Capítulo 17
2180palabras
2023-07-21 11:42
El viaje a nuestro desconocido destino es rápido, pues solo dura unos quince minutos. Dado que mi madre y yo compartimos un solo automóvil, no puedo usarlo tan frecuentemente, y es por ello, que no he tenido la oportunidad de explorar los poblados de los alrededores. Por lo general, ella utiliza el automóvil para ir al trabajo, y yo solo conduzco si necesito hacer las compras u otros mandados. Justo ahora, Gonzalo conduce en dirección opuesta de la ciudad, un lugar hacia donde jamás he ido, y como no está cerca de mi casa, me emociona mucho descubrir a dónde me lleva.
Estoy, prácticamente, ansiosa en mi asiento, moviendo la rodilla de arriba hacia abajo, expectante. En este momento, nada puede borrar la sonrisa en mi rostro. No solo estoy con un chico guapo que dice que me tiene una sorpresa, sino que, ¡esto es lo más emocionante que he hecho en mi vida!
“Oye, cariño”, menciona Gonzalo riéndose, y colocando su mano sobre mi rodilla para que deje de moverla. “Cálmate, ya casi llegamos”.
“Lo siento”, me disculpo, aunque en realidad no estoy arrepentida. “¡Estoy muy emocionada! ¿A dónde vamos?”. Lo miro con los ojos muy abiertos y entusiasmados.
“No te lo diré”, responde en un tono burlón.
Para ser honesta, no tengo ni idea de a dónde nos dirigimos. Ya salimos de la ciudad y ahora parece que estamos en un poblado pequeño. Creo que si yo hubiera estado al volante, jamás habría encontrado este lugar. Gonzalo entró y salió de caminos sin pavimentar hasta que llegamos aquí, y debo decir que incluso me mareé por la gran cantidad de curvas que dimos. Pareciera que este destino fue diseñado para ser difícil de encontrar.
Tras avanzar durante unos minutos más, se estaciona, y entonces puedo notar el suelo cubierto de pequeñas piedras blancas, y que nos rodea un gran parque. Otras familias juegan frisbee, comen en las banquitas, o simplemente toman el sol. Alrededor del parque distingo un nuevo entorno: un gran bosque de tonalidades verdes y marrones. Todo luce hermoso, y el sol sobre nosotros crea un brillo dorado que emite un efecto casi etéreo. La brisa es ligera, pero envía un maravilloso aroma de flores silvestres y pasto recién cortado a mi nariz. Los dientes de león, esparcidos por el césped, se deshacen en un millón de pedazos con el viento, y los fragmentos blancos flotan a través del bosque y luego desaparecen de mi vista.
En cuanto bajamos del auto, Gonzalo se acerca y toma mi mano entre las suyas. En la otra mano, sostiene una pequeña caja de regalo envuelta y con un bonito moño en la tapa. El rostro comienza a dolerme de tanto sonreír, pero no puedo evitarlo.
“¿Es para mí?”. Señalo el regalo en su mano con envoltura color lavanda, que le dije a Gonzalo que era mi color favorito.
“Claro, pero podrás abrirlo en un rato más”. Él me ofrece una sonrisa de infarto, y justo hace que mi pulso casi se detenga.
Aprieto su mano y seguimos caminando hacia el borde del estacionamiento, donde se encuentra un gran camión. “Gracias, pero no era necesario que me dieras nada”. Me siento un poco mal porque trajo algo para mí, y yo nada para él. De haber sabido, le habría comprado algo especial.
“En verdad quería darte algo, espero que te guste”.
“Por supuesto que me encantará”, le aseguro con una sonrisa. “Tú me lo darás, así que me gustará sin importar lo que sea”.
Gonzalo se detiene para mirarme, suelta mi mano, y aunque por un segundo me siento contrariada de que lo haga, luego un cálido hormigueo se extiende por mi mejilla. Él sujeta mi rostro y me da un dulce beso en la frente, haciéndome cerrar los ojos por la cálida sensación que me atraviesa. Suspiro satisfecha al saber que el simple hecho de estar cerca de él me hace feliz.
Sus labios se quedan allí por unos segundos, y al retirarse de mi piel, me observa con una expresión que no puedo descifrar. No sé en qué está pensando, pero noto que sus labios se mueven, susurrando algo que casi suena como «eres perfecta», pero no estoy segura.
