Capítulo 68
1198palabras
2023-05-31 18:48
PERIODISTA
Llegamos al diario temprano. Mi papá había hecho, en casa, en video conferencia, una entrevista, muy tempranito, a un conocido político, hablando sobre la actual coyuntura en el país, sumido en el desgobierno y la corrupción, y sería la central y la portada del diario para el día siguiente. Estaba muy entusiasmado y me pidió que le buscase buenas fotos en el archivo digital. -Quiero su rostro en primer plano, otra foto hablando enérgico, también del actual presidente, en una imagen que no deje dudas de que es un corrupto, y un fotón de la gente reclamando en las calles-, me enumeró mientras yo prendía la computadora.
-Tu hija es tu mejor asistente-, bromeó Prudencio, el señor que hacía deportes.
-Ni que lo digas, no sabría qué hacer sin mi hija-, dijo papá revisando sus apuntes de la entrevista que le hizo al político.
Entré al archivo y me puse a buscar las fotos que quería mi padre. Habían muchas, de todos los ángulos y de diferentes tiempos, pero debían ser actuales. Me puse un lapicero en la boca y empecé a ampliar las fotos. Así les fui seleccionando haciendo una carpeta. Cuando ya las tuve lista, se la pasé a mi papá.
-Están como "archivos fotus"-, le dije divertida.
-Tú y tus nombres tan raros-, se divirtió mi padre.
Me pidió que le ayudara a corregir mientras avanzaba la nota. -El artículo tiene que ir limpiecito, hija-, me dijo refiriéndose a sin errores ortográficos ni gramaticales. -No hay peor error para un periodista que la redundancia. Fíjate bien en eso-, me pidió.
Pero mi papá escribía muy bien. Siempre se preocupó en tener una correcta ortografía. Cuando era niña, me ayudaba en las tareas y siempre me aclaraba cosas. -No se dice fuia sino iba, no es haiga sino haya, no se dice son las una de la tarde, es la una de la tarde, el uno es singular-, recuerdo que me aclaraba constantemente.
Me encantaba su paciencia. Tomaba mis manos y me ayudaba a dibujar las letras. -¿Ves? la a es un señor gordito con su colita-, me decía y yo trataba de hacerlo bien, sacando mi lengüita, dejándome llevar por la mano áspera y callosa de papá.
Ahora yo le corregía a él. -Es Trump, papá, se lee Tramp pero se escribe Trump, el señor se refería a Trump-, le decía apuntándole con mi lapicero.
-No, papá, los fiscales pertenecen al Ministerio Público y el poder judicial tiene su propio presidente-, le recalcaba.
-Sí, sí, sí-, aceptaba mi padre, volviendo a teclear.
Jacques Dupont miraba la escena divertido, parado en la puerta de su escritorio. Yo lo había visto, pero pensé que lo hacía siempre, viendo el trabajo de los redactores. Estaba con los brazos cruzados y la cara sonriente. Después de un buen rato arrugó la boca y me llamó.
-Señorita Rivasplata ¿puede venir un momento?-, preguntó alzando la voz.
-Ay papá, me preocupé, creo que el director se ha molestado que te ayude-
Mi padre estaba atareado revisando sus apuntes uno y otra vez, escribiendo y revisando datos en el internet.
-No creo, anda y mira qué quiere-, me dijo sin prestarme atención.
Dupont se había sentado en su silla mecedora. Le hice una venia.
-Dígame, señor-, mordí mis labios. Me invitó a sentarme.
-¿Por qué estudias derecho?-, me preguntó.
Ya les he contado que siempre soñé con ser una gran abogada, como en la televisión, afrontando casos muy complicados ante jueces pétreos, juzgados repletos de gente, muchos periodistas tomándome fotos y un jurado que me mira atento a mis intervenciones. Ya solo me faltaban tres años para cumplir mi anhelo.
-Siempre he querido ser abogada-, le dije seria.
