso, pero lo que en realidad quiero decir es que el perfecto es él. Ningún chico ha querido conocerme a tal nivel, pues hasta ahora, he estado viviendo recluida. Gonzalo es la única razón por la que me abro y me convierto en una versión más franca de mí misma. Además, en el poco tiempo que nos conocemos, me ha tratado demasiado bien, y cada momento que paso con él, solo me hace desear más.
Gonzalo me besa en los labios y en la nariz, para después tomar mi mano para que bajemos y nos sentemos en la manta. “Creí que podríamos ver el sol poniéndose sobre el lago y cenar. Aunque ya comimos el postre, pensé que te gustaría. Pero si no, esperaremos a que sea más tarde para…”.
Ahora me toca detener su divagación. Rápidamente, me inclino y pongo mis manos sobre sus hombros para estabilizarme, y lo beso con todas mis fuerzas. Dejo salir mis sentimientos de agradecimiento, felicidad y estupor en el beso, y él me lo devuelve encantado. Colocando sus manos en mi cintura, me sujeta con tanta fuerza que casi resulta doloroso, pero es exactamente lo que necesito en este momento. Quiero sentirme muy cerca de él y demostrarle lo feliz que soy.
Justo cuando percibo que Gonzalo está a punto de dar un paso más, me suena el estómago. En ese instante, deseo que la tierra me trague para no tener que enfrentar tal vergüenza.
Rápidamente, rompo el beso, abro los ojos y me alejo de él. Sin embargo, Gonzalo no me permite ir muy lejos y se ríe, acercándome a él mientras me escondo en su cuello. Al sentir las vibraciones de su risa viajando a través de su pecho, solo me siento peor.
“Eres tierna”, dice riéndose, y luego me suelta y comienza a abrir la canasta de pícnic. Lo primero que saca es un gran termo plateado, y al abrirlo, percibo el olor más maravilloso saliendo de él: ¡café! Huele a canela y azúcar, y de inmediato soplo el vapor para enfriarlo antes de tomar un gran trago.
“¿Tiene… canela dulce?”.
Gonzalo me mira tímidamente, y se detiene para buscar más comida en la canasta. “En realidad, no lo sé. Recordé que te gusta el café, pero como no lo bebo, le pedí a Cirino que te trajera un poco. Espero que te agrade…”.
“¡Es delicioso! ¡Cualquier cosa que tenga cafeína y azúcar no puede ser mala!”, razono.
Él asiente con la cabeza, y noto el claro alivio en su rostro. Acto seguido, comienza a sacar quesos, sándwiches y frutas. Y cuando pienso que ya sacó todo de la canasta, al igual que la bolsa mágica de Mary Poppins, siguen apareciendo más cosas mágicamente. Al por fin terminar, me mira con el ceño fruncido.
“Debes saber”, comienza, “que yo no hice nada de esto, y que tuve que pedir ayuda a otras personas. No sé cocinar ni preparar comida o algo parecido… así que bueno… esa es la verdad”.
“Es increíble que hayas hecho todo esto por mí. Honestamente, yo tampoco sé cocinar”. Agarro un trozo de queso y me lo meto en la boca. “Me gusta fingir que sé hacerlo, pero a mi mamá le encanta recordarme que por poco quemo la casa a los doce años, intentando prepararle un desayuno sorpresa. Se despertó muy sorprendida debido a la alarma de humo y no a la del reloj de su celular”.
Empezamos a conversar y reír, contándonos historias de nuestras vidas y disfrutando del paisaje. Gonzalo se burla de mí cuando, como siempre, hago un desastre al comer. En respuesta, hago un puchero, hasta que él se compadece de mí, dándome muchos besos. Aún me pongo nerviosa cuando me besa, pero, si es que eso es posible, cada día lo disfruto más.
