Capítulo 10
2051palabras
2023-07-17 13:40
“Lo siento, llegamos muy tarde. Me retrasé”, me disculpo, no queriendo culpar a Cirino. Aunque esté enojada con él por hacernos llegar veinte minutos tarde a la cena, sé que solo quería comportarse como un buen amigo.
Gonzalo me regala una pequeña sonrisa y luego agrega: “No hay problema. Sé bien de quién fue la culpa”, declara, y mira hacia el otro lado de la cabina. Entonces me doy cuenta de que le dirige a Cirino una mirada penetrante.
Cirino levanta las manos y se defiende, observando a Alpidio y Gonzalo. “Está bien, pero yo no tuve toda la culpa”. A decir verdad, su actitud solo confirma que, de hecho, él fue el responsable. “Triana se había puesto un atuendo terrible y tuve que intervenir para arreglar la situación. Deberían agradecerme por ello”.

Sé bien que Cirino solo bromea, pero también estoy consciente de que una chica tiene que defenderse. “En primer lugar, mi atuendo no era «terrible» como dices. Quizá era un poco informal, lo acepto, si embargo eso suele pasar cuando no se me informa a dónde vamos. Además, llegaste tarde, así que es verdad lo que dijo Gonzalo: todo es culpa tuya”, replico. Luego me recargo en la banca, cruzando los brazos y le dedico una sombría mirada a Cirino.
Suelto una pequeña risita, y viendo que nadie más se ríe, miro la expresión aturdida de Cirino, quien parece estar sudando, y cuya manzana de Adán se balancea, tragando nerviosamente. Alpidio lo abraza de forma protectora y mira a Gonzalo. ¡Vaya cantidad de miradas de reproche en esta mesa por una simple broma! Pero, ¿verdad que Gonzalo jamás lastimaría a Cirino?
Por suerte, el mesero se acerca y nos distrae a todos para tomar nuestra orden. Cirino pide un Shirley Temple, Alpidio y Gonzalo una cerveza y yo solo agua. Cuando el camarero se va para dejarnos revisar mejor el menú, Gonzalo se dirige a mí: “Puedes pedir una bebida. La que quieras, sin importar su precio”.
Mirándolo, le sonrío y le digo: “Gracias, pero estoy muy bien con el agua”. Es muy dulce que piense que no pedí un trago por el precio… y vaya que tenía razón. Enseguida abro el menú y empiezo a leer las opciones. Como estamos en un restaurante estadounidense, hay una gran diversidad de platillos, como hamburguesas, pasta, tiras de pollo, y cualquier cosa que se pueda imaginar. Honestamente, no tengo idea de cómo se supone que debo elegir. Hojeo páginas y páginas cuando, de pronto, veo que frente a mí, Cirino sostiene su menú, de manera que solo pueda ver sus ojos, y los abre, señalando a Gonzalo.
Enarcando una ceja, le hago el gesto de «¿qué?». Cirino sigue mirando a Gonzalo, y luego a mí, pero no puedo entender lo que trata de decirme. Después de treinta segundos en los que no deja de hacer extraños movimientos oculares, Alpidio interviene para salvar el día y dice algo solo moviendo sus labios, al tiempo que mira a Gonzalo. Ahora soy yo quien abre los ojos, y miro a este último, quien obviamente sigue revisando el menú. El corazón se me acelera y mis palmas comienzan a sudar.
Sé que Cirino está haciendo de Cupido y, por alguna razón, aprecio mucho su ayuda. Sin embargo, estoy consciente de que Gonzalo y yo jamás tendremos una relación. Él es demasiado guapo, seguro de sí mismo y rico como para vivir con alguien cuya familia vive al día. Además, mi apariencia y mi personalidad son normales. No obstante, Gonzalo me hace sentir algo inexplicable e inigualable. Me siento sumamente nerviosa en su presencia, pero extrañamente confío en él, y quiero llegar a conocer al hombre que es en verdad, y no al tipo arrogante y gruñón que se muestra ante todos.

Decido que es el momento de armarme de valor y de seguir el consejo de Cirino. Voy a hablar con él, ¿qué tan difícil puede ser eso?
“Ejem”, me aclaro la garganta, y enseguida, Gonzalo voltea a verme con curiosidad. “Eh”, digo, acomodándome un mechón de cabello detrás de la oreja. “¿Ya de… decidiste qué vas a pedir?”, cuestiono casi sin tartamudear, ¡lo hice!