-Tu papá es un buen periodista, ¿por qué no le seguiste los pasos?-, se interesó Dupont.
Eso no sé. Mi padre me presionó para que estudiase comunicaciones, pero no me llama la atención el periodismo y corretear en busca de noticias. Podría ser cosa de elegancia, a las abogadas las veo sensuales y sexys, a las chicas periodistas informales y casuales. A mí me gusta ser muy sensual, je.
-Preferí el derecho-, le dije.
-¿Por tu madre?-, rascó su barbilla.
-No, sonreí, mamá no estudió ninguna carrera-
-¿Por qué no?-, estuvo más interesado.
-Mi mamá es floja para los estudios, eché a reír, es técnica en enfermería, trabajó en clínicas, pero se casó con papá y, pues, ahora es ama de casa-
Dupont se mecía en su silla. No dejaba de mirarme.
-¿Quieres trabajar en El Imparcial?-, fue directo al grano.
-¿Trabajar con mi padre?-, balbuceé desconcertada.
-Eres una mujer muy inteligente, estudias derecho, lees bastante, tienes buena ortografía, sabes muchas cosas. ¿Conoces de edición?-, me preguntó.
-Sí. Mi papá me ha contado sobre eso, corregir, titular, elegir informaciones, sí-, jale mis pelos.
-Quiero que seas la editora de internacionales y me ayudes con las páginas de policiales-, me sonrió largo.
-Ay, tendría que hablar con mi papá. No sé-, quedé turbada.
-Tú estudias en las mañanas ¿no? entonces tendrás las tardes con nosotros. Y cuando entrenes en el softbol, vienes en las noche, hasta las 11 y te llevamos a tu casa en la movilidad de diario. Descansas sábado y domingo-, parecía enterado de mis rutinas.
De su cajón sacó un file. -Tenemos un convenio con la mejor universidad del país. Nos ofrece carreras a distancia, virtuales. Nos dan becas integrales para chicas y chicos como tú, de condiciones, y así puedan seguir ciencias de la comunicación o completar sus estudios, sin problemas de horarios, los sábado y domingo-, dijo y me puso una matrícula. -¿Qué dices, Tatiana? Empezarías mañana mismo-, me tuteó.
Estaba emocionada. Mi corazón pataleaba en el pecho y reía alborozada.
-Le preguntaré a mi papá-, insistí y le agradecí.
Me senté al lado de mi padre estaba haciendo los recuadros de su artículo, cifras, orejitas, frases y datos sueltos. Su trabajo era muy minucioso.
-Dupont quiere que trabaje en El Imparcial, papá-, le dije.
Los ojos de mi padre brillaron como luceros.
-¿Y tus estudios de derecho?-, coloreó sus mejillas de alegría.
-Me dará facilidades. Estudiaré, además, Ciencias de la Comunicación de manera virtual, los fines de semana-, le anuncié.
Las lágrimas chorrearon, de repente, de los ojos de papá. Sus manos temblaron y vi sus labios bailar como gelatina. Estiró aún más su sonrisa.
-Me haces tan feliz, hija, rompió a llorar abrazándome alborozado, ahora soy el hombre más feliz del mundo-
*****
Al día siguiente fue nuestro primera vez juntos en El Imparcial. Papá e hija. Llegamos tomados de las manos, sonrientes. Mi padre inflaba el pecho de orgullo. ¡Cuánto soñó con ese momento! Diferente a las veces que escribía artículos. Ahora yo trabajaba con él, éramos colegas y tenía mi credencial colgando del pecho, mi PC, con mi nombre, en mi cubículo, a su lado, con mi propia silla giratoria, mi móvil personal y un televisor con cable para seguir informaciones y una Laptop, también personal. Nos sentamos y nos miramos.
-Ganaste, apá-, le dije sonriente, cruzando las piernas y meciéndome en mi silla.
-No se dice apá, se dice papá-, lagrimeó otra vez él y así empezamos esta hermosa aventura que se llama periodismo.