Capítulo 12
2063palabras
2023-07-17 14:30
En menos de diez minutos nos detenemos frente a mi casa. Rápidamente, me desabrocho el cinturón de seguridad y me bajo del auto. Gonzalo me sigue, y mi madre, quien ya está esperándome, me abre la puerta.
“Hola, mamá”, la saludo, y ella me ofrece una sonrisa de agradecimiento, dejándome entrar. Luego, cuando ve a Gonzalo, su sonrisa se ensancha. Emilia comienza a llorar de nuevo, por lo que mi mamá nos dice que irá a verla y nos deja solos a los dos en el porche.
“Bueno… me divertí esta noche”, comento tímidamente casi en un susurro. No entiendo cómo puede ser posible que sea tan fácil y al mismo tiempo tan difícil hablar con alguien. Así, aunque me siento obligada a decirle a Gonzalo lo que pienso, aún me pongo muy nerviosa al estar cerca de él.

“Yo también me divertí”, declara él sonriendo, y en ese momento olvido por completo dónde estoy. Se me olvida que Emilia está llorando dentro de la casa, que mi madre está justo al otro lado de la puerta, e incluso que me encuentro de pie en el porche de mi casa en medio de la noche, con un chico con el que solo he salido un par de veces. Lo olvido todo porque en realidad nada importa. Estoy aquí, con Gonzalo, quien de alguna forma se ha convertido en alguien sumamente importante para mí en muy poco tiempo.
“Bueno, eso solo significa que tenemos que ir por el postre en otra ocasión”.
“¿En otra ocasión?”, pregunto, jugueteando con el borde de mi vestido.
“Sí. En la cita dos”, dice sonriendo, lo que hace que me sonroje aún más que antes. Probablemente, mis mejillas se ven como dos tomates en este momento. No sabía que una persona podría causar este efecto en mí. ¡Pero no es justo! Seguro que yo estoy mucho más interesada en él, que él en mí. Por ahora, me estoy aferrando demasiado a cada palabra que dice, y temo que cuando volvamos a tener una cita me encariñe aún más, pero que él se aburra de mí y termine rompiéndome el corazón.
“Oye”, susurra Gonzalo, sujetando mis manos con las suyas. Solo entonces me percato de que he estado presionando mis uñas en mis palmas, formando marcas en forma de media luna en mi piel. “¿Qué pasa? ¿En qué piensas?”, pregunta en voz baja, y puedo sentir un poco de ansiedad en sus palabras. No obstante, cuando estoy por responderle, el fuerte grito de Emilia se escucha incluso a través de la puerta principal.
“Disculpa, debo ir a verla”. Me libro de sus manos y, de mala gana, me dirijo hacia la entrada que sigue abierta. Giro la perilla y me doy la vuelta para despedirme cuando veo que Gonzalo está parado justo detrás de mí, lo que me hace soltar un grito de sorpresa. “¡Cielos! ¿Qué haces?”.

Gonzalo pone su mano suavemente sobre mi hombro, enterneciéndome. “Luces algo alterada. Si te parece bien, me gustaría entrar contigo. Luego de que tranquilices a Emilia, podríamos hablar. Todavía no es muy tarde, y bueno, lo haré solo si estás de acuerdo con ello”, termina.
“Sí, por mí está bien. Vayamos adentro antes de que los vecinos llamen a la policía. Suena como si la estuvieran torturando”, bromeo, y Gonzalo se ríe.
Una vez dentro, sigo el sonido del llanto hasta la sala de estar, donde la niña está boca abajo, llorando sobre la alfombra. “¿Emilia?”, le digo, con el tono más suave que tengo. Quiero que sepa que no estoy molesta con ella e intento persuadirla para que hable conmigo. Su llanto se detiene de inmediato y al levantar la cara, me ve de rodillas a su lado. Llevo mi mano a su espalda y la reconforto suavemente. “Oye, ¿por qué lloras?”.
Emilia se levanta rápidamente y corre hacia mis brazos, tirándome al suelo al hacerlo. Dejo escapar un sonido cuando la niña de seis años me saca todo el aire. En efecto, no me siento nada feliz con esto, sobre todo cuando mi madre y el chico con el que acabo de salir comienzan a reírse de mí, por mi falta de fuerza y ​​equilibrio.

