Capítulo 66
1563palabras
2023-05-29 18:50
CARA A CARA
El enfrentamiento contra mis miedos fue el momento más horrible de mi vida. Fue una agonía, un martirio y me sentí en medio de un potente sismo que me aterró, sin embargo lo afronté con firmeza y estoicismo. Porque era endeudar mi felicidad y la dicha de mis padres frente al pavor y el trauma que me provocaban las pesadillas. Yo estaba resuelta a enfrentar a mis miedos mucho tiempo atrás, apenas empezaron a sucederse esos extraños sueños y a ver fantasmas y espectros rondándome, buscándome y hablando conmigo.
Yo besé a Silvio Dulanto. Disfruté de sus labios, de su boca y era una persona de carne y hueso. Sin embargo, había muerto cuando yo nací y quería encontrar una mano que lo rescatara del purgatorio donde se encontraba suspendido, flotando como una nube, extraviado en el tiempo. De la misma forma conversé con Hugo y me dijo que lo iban a matar en un duelo, porque quería que salvara su alma pecadora, porque él se había convencido que se equivocó y quería enmendar sus rumbos, aunque ya era tarde. En ese instante que me hablaba ya era cadáver.
Pude evitar el derrumbe de la clase de teatro y salvar las vidas de ellos, pero yo no sabía qué pasaba a mi alrededor, estaba tan o más confundida que ahora y solo quería despertar de ese suplicio. Vi a Pancho Arnao suicidarse lo que ocurrió después. Quizás debí ir al diario y evitar que se volara la cabeza, sin embargo su destino estaba escrito. Y esas páginas las leí antes que sucedieran porque tenía un poder que no me daba cuenta y que lo descubrí jugando al softbol.
Entonces, quizás, no hubieran ocurrido la muerte del cantante o del señor que se suicidó en el hipódromo. Yo no reparaba en nada. Solo escapaba de mis miedos, quería evitarlos. Me aterraban y tampoco sabía por qué sucedían.
Sin embargo, no era culpable de nada ni podían reprocharme, porque esos extraños poderes no eran para mi provecho ni para evitar tragedias o salvar a almas que ya estaban condenadas a sufrir o morir, como el señor que le amputaron las piernas o la muerte de los Espinosa. No. Era parte de la lucha que no sé quién ni por qué, me habían obligado contra un poder extraño, paranormal y hasta maldito.
Todo lo que me sucedió no era porque me había convertido en un ser extraordinario o todopoderoso, por el contrario, seguía siendo yo misma, pero había sido forrada de un acero impenetrable para que no perdiera el juicio como quería ese poder extraño empecinado en hacerme daño.
Stacy no me eligió, tampoco Tatiana Slomovic. Todo fue una casualidad. Nací en el momento equivocado o preciso, no lo sé, pero al cumplir los 19 años todo se volvió un maremoto de circunstancias que me agobiaron terriblemente.
Me convencí, entonces, que no podía seguir huyendo de ese tormento. Noche a noche había sufrido esos relámpagos estallando en mi cabeza, aporreando mis sesos, tanto que estaba ya demasiado cansada. Había visto morir a dos enamorados míos, Maicol y Kike, y creí, entonces, que era preludio a mi propia locura. Sin embargo, el amor de mis padres me hicieron de fierro.
Marcio vio las luces. Vanessa vio a Silvio Dulanto. Calavera estaba vivo cuando hablé con él. Entonces no eran espejismos ni espectros, eran verdad. Eso también me dio fuerzas para seguir adelante.
Convencida que solo yo debía vencer mis miedos, fue que fui a la casa de Kike, en Barranco. Me columpié de nuevo por el techo, trepando por las ventanas, asiéndome fuerte en las calaminas y reptando hasta el hueco que daba al cuarto donde encontré el libro rojo. Me volví a meter por ese hueco largo y caí de cuclillas en medio del polvo y los pericotes corriendo precipitadamente.
Tanteando en la oscuridad, mareada por el olor nauseabundo, brincando por cada cucaracha grande que corría espantada junto a mis pies, llegué a su cuarto y me paré delante del terral, con mis brazos y tobillos juntos. Tenía mi pelo en cola y me había puesto un jean y una camiseta. También zapatillas y no tenía medias. Me quedé allí parada, como una estaca. Mi corazón pataleaba frenético en el pecho, mis salivazos sonaban como explosiones cuando resbalaban por mi garganta y temblaba de miedo, pero me mantuve firme.
-Siempre fuiste muy valiente-, escuché una voz tétrica, vacía y gangosa como una tos.
-Es que ya no les tengo miedo-, respondí.
Kike salió de la oscuridad. tenía ese horrible hueco en la cabeza, la mirada vacía y el rostro ajado, cortado en muchos pedazos.
-¿Qué buscas?-, me preguntó.
-¿Quién eres? Tú no eres Kike. Él no sería capaz de hacerme daño. Él me amaba-, dije sin moverme, asfixiada por los orlos fétidos.
-¿No lo sabes?-, insistió.
-Kike se mató por sus celos enfermizos. Tú no eres nada-, lo desafié.