Luego respira hondo por la nariz, exhala por la boca y vuelve a tomar mi mano. Él me acompaña hasta el gran vehículo en la esquina del estacionamiento, y al estar cerca y darme cuenta de que es un camión de helados, puede que haya dejado escapar un pequeño grito emocionado.
Salto de arriba a abajo, ilusionada, y enseguida abrazo con fuerza a Gonzalo. “¡Me encanta el helado!”. Es muy probable que parezca una niña de seis años, al estar tan entusiasmada por el postre, pero no puedo evitarlo. Además, sé que será diez veces más delicioso porque lo comparemos en este camión.
Gonzalo se ríe de mí, pero no despectivamente. Más bien creo que su risa dice «eres adorable». Con su mano libre, me devuelve el abrazo: “Pensé que te gustaría”.
Llegamos a la parte de enfrente del camión justo cuando las personas antes de nosotros reciben sus helados. Un niño pequeño, que parece tener unos nueve años, mira a Gonzalo con los ojos abiertos de par en par en cuanto lo observa, quedándose completamente inmóvil antes de hacer una gran reverencia con la cabeza, casi como si Gonzalo fuera de la realeza. Por poco me río de la acción del pequeño.
Sin embargo, cuando volteo a ver a Gonzalo para compartir nuestra diversión, noto que mira al chico con expresión de piedra. Nunca antes lo había visto actuar así, y parece que fuera una persona completamente diferente, cerrada y severa. La madre del niño se da vuelta después de pagar, y al notar que su hijo y Gonzalo se miran, palidece visiblemente.
“¡Lucas!”. Rápidamente, la madre sujeta a su hijo por los hombros y lo lleva detrás de ella, actuando como un escudo y protegiendo a su hijo del peligro. ¡Como si Gonzalo fuera a hacerle daño al pequeño!
“Lo si… siento, se… señor. Él no sa… sabía. Lo siento mucho”. La mujer se disculpa repetidas veces, pero al mirarme, deja de hacerlo. Entonces abre los ojos de par en par, justo como su hijo lo hizo hace un momento, y comienza a temblar, retrocediendo lentamente. En ese instante miro a Gonzalo, intentando saber por qué está tan asustada. Es obvio que el hombre a mi lado la atemorizó a ella y a su hijo, pero no puedo entender los motivos.
A pesar de que lo que acaba de decir la mujer sonó muy extraño, no puedo permitir que siga tan aterrada. Así, me acerco a ella y tomo su mano, dándome cuenta al estar tan cerca, del sudor en su frente y el miedo total en sus ojos.
“Señora, ¿está usted bien? Él no le hará daño, se lo prometo”. La llevo hasta la banca más cercana para que se siente, pero honestamente pareciera que está a punto de desmayarse. “Ya llegamos, siéntese, por favor. Luce un poco débil”.
Por fin está sentada en la banca, con su hijo a su lado. “¿Le traigo un poco de agua?”.
Ella niega con la cabeza, pero decido no hacerle caso. “No se preocupe, quédese aquí tranquila. Iré a traerle un poco de agua, y volveré enseguida”.
Cuando regreso al camión de helados, veo que Gonzalo sigue asombrado, y me mira con un brillo en los ojos. Tiene una pequeña sonrisa en su rostro, pero apenas es perceptible.
“Malhumorado”, lo regaño, “asustaste a esa pobre mujer. Compraremos nuestro helado, pero también quiero que ella beba un poco de agua”. Él mira en dirección a la mujer y luego asiente en señal de aprobación.
El helado que pido es de dos bolas sabor galleta en un cono, mientras que Gonzalo pide cinco bolas de todos los sabores en una taza. También compramos tres vasos de agua, y cuando estoy a punto de sacar dinero para pagar, Gonzalo solo levanta las cejas y se burla. “No permitiré que mi chica pague…”, dice, y yo me sonrojo.
Entonces nos acercamos a la mujer, quien ha recuperado un poco de color en su rostro. “Tenga esta agua, bébala despacio”.
La mujer me sonríe agradecida. “Muchas gracias, es usted muy amable”.
Le sonrío, y luego volteo a ver al pequeño Lucas. “¡Eres muy bonita!”. Se acerca a mí para abrazarme, y yo se lo devuelvo, un poco vacilante. No es que no me agraden los niños, pero literalmente acabo de conocer a estas personas y ya son demasiado amables conmigo. Por lo común un extraño, no tiene ese tipo de gestos nada más conocerte.
