Capítulo 67
1058palabras
2023-05-30 18:43
EL ÁNGEL
La profesora entró apurada a la clase, saludando y tirando un montón de libros a su pupitre. Nos miró luego arrugando las cejas.
-Esta clase es importante, dijo, así es que pongan sus cinco sentidos-
Encendí mi tablet y empecé a anotar sus explicaciones, sin embargo, de repente, el sueño empezó a ganarme. La profesora hablaba de leyes y articulados y yo sentía mis párpados como plomo, derrumbándose sobre mis ojos. Qué raro. Había dormido bien, desde temprano. La práctica en el diamante no había sido intensa, incluso fue rutinaria ¿por qué tanto cansancio? Hacía esfuerzo para mantenerme despierta, pero era imposible. Lentamente el telón se fue cerrando, empecé a oír cantar pajarillos y habían luces que se encendían y apagaban, de repente todo fue oscuridad y silencio, mi mente quedó vacía, y me sentí flotando en una nube, deliciosamente acurrucada.
Las humeantes maderas quemadas se amontonaban sobre algunos paradones que danzaban convertidos en esqueletos, vagando entre los escombros. La fragancia a muerte se escurría por las esquinas, escudriñada en las covachas, por las puertas, en las piedras que cayeron de los cerros. Al fondo se atragantaban los restos de las tablas, las carnes humanas y muchos deshechos. Un campanario me miraba fijamente, tras su fachada mustia que sangraba por los agujeros de los proyectiles. A lo largo del camino se aglomeraban las cenizas del incendio que se desató en las cuevas. La ladera había amanecido enfundada en un vestido de desgracia, desolación y tristeza. El llanto ajeno del viento lloraba conmigo. Oía su lamento al acariciar mi rostro estremecido por la violencia del combate. Macabras figuras destartaladas de las casuchas de palos, se empinaban delante mío apeadas sobre los acopios de ruinas, frívolas. Querían reanimarse para besarme, quizás, pasar las manos por los senos, posiblemente violarme y preñarme. Había una fuerte borrasca que despeinaba mis crines. Sentí la vista empañada de dolor, asco y odio. Era el demonio.
Miré los boquetes de los disparos Las gotas de sangre, los huesos astillados. Un muerto regado por las piedras, boca abajo, putrefacto. Me animé a seguir por las hendiduras abiertas del suelo. Sentía un dolor agudo en el pecho, en medio de mis senos. Contemplé un arma tumbada en un parapeto, mirando al cielo, como si suplicara al infinito. En todas partes solo veía muerte.
Recién me di cuenta que estaba sola en medio de esa nada. Miré el cielo ensombrecido por las nubes, llorando la misma tragedia. Deseé pedirle perdón pero yo no era culpable de nada. Qué raro. A mis soldados nunca los vi llorar como lo hacía yo. Mientras temblaba de miedo, ellos reían. No entendían que me sentía un tornillo mohoso y podrido que se alimentaba del aceite carcomido por el pavor.
En ese instante, me di cuenta de la ironía de vivir entre cadáveres.
Tora Bora había sido reducido a una boca humeante y aún sacaban a los cadáveres. Tatiana se detuvo a mi lado.
-¿Lo viste?-
Me saqué el casco. Pesaba demasiado sobre mi cabeza.
-No pude destruirlo-
-Pero tú estás viva, podrás vencerlo otra vez-, me insistió.
-¿Por qué me eligieron a mí?-, me molesté. Pasé la manga de mi camisa por mi boca. Tenía el horrible hincón en el abdomen. Sangraba y me dolía.
-Nadie lo sabe. Eso es algo que se viene repitiendo desde siempre, quizás desde el arca, posiblemente de Nazaret, las cruzadas. No lo sé. Pudo haber sido Pedro o Lutero o Juana. Es nuestra lucha por acabar al mal-, me aclaró.
-Pero el mal siempre ha existido. Yo no puedo vencer a la maldad-, le reclamé.
-Lo intentaste. Lo desafiaste todo, entraste a la cueva, lo viste-, dijo ella.
--Entonces, ¿quién soy?-, pregunté fastidiada
-Tú solo eres una mujer, como yo, de carne y hueso, que existió, vivió y murió. Pudo ser un hombre. Te tocó a ti, mañana lo será, no sé, un gran científico. No es premeditado-, continuó ella mirando el infinito.
-Entonces ¿morí?-
-No aquí, pero vas a morir-
-¿Estoy pagando una culpa?-, me molesté.
-No, al contrario. Bendita eres-
Entonces me vi pasar llevada en la camilla, hundida como un trapo, con el rostro desencajado, pálida y entumecida, parecida a un estropajo.
-¿Quién eres, entonces, Tatiana?-, volví a enfadarme.
-Lo he hecho desde siempre: la anunciación-
-¡Señorita Rivasplata!-, gritó furiosa la profesora. Alcé mis párpados como un pesado telón y sentí la mirada de todos, yo seguía dulcemente tumbada en mi tabla, con la boca abierta, recostada en mis brazos.
-¿Cómo es posible que se duerma en mi clase?-, estaba la profesora muy enojada.
Tardé un rato en saber lo que pasaba. Aún estaba estremecida por aquel extraño sueño, de imágenes claritas, que se amontonaban en mi cabeza. seguí sin reacción enardeciendo aún más a la profesora.
-¡Preséntese, de inmediato, con el rector!-, me ordenó.
Patty estaba furiosa. Me esperaba con los brazos cruzados, en la puerta del rectorado, tamborileando el suelo con uno de sus pies.
-¡Te dormiste en clase, Tati! ¿Cómo es posible que lo hagas en la clase de la señora Mercedes, jovencita?-, me resondró.
-El sueño me venció, intenté disculparme, no sé qué pasó-
Patty me arregló los pelos y pasó los dedos por mis ojos. -¡Hasta legañas tienes, caramba!-, seguía molesta, resondrándome.
-No sé qué pasó-, intentaba buscar alguna respuesta.
-Dile al rector que estuviste en una fiesta o que unos vecinos hicieron mucha bulla y no te dejaron dormir-, me dijo, después de peinarme y arreglar mi blusa.
El rector me miró impasible. -¿Tan fea estaba la clase de la señora Mercedes?-, me dijo. Eso me dio risa.
-No señor, lo siento, anoche no pude dormir bien, los vecinos hacían mucha bulla-, me disculpé.
-Cuando era niño también me dormí muchas veces en clases, también en la universidad. Ya trabajaba y estudiaba en la noche, el sueño me vencía-, me dijo mirando la ventana.
-No volverá a suceder, señor-, le prometí.
El rector rebuscó algo entre sus documentos. Era una tarjeta.
-No pude felicitarte por lo buenos partidos que hiciste ante Argentina. No entiendo el softbol pero sé que lo hiciste muy bien. Prestigias a nuestra universidad-, me dijo y luego me dio la tarjeta.
-Un regalito-, agregó.
Lo abrí y era el ángel Gabriel.
-Ya sabes. Es el símbolo que anuncia tiempos mejores-, sonrió largo.
Recién comprendí quién era el ángel. La enfermera Tatiana.