De repente esa figura grotesca empezó hacer eses, se desfiguró, igual si fuera una barra de plastilina se estiraba en diferentes lados, con colores oscuros, machacados y aplastados, igual a un despojo informe.
-Puedo ser tú misma-, dijo y vi mi propia cara apareciendo en medio de esos garabatos, con mis pelos sueltos, mi sonrisa larga y mis ojitos brillando como destellos.
-No quieras confundirme-, le reclamé.
Allí mismo empezó a temblar todo. El piso comenzó a zarandearse debajo de mis pies. Yo le tengo mucho miedo a los sismos. Me aterran los temblores y aquel era un terremoto fortísimo sacudiendo las paredes, cubriéndome de polvo, asfixiándome aún más.
Mi terror se me hizo una agonía. Me sentía morir. Jalé mis pelos aterrada, grité asustada y m corazón reventaba en el pecho. La casa se movía como una gelatina y caían trozos del techo.
-¿No tienes miedo?-, preguntó esa horrible figura y sí, si tenía mucho miedo, el pavor me invadía todo el cuerpo, tenía la espalda congelada y mis entrañas se removían igual si estuviera en ebullición, a punto de estallar.
-¡No tengo miedo!-, grité presa del pánico.
Lentamente el sismo se fue calmando, las paredes paulatinamente dejaron de temblar, los ventanales quedaron quietos, igual el piso, pero mis tobillos seguían zarandeándose, como si se pudieran romper.
-¿Ya sabes qué buscas?-, preguntó de nueva voz.
-Stacy tuvo las mismas pesadillas, por eso entró a la cueva, dije furiosa, para terminar sus miedos, ustedes querían preñarla con el demonio, pero ella tenía la coraza de su alma resistente a todo ataque-
-Tú no eres Stacy-, dijo la voz.
- Yo tomé su lugar para vencerlos-, subrayé.
-Vas a morir-, me amenazó.
-¡Mátame! Aquí estoy-, dije y me puse en guardia, mostrando mis uñas largas, apretando ms dientes, decidida a dar combate contra no sé qué.
Pero hubo silencio. Ya no estaba la figura horrorosa aquella ni cucarachas ni pericotes ni olores fétido, tampoco polvo ni desidia ni nada. La casa era ahora toda blanca.
-Debes temerme, soy violento, agresivo-, agregó la voz.
-¡No!, alcé la voz, tú no eres Kike. Déjalo. Tomaste su lugar porque pensabas que me harías daño, que me volverías loca, pero él jamás me haría daño. Fallaste-
-¿Y John Kroll?-, subrayó.
-Otro de tus inventos para desquiciarme. Ya me convencí que todos murieron. Que tu propia insania los mató. No pudiste con Stacy y quién sabe con cuántos más fallaste, porque no eres nada. Eres cobarde-, lo seguí desafiando.
-¡Mátala, Kike!-, gritó.
-Kike no puede matarme-, me agazapé resuelta a dar batalla.
Hubo un largo silencio, eterno. Soplaba el viento, volvieron a crujir los ventanales y pensé en otro temblor. El momento se hizo largo, estirándose cada vez más y más.
-¡¡¡Nooooooo!!! ¡¡¡Noooooo!!!, le escuché gritar, ¡¡¡Ella no!!!-
-Ahora me tienen miedo a mí-, dije y seguí allí firme con mis rodillas flexionadas y mis uñas afiladas como garras.
-¡Señorita! Esta casa aún no está en venta-, escuché una voz de un hombre detrás mío.
Me volví sin bajar la guardia. -La vamos a vender, pero aún nos falta arreglar el techo. Regrese en un mes, más o menos-, dijo un hombre calmo, apacible, de mirada serena y las pupilas paternales.
-Gracias, señor, disculpe, no lo sabía-, dije y me dispuse a marchar, pero me detuve de golpe.
-¿Usted es familia de Kike?-, pregunté.
-Era mi hijo, sí, ¿lo conoció?-, preguntó él sorprendido.
-Éramos enamorados-, le confesé.
-¡Tatiana! ¡Tati!-, se emocionó el hombre y me abrazó. Sentí sus manos cálidas y firmes.
-Sí, él significó mucho para mí-, le conté.
-Es extraño, Tatiana, se emocionó y sus ojos se repletaron de lágrimas, anoche soñé con él, me decía que te había visto y que ahora, luego de hablar contigo, al fin podía descansar en paz-
Quedé boquiabierta.
-Sí, Tatiana, eso fue lo que me dijo. Fue un sueño, no más, pero me pareció tan real y lo vi irse feliz, contento, saltando, como cuando estaba enamorado de ti y él era toda una fiesta, siempre revoltoso y efusivo. Y ahora vienes tú, qué coincidencia para divina-, comenzó a desbordar sus lágrimas.
-¿Ustedes trasladaron su cadáver del cementerio?-, me atreví a preguntar.
-Sí, al mausoleo de la familia, allí está-, subrayó.
Lo abracé y lo besé al señor y me fui.
Camino a la casa, sentí, también, en lo más profundo de mi ser, que Kike estaba feliz y contento, hasta percibía su emoción.
Ahora solo me faltaba vencer al demonio.