Enseguida me recupero y envuelvo a Emilia por completo con mis brazos, frotando su espalda con gran dulzura y raspando suavemente con mis uñas a través de su camiseta. “¡Lo siento mucho, Tria! ¡Te juro que fue un accidente! Estaba jugando a las mu… muñecas cuando…”.
No entiendo el resto, ya que empieza a llorar y balbucear más. Sin embargo, sigo asintiendo con la cabeza y fingiendo que sé exactamente lo que está diciendo.
Luego de otro minuto de llanto, me propongo calmarla antes de que se quede sin lágrimas. Siento que en verdad podría deshidratarse por llorar de esta manera. Pero no entiendo por qué está tan triste. Sé que rompió mi globo de nieve, pero que fue por accidente. Además, jamás le he gritado ni me he enfadado con ella ni una sola vez en toda mi vida.
“Emilia, necesito que dejes de llorar y me mires, ¿puedes hacer eso?”, pregunto, convenciéndola para que se calme. Tras un momento de respiración agitada, Emilia me mira. “Qué niña tan obediente. Ahora quiero que me escuches con mucha atención”.
Ella asiente con la cabeza y solloza un poco, pero al menos no comienza a llorar de nuevo. Eso ya es ganancia.
Ignoro a Gonzalo y a mi madre, quienes están de pie al otro lado de la habitación, observando la escena pero dando la ilusión de privacidad. Quizá debería incomodarme que Gonzalo esté presenciando un momento familiar tan íntimo, pero no es así. De hecho, me alegra que no quiera dejarme sola, mientras estoy lidiando con problemas familiares.
“No estoy enojada contigo. ¿Verdad que solo fue un accidente?”, le pregunto.
Ella asiente de nuevo con la cabeza, más vigorosamente que la primera vez. “Así es, y como no lo hiciste a propósito, no estoy enojada, ¿de acuerdo?”.
“Sí”, dice con la voz ronca, por haber llorado durante tanto tiempo. “Pero rompí el de ciudad V. ¡Era tu favorito!”.
Sus ojos comienzan a lagrimear de nuevo, y tengo que pensar otra vez en algo para que no comience a lloriquear. Acercándola hacia mí, acaricio su espalda con dulzura otra vez. “No llores, Emilia. No estoy enojada, pero me pone triste tu llanto”.
Gracias a Dios eso hace que se detenga. Luego de un par de minutos de mecerla de un lado a otro, la levanto del suelo y me siento en el sofá. En algún momento, durante mi conversación con Emilia, Gonzalo y mi mamá se habían ido al sofá, así que termino sentada entre los dos.
“¿Emilia?”, susurro.
Ella levanta la cara y me dice: “¿Tria?”.
“Sin llorar, ¿puedes decirme por qué estabas tan triste? Nunca me he enojado contigo por nada, y mucho menos por un accidente. ¿Pasó algo hoy?”.
Sé que mis sospechas son ciertas cuando empieza a fruncir el ceño y baja la mirada. Luego lleva sus pequeños puños hacia sus ojos y los frota.
“Hoy en la escuela tuvimos que hacer un árbol genealógico”, comienza, y se me oprime el pecho. Al voltear a ver a mi madre, noto que sus ojos se están llenando de lágrimas y que toma la mano de Emilia, instándola a continuar.
“Una niña que estaba sentada junto a mí, miró el mío y vio que solo te puse a ti y a mamá. Entonces dijo que yo no tenía una familia real, que debía tener una mamá y un papá, pero yo no tengo un papi. Él se fue porque no me amaba y…”. El resto de la frase se ahoga, pues empieza a llorar de nuevo. Muerdo mi labio para evitar emitir un sollozo.
Temo ver a Gonzalo, pero cuando lo hago, noto que aprieta la mandíbula con fuerza y ​​que luce triste. Mirándolo avergonzada, sé que tendré que explicárselo más tarde esta noche.
“Y cuando rompí tu globo de nieve, creí que te enojarías conmigo y que me abandonarías como papá”.
Eso me quiebra por completo, haciendo que se me escapen algunas lágrimas. Enseguida, siento una mano en mi espalda. Es Gonzalo, que está aquí solo por mí, y ese simple hecho, hace que me guste aún más. Este drama familiar no lo asusta y, por el contrario, sabe exactamente que justo ahora necesito mucha fuerza, la cual me regala al consolarme.
