Capítulo 8
1313palabras
2023-07-17 11:38
Mientras corro, no oigo más que el ruido de los latidos de mi corazón y mi jadeo. Corro tan rápido como las piernas me lo permiten, porque mi vida depende de ello. Bueno, mi vida académica. Me he quedado dormida. Esta es mi primera clase de Ética, y es horrible llegar tarde.
Finalmente llego a la sala de conferencias con dos minutos de retraso y, cuando abro la puerta, todos giran la cabeza y me miran como si yo fuera una impuntual empedernida. Incluso el profesor me mira con cara de pocos amigos. No dice nada, al menos eso. Creo que yo estallaría si él dijera algo.
Decido sentarme en la parte de atrás de la sala, donde el único asiento disponible es al lado de un chico de cabello bien rubio. Da la impresión de que presta atención al profesor parcialmente, y parece estar más concentrado en la lectura de un librito gastado que tiene en su regazo. A mi otro lado hay una chica de pelo negro que mastica chicle mientras dibuja lo que parece ser una rosa.
Me encojo un poco al sentarme porque la silla chirría. Luego saco un cuaderno nuevo y uno de los veinte bolígrafos que llevo conmigo. Sonrío, pensando en Cirino.
Quiero preguntarle a alguien de qué hablaba el profesor antes de que yo llegara. Decido preguntarle al chico; no a la chica, pues parece estar muy atareada con su dibujo.
"Disculpa", le susurro. No me mira y refunfuña: "¿Qué?".
"Disculpa la molestia. Me preguntaba de qué estaba hablando el profesor antes de yo llegar", susurro una vez más. Suspira, pone un marcador en el libro y se vuelve hacia mí. Cuando me mira, levanta las cejas, casi como si no esperara que le hablara. "Eh... Estaba diciendo que la asistencia es obligatoria y que detesta la impuntualidad", dice en voz baja al tiempo que muestra una ligera sonrisa ante la ironía de mi situación.
Abro los ojos desmesuradamente, pensando que he llegado tardíamente justo cuando el profesor habla de cuánto odia que los estudiantes lleguen tarde. "Mi*rda", murmuro más para mí que para él, pero, aun así, se ríe. "No te preocupes, es el primer día. Él no va a recordar que fuiste tú", dice, y me hace sentir un poco mejor. Le sonrío y me vuelvo para escuchar al profesor. Está hablando de las fechas de entrega de las tareas, y el chico a mi lado me da un ligero codazo. "Soy Emanuel", dice.
"Triana", le digo, y sonríe. "Encantado de conocerte, Triana".
Después de estar unos veinte minutos en clase, el profesor nos pone una tarea. "Como solo estaré con ustedes una vez a la semana, muchas de sus lecturas y asignaciones se harán en línea. Hoy vamos a comenzar con un ejercicio de escritura rápida. Sé que aún no han aprendido nada, pero me gustaría ver por dónde se mueven sus brújulas morales. No les voy a dar nota, así que respondan con sinceridad. Esta es la situación. Cada uno de ustedes va caminando por un estacionamiento vacío, a solas, y ve una billetera en el suelo. ¿Qué harían? ¿Llevarían la billetera al edificio más cercano con la esperanza de devolvérsela al dueño? ¿Tomarían el dinero y luego devolverían el resto del contenido? ¿La dejarían en el suelo y fingirían que no la vieron? Escriban uno o dos párrafos explicando qué harían. Más adelante, durante el semestre, analizaremos las diferentes respuestas y veremos en cuál escuela de pensamiento encuadran. Pueden comenzar".
Comienzo a escribir mi respuesta. Tengo claro cómo reaccionaría. Haría todo lo posible por devolver la billetera a su dueño. Es su dinero y es su identificación, no míos.
Termino rápido y leo lo que he escrito. Cuando lo estoy repasando nuevamente, Emanuel me arrebata el papel de las manos y comienza a leerlo. "¡Oye! ¡Devuélveme eso!". A pesar de mi protesta, se inclina con el papel para que no pueda quitárselo. Comienza a reír con moderación mientras me lo devuelve. "No te creo que harías eso".
Confundida, arrugo el entrecejo. "¿Qué quieres decir? Claro que lo devolvería", respondo.