“Sí, pediré dos hamburguesas, de esas en las que tú mismo puedes elegir los ingredientes. De hecho, vengo mucho aquí, y aunque siempre ordeno lo mismo, siento la necesidad de revisar antes el menú”. Yo le sonrío y pregunto: “Entonces, ¿eres el tipo de persona que cuando encuentras algo que te gusta te quedas con ello?”.
“Sí, así soy yo”, dice. “Supongo que tú eres diferente”.

“Supones bien. Me encanta probar nuevos alimentos. ¿Qué tal si encuentro algo que me guste más que lo de antes? Nunca se sabe”.
“Pero”, él razona, “si pides otra cosa y no es de tu agrado, entonces tendrás que comer algo que no te gusta”.
“Eso creo”, digo. “En Vegas, probé todas las bebidas al menos dos veces, y soy muy impredecible con ellas. Siempre te mantendré en ascuas”, me río, y una sonrisa también se refleja en su hermoso rostro. Justo entonces noto el hoyuelo en su mejilla derecha, que solo lo hace más atractivo. Suspiro distraídamente por dentro hasta que me hace una pregunta. “¿Tú qué pedirás?”.
Me muerdo el labio y vuelvo al menú, hojeando las páginas. Cuando estoy en la de ensaladas, Gonzalo pone su mano suavemente sobre la mía. “Pide lo que quieras, Triana”. Planeaba pedir una ensalada, pero no porque quisiera verme como una chica “que cuida su figura” frente a Gonzalo o algo por el estilo. Pero no, orgullosamente comeré toda la comida que quiera frente a ellos, y no me avergonzaré.
“Está bien, ordenaré lo que de verdad quiero, pero solo si prometes no burlarte de mí”, le digo, y en respuesta, él aprieta la mano que me sostiene. “Jamás te juzgaré. Nunca”.
“Está bien. Quería ordenar lo mismo que tú, pero cada que como una hamburguesa hago un desastre”.
Gonzalo se ríe, al igual que Alpidio y Cirino, lo cual me recuerda que ellos también están en la mesa. Yo me uno a sus risas. “¡Hablo en serio, Gonzalo! Es que la salsa de tomate se desparrama por todas partes y nunca se queda en el pan por más de unos cuantos bocados. Luego me lleno las manos de grasa, y eso por no mencionar las cebollas que…”. Me detengo solo por Gonzalo quien, divertido, coloca dos dedos en mis labios para callarme. Su gesto funciona para que deje de hablar, pero no hace nada para evitar que me emocione. ¡Tocó mis labios! ¡En verdad lo hizo!
Gonzalo parece pensar lo mismo que yo, porque sus ojos se oscurecen un poco y su atención se centra en la parte de mi rostro que está tocando. Lentamente, desliza sus dedos, y atrapa ligeramente mi labio inferior, moviéndolo hacia abajo antes de soltarlo. Respira hondo de repente y, muy lentamente, comienza a inclinarse hacia adelante. Pero su ensoñación solo dura un segundo, pues el mesero regresa para tomarnos la orden. Gonzalo suelta un gruñido cuando miro al camarero, y Alpidio sonríe y le susurra algo al oído a Cirino, haciendo que este se ría.
Tras ordenar, la conversación se reanuda. Debo mencionar que yo fui la única normal entre todos, que pidió solo una hamburguesa. Los demás pidieron dos hamburguesas y seis guarniciones para compartir, lo cual me parece una locura.
Cirino y yo comenzamos a hablar de la escuela, y Gonzalo sobre sus años universitarios. Me entero de que estudió Negocios y de que se graduó en tres años en lugar de cuatro. Su título le sirvió para sacar adelante su negocio familiar, que le había heredado su padre. Él mismo me contó que este había muerto hacía unos años, y al parecer, lo había dejado devastado. Yo estaría igual si mi madre falleciera.
El ambiente se aligera tras eso, y sin darme cuenta, de repente la comida está servida. Todos los chicos comienzan a comer, pero yo me quedo mirando la monstruosidad de hamburguesa que está frente a mí.
“¿No vas a comer, pequeñita?”, me pregunta Gonzalo.
“Eh, sí. Solo que… no sé cómo…”.
Gonzalo me mira extrañado, como si estuviera demasiado confundido, pero intenta entender lo que trato de decirle. “¡Es enorme!”, aclaro.