Entonces me seco las lágrimas para borrar cualquier evidencia de ellas, me levanto abruptamente, y dejo a Emilia en el suelo. Luego tomo su mano. “Emilia, tú eres mi hermana, eres mi familia, y la familia jamás abandona. Ese hombre, nunca fue nuestro padre. No era una buena persona, y estoy sumamente feliz de que no lo hayas conocido. Las únicas personas a las que necesitas están aquí, y ten por seguro que yo nunca te dejaré. Sería necesario un ejército para lograr separarnos, e incluso entonces, usaríamos nuestras habilidades de ninjas para vencerlos”.
Le doy un golpe de karate en el brazo, lo que hace que mi hermanita suelte una risita, alegrándome. Esta pequeña se merece toda la felicidad del mundo, no sentir tristeza ni decepción porque nuestro padre se fue.
Empezamos a darnos golpes de karate hasta que ella me golpea en el estómago y finjo caer al suelo. “¡Me rindo! ¡Por favor, ten piedad de mí!”, grito.
Cuando al fin se detiene, me levanto y la tomo de la mano. “Vayamos a recoger juntas el desorden. Luego, irás a la cama, ¿está bien?”.
“Está bien”, declara sonriendo. Después mira a mi lado y por fin se da cuenta de la presencia de Gonzalo.
“¡Gonzalo!”, grita y corre hacia sus piernas, abrazándolas con fuerza. Es como si jamás hubiera pasado lo de la última media hora, y ella hubiese vuelto a ser la misma.
“Hola, Emilia. Me alegra verte”, responde Gonzalo, con una pequeña sonrisa.
Mientras conversan, voy a la cocina, y tomo algunas toallas de papel y una pequeña bolsa de basura para poner los vidrios rotos. Le indico a Emilia que me siga y subimos las escaleras, con Gonzalo siguiéndonos. Bueno, nos siguió después de recibir un gesto de aprobación de parte de mi madre. Eso me sorprende, pues, basándome en cómo actuó cuando Cirino entró en mi habitación antes de enterarse de que era gay, esperaba que le prohibiera ir con nosotras. Supongo que, a los ojos de mi madre, Emilia bloqueaba el peligro de que tuviéramos s*xo.
Cuando abro la puerta, veo al instante los cristales rotos del suelo. “Emilia, no te muevas por favor. Hay demasiados vidrios rotos y no quiero que te cortes, ¿de acuerdo?”.
Ella asiente y se queda donde le digo. Después me acerco para empezar a recoger lo que está en el suelo. El globo no se destrozó por completo, por lo que la mayor parte del vidrio quedó en fragmentos.
“Triana, ¿podrías dejarme hacerlo?”, suplica Gonzalo, y noto que luce inquieto y preocupado
“Tranquilo. En verdad soy capaz de limpiar todo esto”, declaro, y continúo recogiendo.
Pero ni dos segundos después, Gonzalo interviene de nuevo.
“Por favor, Triana. Te vas a cortar. Deja que yo lo haga”, dice, caminando hacia mí.
“No, no”. Levanto mi dedo hacia él, y luego señalo mi cama. “Siéntate. De todas formas, ya casi termino. Además, tampoco quiero que te cortes”.
Terminando de limpiar, siento su mirada penetrante, pero, tal como lo prometí, no resulto herida en el proceso.
“Listo, Emilia. Ya no hay desorden. ¿Ahora te sientes mejor?”, le pregunto, todavía un poco preocupada por ella.
“Sí, estoy mejor”, dice, pero se distorsionan sus palabras debido a su gran bostezo.
“Bueno, es hora de ir a la cama”. Agarrando la mano de Emilia, me acerco a la entrada de mi cuarto. “¿Mamá?”, llamo a mi madre, quien rápidamente sube las escaleras y se da cuenta de lo cansada que está Emilia.
“A dormir, pequeñita”, le dice mi madre cargándola. “¿Y tú, Triana? Por favor, sé responsable. Dejo que esté aquí porque confío en ti y parece un buen chico. Pero cualquier indicio de que algo está pasando…”.
“Entiendo, mamá”, le respondo rápidamente. Asintiendo, ella camina por el pasillo hasta la habitación de Emilia y cierra la puerta. Al darme la vuelta, encuentro a Gonzalo sentado en mi cama mirándome. Ambos estamos solos en mi habitación.
¿Por qué mi mamá confía de nuevo en mí?