Al terminar de comer, el sol apenas está empezando a ponerse, y el cielo tiene una mezcla de tonos rosa y naranja brillantes. No puedo imaginar una cita más perfecta. De pronto, con la cabeza en el hombro de Gonzalo, y mirando el reflejo del sol en el lago, me levanto de un salto y lo contemplo sonriente.
“¡Por poco lo olvido! ¡El regalo!”.
En un principio, Gonzalo se tensa debido a que me alejo. Pero en cuanto ve lo emocionada que estoy, se ríe, avanza hasta el otro lado de la manta y me entrega el regalo.
Sonriendo de oreja a oreja, arranco el papel lavanda de la caja y lo trituro con gran emoción, para así poder ver qué hay debajo. Me siento un poco mal por haber arruinado la envoltura en la que Gonzalo trabajó tan duro, pero no mucho.
Al abrir la caja, encuentro dentro un pequeño globo de nieve. La base tiene la bandera de país C rodeada de vegetales de cerámica y la escena de una montaña, mientras que en el globo descansa una hoja de arce roja y naranja. Parece una de esas baratijas que se compran en el aeropuerto o en las tiendas para turistas, justo como las que adquiere mi madre cada vez que trae un recuerdo de uno de sus trabajos.
Ni siquiera intento evitar que las lágrimas caigan por mi rostro al mirar el invaluable detalle.
“Ay, estoy llorando de nuevo”, digo, limpiándome mis ojos para intentar no parecer una niñita. Seguro que lo soy, pero es que ¡esto es simplemente genial!
“Gonzalo”. Lo miro a los ojos, y desde aquí, parece que casi brillan. Él me mira como si fuese la persona más importante para él, lo cual es un pensamiento agradable, pero quizá no la verdad.
“Esto… Ni siquiera sé có… cómo”. Intento, pero no logro expresar lo agradecida que estoy por su gesto. Era obvio que recordaba la tradición entre mi madre y yo, y al salir pensó en mí y en contribuir a mi colección de globos inútiles. Eso significa más de lo que nunca sabrá.
Salto a sus brazos, y se sorprende tanto por la acción, que queda acostado de espaldas sobre la manta al tiempo que yo lo abrazo con fuerza. Grito de sorpresa cuando sale de debajo de mí y se coloca sobre mi cuerpo.
Juguetea con un mechón de mi cabello, que luego coloca suavemente detrás de mi oreja. Después me dice: “Me encanta lo emocionada que estás por esta baratija. Solo espera a que te compre diamantes, perlas y joyas”.
No me deja comentar lo ridícula y exagerada que es su afirmación, pues me besa. Al instante, me abrazo a su cuello, dejando el globo de nieve olvidado sobre la manta a nuestro lado. Gonzalo coloca sus manos en mi cintura y continúa besándome. Sin embargo, sus manos no se quedan quietas, sino que viajan hasta mis caderas y muslos y luego vuelven a subir hacia mis costados, a través de mi espalda, y vuelven a bajar. Puedo sentir el calor de sus manos y el roce de su toque, como una dicha ardiente contra mí. Él sigue siendo respetuoso, pues nunca se desvía hacia mis p*chos o mi tr*sero. Estoy a punto de decirle que está bien si lo hace, pero soy demasiado inexperta y estoy demasiado nerviosa como para siquiera mencionar algo. ¿Y si no quiere?
Aún moviendo sus manos, uso las mías para tocar su sedoso cabello negro. Cuando lo conocí, realmente deseé saber si su pelo era tan suave como parecía, y a decir verdad, lo es. No tiene nada puesto en él, por lo que es naturalmente liso y suave. Cada que Gonzalo me toca con más fuerza en un sitio, mi agarre en su cabello se tensa, haciéndonos gemir a ambos.
Eventualmente, decido arriesgarme y, con timidez, toco sus hombros, su espalda y sus músculos fuertes, provocando que Gonzalo jadeé. Luego, su lengua entra instantáneamente en mi boca, encontrándose con la mía para librar una batalla por el dominio en la que, por supuesto, él gana.