Capítulo 11
810palabras
2023-07-17 13:43
Una vez más, Cirino se burla de mí y, a decir verdad, no creo que este pueda pasar más de un minuto sin reírse de algo. Gonzalo niega con la cabeza hacia mí y entonces, de repente, me sujeta por las caderas y me desliza hacia él, por lo que, básicamente, estoy sentada en su regazo en el banco. Doy un gritito ante el repentino movimiento y de inmediato pongo mis manos en su pecho para estabilizarme, sintiendo cómo sus músculos se tensan ante mi toque. Nuestros rostros están tan cerca que puedo ver cada una de sus pestañas y las tonalidades de azules y grises de sus ojos. Nuestras narices se rozan muy levemente. “¿Qué voy a hacer contigo?”, murmura.
Nunca antes he estado en una posición como esta con un chico, y aunque tengo muchas ganas de besarlo, sé que jamás tendré las agallas para hacerlo. Si alguna vez pasa, tendrá que ser él quien dé el primer paso, pues yo soy demasiado tímida como para atreverme a nada. Entre más tiempo nos miramos y estamos cerca, más aumenta el impulso. Si tan solo inclinara su cabeza ligeramente hacia arriba, entonces…
“¿Ya decidieron cuál será el postre para esta noche?”, pregunta el camarero, ajeno a nuestro momento. Salto de la sorpresa y de inmediato recuerdo que estoy en un restaurante lleno de gente, frente a otras dos personas, ¡y estaba a punto de besar a alguien! ¿En qué estaba pensando?
Rápidamente y sin gracia me bajo del regazo de Gonzalo y vuelvo a mi asiento, alejándome de él. Este aprieta la mandíbula y mira al mesero, quien comienza a temblar ante su ira.
“Todavía no nos decidimos”, dice Alpidio, sin apartar los ojos de Gonzalo. El mesero se retira a toda prisa para darnos más tiempo, y el ambiente en nuestra mesa vuelve a quedar en silencio. Cirino se divierte con la situación, pero Alpidio parece estar asegurándose de que Gonzalo no ataque a nuestro camarero. Gonzalo, por su parte, luce furioso, lo cual no tiene ningún sentido para mí. ¿Por qué está tan enojado? Supongo que mi apodo «Malhumorado» era bastante acertado.
Salto de la sorpresa por segunda vez en los últimos diez segundos, al escuchar que suena mi celular. Es mi madre quien está llamando. “Lo siento, chicos, tengo que contestar, es mi mamá”, anuncio, mientras tomo la llamada.
“Hola, mamá. Aún estoy en la cena. ¿Está todo bien?”.
“Hola, cariño. Siento llamarte, pero creí que volverías pronto a casa”, dice, y puedo escuchar a Emilia llorando con fuerza en el fondo, lo que me tensa de inmediato. “Oh, Dios mío. ¿Emilia está bien? ¿Por qué llora? ¿Está herida?”. Empiezo a entrar en pánico. No tengo idea de si le pasó algo grave, ¡solo tiene seis años! Los chicos están concentrados en mí, atentos y en alerta ante mi repentino pánico.
“No, cariño, ella está bien. Solo disfruta de tu cena y, con suerte, Emilia estará tranquila para entonces”. Suspiro aliviada, pero mi calma no dura mucho, ya que los gritos de Emilia se intensifican cada vez más.
“Mamá, dime qué d*monios está pasando. Emilia no suele ponerse así”, le digo.
Ella suspira y, rindiéndose, me cuenta el problema. “Estábamos en tu habitación jugando a las muñecas antes de ir a dormir, y mientras Emilia sujetaba una de ellas, retrocedió hacia tu tocador y accidentalmente tiró uno de tus globos de nieve que terminó hecho pedazos. La niña está bien, pero cree que te enfadarás con ella, y aunque he intentado tranquilizarla, no ha dejado de llorar durante la última media hora”.
“Voy para allá, ¿de acuerdo? Dile que no tardo, y que no estoy enojada con ella, ¿sí?”.
“Está bien, cariño. Lamento arruinar tu cena. No imaginé que…”.
“Mamá, en verdad, no te preocupes”, la interrumpo. “De todas formas, ya estábamos terminando. Te veré pronto”.
Luego de colgar, me dirijo a Gonzalo. “Oye, lo siento, pero debo irme a casa. Emilia me necesita justo ahora”. Después le pido a Cirino: “¿Podrías llevarme a casa? Lo compensaré…”.
“Yo lo haré”, declara Gonzalo, intentando escabullirse de la cabina. Sin embargo, aún sigo en medio de su camino.
“Oh”, digo sorprendida. “¿Estás seguro? No quiero arruinar tu noche”.
“Lo estoy”. Gonzalo mete la mano en el bolsillo, pone billetes de doscientos sobre la mesa, y luego me indica que me levante. Abro los ojos de par en par al ver tal cantidad, sin embargo, me levanto y salgo de la cabina. Gonzalo se pone de pie a mi lado, lo cual solo me hace notar de nuevo lo alto que es. ¡Le llego solamente hasta el pecho!
Acto seguido, nos despedimos de Cirino y Alpidio, y entonces me dirijo al Tesla de Gonzalo, quien me abre la puerta, se sube y luego se dirige hacia mi casa. Con suerte, él no se asuste con el estado de Emilia…