Pero de pronto, Gonzalo me jala hacia atrás, alejándome del niño quien, nuevamente, se esconde detrás de su madre. Le dirijo una mirada a Gonzalo, como dándole a entender que quiero que sea amable con las personas a las que asustó. Sin embargo, él simplemente les ofrece una sonrisa, que más bien parece más una mueca, se despide de ellos con un «adiós», y me lleva a rastras hacia otras de las bancas vacías del parque.
No menciono nada sobre el extraño encuentro, por el contrario, me concentro en mí y en Gonzalo, al tiempo que como lentamente mi helado que ya está comenzando a derretirse por el calor del sol.
“Oye, ¿cuándo podré abrir el regalo?”.
Él suspira aliviado, feliz de que no hablemos de lo que acaba de pasar. Sospecho que sabe quiénes son y no quiere hablar de eso, pero no quiero presionarlo. Si él quiere contarme algo, lo hará en su momento.
“Lo abrirás cuando te termines tu helado”, sonríe, señalando mi cono.
“D*monios”, murmuro, al tiempo que el chocolate comienza a gotear y cae sobre mi mano, dejándola pegajosa. Lamo con rapidez la parte de abajo del cono para evitar que más helado se caiga, pero en un par de minutos más, tengo toda la mano cubierta de helado derretido, y la otra gran parte está regada por el césped.
Gonzalo predijo que mi experiencia con el helado podría terminar en desastre, por lo que había agarrado diez servilletas extra. Dejo el cono sobre una de ellas y le extiendo mi mano cubierta de chocolate. “¡Ayuda!”, me quejo patéticamente, y él mira mi sucia extremidad.
Gonzalo toma con suavidad mi muñeca, pero en lugar de limpiarme con las servilletas, se lleva mis dedos a la boca y los lame. No sé qué decir, así que me quedo quieta, conmocionada y un poco excitada, al verlo pasar su lengua por cada uno de mis dedos, sin perder nunca el contacto visual conmigo. De repente me siento acalorada, y aprieto mis muslos para intentar detener la fuerte sensación entre ellos.
“¿Qué ha… haces?”. Tartamudeo, sin poder formar una oración coherente debido a lo nerviosa que estoy. Él solo me sonríe, como si conociera mis sucios pensamientos. Luego se inclina hacia delante y me susurra con voz ronca.
“Estoy ansioso por probarte. El helado es dulce, pero apuesto a que tú lo eres aún más”.
Eso bastó para que mi corazón explotara… Y yo quedara rendida… muerta.
Mis mejillas arden por el calor. Me avergüenza mucho su comentario, pero desesperadamente quiero experimentar a qué se refiere. El chico con el que he llegado más lejos es justamente Gonzalo, pues nos hemos besado, y aunque tengo muchas ganas de experimentar cosas nuevas con él, no estoy segura de estar lista para lo que está hablando. Además, a pesar de que compartimos una conexión muy fuerte, nos conocemos hace muy poco.
Él se acerca a mí hasta que nuestras frentes se tocan. Cierro los ojos por instinto, pues mis emociones son demasiado fuertes como para soportar lo que está pasando. “Pero todavía no. Sé que no estás lista”. Luego cierra aún más la brecha entre nosotros, y lleva sus labios a los míos en un dulce beso, y yo se lo devuelvo, con toda la energía que puedo reunir. Quiero seguirlo abrazando, y acortar más la distancia que nos separa, pero como mis manos siguen cubiertas de helado, me es imposible hacerlo. En lugar de ello, me conformo con presionar mi cuerpo contra el suyo, haciendo que un ruido ronco se extienda desde lo más hondo de su garganta, profundizando el beso.
Cuando por fin nos separamos, respiro con dificultad, y parece que Gonzalo quiere sumergirse por más, pero se contiene. En lugar de eso, pone un poco de agua en mi mano y usa la servilleta para limpiarme por completo. Luego tira nuestra basura, me toma de la mano y camina hacia el bosque.
“Eh… ¿Gonzalo? El auto está por allá”. Señalo en dirección opuesta a la que estamos caminando, hacia donde estacionó el auto.
“Lo sé, mi amor, pero no iremos a mi auto. La segunda parte de nuestra cita es por acá”.
“¿Todavía hay más sorpresas?”, sonrío
Él asiente, y tirando de mí, avanzamos en medio de un cómodo silencio hasta llegar a un claro entre los árboles. Lo que está frente a mí es tan hermoso, que todo lo que puedo hacer es contemplar con asombro.