“Solo agárrala con las manos, Triana”, me recomienda Cirino, dándole un mordisco excesivamente grande a su hamburguesa. “Ah, está bien. Bueno, yo no tengo unas manos enormes como todos ustedes, así que creo que esto no será para nada elegante”, me quejo murmurando, pero creo que todos me escucharon, basándome en sus sonrisas.
Cuando sujeto la gran hamburguesa, ya puedo sentir la grasa escurriéndose entre mis dedos, justo como me gusta. Abro mi boca tanto como puedo y trato de darle un mordisco ala hamburguesa, pero ni siquiera puedo abarcarla toda. De todas formas, la muerdo, y la salsa de tomate comienza a salirse del otro lado y a gotear sobre mi plato. “¡Ven!”, digo, señalando con mis ojos el desastre que ya hice solo con un bocado.
Todos comemos en medio de un cómodo silencio, disfrutando de nuestros increíbles platillos. Solo me termino la mitad de mi hamburguesa y un puñado de papas fritas y ya me siento saciada, y los chicos no solo terminan sus dos hamburguesas, sino también los acompañamientos. Gonzalo se limpia las manos con la servilleta, y concentra sus ojos en mí y en mi plato, haciendo la cabeza hacia atrás al ver el completo y absoluto desastre que hice. El pan está separado de la carne y todo lo demás, y varios condimentos están esparcidos por doquier. Pareciera que fue un animal quien se comió la hamburguesa, y no una chica de dieciocho años.
“¡Te lo dije!”, bromeo con Gonzalo, empujando ligeramente su hombro.
“Cielos, ¿y nos llamas monstruos?”. Cirino se ríe. “¡Mira eso! ¿Qué d*monios le hiciste a esa pobre hamburguesa?”.
“¿Ves bien estas manos?”. Le muestro a Cirino mis pequeñas extremidades. “Físicamente, no puedo agarrar toda la hamburguesa, así que todo se cae. ¡No es mi culpa!”, me quejo y, de repente, Gonzalo agarra mi diminuta mano y la sostiene entre las suyas, que son enormes. “Me gustan tus manos”, murmura, sonrojándome. Las suyas también me parecen atractivas. Son muy grandes, cálidas, y musculosas. ¿Es esto último lo que me resulta tan cautivador?
“Sin embargo, ya que te gusta probar cosas nuevas, en nuestra próxima cita trata de comer algo que no resulte en desastre”, dice con una pequeña sonrisa. Ese comentario hace que Cirino se salga de control, riéndose tan sonoramente, como para atraer la atención de la mitad del restaurante. A su vez, el tranquilo y reservado Alpidio se une a sus carcajadas, ¡a mi costa! Hago una mueca de «ira» y, quitando mi mano de la suya, me cruzo de brazos y miro a Gonzalo con reproche. No obstante, esto solo hace que su sonrisa crezca, recordándome que una vez me dijo que parezco un gatito adorable cuando lo miro así, lo cual me molesta aún más.
“¡Detengan todo! ¡Gonzalo Hidalgo acaba de decir un chiste!”, grita Cirino.
“¡Oh, Dios mío, esto pasará a la historia, amigos!”.
“Cállate”, se queja Gonzalo.
Poco rato después, el mesero regresa para llevarse nuestros platos, y da un respingo al ver el desastre en el mío. No obstante, luego de que Gonzalo gruñe por lo bajo, el camarero no hace ningún comentario al respecto y limpia la mesa. Tras eso, regresa con el menú de los postres, y aunque no tengo hambre, lo miro.
“Creí que ya estabas llena”, comenta Gonzalo.
“Oh, Gonzalo, ¿tengo que enseñarte todo?”, cuestiono. “Bueno, te daré una clase de anatomía”. Retrocedo un poco en el banco para que Gonzalo pueda ver el área de mi vientre. “Pongan atención, sobre todo tú, Cirino, ya que estás en pre-medicina. Esto es importante”, les digo a él y a Alpidio. Entonces señalo diferentes partes de mi cuerpo y digo los nombres correspondientes. “Las costillas están aquí, luego está el intestino delgado, el intestino grueso, y encima de todo eso está el estómago”. Después señalo un poco más abajo. “Y aquí está el estómago de postre. Es una ligera extensión del estómago, pero es un lugar donde no puede entrar comida real, solo dulces. Por lo tanto, aunque estoy llena, esta parte de mi cuerpo está completamente lista para recibir el postre”.