Capítulo 74
663palabras
2023-06-06 18:44
Esa noche me fui a la cama temprano. -Stacy confía en mí-, me repetía. Algo en mi corazón me decía que era la batalla final, la decisiva. Eso sentía. Puse agua fresca en la jarra y tomé mi peluche guardián, al que pensaba me cuidaba en las noches, don Pedrito, un perico con los ojos rojos y su pico en punta. Ha estado siempre en la parte alta del estante de ms muñecos, como un fiero gavilán pendiente de mis sueños. Ahora lo necesitaba a mi lado, recostado a mi pecho.
Acomodé mis babuchas y me puse mi pijama, camisa y pantalón. Hice, además, un moño con mi pelo y me eché en la almohada.
-Stacy, estoy lista-, dije.
Mi papá pensó que le daba las buenas noches. -Que duermas bien, hijita-, me dijo. Eso me hizo sentir aún más segura.
Apagué la luz y entrecrucé mis dedos. Lentamente mis ojos se fueron cerrando, cayendo como un telón. El viento empezó a golpear los ventanales y nubes muy tupidas cubrieron la luna. Escuché chirriar autos en la pista y una mujer gritaba a lo lejos, llamando a alguien. Me aferré con las uñas a la cama. Empecé a perderme en raras imágenes, en luces que se encendían y apagaban, en callejones oscuros y atravesé, entonces un largo camino. Por allí estaban muchos rostros, voces, el mono aullando, Pancracio Ramírez, Silvio Dulanto, el Negro Pepe, Calavera, Kike, pasaban como destellos, el incendio en la casa de los Espinosa y el derrumbe en la universidad, era como una carretera que iba dejando atrás. Entonces miré bien. Yo estaba en un auto. Stacy estaba allí. En el timón. Sí era ella. Tenía la misión de matar al demonio.
El vehículo se detuvo junto a la residencia del demonio. Un heraldo iluminó el auto con la linterna.
- ¿Quién es?, preguntó , metiendo la nariz por la ventana, ¿qué desea comandante?-
La dama del timón se quitó el gancho y soltó los crines, haciendo un mohín provocativo. - ¿Usted qué cree?-, alzó ella el hombro coqueta.
El heraldo recorrió la mirada por las piernas de ella.
- No se haga ilusiones. Este bocado es sólo para los elegidos-, sonrió Stacy.
- Ahhh, los insensatos- masculló.
- No le importa-, rezongó ella.
El heraldo movió los brazos y se hizo a un lado.
Stacy estacionó el auto frente a la entrada de la casa del demonio. Allí estaban dos esbirros haciendo guardia. Ella bajó del carro y se dirigió hacia ellos, balanceando la cadera. Los dos se quedaron mirando enmudecidos. Al rato Stacy dijo aburrida, - me esperan adentro-
- Ya vemos, dijo uno de ellos, estos malditos tienen mucha suerte. Son unos roedores afortunados-
Stacy se alzó de hombros. Apretó los dientes y abrió la puerta, luego la cerró disgustada.
Tuvo que pasar, aún, el patio rodeado de jardines y el césped recién cortado. No habían encendido la luz. Tropezó con una silla mal puesta junto a los escalones y luego subió por los peldaños. Tocó el timbre.
- Esos malditos no me dejaron ver su noche pecaminosa. Son unos perros- se quejó un tipo por la rendija.
- Calme colega, dijo Stacy, quizás sea la última noche que pasen juntos-
- Sí, tiene razón. Satanás mandará al verdadero infierno a estos tipos y no volverán a reírse-, se dijo el tipo.
- Quizás no sea Satanás- murmuró Stacy entre dientes. El esbirro no le prestó atención. La dejó pasar hacia un estrecho pasadizo de varias mesitas y sofás alineados en círculo. Ella miró fijamente hacia el corredor plagado de cuadros, veladores y escupideras. Abrió otra puerta y ya cerca pudo oír las voces, gritos y los alaridos excitados del comedor.
Luego movió un sofá hacia la puerta y la trancó. Puso algunas sillas unas tras otra, trabando la entrada. Afuera el esbirro prefirió alejarse, pensando que movían los muebles para recostarse y hacer el amor a su regalada gana. No quiso que lo volvieran a regañar.