"De acuerdo, pero ¿vas a decirme que ni siquiera ibas a querer ver la cantidad de dinero? Escribiste que no te importaría que hubiera cientos de dólares, porque, aun así, no tomarías nada".
"Y lo mantengo", digo, defendiendo mi punto de vista.
"Pero ¿si te dijera que no te atraparían? ¿Y que nadie se enteraría jamás que fuiste tú quien robó el dinero?", pregunta Emanuel.
“No importa. Sabría que estaría usando un dinero robado, lo cual es moralmente incorrecto, y mi conciencia no me lo permitiría".
"Bueno, entonces eres una buena persona", responde. "Aunque devuelva el dinero, yo cogería una parte. ¿A quién le importaría que hubiera cuatrocientos dólares en lugar de seiscientos? Nadie me detendría, porque estoy retornando la billetera, y los doscientos dólares me harían un poquito más rico".
“Eso no está bien, Emanuel. ¿Qué pensarían de ti tus amigos y familiares?", le pregunto. Me mira fijamente y veo con nitidez sus ojos castaños oscuros, casi negros bajo la luz. Parpadea un par de veces y mira hacia otro lado mientras dice: "Ellos harían lo mismo. O peor".
"Oh". Es todo lo que me sale. Él se ríe. "No todos son tan puros e ingenuos como tú".
"No soy pura ni ingenua", digo un poco más alto de lo previsto y algunos comienzan a mirarme. Bajo tímidamente la cabeza, lo que hace que Emanuel se ría más de mí. "Claro", musita.
Después de entregar nuestras respuestas, podemos irnos. Pongo mis cosas en la mochila y salgo junto con otros cincuenta estudiantes. Me siento un poco constreñida entre la multitud y suspiro cuando consigo, al fin, tener mi propio espacio. De súbito, me sobresalta una palmadita en el hombro y, al volverme, veo a Emanuel con las manos en alto mientras intenta ocultar la sonrisa. "Disculpa, asustadiza. No fue mi intención espantarte".
"¡Oh! Eh, está bien", runruneo. "Entonces, ... ¿necesitas algo?".
"Sí. Eh, me pregunto si tal vez quisieras...". Es interrumpido por el timbre de mi teléfono. "Disculpa un momento", le digo mientras saco el teléfono de la mochila y contesto, después de ver que se trata de Cirino. "Hola", digo.
“Oye. Tria, ¿quieres acompañarme a cenar? Estaba pensando en invitar a Alpidio y Gonzalo, pero solo si estás de acuerdo con...".
"¡SÍ!", exclamo. Entonces me doy cuenta de que debo de haber parecido obsesionada y exaltada. "Es decir, ... me parece bien... que Gonzalo vaya".
"Y Alpidio". Se ríe.
"Claro, y Alpidio".
"¡Genial! ¿Te parece bien que te recoja en tu casa a las seis? Alpidio y Gonzalo estarán ocupados hasta esa hora, así que, ¿podemos encontrarnos con ellos en el restaurante?".
"Me parece bien", respondo con una sonrisa. "Me tengo que ir, Cirino", le digo mientras miro a Emanuel, que ha esperado pacientemente que termine mi conversación telefónica. "Adiós, Triana. ¡Vístete lindo!", dice Cirino, y cuelga.
Guardo el teléfono y me dirijo a Emanuel. "Discúlpame. Era un amigo que necesita ayuda", digo, esperando que esa explicación sea suficiente para que comprenda. "No hay problema", dice.
"Escucha, tengo que irme. ¿Nos veremos la próxima semana en la clase de Ética?", pregunto.
Parece un poco decepcionado por mi respuesta, pero asiente con la cabeza y se despide rápidamente, antes de desaparecer detrás del edificio. Almuerzo rápido en uno de los comedores de la universidad y salgo volando para la clase de Psicología. Me siento al lado de Cirino, tratando todo el tiempo de prestar atención a la conferencia. Empero, él se la pasa hablando sobre dónde debemos ir a comer, qué debo ponerme y cómo debo peinarme. Antes no estaba segura de que fuera gay, pero ya no tengo ninguna duda.
Cirino me lleva a casa después de la clase. Cuando abro mi armario para decidir qué me quiero poner, me percato de que no estoy nada preparada para esta cena.